Cuando esta mujer habla, lo hace como una empresaria del área inmobiliaria que ha sabido superar las adversidades y se ha abierto paso, con éxito, en un mundo que ellos dominan. Lo que no se le nota, es que un día se le partió el corazón cuando Flavio Cassinelli, su profesor ayudante en la universidad, el amor de su vida y el padre de sus cuatro hijos, desapareció en el mar, en Coliumo, y nunca más se volvió a saber de él.
Hellen Martin Urrutia es de esas mujeres que no se cansan. “Esto no me la va a ganar”, es una de sus frases célebres, y una de las que más ocupa. La usa para relatar los inicios de su vida profesional y cómo se convirtió en una de las pocas empresarias inmobiliarias de Concepción; también para contar lo difícil que era enfrentarse a una carrera como Ingeniería Civil cuando las mujeres ahí eran minoría. Y es la misma frase con la que describe lo que ha hecho después de la mañana del sábado del 31 de marzo de 2012, cuando su esposo, Flavio Cassinelli, se despidió de ella -por última vez- antes de desaparecer en una playa de Coliumo. Y aunque hasta el día de hoy no se han encontrado sus restos, Hellen Martin lo vuelve a decir: “Esto no me lo va a ganar, hay que seguir”.
Hace 44 años, nació en Los Ángeles. Tiene pocos recuerdos, era una familia cerrada y creció en la casona de su abuela, donde la llenaban de actividades diarias, desde piano hasta coro, más sus clases en el Colegio Teresiano. “Fui de la generación que se crió en los deberes, no en los derechos como la de hoy”, dice.
Era, además, la mayor de seis hermanos, y recuerda que siempre tenía muchas cosas que hacer: aparte de sus tareas de alumna, existían turnos para lavar la loza o para cocinar en la noche. Ese rigor, ese orden que, probablemente, venga de los genes alemanes que tiene, la han seguido hasta la actualidad. De hecho, el último verano ganó un premio en un paseo que hizo junto a amigos y familiares: fue distinguida como la más ordenada, “al borde de lo compulsivo”. “Tienes que tener un orden o si no, no vives tranquilo. Ese rasgo viene de la crianza con mi abuela alemana. Hay una tendencia al orden, a hacer las cosas bien a la primera, ésa era la máxima cuando yo era chica”, cuenta sentada en su oficina, claramente, pulcra y ordenada.
Fue justamente su abuela Elfriede la figura clave de su infancia, convirtiéndose prácticamente en su segunda madre. Ella era su regalona, a la que le enseñó a tejer a crochet, a la que le leía, le tocaba el piano y la llevaba a la iglesia.
Bienaventurada entre hombres
En Los Ángeles vivió hasta los 16 años, cuando se trasladó a Concepción a estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de Concepción. Pero no se vino sola. Llegó acompañada de su abuela, quien sería la eterna compañera en su época universitaria. Recuerda además que el primer año de Universidad fue terrible. Uno de los paros estudiantiles más largos de los que se tenga memoria -con un joven Alejandro Navarro como presidente de le FEC- amenazó la continuidad de ese año en las aulas. Y con ello un regreso para ello seguro a la casa paterna. Hellen no quería volver, se sentía libre en Concepción. Dice que nunca participó en nada político en la universidad, a pesar de los convulsionados momentos por los que atravesaba el país. “Yo venía focalizada en terminar mi carrera. Y a mí cuando se me cruza una meta, tengo que conseguirla”.
Su vida laboral, que hoy la ha llevado a ser distinguida como una de las pocas mujeres exitosas en el mundo de la construcción, partió con su proyecto de título, que se enfocó en una propuesta de vivienda para la tercera edad. Como el tema era innovador, buscó información en la Cámara Chilena de la Construcción. Ahí conoció a Rafael Calderón, le fue muy bien y eso la llevó a ganar un premio del Instituto del Ingeniero como el Mejor Proyecto del Año. Más tarde trabajó en la misma Cámara, en una constructora, pero cuando nació su hija, Florencia, hoy de 18, y luego Giancarlo de 15, decidió bajar el ritmo y administrar, a medio tiempo, el Colegio Santísima Trinidad.
Tiempo después surgió la posibilidad de trabajar en Valmar, también por medio día. “Aunque medio día, justo cuando la firma ligada a la familia Imschenetzky estaba en pleno desarrollo de uno de sus proyectos más ambiciosos, construir Brisa del Sol, no era precisamente medio día”. De ese negocio, Hellen formó parte, como gerenta de Finanzas y en la gestión misma de los proyectos.
