Hurgaron en sus recuerdos y rehicieron la ruta de la muerte que se llevó a sus seres más queridos o a sus amigos. Desde los escombros o fierros retorcidos, desde los techos o con el agua al cuello se dieron la mano, pusieron ingenio y sobrevivieron en lucha titánica contra las fuerzas de la naturaleza en historias que ponen los pelos de punta. De paso por Concepción, para mejor apreciar la Torre O´Higgins, el argentino Yamil Samur, destaca la fuerza de los chilenos por salir adelante: “¡Qué bárbaro lo que ha pasado con ustedes…!” ¿Será así?
Tres años tenía Arturo cuando el mar se lo arrebató a su madre en Santa Clara, una de las poblaciones de Talcahuano devastada por el tsunami de febrero de 2010. Y ella se quedó con el grito desgarrador del niño llamándola. Lissete Silva Silva (26), en estado de schock, recién se enteró de la muerte del pequeño -y el de su abuela y respectiva consuegra- al caer aquel día 27. Todavía no entiende por qué no escapó.
Para entonces, ella y Petronila Silva (52), su madre, habían logrado sobrevivir al remolino de las aguas y a la inundación de tres metros de altura en la población dónde viven 2.300 personas, hoy repartidas en campamentos de Talcahuano. Aquí mismo, en Santa Clara, otros vecinos que han vuelto siguen apuntalando sus casas para el próximo invierno o esperando por las nuevas que el Estado construirá en sitios propios.
Aquí, también, el 1 de febrero las autoridades tenían previsto colocar la primera piedra de las “casas tsunami resistentes”, un proyecto inmobiliario de 140 casas de 55 metros cuadrados, de dos pisos en albañilería y madera.
Santa Clara, un barrio más de las tres regiones afectadas de Biobío, Maule y O’Higgins, aporta al recuento oficial de 763 víctimas con diez fallecidos. Y así como aquí todavía hay pena por Arturo, en otro punto de Talcahuano sigue latente el dolor del superintendente de Bomberos Luis Fregonara Molina por su fallecida esposa María del Pilar Bermúdez Bustos. Aplastada por el derrumbe de un muro contiguo, en Bulnes 178 también murió su suegra, María Cristina Bustos Ruiz, y él las encontró a ambas.
A un año del desastre hay más pobreza, según una encuesta complementaria a la Casen (Caracterización Socioeconómica Nacional), y en nuestro recorrido apreciamos tristeza, desolación y rabia, conformidad y resignación, pero esperanzas también. En Dichato hallamos en pie de guerra a los propietarios del borde costero, que encabeza Lorena Arce, y a Jimena Toledo, vocera del campamento El Molino, sector 4, que clama: “Si vamos a pasar otro invierno aquí, que por lo menos sea en condiciones dignas”.
En Concepción recogimos el testimonio de Ismenia Burgos Pincheira y su sobrevivencia en Alto Río junto a su esposo Juan Carlos Retamal y su hijo Carlos, y en O’Higgins 280, conversamos con el arquitecto Miguel Hargous y de cómo se dio maña para entrar a sus oficinas en la zona cero. Y justo frente a su puerta con la familia de Yamil Samur, argentinos de Buenos Aires con parientes en Concepción, de tour por la ciudad observando y fotografiando la alicaída Torre O´Higgins, un monumento a la ingeniería: “¡Qué bárbaro lo que ha pasado con ustedes…! Pero la fuerza que tienen los chilenos para levantarse es tremenda. Se merecen un premio”.
Los valientes de Santa Clara
Un joven sobreviviente que se hallaba sobre el techo de una vivienda rescató semidesnuda a Lissete Silva -“quedé en cuadros, el agua me sacó hasta el pijama”- y a su madre. Desde entonces vive para su duelo y visita semana por medio al niño en el Cementerio número 2 de Talcahuano. “Tengo que respetar el duelo por mi hijo”, dice, en respuesta a la posibilidad de una segunda maternidad, como le sugiere también Cristián Arancibia, el padre de Arturo, y quien halló el cuerpo del pequeño en el lodazal.
