Historia de diginidad de cara al sueldo mínimo

/ 19 de Febrero de 2018

Tres personas de diferentes comunas del Gran Concepción quisieron mostrar sus vidas. No de cualquier manera, sino a través del sueldo mínimo chileno, el tercero más alto de Latinoamérica, pero que está bajo la línea de la pobreza estimada para el país. Contaron con orgullo y dignidad cómo lo hacen para llegar a fin de mes, en qué lo invierten e, incluso, cómo enfrentan aquella realidad con sus hijos e hijas. Para ellos no hay temor en revelar sus condiciones que comparten, tristemente, con cerca de un millón de compatriotas.

Por Rayen Faúndez Merino.

El desafío era encontrar historias de mujeres y hombres que vivieran con el ingreso mínimo mensual, más conocido como sueldo mínimo. Un monto que a partir del 1 de enero de este año llegó a su cifra más alta, luego de una propuesta de reajuste aprobada en 2016 que, por ley, dejó estipulado que éste aumentaría un total de $ 26 mil en un período de 18 meses, hasta llegar a los $ 276.000.

Esto permitió que Chile se posicionara en el tercer lugar latinoamericano, con un sueldo que equivale a US $460, quedando por debajo de Argentina y también de Uruguay, que apuestan por US$ 498 y US$ 470 respectivamente. Y también abrió el debate hacia la gran pregunta que se hacen los que no viven con el “mínimo”, pero cuya respuesta es bastante conocida para quienes ven los 276 mil pesos –o menos– cada mes en sus billeteras: ¿Para qué alcanza?

La Fundación Sol –centro de estudios que busca ser un referente para temas como trabajo, educación y sindicalismo– contestó la pregunta, y dejó sin habla a muchos. El sueldo mínimo, el recientemente aumentado por el gobierno bajo un acuerdo con la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), ya considerando las cotizaciones legales por previsión, salud y seguro de cesantía (cerca de $ 52.000), alcanzaría para un arriendo básico de $ 150.000, la movilización de ida y vuelta al trabajo, y un kilo de pan al día. Ésa suma, dijeron entonces, también está por debajo de la línea de la pobreza extrema en el país, que se ubica en torno a un ingreso de $ 278 mil.

Tres personas, trabajadoras y a cargo de una familia, se toparon con este desafío para contar su vida cruzada por el sueldo mínimo. No vacilan en sus respuestas y ninguno de los datos en torno a esta realidad chilena logra sorprenderles. Saben de todo aquello hace tiempo, y lo recuerdan todos los días, cuando juntan moneda a moneda para la locomoción y, también, cuando deben dejar una cuenta impaga en el verano para disfrutar un fin de semana acampando. Cuando compran entre varios para que el pedido en el supermercado salga más barato, cuando piden adelanto a mediados de mes y, sobre todo, cuando llegan 7 mil pesos más por un reajuste nacional, pero sube el pan y el pasaje, sin remordimiento alguno. No necesitan de economistas para hacer el análisis más real y certero de un sueldo mínimo que, según algunos estudios, recibe al menos un millón de chilenos y chilenas en el país.

Datos de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (CASEN) de 2013 revelaron que un 23,3 % de los ocupados con jornada completa ganaban el mínimo en Chile. En 2015, los datos de la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos (NESI, que se aplica el último trimestre de cada año), evidenciaron que la mitad de los trabajadores chilenos gana menos de $ 340.000 y, en el Biobío, la misma proporción alcanzaba menos de los $ 300.000 mensuales, agravándose en provincias como Arauco, donde el 50 % percibía menos de $ 240.065. Siendo más específicos, según cifras de seguridad social del Instituto Nacional de Estadísticas, INE, un total de 70.351 personas recibían ingresos entre $ 201 mil y $ 300 mil en el Biobío. Para 2016, la NESI no varió tanto. El 50 % de los trabajadores chilenos ganaría menos de $ 350.000 y siete de cada 10 trabajadores, menos de $ 500.000 líquidos en un mes de trabajo.

