El ajedrez debería ser parte fundamental de algunos capítulos de la historia penquista. Esta disciplina cuenta no sólo con más de ocho décadas de vivo funcionamiento, sino que, además, con el único campeón mundial que ha tenido el país y con varios expositores que han puesto el nombre de la capital regional en las altas esferas de este deporte ciencia.
Por Natalia Messer
Portadas y páginas ya polvorientas de los diarios El Sur, La Patria o El Diario Color cuentan, con mucha gracia y conocimiento, de las actividades ajedrecistas que antaño se realizaban en Concepción. Entre las crónicas también destacaban hojas sobre partidas de ajedrez y los concursos que se realizaban sobre esta disciplina que combina inteligencia, pasión, estudio y creatividad.
Pero revisemos la historia. Los primeros antecedentes en torno al ajedrez en esta zona datan de la década del ‘20, aunque de manera bastante “under”. Tal como sucedió con los grupos de jazzistas, actores, escritores y pintores locales, los primeros ajedrecistas fueron aficionados que gustaban de reunirse en casa de amigos y locales concurridos por la bohemia penquista.
Eso sí, entre este grupo amateur había un nombre que destacaba y que haría historia en el país, Otto Junge, descendiente de alemanes nacido en Concepción, quien llegó a convertirse, en 1922, en el ganador del segundo campeonato de ajedrez que se realizó en Chile.
Dos años después de su logro nació, también en la capital regional, su hijo, Klaus, quien siguió sus pasos, hasta superar a su maestro, pues antes de los 20 años ya era considerado como un maestro del ajedrez. Los penquistas, no obstante, no fueron testigos presenciales de tales hazañas, pues Otto junto a su esposa y su hijo, regresaron a Hamburgo en 1928, cuando Klaus tenía sólo cuatro años.
En Alemania, el descendiente de los Junge hizo carrera en el ajedrez, hasta transformarse en uno de los genios mundiales que han surgido en torno a esta disciplina. Pero su carrera se truncó en el campo de batalla, en abril de 1945, en las cercanías de Hamburgo. Cuentan que el día de su muerte, un grupo de campesinos que halló su cuerpo, encontró en los bolsillos de su uniforme varias anotaciones con análisis de partidas de ajedrez, un símbolo de la pasión que la guerra acalló a sus cortos 21 años.
El club
Cuando los grupos de ajedrecistas crecen, las ganas por competir y hacer actividades son cada vez mayores. A mediados de los años ‘20 comienza a surgir con fuerza entre los amantes del ajedrez un nuevo nombre: el de Mariano Castillo Larenas, profesor de inglés y francés, oriundo de Buín, que destacó por su destreza y por su labor de difusión del ajedrez. Cuentan que impartió clases por varias ciudades de Chile, entre ellas Concepción, donde instruyó a jóvenes del Liceo Enrique Molina Garmendia.
Mariano Castillo fue uno de los ajedrecistas que más veces llegó a ser campeón de ajedrez en Chile (ganó nueve veces el trofeo nacional). También tiene el mérito de haber empatado con el capo ruso Alexander Alekhin, quien siendo en ese entonces campeón del mundo era muy reconocido dentro del mundo del tablero por su estilo agresivo y combativo en el juego.
Así, con personajes como Junge, Castillo o Bernardo Gordon, otro destacado ajedrecista de la ciudad que brilló por esos años, el deporte en Concepción se formaliza. Fue el momento de buscar un lugar, hacer un club… ¡y comenzar a jugar!
“Esto adquiere forma en la década del ‘30, pero registros nos indican que en 1927 se jugó una final de ajedrez aquí en Concepción y que la ganó Mariano Castillo”, cuenta Julio César Rebolledo, actualmente presidente del Club de Ajedrez Concepción.
En 1945 se fundó de manera oficial el club de ajedrez de Concepción y tuvo su primera sede, que funcionó en el Centro Italiano, ubicado en la Galería Giacaman. Posteriormente, y siendo la década de los ’60, se traslada a Caupolicán, entre San Martín y O’Higgins.
Entre los fundadores del club están el mismo Mariano Castillo y Álvaro Solimano. Otros socios importantes irían apareciendo con el tiempo, como el fundador de Radio Bío Bío, Nibaldo Mosciatti Moena, también aficionado al ajedrez y considerado un excelente jugador entre sus pares.
El empresario, de hecho, donó una buena cantidad de dinero para adquirir la sede ubicada en Caupolicán. Era un entusiasta e impulsor del deporte. Era tanto su gusto por jugar, dicen, que el clásico noticiero El Informador de la radio Bío Bío debe su nombre al ajedrez.