Con este trabajador de la pesquera El Golfo (redes) han vuelto a vivir juntos, y ella pasa los días dibujando o dedicándole poesías a Arturo, quien, como ella, vivía en Manuel Bayón 292 interior, en Santa Clara. Con su guagua en brazos, y durmiendo, enfrentó el golpe de agua. “Nunca pensé que el mar se iba a salir. Cuando mi tía gritó que venía el agua, salí al patio. Mi guagua dormía y con la tercera ola se despertó, pero se me soltó de los brazos…” Ni con las sesiones de sicólogo y siquiatra ha logrado superar su tristeza.
Diez vecinos -dos estaban de visita- murieron el día del tsunami en Santa Clara. Y si no hubo más fue por la heroica acción de “héroes anónimos”, como dice Gonzalo Venegas Muñoz, el presidente de la junta de vecinos que se conformó el 19 de abril de 2010, y quien asegura que el alcalde de Talcahuano, Gastón Saavedra Chandía, nunca más será jefe comunal. “La Municipalidad apareció 25 días después por aquí…”.
Lo que han conseguido, agrega, lo han hecho a pulso o de la mano con la intendenta Jacqueline van Rysselberghe, mientras enumera a los hermanos Alexis, Carlos y Daniel Bermedo, Juan Varela, Jorge Pacheco, John Martínez y tantos más que, en botes zodiac, recorrían la población recuperando cuerpos o bajando gente de los techos, como le pasó a Mercedes Jara Baily. Con su marido escapó al cerro, pero volvieron por la insistencia de Bomberos en que no había tsunami. “En eso sentimos un boche tremendo, nos subimos al techo y me abracé al cañón de la estufa; pasamos a otros techos, no sabíamos cuánta agua había abajo y, para peor, no amanecía nunca. Por todos lados había gritos de hijos llamando a sus madres y de madres llamando a sus hijos. Uno de los niños en bote me rescató, venía con mi hija, estaba desesperada por encontrarme”.
“Esos son mis valientes”, destaca Venegas. Este barrio, próximo a Isla Rocuant, nació y creció junto al Matadero y luego con las plantas de harina de las pesqueras Vásquez, Torres Basaur y San Miguel en la década del ’90. Para salvarse esta vez, gran parte de los vecinos se encaramaron a los cerros de Las Higueras tras recorrer diez cuadras y con el agua pisándoles los talones. Hasta las seis de la mañana se habían reunido en torno a fogatas.
Ahí, en los cerros, encontró a su madre después de mucho buscar Mauricio Betancourt Morales. Venía de Dichato, adónde trabajaba, y halló Santa Clara cubierta de agua. Hoy es parte de la nueva directiva poblacional, recuperaron la sede, distribuyen en el vecindario todo lo que llega y agradecen el aporte de World Vision, del colegio Wessex School, de la U.de Concepción y de vecinos de la Florida, en Santiago, por el envío de un camión con un cuanto hay.
“Hemos trabajado como chinos”, agrega el presidente vecinal y propietario de una panadería que perdió 500 sacos de harina. Otros 100 los compartió con el vecindario. Una vez que terminó de repartir, “me abracé con mi hermano y me puse a llorar”. Gonzalo Venegas lloraría una segunda vez cuando Bomberos le entregó sin costo alguno el medicamento Atemperato que necesitaba para su hijo con síndrome de Down. Con ese gesto “me sentí feliz y pagado”, evoca.
En ataúd prestado
El superintendente de Bomberos Luis Fregonara (60) nunca supo qué flores llegaron a manos de su esposa, en vísperas del terremoto, en su aniversario de matrimonio y hoy se pregunta qué sentido tendría un viaje a Piemonte, en Génova, la tierra de su nonno adónde el matrimonio viajaría ya jubilados. Aquel día, desde Quillón, de vacaciones con dos de sus tres hijos, le pidió a un amigo hacerle llegar “algo bonito” a la asistente social de la Municipalidad de Talcahuano; él viajó a almorzar con ella y regresó a la parcela. El sábado 27 llegaría la ex presidenta Bachelet a inaugurar el tercer acceso a los cerros de Talcahuano y su esposa trabajaba frenética.