Para los tres testimonios que vienen, no es nada más ni nada menos que su realidad.  No les ofende, ni les avergüenza o les genera tristeza. Pero no pueden negar una importante presión, bastante estrés, y una profunda indignación para la que no alcanzan los reclamos. A pesar de todo eso, sus relatos abundan de orgullo y alegría, con viviendas construidas a pulso y familias fortalecidas. Sus fotografías lo demuestran, con historias tan diferentes en personalidad, edades, épocas y vivencias, pero que se encuentran en una cualidad, alta y fuerte, que todos comparten. Quizá la más difícil de lograr de cara al sueldo mínimo de Chile: la dignidad.

Roxana: “Asumo que tengo que luchar por mi dignidad”

Desde su adolescencia, a eso de los 13 años, Roxana Martínez Montoya (43) trabaja para el sustento de su familia. Al principio como “niña de mano”, la forma en que llamaban a las jóvenes ayudantes y, más tarde, como asesora en casa particular, tanto puertas adentro como afuera. En aquel trabajo continuó una vez que terminó su educación básica, y también luego del nacimiento de su primera hija, Bárbara, cuando tenía 17 años. De ahí, no ha parado.

Partió ganando algo un sueldo de unos $ 15.000 mensuales, que para ella era un gran logro, “pues no sabía el valor de mi trabajo”, recuerda. Hoy percibe el sueldo mínimo, más las imposiciones y un monto por movilización, ambos pagados por sus patrones; además del beneficio estatal por carga familiar, pues tiene un hijo en séptimo año de enseñanza básica. No llegó allí gratis: a punta de experiencia, abuso laboral y malos ratos, aprendió a defender sus derechos. Tal como ella lo explica, no es nada más ni nada menos que lo que le corresponde legalmente como trabajadora. “Aprendí a decir que trabajo sólo de lunes a viernes, porque no vivo para trabajar y debo descansar también y tener los fines de semana libres para mi familia, pues yo no tengo nana. Y veo a muchas trabajadoras como yo, que abusan de ellas, sobre todo si son mayores”, destacó.

Y no alcanza. “Lo líquido que yo recibo hoy son 270 mil pesos. Pero yo no vivo, sino que sobrevivo con eso. Tienes que hacer maravillas o tienes que sacrificar una cosa por otra. Por ejemplo, si por el verano quieres tomarte unas vacaciones y quieres salir aunque sea un fin de semana, tienes que dejar de pagar una cuenta y después saber arreglar el naipe para pagarla”, cuenta. El sueldo, dice Roxana, le dura cinco días, que es lo que se tarda en pagar cuentas y dividir el monto entre todas las necesidades básicas. A veces sobran $ 50 mil, a veces $ 30 mil, y debe llegar a fin de mes con eso, o al menos hasta el día 20, cuando pide un adelanto del sueldo siguiente y lo estira al máximo para aguantar hasta que “cante Gardel” nuevamente.

Una realidad que asume con conciencia y responsabilidad, razón por la que no contrata internet ni televisión por cable, contando sólo con internet móvil para comunicarse en su celular. Tampoco tiene una televisión moderna, el computador de su hijo es armado de diferentes piezas usadas y en su billetera no hay tarjetas de crédito. Uno de sus trucos es comprar todo en ferias y evitar al máximo los supermercados, ya que la diferencia de precios es contundente. Lo otro que le permite vivir tranquila, es que tiene casa propia: “Tuve la habilidad de postular a casa cuando nació mi hija. Peleé por eso hasta que salió. Si no la tuviera, no sé cómo lo haría. Viví mucho tiempo arrendando y supe lo que era no tener para comer”.

Parte de esa conciencia es también educar al pequeño Vicente. “Yo veo que hay cosas que no necesito, y eso es algo que he ido enseñando a mi hijo. Porque, ¿qué sacamos con encalillarnos en cosas que no necesitaremos, que generarán deudas y no nos dejarán dormir? Eso no me parece válido”, sostiene. Pero, reconoce, es difícil cuando su hijo ve realidades distintas en su entorno cercano. “Yo converso con él y le hago ver la realidad; le hago ver que todos quisiéramos darnos gustos, pero no se puede, y que eso no nos limita. Por eso le digo que estudiar es importante, no para enriquecerse económicamente, pues un trabajador lo será toda su vida; sino para superarse y tener una vida digna”.

