En estantes de vidrio o madera reúnen sus colecciones de juguetes, figuras, discos, entre tantas otras curiosidades. Conocimos las historias de cinco penquistas donde se mezcla el fanatismo y los deseos que alguna vez tuvieron en su niñez-adolescencia.
Todos son verdaderos guardianes de preciados objetos, porque para ellos no sólo se trata de vitrinas y piezas en serie, sino también de recuerdos, y por eso los atesoran y cuidan con extrema delicadeza.
Por Natalia Messer
Tal vez sea cierto eso de que todos llevamos un coleccionista en nosotros. Siempre hubo algo que anhelamos tener en gran cantidad, pero que por razones de la vida no pudimos conseguir.
Un coleccionista vendría siendo como una especie de nostálgico, pero en el buen sentido. Se trata de una persona que guarda o atesora aquellos momentos pasados, a través de figuras, juguetes, sobres, estampillas, discos o de lo que trate la colección. En esos objetos se graban, a veces, las historias y recuerdos de aquellos buenos momentos.
Los coleccionistas de hoy son muy distintos a los de ayer, aunque suene a perogrullada. Conforme pasan los años, y con las nuevas generaciones, aparecen otro tipo de colecciones, más atípicas o, más bien, menos conocidas.
Si antes era frecuente juntar esquelas, monedas, billetes y estampillas, hoy los nuevos coleccionistas apuestan por el merchandising de series, películas o videojuegos. Incluso, van más allá, porque se disfrazan de algún personaje favorito de su colección.
Series de televisión como Game of Thrones, Agents of S.H.I.E.L.D o videojuegos, como Assassin’s Creed, ganan legiones de adeptos dispuestos a adquirir figuras, libros o cualquier cosa que se relacione con su objeto de deseo.
Soy fan, luego colecciono
Pero también hay quienes no se contentan tanto con lo que va dando la modernidad y apuestan por lo clásico. Es el caso de Alfonso Montero Cuevas (36), alias “Elvis”. Para este jardinero, maestro de cocina y fanático del cantante estadounidense Elvis Presley (de ahí su apodo), el orden de los factores sí altera el producto.
“Primero soy fan, luego colecciono”, dice, como intentando aclarar, que hay una diferencia entre primero ser fanático y luego convertiste en coleccionista, porque para él un coleccionista es aquella persona que gasta mucho dinero en comprar objetos originales, a diferencia de él, que sólo le basta con tener algo que recuerde a su ídolo.
Alfonso se crió en Florida, Región del Biobío, en un ambiente más de rancheras que de música anglo, dice. Allí, y cuando tenía 14 años, descubrió a su ídolo en la radio.
No hay un solo día en la vida de Alfonso en la que Elvis Presley no esté presente. Desde la primera vez que escuchó la pegajosa canción Blue Suede Shoes se siente hipnotizado con su música.
“Uno lo compara con un amor a primera vista”, cuenta.
Para él no hay otro artista de la talla de Elvis; no hay otro que haya grabado cerca de mil canciones, aparecido en 31 películas, y esto sólo en 24 años de carrera.
Cuando Alfonso descubrió a Elvis Presley, su situación económica no era buena. Como preadolescente de 14 años no tenía dinero suficiente para comprar artículos de su ídolo. Sin embargo, el ingenio nunca escaseó y siempre hallaba la forma de conseguir algo.
“En ese tiempo no me quedaba otra que grabar cassette en blanco con música de Elvis. Me acuerdo que llegaba corriendo a mi casa, después del colegio, y esperaba los programas de radio que daban su música y las grababa”.
Para el 2000, había logrado, y con esfuerzo, juntando peso a peso, armar su propia colección de discos, posters, vinilos, libros, y un sinfín de cosas más.
“Ese año también entré a un club de fans cerca de Copiulemu, en la localidad de San Jorge. Ahí estuve siete años y se avivó mi fanatismo. Comencé a coleccionar cada vez más y también me puse a investigar sobre la vida de Elvis”.