La volvió a ver fallecida en Bulnes 178. El derrumbe de un muro contiguo destruyó el segundo piso de la casa adónde María del Pilar Bermúdez cuidaba a su madre enferma. Murieron las dos y una enfermera atrapada en los escombros perdió una de sus piernas.
Mientras hablamos en la Cuarta Compañía de Bomberos Umberto Primo 1°, rey de Italia, al jefe bomberil, profesor de matemáticas e inspector general en el Liceo A-21, se le ensombrece la mirada y se le anuda la garganta: pasado el terremoto, dice, llamó a su esposa y ante su silencio decidió regresar al puerto.
Ni el mejor de los directores de cine habría conseguido lo que él y sus hijos Paolo y Piero, bomberos como él, vieron esa madrugada del 27/ F en Talcahuano, recorriendo sus calles e intentando hallar una escalera para entrar a la casa de su suegra. En la Plaza de Armas se amontonaban barcos, contenedores, autos, casas destruidas, maderas, basuras; en la obscuridad de la noche, los hijos llamaban a su madre y él seguía bregando por abrir puertas y ver lo que no quería ver.
Cuando logró entrar, se percató que el segundo piso no existía y que en el primero se amontonaban escombros y debajo estaban los cuerpos de sus familiares. A dos voluntarios que llegaron a asistirlo, les pidió que taparan a su mujer al momento de sacarla y al diputado y bombero Jorge Ulloa Aguillón, una urna.
“¡Espérate!” -le dijo el parlamentario- y regresó con un ataúd primero y luego con otro. En una de las calles del puerto los había visto flotar y fue por ellos. En el cuartel de Bomberos, veló a las mujeres, el lunes las sepultó y al día siguiente siguió trabajando.
Sin quererlo, dice, fue ejemplo para sus hombres. Y apretando los dientes, todos se sumaron a la emergencia en la Octava Compañía de Bomberos, en Las Higueras, adónde se instaló el comando conjunto de Bomberos, PDI, Salud y Municipalidad. Incautaron un par de camiones con 30 mil litros de petróleo, surtieron ambulancias y vehículos fiscales y a un matrimonio desesperado por volver a Talca a ver a sus hijos.
“Así como el incendio de la bahía de San Vicente, en marzo de 1993, marcó un antes y un después para Bomberos -hasta ahí funcionó el bombero romántico del casco y la toalla-, el terremoto-tsunami ha marcado también un antes y después para Talcahuano. Seremos hediondos (y es la única vez que sonríe) y todo lo que se quiera, pero amamos nuestra tierra y nuestro sentido de pertenencia es grande. Mi mujer era enferma por Talcahuano…” dice, convencido del despegue que experimentará la ciudad puerto tras esta catástrofe. Aún con su pena de joven viudo a cuestas.
Campo de concentración
Jimena Toledo Knothe es inspectora en el Liceo Polivalente de Tomé y vocera del campamento El Molino, donde viven 1.500 personas (451 familias). La mitad de Dichato está ahí, arriba, y ella alega porque se sienten como en un campo de concentración viviendo en reducidos espacios, con un baño para tres familias y sin agua potable. “Si vamos a pasar un invierno más acá, mientras reconstruyen nuestras casas, que al menos sea en condiciones más dignas”, pide.
En la casa de su ex marido la sorprendió terremoto y tsunami y arrancó con hijos y nietos; los llevó cerro arriba, organizó a los vecinos que iban llegando y después de las 8 de la mañana bajó a la playa a recoger botellas de agua enterradas en la arena. En la mitad de la plaza de Dichato halló una casa, la abrió y entró. Todo estaba seco y sirvió para quienes -ancianos sobre todo- habían armado bajo ramas y latas en los cerros sus improvisadas casas.
A esa hora, cuenta, “el mar era una gelatina y la playa, una siembra de balones de gas, de sillones de cuero, refrigeradores, camas. Había de todo enterrado. Bajamos a buscar platos, ollas, bebidas, agua mineral, leche y azúcar. Hasta carne encontramos en una nevera”.
Jimena Toledo, que trabajó en la delegación municipal de Dichato y conoce a medio mundo, agradece a los chillanejos y a los militares su ayuda. “La gente de Chillán llegó en caravana y nos trajo víveres, frazadas y ropa”, y aunque califica como “traumático” haberse sentido invadida por fuerzas militares, hoy aprecia su aporte.