Al preguntarle por el aumento del sueldo mínimo, que le llegó con 6 mil pesos más en enero, no dudó en opinar: “Nosotros, como trabajadores, sabemos que tenemos que pelear por todo, sabemos que esta lucha va a ser toda la vida y que tenemos que hacernos cargo de nuestra dignidad”.

Manuel: “Mi título no garantiza nada”

En 2015, Manuel Anabalón Anabalón (28) se tituló como Técnico en Mecánica Automotriz del DUOC UC. Comenzó a trabajar casi de inmediato y ya cuenta un año y tres meses como funcionario en una serviteca, aquellos lugares donde se realizan mantenciones y reparaciones de mediana complejidad a vehículos, junto a la venta de repuestos y accesorios para automóviles. Y gana el mínimo, en un contrato que tiene este ingreso como base, apoyándose en un sistema que suma bonos por producción. Manuel lo explica, y funciona básicamente, a la suerte de la olla.

Roxana Martínez en su departamento, en el sector de Michaihue, en San Pedro de la Paz. De fondo, luce la fotografía de su legado: su hija mayor, Bárbara y al menor, Vicente, quien está por finalizar el segundo ciclo de educación básica.
Roxana Martínez en su departamento, en el sector de Michaihue, en San Pedro de la Paz. De fondo, luce la fotografía de su legado: su hija mayor, Bárbara y al menor, Vicente, quien está por finalizar el segundo ciclo de educación básica.

“Si lo que yo produzco en el mes no alcanza a cubrir una meta, que es cerca de un millón 800 mil pesos en producción y venta de insumos, mi sueldo se corta en el mínimo”, comentó. Así, puede alcanzar en teoría hasta $ 800 mil mensuales en la temporada alta –entre octubre y marzo- y resignarse al mínimo el resto del año, mientras se turna con sus compañeros para atender clientes y mira constantemente el alcance de su producción diaria, a ver si hay posibilidad de unos pesos extras en el día de pago. Para eso, debe facturar unos $ 120 mil pesos diarios, lo que sólo logra con cierta facilidad en los meses de mayor producción. Sólo una vez, en todo el tiempo que lleva contratado, pudo facturar una suma importante que le permitió un sueldo sobre los $ 600 mil.

Para Manuel, es una ilusión falsa para los trabajadores, aquella en que apuestan por un empleo donde su nivel de producción y ventas es premiado, pero en base a metas casi inalcanzables en la realidad. La segunda ilusión, es quizá la más dolorosa: tener un título en la mano, aspirar con ello a un sueldo suficiente, pero obtener el mínimo. “En palabras simples, me desencanté de mi carrera. Yo opté por esto porque era más rentable, la posibilidad de encontrar trabajo era más inmediata, y era lo más viable considerando que ya tenía una hija y que otras carreras que me gustaban implicaban un proceso mucho más largo”, relató. Así, la realidad con la que se topó fue bastante diferente a la que visualizaba desde su instituto.

Alcanzar la dignidad en esas condiciones, afirma Manuel, es una tarea difícil, pues “no me da vergüenza ganar el mínimo, pero no me siento orgulloso de eso. Mi título no me garantiza nada y yo no gano lo que necesito, teniendo dos hijos y a mi compañera que está partiendo con un emprendimiento. No es lo que me gustaría, sino lo que necesito”. Aún así, afirma, sí hay formas de obtener lo mejor de la situación, y ahí es donde los valores son claves.

“No es sentirse orgulloso de ganar el mínimo, pero sí lo puedes dignificar siendo una persona honesta y haciendo bien tu trabajo. Le enseñas valores a tus hijos, de que aunque ganes el mínimo, no tienes por qué sentir odio por quien gane más, que hay que ser personas honradas y alcanzar lo mejor con base en el mérito”, expresa Jéssica, pareja y compañera de Manuel desde su adolescencia.  “Tratamos de inculcar a nuestra hija, que ya tiene 10 años, que no importan las cosas, sino lo que uno es. Importan los valores, los sentimientos, las intenciones. Pero igual es inevitable que nuestra hija se cuestione, es una niña todavía”, agrega Manuel.