Hoy tiene una habitación destinada únicamente para cosas de Elvis. En ella, uno se encuentra con cientos de objetos vinculados con el cantante. Desde vinilos originales, libros autobiográficos, figuras, telas, hasta poleras con su imagen.
Llaman la atención las fotos autografiadas que tiene Alfonso de Joe Esposito, manager durante 17 años de Elvis Presley, y de Estelle Brown, una de las históricas coristas del cantante.
Su colección siempre crece. En la habitación ya casi no hay lugar para más objetos de Elvis, así es que a futuro habrá que agrandar el espacio.
Alfonso dice que él no es el único coleccionista de Elvis en la Región del Biobío. Eso lo sabe muy bien, pues desde 2012 administra el grupo de Facebook “Alfonso puro Elvis”, donde comparte información con fanáticos de la zona, pero también de otros países.
“Ahí también cuento detalles de su vida, de por ejemplo, los diferentes nombres que tenían sus trajes (…) Yo sé más de Elvis que de mí mismo”, asegura.
La pareja perfecta
La historia de Rodrigo Bustos Clouet, ingeniero civil químico, y Pamela Hernández Toro, odontóloga, se podría decir que es aquella en la que dos personas apasionadas por coleccionar se enamoran y ¿adivine qué hacen luego? Pues coleccionan.
La casa de este matrimonio treintañero es un verdadero museo que alberga en estantes de vidrio una colección de más de 300 objetos de series de televisión, como Agents of S.H.I.E.L.D, Caballeros del Zodiaco, videojuegos como Assassin’s Creed, las películas de superhéroes de Marvel y clásicos como Transformers, Robotech, Macross y Power Rangers.
Uno de los objetos que inmediatamente destaca en la casa de esta joven pareja es “lola”, un auto a escala rojo Chevrolet Corvette de la serie Agents of S.H.I.E.L.D, que está autografiado por los mismos actores de la serie. Sólo hay 100 autos con las firmas por todo el mundo y tres en Sudamérica. Por supuesto, el auto de Rodrigo es único en Chile.
También son bien especiales las figuras de la línea Hot Toys que tiene el matrimonio, y de la misma serie estadounidense, así como también del videojuego Assassin’s Creed. Las figuras de este tipo destacan por el gran nivel de detalle que poseen y también porque sus precios no son para nada asequibles (parten desde los 100 mil hasta el millón de pesos).
Pero para que, especialmente Rodrigo, haya podido lograr tamaña colección, tuvieron que pasar cinco años o quizás más, porque siendo estudiante sabía que no podía adquirir las figuras que hoy luce con mucho orgullo.
Aunque en ese entonces ya tenía alma de coleccionista, pues llegó a tener más de mil cómics que aún conserva.
“Para mí coleccionar es querer tener una parte de lo que viviste (…) Todo coleccionista junta porque tiene la necesidad de recordar algo que le dio felicidad en algún minuto o porque te da un gusto, un bienestar”, explica.
Su familia respeta lo que hace, al igual que su señora, quien también se une como una coleccionista más y lo alienta a adquirir nuevos objetos.
“Pamela me conoció con el cinco por ciento de la colección, así es que sabe de mis gustos y los comparte”, asegura, por eso casi todos los meses agrega un nuevo objeto a su robusta colección.
Ambos, además, siempre supieron que no eran los únicos que vibraban con estas series, videojuegos y películas, así es que un día caminando por el centro de Concepción, y de frente a la tienda Phanter, ubicada en calle Barros Arana, frente a la Plaza de la Independencia, Rodrigo le dijo a Pamela que estaba cansado de ver sólo exposiciones de coleccionismo en Estados Unidos, y que como coleccionista debía hacer algo.
Así es que se propuso organizar la primera exposición de coleccionistas de figuras en Chile. En 2007 partió la Fan Collector, una feria itinerante anual que ha reunido a diferentes coleccionistas, entre ellos el propio Rodrigo y su esposa.