“Yo tenía trancas con el Ejército, pero ahora los conocí desde otra perspectiva. El coronel Esteban Guarda es un hombre excepcional. Es admirable la capacidad de organización, de orden, de disciplina, de llegar a la gente, de apoyarla, de tenerle paciencia, comprensión y, además, una voluntad de oro para todo. Un soldado hacía la comida y cuando estaba listo, nos llamaba: “¡mamita, mamita, al rancho, al rancho…! con su forma de ser, con su entusiasmo nos ahuyentaba la depresión”.
Ahora, dice, se sienten inseguros en el campamento, el cuartel móvil de Carabineros se retiró también y están distantes un kilómetro de la Posta, de Bomberos, de Carabineros y del comercio. “Podemos bajar (al balneario) claro, pero $300 (en pasajes) son importantes cuando se vive de una pensión como muchos aquí”.
La franja de castigo
A la Costanera de Dichato ha vuelto el olor a fritanga (papas, empanadas y pescado) y las trenzas de macramé mientras el golpeteo de martillos es incesante. Los turistas deambulan, miran y sacan fotografías de una boca desdentada que ahora parece el balneario con una casa o chimenea por medio en pie y letreros a la ligera pegados en algunas ventanas: No a la expropiación.
¿A qué se oponen? A la expropiación de una franja de 1.800 metros de largo por 20 metros de ancho para ser traspasada a Bienes Nacionales, destinada a un bosque de mitigación y por la que el Fisco pagará US$ 4,6 millones, a razón de 3 UF por metro cuadrado (cifra preliminar) a 120 familias (47 roles). Además, en el área que parte en el sector de Litril y termina en el estero Dichato, habrá ciclo vía y un paseo costero.
El arquitecto del Plan de Reconstrucción del Borde Costero, Sergio Baeriswyl, consideró que la franja en cuestión es la más afectada por el tsunami del 27-F, pues la velocidad y altura de la ola superaron la capacidad de cualquier construcción de resistir en pie. Los árboles permitirían disipar hasta el 40% de la energía de un nuevo maremoto y más opciones de sobrevivencia a la población que vive en las zonas bajas de Dichato.
“No es lo ideal, pero si es por la seguridad de las familias, no hay nada más que hacer. Estamos a un punto de llegar a acuerdo. La intendenta Jacqueline van Rysselberghe nos ha dicho que tendremos un Dichato nuevo, turístico y lindo”, explica Antonio Alomar Valenzuela, presidente de la Cámara de Comercio de Dichato que agrupa a 144 comerciantes. Varios de ellos surgieron a pulso con sus cocinerías a orilla de playa y llegaron a ser dueños de reconocidos restaurantes, y hoy, como parte de la Agrupación del Borde Costero que preside Lorena Arce, son férreos opositores a la iniciativa.
Están convencidos de que la expropiación dará paso al desarrollo de un negocio inmobiliario privado fabuloso a futuro, y “nosotros habremos vendido el metro cuadrado a precio de huevo. No vamos a transar por muchos millones que nos paguen”, coinciden Marcos Jara Chamorro (restaurante Tío Agustín), Raúl Araneda, (Don Ra), Antonio García (Cabañas), Mónica Reyes Lara, (restaurante CostaBella), Alejo Valderrama, David Zuchel y Nora Orellana Hoffman. Agregan que dichatinos y chillanejos propietarios residentes rechazan el proyecto porque no hay fundamentos sólidos y que “el tsunami pasó a ser el mejor pretexto para expropiar la zona costera de Dichato a bajo precio”, como afirma la profesora Lorena Arce. Las protestas, dice, recién están empezando.
Dos horas en el infierno
Tras el siniestro y cómo pudo, Carlos, el hijo quinceañero de Ismenia Burgos, logró mantener despierto a sus padres y a algunos vecinos heridos. Les describía el cielo que podía ver y desde un reloj que llegó a sus manos, los tuvo al tanto de las horas hasta que pudieron salir del edificio Alto Río descolgándose con ayuda de cortinas. En su camino se encontraron con los motoristas de Carabineros Alan Ferrada Garcés y Mauricio Contreras Garcés, los primeros en llegar a auxiliarlos, y con Milena Zúñiga, mal herida y que sigue siendo vecina en Colón 9000, su nuevo barrio.