“Yo estoy muy orgullosa de haber trabajado ahí. Eso me formó en el mundo inmobiliario, fue una escuela espectacular”, comenta.
Como sus hijos aún estaban pequeños, y ya se habían sumado los mellizos, Francisco y Magdalena, hoy de 13 años, tuvo que buscar una alternativa que le dejara más tiempo libre, y fue entonces cuando la idea de emprender se le cruzó por la cabeza. “En ese minuto me iba a tomar un año sabático para pensar bien las cosas. Pero, a los dos meses, me llama mi mamá y me dice que por qué no hacía algo con el terreno que ellos tenían en Los Ángeles”. Ése era el terreno donde Hellen había crecido y que ahora quedaba disponible tras la decisión de su familia de emigrar al campo.
Dice que sintió miedo al momento de tomar la decisión, porque no estaba sólo tomando riesgos para ella, sino que además, para el patrimonio de sus padres.
Ahí fue cuando se asoció con Enrique Ulloa -a quien conoció cuando él era gerente comercial de Valmar- y con quien ya había conversado sobre independizarse. “Uno nace con ese bichito, lo tiene adentro, se dieron las condiciones y fue el momento de partir”, relata.
Bajo el nombre de Edificio Gabriela Mistral, en 2004, nació Inmobiliaria Domus, empresa que no ha dejado de crecer, con edificios en Concepción, el proyecto Jardines del Sol en Talcahuano, Millaray en San Pedro de la Paz, y hasta con departamentos en Pucón. Y por si fuera poco, ambos -Ulloa y Martin- volvieron donde sus últimos empleadores y negociaron entrar a Brisa del Sol, con Parque Marina, que ahora son los únicos edificios emplazados allí.
Para Hellen, entrar al mundo inmobiliario, plagado de hombres, no fue un trauma. “Yo entré desde la universidad, con mi proyecto de título, y me fue bien. No fue golpeé puertas, fui entrando de a poco. Pero no hubo reticencia. Es un medio bastante duro, porque la construcción es un negocio duro, que exige sacrificio, dedicación y estar ahí siempre”.
Aunque asume que a ratos fue complejo, que pasaron crisis económicas, un terremoto, que al principio se trabajaba de sol a sol, Hellen Martin nunca pensó en rendirse. “Tienes que tener una actitud mental, y decir siempre que esto no me la va a ganar”, recalca.
El que la sigue…
Flavio Cassinelli la persiguió hasta que la enamoró. Así, literalmente.
Ella estaba en tercer año de universidad cuando lo vio por primera vez. Flavio, era ayudante de un ramo y alumno de la misma carrera.
Como ella estudiaba piano, se iba después de clases al Teatro Concepción a escuchar a la Sinfónica, hasta que empezó a percatarse que detrás de ella se sentaba Flavio con un amigo. “Estaban siempre los dos sentados atrás, y la música clásica no era lo de ellos, así es que era un tremendo sacrificio”, resume. Ahí empezaron a salir.
“Al principio no fue nada agradable, porque hacían un test, y Flavio me apuntaba y me decía que me sentara en la primera fila, cuando uno lo único que quería era sentarse lo más atrás posible para estar más tranquila, a mí era la única que me revisaba si tenía torpedos”, cuenta hoy, entre risas.
Se casaron dos años después de salir de la universidad, un matrimonio que fue financiado por ellos mismos, con su propio trabajo, deja en claro Hellen. Y dos años más tarde, tuvieron a Florencia, su primera hija.
La vida familiar está llena de buenos recuerdos para Hellen. “Es mi cuota de felicidad máxima, será difícil volver a vivir algo así. Fue lindo, porque fue de colaboración, crecimos juntos, nos formamos juntos”.
-¿Flavio fue el amor de su vida?
“Sí. Ahora, cuesta darse cuenta de eso, no es instantáneo, porque nos formamos juntos, ambos teníamos el carácter súper fuerte, no es fácil tener una buena convivencia. Pero yo siempre le digo a todo el mundo: tú llegas a darte cuenta que tuviste un buen matrimonio, cuando tuviste una sola billetera. Eso significa que la confianza es plena y sabes que el otro no va a hacer nada malo, y que todo fluye”.