Manuel Anabalón posa junto a su compañera Jéssica Avendaño afuera de su casa, en Hualpén. El grupo lo completa Elizabeth, de diez años, y el pequeño Leonel, que llegó a sus vidas hace diez meses.
Manuel Anabalón posa junto a su compañera Jéssica Avendaño afuera de su casa, en Hualpén. El grupo lo completa Elizabeth, de diez años, y el pequeño Leonel, que llegó a sus vidas hace diez meses.

Por eso se esfuerzan al máximo, endeudándose en más de alguna ocasión, para regalar experiencias a sus hijos, hacerles un obsequio de vez en cuando por su esfuerzo, o cumplir sus deseos. A veces, el deseo es tan simple como comer algo rico, ir al cine o salir de paseo. Así es que empiezan a sacar cuentas: separan el dinero de los pagos básicos, de los pasajes diarios –que dejan en montoncitos sobre un mueble -, y en ocasiones logran sacar una cola del sueldo para dedicarla al ocio y la entretención, elementos que consideran parte importante de su vida familiar. Juntan peso a peso y compran ingredientes para preparar una completada en casa. Con eso, dicen, es más que suficiente para ser felices.

Jacqueline: “El sueldo mínimo es una burla”

No hace mucho que inició sus vacaciones y Jacqueline Navarro Álvarez (46) ya está pensando cómo resolver el mes más difícil del año: marzo. Sobre todo con una hija de 14 años, Catalina, y el pequeño Francisco, de sólo 10 años de edad.

Jacqueline Navarro tomó algunos minutos de su tiempo para posar una mañana en el centro de Concepción. Aquí aparece junto a su hijo menor, al que llama dulcemente “Panchito”.
Jacqueline Navarro tomó algunos minutos de su tiempo para posar una mañana en el centro de Concepción. Aquí aparece junto a su hijo menor, al que llama dulcemente “Panchito”.

Así es para ella, como “una calculadora que no para”, y no sólo en marzo, sino que la mayoría del tiempo. Vive en Chiguayante, y hace dos años que trabaja al cuidado de dos niños en una casa particular, y su sueldo desde ese momento es el mínimo. En su caso, otras sumas llegan, como los bonos por carga familiar que alcanzan los $10.000 aproximadamente por cada uno de sus hijos en edad escolar; más lo que logra ganar en las múltiples ventas que idea; desde ropa en las ferias libres, hasta empanadas en invierno o humitas en verano. Siempre durante los fines de semana, el tiempo que tiene disponible para invertir en la generación de mayores ingresos para su hogar, como madre soltera.

“El sueldo mínimo no es un sueldo digno, y una como dueña de casa tiene que hacer rendir la plata como sea”, afirma Jacqueline, asegurando que aquella es una tarea difícil, que implica mucha presión y estrés, sobre todo porque cualquier dinero extra, en ningún caso suma, sino que ya está gastado desde antes de recibirlo. Como el bono marzo, que desde hace varios meses ya está destinado para la compra de útiles escolares.

Para lograr la meta de llegar a fin de mes, Jacqueline es rigurosa. Primero, explica, se encarga de pagar toda cuenta mensual obligatoria. Después separa dinero para otros asuntos, como vestimenta, y se inicia la tarea de cotizar. Allí aplica reglas: “Nada de grandes tiendas”. Eso sí, cuando se trata del calzado de sus hijos, prefiere invertir en buenos productos, pensando en el bienestar a largo plazo de los retoños.

Luego está el pedido de mercadería mensual: el mayorista Super Ganga es sin duda el supermercado más barato para llenar la despensa, y trata de ir siempre acompañada de una amiga. Así, compran grandes cantidades a medias, dividen los paquetes y toda sale más barato. Su honestidad es brutal: “Hay que buscar y buscar, no quedarse con la primera opción o la más fácil. La clave es dividir el dinero, organizar los gastos y ver qué es lo que más se ajusta a la vida real.   Y esa realidad es el sueldo mínimo”.