El 1 de diciembre de 2009 la familia llegó a vivir al departamento 1208 de Alto Río (2.200 UF a 20 años plazo). Una hora antes del terremoto Ismenia había regresado de un asado con sus amigas scout. Compartió un café y un cigarrillo con su esposo y se fueron a dormir. Braulio, el hijo mayor había ido a dejar a su polola y sólo estaban los tres. “Pasamos dos horas y media allí pensando en que íbamos a morir. Era un infierno, dimos miles de vueltas y casi no se podía respirar por el polvo que se levantó y el olor a gas. Por suerte, los dos caímos hacia un mismo lado y el colchón nos protegió”. Golpeados, adoloridos y asustados llamaron al hijo y cuando Carlos les contestó y les dijo que podía ver el cielo, idearon cómo salir. Ella prestó sus hombros y Juan Carlos, el esposo, trepó hasta un balcón y con una cortina, más tarde, la izó. “Hasta que no salimos del edificio no supimos qué había pasado. Hicimos parar un auto, parece que el conductor era de Arauco y en pijamas llegamos a la casa de unos amigos en Hualpén. Allí nos reencontramos con nuestro hijo Braulio. Nos abrazamos y rezamos. ¿Qué más podíamos hacer…? Estábamos juntos y con vida, por los hijos hay que sacar las garras y seguir”, dice, en un proceso que ha sido agotador.
Cascos blancos en O’Higgins
El 12 de octubre de 2010, el arquitecto Miguel Hargous reabrió su oficina en O’Higgins 280. Desalojó a los carabineros que habían hecho de su garaje una “guarida” con alfombras a modo de muros en la reja de acceso y sillones que habían caído de la Torre, y se reinstaló con su equipo de profesionales a trabajar en la propiedad que heredó de su madre.
Hoy es el único residente del área de protección que definió Bomberos –de una cuadra a la redonda de la Torre O’Higgins- en función del aparente riesgo que se volcara el edificio, y del que, en abril, tras el examen de planos y evaluaciones que hicieran ingenieros del Ministerio de Obras Públicas y de la Universidad de Wisconsin, supo que no se derrumbaría.
Le llamó la atención, cuenta, la cantidad de cascos blancos (ingenieros) observando planos sobre camionetas y a todo viento; metió su nariz, supo de qué se trataba y ofreció sus instalaciones para que trabajaran más cómodos los primeros evaluadores del siniestrado edificio que llegaron a Concepción.
Así se enteró que la Torre O’Higgins falló porque no tiene continuidad estructural -es un edificio puesto sobre otro- y cedió el de arriba por el mal cálculo de los ingenieros estructurales. De ese modo, cuál ramas mal adheridas a un tronco, los pilares comenzaron a sacudirse; se cortaron los fierros del piso 11 -adónde se juntan los dos edificios- y arrastraron a los superiores porque no tenían sustento. Hay que cumplir con normas, aclara, pero además “el ingeniero tiene que ir de la mano del arquitecto; si el arquitecto hace una cosa así, el ingeniero tiene que dar una respuesta de cómo resuelve y dónde refuerza (el diseño”.
Siete meses estuvo cesante. Los mismos que deambuló de oficina en oficina intentando hacer entender que la apreciación de Bomberos no bastaba para restringirle el acceso a su propiedad. Peleó con medio mundo, hasta que el alcalde Patricio Kuhn le posibilitó una solución reabriendo parte de la calle para ingresar libremente. “Me entregué durante mucho tiempo hasta no tener la certeza de que este edificio no iba a sufrir daños estructurales mayores; tampoco iba a asumir el riesgo, pero cuando lo tuve, dije: ¡basta!”.
Hoy, incluso le cambió el destino de habitacional a comercial a su edificio de tres pisos porque la segunda cuadra de O´Higgins se hizo residencialmente imposible. Pre terremoto, dice, el Barrio Estación había hecho lo suyo: un daño tremendo al vecindario con su producción de ebrios, prostitución, baños informales, peleas y gritos de travestis a toda hora de la noche.