Impactantes relatos de cinco personas que con valentía superaron la adversidad que estuvo a punto de quitarles la vida durante el terremoto del 27 de febrero.
Encontraron en el Hospital Clínico del Sur el afecto y el tratamiento adecuado del personal que superando sus temores e incertidumbre personal lo dieron todo para atender a sus pacientes y a los casos graves que ingresaron por la emergencia.
Veintiuna personas colaboraron para que Milena Zúñiga fuera rescatada y trasladada hasta el Hospital Clínico del Sur, desde su departamento, ubicado en el piso 11 del edificio Alto Río, la estructura ícono del terremoto pasado que cayó de espaldas mientras la tierra se movía frenéticamente durante la madrugada del 27 de febrero.
Para ella fueron veintiún ángeles, entre vecinos, desconocidos y amigos, quienes milagrosamente aparecieron en el lugar, quizás gracias a las oraciones que esta ingeniero comercial, asesora financiera de la Corredora FIT, no paró de repetir, mientras esperaba malherida e inmóvil que alguien escuchara sus gritos de auxilio.
Esa noche había estado, como muchos chilenos, viendo por televisión el festival de Viña del Mar. Quería mantenerse despierta para esperar a Cristian Fernández (Tatán), su marido, quien se encontraba trabajando en su tienda La despensa del Chef, ubicada en la hoy en ruinas Aurelio Manzano de Concepción. Le insistió varias veces que regresara pronto. Tenía sueño y su hijita Beatriz, de un año, todavía estaba llena de energía.
El terremoto los sorprendió juntos cuando dormían. Era tan impresionante que se sentían como dentro de una juguera. Miró hacia el lado en busca de su hija. No estaba. Cristian la había traslado a su cuna, ubicada en otro dormitorio.
Como pudieron se levantaron para socorrer a la pequeña. Antes de llegar a la puerta, un mueble dio de lleno en la cara de Milena. Alcanzó a percatarse que de su ojo derecho emanaba mucha sangre antes de desmayarse al lado de la cama. Cristian intentó moverla, pero no pudo y siguió hacia el dormitorio de Beatriz. El refrigerador, ubicado en el comedor -por sus dimensiones no cabía en otra parte -cayó sobre él y le rompió el cuello.
El aparato quedó en lo que los expertos llaman el ángulo de la vida, con un vértice en el cielo del departamento y el otro en uno de los muros. Cristian yacía bajo ese espacio.
El matrimonio sólo tenía la percepción de lo ocurrido al interior de su departamento con todos los objetos que cayeron y las heridas que sufrieron, pero nunca imaginaron que el edificio se había desplomado y, menos, que sería la imagen que recorrió el mundo del terremoto en Chile. Algo que no comprendían, porque a todos los propietarios se les ofreció como ventaja que era una edificación antisísmica.
“Creo que me quedé dormida por unos segundos y por eso pensé que estaba soñando, sólo reaccioné cuando “Tatán” comenzó a hablarme, despidiéndose. Sentía mucha sed, estiré la mano y como por milagro encontré una botella con un líquido para la deshidratación que me había regalado mi cuñado”. La oscuridad, el intenso olor a cemento, el polvo y las réplicas hacían más incierto el drama que estaba viviendo. De fondo se escuchaban los desesperados clamores de los vecinos, entre ellos, los de “don Carlos”, una de las 8 víctimas fatales del Alto Río.
Oír el llanto de Beatriz la tranquilizó. “Se notaba que su llanto no era de dolor, pero estaba angustiada, sola, en su cunita”. En ese momento le entregó a Dios el destino de su hija.
“Cuando supimos que estaba embarazada hicimos una misa donde le prometimos a la Virgen que la cuidaríamos siempre. Pero ese día me sentía tan débil. que dije: Virgen, cuídala, porque yo no puedo hacer más”, relata.
La voz de un niño que le pedía a su papá que lo salvara. “Ayúdame, eres mi héroe”, le imploraba, la hizo reaccionar.
“Dije por qué no trato de pararme, caminé un poco, miré hacia arriba y vi las estrellas más lindas que jamás había observado. Me di cuenta que las ventanas eran ahora el cielo de nuestro departamento”. Le volvió el optimismo. Comenzó a oír que algunos de sus vecinos ya estaban afuera del edificio. “Les gritaba amigos, por favor ayúdenme. No me dejen, sé donde está mi hija”.
La voz de una mujer se coló por su ventana.“Tranquilita, mi marido está sacando a mi hijo y va a ayudarte”, me dijo. “Ella intentaba meter su mano hacia adentro, para sacarme, pero yo no podía mantenerme”. Finalmente la ataron con una cortina. “Le dije, Tatán, lo logré. Él me alcanzó a oír”.
Finalmente la oportuna información que entregó donde estaba su hija permitió a un bombero llegar hasta el lugar y traerla con vida, ilesa. Para que la niña no se impactara con las lesiones que había sufrido se la entregó a una amiga que vivía a pocos cuadras de la “zona cero”. Fue trasladada al Hospital Clínico del Sur, donde se le diagnosticó un traumatismo de cráneo, una fractura estable en la columna y una profunda herida en su hombro.