Con esta feria, dice, también hay un trasfondo familiar, porque quería demostrarle a su familia, y sobre todo a su papá, que al principio no compartía el gasto que realizaba en las figuras, que había más gente como él, y eran varios los que compartían esta pasión por coleccionar.
Mercury, un estilo de vida
Aquellos que nacieron a finales de los ’80 y comienzos de los ’90 recordarán muy bien la serie de televisión Sailor Moon.
Las Sailor Moon son un grupo de cinco heroínas con cabello de diferentes colores, que en cada capítulo se enfrentaban a toda clase de enemigos. Fueron muy populares en su tiempo.
Las valientes mujeres de larguísimas piernas eran también un modelo a seguir, sobre todo para las niñas. Es que eran sinónimo de femineidad, fortaleza y dulzura.
Eso es lo que justamente cautivó a la santiaguina, y hoy radicada hace casi nueve años en Concepción, María Rivera Carrasco, más conocida en el mundo cibernético como “Amy Mizuno de Shiva”.
María descubrió la serie japonesa en la televisión cuando tenía 10 años. Inmediatamente se encantó con la animación y, especialmente, con Mercury, la chica de pelo azul corto, que saca buenas notas en el colegio y que es talentosa con las matemáticas.
“Cuando tenía 16 años me contaron que mi personaje favorito cumplía años el mismo día que yo. Eso me dejó impresionada y sentí que Sailor Mercury se parecía mucho a mí, porque yo igual era fuerte, gustaba de las matemáticas y me iba bien en el colegio”, dice María, quien también se desempeña como bombero en la Séptima Compañía de Bomberos de la Base Naval.
La colección de María, eso sí, partió mucho años después, para cuando la serie ya no se transmitía en televisión. Antes se contentaba sólo con mirar por la pantalla a su heroína.
“Seguí estudiando, luego me puse a trabajar, me vine a Concepción, hasta que en el 2010 comencé a buscar cosas de Sailor Moon. Quería saber si había más fanáticas como yo”, cuenta.
Y las encontró. No eran pocas, sino bastantes y estaban por todo Latinoamérica. Así fue como también creó la página de Facebook Sailor Moon Gold Star, donde los fans comentan asuntos relacionados con la serie.
“Luego abrí mi tienda en Facebook de productos de Sailor Moon. Al principio yo hacía las artesanías de la serie, como báculos, coronas, broches; pintaba muñecas que también vendía, y después comencé a importar objetos desde Japón”, cuenta.
María nunca pensó que iba a tener una colección tan grande, que hoy llega a los 200 objetos. “No fue planificado. El primero fue un manga, luego fui adquiriendo nuevas cosas”, dice.
En un estante de vidrio de su casa, que cuida como hueso santo, hay desde carteras, báculos, broches, coronas, hasta cajas musicales. Algunos de estos objetos, como por ejemplo el Star Locket, una cajita musical del personaje Tuxedo Mask, que puede llegar a costar casi los 500 mil pesos, debido a que hoy ya es muy difícil hallarla.
Como parte de su colección forma parte también el disfraz completo de Sailor Mercury. “Comencé con el cosplay en 2012 y fui mejorando de a poco con el traje e invirtiendo más, por ejemplo las botas las traje de Japón”, comenta.
Los gastos que hace María en su gran hobby son incluso motivados por su esposo, con quien vive junto a su hijo de nueve años y, por supuesto, sus dos gatas negras, que al igual como en la serie Sailor Moon, se llaman Luna y Artemis.
Para María, este fanatismo por la serie ya es casi como “un estilo de vida”. Su colección es parte importante de su pasado y presente, porque también refleja todo lo que significa la serie Sailor Moon para ella: “Amistad, amor, compañerismo y esfuerzo”.