“Al club había llegado un libro de ajedrez que suma todas las partidas del año que se llama El Informador. Entonces, Nibaldo Mosciatti, cuando recién formaba su radio, le pidió a don Guillermo “Memo” Rodríguez, que era reconocido jugador también, una sugerencia de nombre para su noticiero. Como estaba el libro, entonces don “Memo” le propuso tomar ese nombre y así quedó”, cuenta Julio César Rebolledo.
El 8 por ciento
Con un lugar físico ya disponible, el ajedrez se hizo más popular. Los diarios seguían día a día las actividades del club. ¿Quién ganó? ¿A qué competencia iría el ganador? ¿Cuál es la jugada maestra de la semana?
La ciudad estaba absolutamente “ajedrizada”. Según el diario La Patria, en una de sus ediciones de 1968: “Un 8 por ciento de los penquistas jugaba ajedrez”. Cifra interesante y que da para el análisis.
Las mujeres también daban la cara y movían sus piezas con la misma concentración y destreza que los hombres. Muy pensativas frente al tablero se encontraban, a finales de los ‘50, Mirta Álvarez y Adriana Fissore, en una competencia para novicios realizada en ese tiempo en la sede del club.
El interés ajedrecista superaba toda expectativa, pese a que se reconocía en los medios que o era un deporte fácil, pues requería de mucho esfuerzo intelectual.
Pero no sería hasta abril de 1985 que algo sorprendente sucedería y que daría a Concepción un título único.
El primer “niño maravilla”
Si todos piensan que el futbolista Alexis Sánchez fue el que adoptó por primera vez el nombre de niño maravilla, están equivocados.
Eduardo Rojas Sepúlveda, un tímido joven de 15 años, se convirtió en 1985 para la prensa nacional, en el primer “niño maravilla” de la historia del deporte.
Él no corría detrás de la pelota, pero con su mirada concentrada seguía cada uno de los movimientos que su contrincante hacía sobre el tablero de ajedrez. Nadie lo paraba. Era triunfo tras triunfo.
Los inicios de Eduardo Rojas en el ajedrez son tempranos. A los tres años comenzó a jugar motivado por su tío paterno, Rodrigo Rojas. En las reuniones familiares era común que llegara el tío cuarentón con su tablero bajo el brazo e invitara a jugar ajedrez a los hijos de la familia Rojas-Sepúlveda.
Fue entonces, en Navidad, que algo sorprendente sucedió: “Le dije a mi tío Rodrigo que quería jugar, entonces él aceptó y yo le gané esa partida. Tenía cuatro años. Todos se quedaron muy impresionados. ¡Qué es esto!, pensaron mis familiares. Producto de ello mi papá me hizo socio del Club de Ajedrez”, recuerda Eduardo Rojas, hoy de profesión abogado.
De ahí todo sería triunfo tras triunfo. Uno de sus profesores sería el propio presidente del Club de Ajedrez Concepción, Guillermo Rodríguez, quien lo entrenaría por casi cuatro años.
“Eran muchas horas de práctica diaria. Me gustaba mucho y lo pasaba muy bien. Me ponía ante un tablero y las horas pasaban”, cuenta Eduardo.
Fue así como comenzó muy rápidamente a asistir a diversos torneos y al poco tiempo llegó directo a los campeonatos internacionales.
“El primer campeonato internacional que jugué fue en México en 1981, para menores de 14 años, teniendo 11 años”, dice.
Desde 1981 hasta 1986 los diarios locales, como El Sur y La Crónica, siguieron todos los movimientos de Eduardo, quien siendo aún un adolescente ya competía con adultos.
Todos hablaban de este “niño maravilla”, que parecía no darse cuenta de la popularidad que había adquirido debido a sus victorias. Para 1985 era el tercer mejor jugador de Chile en la categoría de menores de 16 años.
Iván Morovic, otro grande del ajedrez nacional, junto con Eduardo Rojas se convirtieron en los años ’80 en los niños prodigios de este deporte-ciencia.
Siendo abril de 1985, en la ciudad de Petah Tikva, Israel, ocurriría entonces el hito deportivo. Allí, Eduardo, y acompañado tan solo de un profesor de ajedrez, porque su familia seguía sus pasos desde Chile, realizó la que se convertiría en su mejor jugada.
La partida más difícil, como aún recuerda, fue en contra de un competidor de la entonces Yugoslavia, que lo tuvo por mucho rato pensando en qué piezas mover. “Era muy bueno, de hecho juega hasta el día de hoy”, cuenta. El campeonato duró cerca de dos semanas y pese a que perdió una partida frente a un jugador proveniente de Luxemburgo, los cinco siguientes retos los ganó todos.