Prueba de fuego
A la misma hora en que Milena Zúñiga recibía la atención de urgencia, el médico Roberto Vigueras ponía a prueba los nervios de acero desarrollados durante las cientos de horas en el quirófano, operando cerebros y complicados traumas. Su objetivo era llegar a Pingueral para rescatar a su mujer que había intentado huir en su vehículo hacia un cerro.
“Escondidos de los Carabineros y Bomberos que no dejaban pasar por los restos de Dichato rescatamos a mi mujer por los cerros de Menque, casi a las 7 de la mañana. Una ola prácticamente cubrió su auto mientras escapaba, pero la hallamos sana, que es lo más importante”, rememora.
Su odisea no terminó ahí. Tenía que ubicar el resto de su familia y llegar hasta el Hospital Clínico del Sur -donde forma parte del staff de cirujanos interconsultores- para tener noticias de tres pacientes a quienes había operado los días anteriores al terremoto.
Con la mejor cara
Milena recuerda que la situación en el Hospital Clínico del Sur era la de un “universo paralelo”. “Había enfermeras que llevaban un día en turno. Ellas también estaban angustiadas por sus familias; algunos médicos tenían sus casas en el suelo, las niñas de la cocina no habían ido a ver sus hijos, otros llegaban en bicicleta, pero todos nos atendían con la mejor cara”.
Así también lo vivió Claudia Vergara, secretaria de la Municipalidad de Hualpén. “A pesar del caos que produjo el terremoto, ellos hacían lo imposible por mantener la calma, trasladar a los enfermos que estaban en en el cuarto piso y atender las urgencias que inmediatamente comenzaron a recibir”.
El 26 de febrero, Claudia llegó al Hospital Clínico del Sur para curar una rebelde herida en su dedo provocada por un accidente.
Algo no estaba bien, y los médicos le recomendaron internarse. Costó convencerla. Sabía que su mamá quedaría sola en su casa. Su padre había muerto hacía pocos días y ella era su única compañía.
Finalmente accedió. Despertó con el ruido de los objetos metálicos y los gritos de los pacientes que hacían más caótica la situación.
“Me puse las zapatillas y comencé a contactar a los enfermos de las habitaciones de mi piso. Otros corrieron a revisar las vías de escape para evacuar en caso que se necesitara. Había gente de Constitución, de Limache, de Curanilahue, de Los Ángeles, todos ellos angustiados por no saber qué estaba pasando fuera, en nuestros hogares y qué dimensión tenía lo que había ocurrido”. Hoy dice que Dios sabe por qué hace las cosas. “Si yo no me hubiera internado ese día, como me aconsejaron los doctores del hospital, no habría podido seguir con el tratamiento de antibióticos que necesito para mi recuperación. Con las farmacias saqueadas, las vías de acceso a Concepción colapsadas e inutilizadas jamás habría tenido los medicamentos”.
El terremoto en el puente LLacolén
Una de las primeras urgencias a las que se refería Claudia, fue la de Sebastián Seguel (21), estudiante de ingeniería comercial de la Universidad del Desarrollo.
Había visto muchas películas sobre colapsos de puentes, pero nunca imaginó que la madrugada del 27 de febrero sería protagonista de una historia real que casi termina con su vida al ser sorprendido en medio del puente Llacolén cuando se inició el terremoto. Sintió que su camioneta volaba por los aires. Afortunadamente cayó al otro lado del forado por centímetros. Logró salir arrastrándose a gatas, “porque el fuerte dolor que sentía en la columna me impedía desplazarme de otra forma”.
Su acompañante salvó ileso y reconoce su valentía, porque en todo momento le prestó ayuda, pese a que sabía que estaba frente a algo muy grande y que también su familia podría haber sufrido problemas.
Sebastián no deja de destacar la solidaridad ante la adversidad, ya que en medio del pánico y el caos, un conductor que pasaba por el sector no sólo se detuvo, sino que también lo trasladó hasta el Hospital Clínico del Sur, donde le diagnosticaron una fractura en la columna.
Su madre destaca lo acertado de haber concurrido a ese centro asistencial porque pudo recibir una atención especializada, especialmente del médico Walter Rivas, hacia quien, como familia, sólo tienen palabras de agradecimiento, porque todo lo que hizo fue más que un trabajo profesional al mantenernos informados momento a momento de la evolución de su hijo.
Simplemente perfecto
El médico Roberto Vigueras llegó al Hospital Clínico del Sur donde recuerda le impresionó el enorme sacrificio de todos los trabajadores del recinto que operó ininterrumpidamente desde las 3.34 del 27 de febrero. “Fui testigo de casos donde el personal trabajó dos días seguidos, y se emocionaban cuando entregaban sus turnos, porque no sabían con la realidad que enfrentarían en sus hogares. Doy fe que la capacidad de entrega sobrepasó mucho a lo habitual”, recuerda.