La era robótica
Transformers cambió a una generación, y Rodrigo Ayala Guerra lo sabe muy bien. Por eso atesora con mucho cuidado su colección de más de 200 robots-máquinas.
Es que ver a estas dos razas robóticas, originarias del planeta Cybertron, los Autobots y los Decepticons, transformarse (de ahí el nombre Transformers) en diferentes máquinas, como autos, camiones y aviones, fue para Rodrigo, desde que conoció la serie, alucinante.
Rodrigo tiene 35 años y es profesor de inglés de la Universidad de Concepción. Actualmente es docente en el DuocUC. Recuerda que tuvo una etapa de “mini-coleccionista” cuando era niño, porque juntaba figuras de la serie He-Man. Después de esa época sus aficiones fueron, por un tiempo, el fútbol y las computadoras.
Hasta que en 2009, se reencontró y reencantó con los Transformers. De ahí nada lo detuvo y se convirtió en un fans-coleccionista.
“Ese mismo año comencé a coleccionar Transformers. Recuerdo que encontré una figura en un supermercado como a 3.000 pesos y me la compré, pese a que no tenía el nivel de detalle de las que adquirí después. Luego, un amigo me ofreció una figura más grande y dije que sí, entonces así comenzó la colección”, cuenta.
Partió de menos a más. Hoy tiene un centenar de figuras y también algunos cómics de la franquicia de entretenimiento.
Hace muy poco también, Rodrigo adquirió unas figuras Transformers Masterpiece por Internet, ya que actualmente no se encuentran en Chile y la única forma es mandarlas a pedir a Estados Unidos o a China. Cada una de ellas tiene un valor sobre los 100 mil pesos.
Pese al elevado gasto, dice que vale la pena, porque son objetos únicos que no se hacen en “serie”. Al igual que una figura original que mantiene y que es del año 84. Ésa es la joyita que más cuida.
“Tengo mi espacio y cuido mucho mi colección. Mi familia también respeta y acepta mi gusto”, dice Rodrigo.
Pero este gusto, aclara, es bastante “equilibrado”. Asegura que tiene los pies en la tierra y que para él hay prioridades: su familia y trabajo. Los Transformers son un espacio de diversión, pero en definitiva no su vida.
Sabe también que algún día va a tener que bajar el ritmo de compra de figuras -adquiere algo nuevo mes a mes- porque en un futuro habrá otras responsabilidades, como por ejemplo hijos, aun así asegura que no venderá su colección por nada.
Esta misma colección, además, lo llevó a conformar un grupo con otros fans de Transformers en Chile. En septiembre de 2013 se creó en Facebook el grupo Transformers Concepción, que reúne a más de 400 personas de la zona que gustan de esta historia de máquinas, robots, poder y lucha.
“Nos juntamos en el patio de comida del Mall del Centro, cada sábado del mes, y llevamos nuestras figuras. Es un espacio para conversar y compartir”, cuenta.
En muchas de esas conversaciones, que casi siempre son sobre Transformers, surgen también análisis más profundos, como por ejemplo qué sentido tiene esta mega franquicia, co-producida por las empresas de juguetes Hasbro y Takara Tomy.
“Esto se puede asociar con la lucha de las civilizaciones y la política. Cuando uno era chico no lo entendía mucho, pero veías al villano Megatron y en realidad te dabas cuenta, gracias a la aparición de los comics, de que antes él había sido bueno y que era una especie de revolucionario, como Lenin, pero que se corrompió en el poder. Por otro lado, el gran protagonista, Optimus Prime, quien antes era amigo del villano, se distancia de él porque tienen diferentes formas de ver las cosas, y entonces cada uno arma su bando (…) Esto es una forma de ver la civilización, comparable con las luchas de poder entre Atenas y Esparta”, concluye Rodrigo.
Lucha con show
Sobre luchas, el próximo coleccionista sabe de varias, quizás cientos o miles.