No puede olvidar que todo ello también afecta a sus hijos, aunque ella no lo busque. “También es un estrés para ellos, que la ven a una sacándose la mugre toda la semana y trabajando también durante los fines de semana para agrandar el sueldo”, sostuvo. Por eso, se esfuerza en juntar peso a peso para vacacionar con ellos y mostrarles de forma tangible, y mediante una experiencia familiar, el fruto de su trabajo y esfuerzo de todo el año. Su único objetivo es que ellos lo pasen bien, que se diviertan y que disfruten de los meses de verano, aunque ella, internamente, esté pensando en los gastos futuros.

Jacqueline toma esta realidad con absoluta seguridad, con orgullo, e incluso con humor. Pero hay cosas que no le dan risa, como el mentado aumento del sueldo mínimo. “Es una burla. Las 6 lucas son una estupidez frente a los millones que ganan en el Gobierno. Además, cuando sube el sueldo, también suben los precios en todas partes. Uno piensa que con el aumento de 6 mil podría comprar la polera que vio el otro día para el hijo, pero cuando recibe la plata, la polera ya aumentó de precio, y no te alcanza”, dice ofendida. 

Y aclara: “No es porque yo sea trabajadora de casa particular. El sueldo mínimo es una burla trabajes donde trabajes, ya sea en el comercio, o en otro lado. La realidad del sueldo mínimo es la misma para todos”. Por eso, considera que algo cercano a los $ 400 mil podría considerarse como un ingreso mínimo digno y justo. Pero, dijo, “hay que ser realista, porque el costo de la vida sigue subiendo”.

La primera puerta para golpear

Una de las maneras de enfrentar el bajo sueldo mínimo chileno está en las municipalidades. Los gobiernos comunales son la puerta de entrada para el 40 % más vulnerable de la población a una extensa lista de beneficios y subsidios gubernamentales tanto monetarios como no monetarios, explicó la directora de Desarrollo Comunitario de la Municipalidad de Concepción, Patricia González Ferrer.

Aquí, el primer paso, también ayudado por los municipios, es que las familias ingresen al Registro Social de Hogares, un instrumento que cuenta con datos sobre la realidad socioeconómica de cada familia y que entrega un número de folio único para cada una, registrando así su calificación socioeconómica junto a los datos básicos de su grupo, como cantidad de integrantes, rango de ingresos y domicilio.

Patricia González, Directora Dideco Concepción.
Patricia González, Directora Dideco Concepción.

Dentro de las ayudas más conocidas está el subsidio al agua potable, que llegó a 3.168 penquistas en 2016, y a una cifra un poco menor en 2017, dividida en 1.019 hombres y 1.459 mujeres. Esta ayuda se brinda por dos años y corresponde a un descuento en la cuenta mensual de agua potable de entre $ 5 mil a $ 7 mil pesos, rebajando hasta en un 50 % las cuentas de las familias. Aquello se fija con la compañía encargada de la distribución del suministro, y se aplica a través de la aprobación de un decreto. Con ello, la boleta mensual llega a las casas con la rebaja aplicada.

En 2016 fueron 7.922 personas beneficiadas con otros soportes, como el subsidio familiar y exención de aseo domiciliario; los que en 2017 alcanzaron a 5.773 personas. A eso se suma la ayuda social de alimentos (canastas familiares) en caso de personas que han estado cesantes por más de tres meses; la activación de una bolsa de trabajo municipal y la realización constante de talleres laborales para mujeres, que aumentaron de 50 a 273 en los últimos cuatro años, permitiendo a más de 3 mil mujeres aprender nuevos oficios y habilidades.

“Las economías familiares se ven mermadas al recibir un sueldo mínimo, por lo que estos beneficios hacen la diferencia y ayudan a la economía familiar. Somos ejecutores, coordinadores y la primera puerta donde llegan nuestros vecinos. La labor social del municipio es impostergable, y estamos cumpliendo con ella. Así ayudamos a salir de esta rueda del ingreso mínimo, donde el jefe o jefa de hogar no alcanza a cubrir las necesidades de su familia. Nos quedamos detenidos en las necesidades básicas constantemente y si no logramos que las personas suban de cubrir sólo sus necesidades básicas, difícilmente seremos una sociedad con mayor desarrollo”, dijo Patricia González.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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