El facultativo destaca el potente liderazgo del gerente general, del director médico y del jefe de mantención del Hospital, quienes guiaron a un equipo humano cohesionado, pero también garantizaron a los médicos y profesionales de la salud que recibieron las urgencias post terremoto que tanto la infraestructura, pabellones y sala de procedimientos, como el equipamiento de apoyo clínico, sus laboratorios y el banco de sangre funcionarían con la misma calidad y seguridad con que operan habitualmente. “Obviamente tras bambalinas hubo muchas dificultades que exigieron un doble esfuerzo para el personal, pero así y todo pudimos hacer todas las intervenciones que se necesitaron, gracias a un trabajo de equipo que califico de simplemente perfecto”.
En su recorrido por el Hospital Clínico del Sur, Roberto Vigueras se encontró con Milena Zúñiga y estuvo a cargo de su tratamiento. Cuatro días después del terremoto “Tatán” -rescatado casi al mediodía del 27 de febrero- llegó también al lugar, trasladado desde otro recinto asistencial. Su diagnóstico era gravísimo: una luxofractura cervical de la c5 y la c6, que podía dejarlo parapléjico. Fue operado por el médico Walter Rivas y hoy se recupera de sus graves lesiones. “Apenas llegué al hospital donde estaba Milena me pusieron un halo en la cabeza. Cuando lo tenía puesto sentí un relajo inmenso. Les dije a los doctores que me atendieron: les pido permiso, pero me voy a poner a llorar de pura felicidad. Al fin sentía que estaba a salvo”.
Ni los dramáticos efectos del sismo impidieron que el Hospital Clínico del Sur funcionara como único centro de salud privado, tras la emergencia gracias a la infraestructura y a la entrega de su personal.
Es más, en contraste con los dramáticos efectos que generaba el terremoto, se atendió un parto con el nacimiento de un niño de tres kilos de peso en una señal de esperanza y testimonio de vida que emocionó a todos los funcionarios que participaron en el procedimiento. La madre, junto a su hijo, fueron trasladados posteriormente al hospital Clínico Regional Guillermo Grant Benavente.
De manera interrumpida recibieron pacientes en urgencia para su atención por cirujanos y traumatólogos las 24 horas. Además están operables sus equipos para exámenes de radiología, resonancia magnética de emergencia y scanner, para los pacientes que sufrieron traumatismo o lesiones graves, como también sus laboratorios y banco de sangre. Si bien los servicios de UCI y UTI estaban copados, pero se cuenta con disponibilidad para casos extremadamente necesarios.
Pese a los efectos del sismo, el centro de especialidades médicas del hospital comenzó a otorgar atención ambulatoria desde el lunes 8 de marzo.
Una nueva vida
Pasados cinco minutos de la siete de la mañana, un médico cirujano y personal de turno de la urgencia del Hospital Clínico del Sur atendían el parto de Priscila Pérez (21) en una improvisada camilla de maternidad para traer al mundo a Lucas -su segundo hijo- que adelantó su llegada en dos semanas, en medio de las réplicas del terremoto.
En la medianoche los dolores de las contracciones la motivaron a internarse en el Hospital Regional. El terremoto la sorprendió en la sala de preparto, en plena preparación para una cesárea.”Fue terrible, todo se caía a mi alrededor, pero yo sólo pensaba en mi otro hijo, Martín, que estaba con mi mamá en su casa. Tenía 3 centímetros de dilatación y le dije a mi pareja. Arranquémonos, alcanzamos a ir ver a Martín y luego volvemos”. Pidió permiso para ir al baño y escapó por una escalera ubicada junto al pabellón, mientras las réplicas seguían cimbrando al “Regional”. Su huida la interrumpieron dos guardias que la conminaron a quedarse en el lugar. Prometió que esperaría la llegada de una matrona y en un descuido de los funcionarios concretó su plan. Recorrió más de 20 cuadras, descalza y sólo vestida con la bata del hospital. Su pareja no le perdió pisada. “Esperábamos que pasaran las contracciones para correr. Nunca paré, hasta que llegué a la casa y comprobé que mi hijo estaba sanito. A esas alturas tenía contracciones cada 30 segundos”.
A través de la ventana vio las luces de una baliza. A los 5 minutos un carro de bomberos se estacionaba en su puerta, la guagua ya venía y lo más cercano era el Hospital Clínico del Sur.
“Pese a toda la sobrecarga de atención con dramáticos casos de heridos por el terremoto de inmediato se dieron el tiempo para mi parto, pese a que el recinto no tenía maternidad. Me atendió un médico y una enfermera en una sala de procedimientos. Ellos me sentaron en una cama, bien al final, mientras unas enfermeras sostenían mis piernas, como improvisando una camilla ginecológica”. Sin poder disimular su emoción da gracias a Dios y a toda la gente de ese hospital que la ayudó. “Mi hijo nació sanito. Ahora pienso que no medí las consecuencias de lo que hice, pero fue mi instinto materno el que me llevó a hacer esa locura en medio de un terremoto”.