El título se definió con un ajedrecista de Suecia. Sólo necesitaba empatar para conseguir el trofeo y así lo hizo. Entonces Chile, en 1985, tuvo a su primer y único campeón del mundo de ajedrez.
“Jugué de manera conservadora y logré empatar. Era lo que necesitaba….El triunfo no me llamó mucho la atención, en ese entonces, porque venía jugando torneos de ajedrez desde hacía cuatro años, entonces sabía que había posibilidades de ser campeón del mundo”, explica Eduardo Rojas.
Con el triunfo claro, esperó por la ceremonia de premiación. Una copa recibiría, la que hasta el día de hoy conserva. Lo que vino después parece bastante obvio: portadas de los principales diarios del país, una visita a La Moneda, donde lo recibió Augusto Pinochet, y luego una invitación al Zoom Deportivo, en ese entonces conducido por Pedro Carcuro y Sergio Livinsgtone.
“Mi triunfo es el equivalente a como cuando Marcelo Ríos fue número uno en el tenis”, cuenta con orgullo este excampeón mundial.
Pero el ajedrez para Eduardo sería un capítulo más en su vida, porque en 1987 se inscribió en la Universidad de Concepción para estudiar Derecho. Con una familia de abogados -un padre que fue profesor de Derecho en la UdeC y una madre que llegó a ser Ministra de la Corte de Apelaciones- era bastante evidente que él siguiera sus pasos.
“El año ‘87 me olvidé del ajedrez y estuve alrededor de 25 años sin jugarlo. Hoy lo he vuelto a jugar, pero no con la frecuencia de antes”, comenta.
Korchnói picado
Al hito del título de campeón del mundo, obtenido por Eduardo Rojas, se suman otras situaciones, un tanto curiosas, que dan para pensar que Concepción, además de ser cuna del rock, también lo es del ajedrez.
La visita del ajedrecista nacionalizado suizo Víktor Korchnói, en 1988, fue todo un suceso. El maestro de maestros estuvo por Concepción y, como era de esperar, acaparó titulares en la prensa.
Korchnói vino a Concepción y Talcahuano a jugar una simultánea frente a otros 30 jugadores, entre los que se encontraba Eduardo Rojas. Una simultánea es cuando un ajedrecista juega contra varios otros jugadores a la vez. La idea es que este jugador, que en este caso fue el maestro suizo, vaya cambiándose de puesto, a medida que avanza en cada jugada.
“Hay ajedrecistas que incluso usan una venda en los ojos para jugar las simultáneas de ajedrez. Se saben sus movimientos de memoria”, explica Óscar Estay, vicepresidente del Club de Ajedrez Concepción y actualmente campeón de esta ciudad.
Korchnói, acompañado también del ajedrecista chileno Iván Morovic, venía a demostrar quién era el vicecampeón del mundo, pero como el nivel en Concepción nunca ha sido malo, se llevó una gran sorpresa al perder dos partidas en la simultánea de ajedrez.
Como era de esperar, se molestó, o en buen chileno, se “picó”, pero sólo un poquito. Al menos eso se cuenta. Es que perder alguna partida, siendo considerado uno de los mejores ajedrecistas del mundo no debió ser fácil para él.
Aun así, el brillante ajedrecista se llevó una gran impresión de Chile. “Es una gran nación con gente muy bien preparada”, dijo en ese entonces Korchnói.
Todos pueden
Para ser como los grandes maestros se requiere de mucha técnica y cientos de horas de estudio. Si bien el ajedrez se considera casi un arte, es un deporte que todos, sin distinción, pueden practicar.
“Lo bueno que tiene el ajedrez es que no importa si está jugando un niño contra un adulto. No se notan esas diferencias como en otros deportes, donde el adulto tiene posibilidades de ganar por razones físicas”, opina Óscar Estay.
No hay límites, aseguran desde el Club de Ajedrez Concepción. Inclusive Tomás Figueroa, un joven ciego que estudió en la Universidad de Concepción, se convirtió en campeón de Chile y estuvo dentro de los mejores ajedrecistas en la especialidad de no videntes.
El ajedrez penquista ha tenido y tendrá más piezas claves en su tablero. Un semillero de talentos que siempre está creciendo. Desde el hito de Eduardo Rojas, hasta los títulos de maestros internacionales en el ajedrez, obtenidos por los penquistas Luis Valenzuela y Pablo Salinas. Todos estos hechos contribuyen, sin duda, a que esta historia se escriba a favor de Concepción, ¡al parecer la ciudad del jaque mate!