Hoy le falta ese partner. “Pasa que cuando tú creces con alguien, tu vida y tus proyecciones están con esa persona para siempre, y estás mentalizado de esa manera, no imaginas el mundo de otra forma. Cuando esto se deshace, es como lo que les sucede a los soldados cuando les cortan una pierna, ellos juran que está ahí todavía, pero no es así”.
“Se me partió el corazón”
Sentir que se parte el alma y que duele el corazón. Eso dice Hellen Martin que sintió cuando asumió que Flavio había desaparecido. “Yo creo que nadie que no pase por algo así, sabe lo que es ese dolor. Cuando dicen que te duele el corazón, es verdad, duele”.
“Cuando se fue Flavio, yo no le vi la cara”, recuerda Hellen de ese sábado 31 de marzo por la mañana. “Se levantó. Me dijo ‘me tengo que ir’. Y yo seguí durmiendo, y entre medio alegué porque otra vez salían. No les faltaba. Ya había ido a una excursión a la cordillera, había salido con el más chico, y ahora con Giancarlo iba a este paseo a la playa. Yo lo único que alegué fue que íbamos a estar solos el fin de semana”. Más tarde, Hellen, sus dos hijas y Francisco, el menor, se fueron al cine, a ver una película -que no recuerda el nombre, pero sí que era muy mala- hasta que en la mitad de la función, un mensaje al celular y llamadas perdidas de todo el mundo hicieron que se levantara, contestara una llamada y escuchara lo que nunca quiso escuchar. Flavio había desaparecido. “En ese minuto, yo sabía que ya no lo vería más. La intuición a uno no le falla”, hace memoria.
Flavio no era bueno para nadar, recuerda Hellen, tenía mucha masa muscular -fue campeón de Judo- por lo que flotar era difícil para él. El accidente en la playa ocurrió luego que Giancarlo y un grupo de tutores del Colegio no pudieran salir del mar, y Flavio, amarrado de una cuerda, se lanzó a socorrerlos. La cuerda se cortó, Giancarlo y los tutores salieron con vida y de Flavio nunca más se supo.
Dentro de las cosas que aprendió, sin el apoyo de Flavio, está el sentido de la orientación. “Yo soy lo más perdida que hay en la vida. Para ubicarme en la Diagonal en Concepción pasaron años. Cuando viajábamos, yo me iba leyendo y Flavio manejaba. La única vez que nos perdimos fue porque yo le di una instrucción (ríe). Ahora sí tengo que ubicarme, preocuparme porque la caldera funcione, que esté limpia la piscina, que los maestros. Antes tú tenías un respaldo para criar a los hijos, ahora tengo que hacerlo sola y con todos adolescentes, ha sido una tarea compleja, pero ellos han sido súper nobles y me entienden”.
Aunque tampoco ha estado sola. Ese rol que antes ocupaba su marido, su propia familia y la de Flavio la han ayudado a suplir. “El hermano mayor de Flavio, Santiago, que además se parece mucho físicamente a él, ha sido para los niños un segundo papá. Salen de vacaciones juntos, está siempre pendiente de ellos, salen en la noche, entre hombres. Mis hermanos también, aunque están más lejos, están siempre pendientes, llamando, preguntando. Ha sido súper linda la cohesión de las familias”.
No haber encontrado el cuerpo de Flavio, dice Hellen, es bueno y malo. “Yo creo que él nunca hubiese querido que los niños lo vieran muerto. Y es malo, porque uno no sabe cómo van a reaccionar en 10 o 20 años más. He evitado un lugar físico para recordarlo, creo que ya la pena es suficiente como para darle más carga. En la casa tengo fotos familiares, y fotos felices, pero nada triste, es la familia feliz, eso somos”.
Hellen, a sus 44 años, todavía no piensa en el retiro, dice que le quedan bastante más cosas por hacer, pero como fue ella misma la que, aún siendo una estudiante, pensó en la tercera edad para el tipo de viviendas que quisiera ocupar en su jubilación, a veces se imagina cómo terminar su carrera laboral. “En la casa, haciendo nada, olvídalo. Me gustaría hacer algo que fuera un aporte, pero no beneficencia tal cual, sino que trabajar para ayudar al desarrollo de alguna entidad sin fines de lucro. He visto varias alternativas que he manejado en la cabeza. El sector público no me gusta, me gustan las cosas más ejecutivas, yo creo que no encajaría ahí; me tinca más el sector privado o alguna fundación, hacer algo para traspasar los conocimientos y que no se pierdan. Ésa es la idea”.