Luchas que, por cierto, son bien espectaculares, con una mezcla de show y deporte. Se llevan a cabo, normalmente, bajo una atmósfera de luces enceguecedoras y un público que enloquece a gritos. En el ring, los dos oponentes o parejas, quienes están bajo las reglas del árbitro.
Uno de los luchadores, casi siempre, se mostraba muy convencido de que iba a ganar, en cambio el otro tenía la actitud de que podría torcer al destino y salir victorioso. Sonaban las campanas y se enfrentaban. Saltaban uno encima del otro y cuando las cosas se ponían mal, agarraban sillas y lo que pillaban para defenderse. El público enloquecía aún más.
Así era, un poco, el inicio de las luchas libres de la WWF, cuando cada domingo se transmitía por las pantallas de La Red.
Rodrigo Vargas Bulnes, hoy de 27 años, aún era estudiante de básica cuando en el 2000 se hicieron populares los personajes como The Rock (la Roca), Triple H, John Cena, The Undertaker o su luchador favorito: Mick Foley, y al cual también personifica.
Recuerda que en esa época saltaba de una cama a otra para imitar las caídas de sus ídolos luchadores, porque creía que estaba en el ring y también porque le encantaba el ambiente de la fanaticada, que cantaba y vibraba con los enfrentamientos.
“La lucha libre me trae recuerdos de mi infancia. Estar los domingo pegados con los primos al televisor”.
Rodrigo comenzó a coleccionar desde el mismo año que empezó darse a conocer la lucha libre en Chile. Al principio recibía figuras de luchadores u otros objetos de la franquicia en cumpleaños y navidades.
“Partí con 25, luego con 100 hasta que llegué a tener más de 200”, calcula.
Hoy, tiene una habitación repleta de figuras y otros objetos de la lucha libre, como cinturones, legos, posters, máscaras y jaulas en miniatura donde enfrenta a los luchadores de plástico.
Su colección es ascendente y, lo más curioso, es que la gran mayoría de los objetos que Rodrigo encuentra, los adquiere en ferias libres o jugueterías usadas.
“Viajo a Santiago casi siempre y allá me encuentro con cosas que son únicas. Mis amigos me dicen que mi suerte es grande”, asegura.
También explica que el que hoy haya tanto material se debe a que desde el 2006 las luchas libres tuvieron una especie de boom.
“Ahí fue cuando me puse a coleccionar en mayor cantidad. Era todavía estudiante, pero vendía cosas o juntaba dinero”, dice este actual profesor de artes visuales del Colegio San Agustín.
Actualmente, la franquicia de la lucha libre estadounidense sigue dando buenos dividendos. Si bien ya no se transmite en canales nacionales de televisión, en su país de origen sigue siendo popular. Eso sí, ya no con los personajes de antes: ahora pelean en el ring los primos de “La Roca” y Triple H es el jefe del ring.
La empresa de juguetes Mattel también tiene la franquicia del show-deportivo y saca cada semana nuevas figuras, que son el objeto de atención de Rodrigo, quien casi todos los meses adquiere algún producto nuevo.
Su familia no hace más que apoyarle y sabe, además, el valor que tiene esta gran colección, y que podría, según él mismo confirma, ser la más grande en Concepción. Si por algo lo invitan a itinerar con sus piezas por todo Chile. Hace muy poco se fue a Tocopilla a mostrar sus objetos. Una colección que, cree, es capaz de reunir a grandes y chicos.
Los demás coleccionistas también concuerdan que sus objetos captan la atención de todas las edades. Y sí, causa curiosidad y asombro, sobre todo a primera vista, ver una colección, especialmente cuando es monotemática. Uno se pregunta: ¿Por qué gusta tanto de aquello? ¿Y cómo lo hizo para conseguirlos? Porque también se requiere de constancia y esfuerzo para construirlas. Muchas veces no están los medios económicos o el apoyo del resto, aunque sí la pasión por atesorar lo que a uno más le gusta.