De nuestra biblioteca | 2018 |
Si bien fue dado de baja a principios del siglo XX, su nombre y fama siguen vigentes. Hoy está convertido en una reliquia histórica y en un santuario de las Glorias Navales que desde hace décadas recibe a sus visitantes con la bandera chilena flameando al tope de su mástil.
Si bien el Huáscar recién logra notoriedad en Chile durante la Guerra del Pacífico, desde su proceso de construcción, que se realizó en Inglaterra y que finalizó en 1865, el acorazado ya tenía vinculación con nuestro país.
El comandante encargado de la negociación para su construcción y de traerlo desde Europa a América era chileno. “Se trata de José María Salcedo, personaje oriundo de Tomé. Puede parecer raro que un chileno estuviera comandando un barco peruano, pero sucede que como en esos años en los países americanos los marinos eran muy pocos, era frecuente que fueran empleados por gobiernos de distintas naciones”, relata el historiador Andrés Medina Aravena, académico del Departamento de Historia y Geografía de la UCSC.
El buque llegó a tierras incaicas justo para la Guerra Naval contra España, en la que Chile y Perú fueron aliados. Lado a lado lucharon en altamar el Huáscar y la Esmeralda como parte de la Escuadra Aliada, a la que luego se sumó la Independencia, la nave más poderosa de Perú en esos años.
El Huáscar, cuyo nombre se habría escogido en honor al hermano del Inca Atahualpa, se caracterizaba por poseer una torreta movible blindada -diseñada por el oficial inglés Cowper Phipps Coles- que contenía dos cañones de carga Armstrong, que eran piezas de artillería de grueso calibre.
Dentro de sus peculiaridades destaca la velocidad que lograba alcanzar, la que lo hacía difícil de “cazar”; su capacidad de navegación oceánica, y su gran espolón, una suerte de ariete que sobresalía cerca de dos metros y medio de la proa, y que servía para embestir a las naves contrarias.
La revancha chilena
Durante la Guerra del Pacífico (1879), Chile y Perú combatían en bandos contrarios. En ella, el Huáscar se convirtió en protagonista de uno de los capítulos más simbólicos de la historia chilena.
“Su comandante, Miguel Grau, lograba maniobrarlo con mucha habilidad, a pesar de contar con una tripulación que mostraba muchas deficiencias”, explica Andrés Medina. El académico sostiene que Grau solía quejarse de que sus hombres no eran aptos para el servicio de mar, que no tenían el adiestramiento necesario y que faltaban buenos astilleros. “Su aprensión se hace patente el 21 de mayo, en el Combate Naval de Iquique, cuando el Huáscar le dispara innumerables cañonazos a la Esmeralda sin darle ni una sola vez. Sus tiros pasaban de largo, y llegaban a la playa. No había caso, no lograba impactarla, y eso que la corbeta era un buque grande que no podía moverse fácilmente, pues sus máquinas no estaban en buenas condiciones incluso antes de iniciar la batalla”, reflexiona Medina.
Así, tras un par de horas de estarle disparando, el acorazado seguía sin obtener ningún resultado. “Es entonces que su comandante decide hacer uso de su espolón, e írsele encima a la Esmeralda. Al chocar ambos buques, y para impedir un abordaje masivo, Grau aprovecha de dar la orden de atacarla con sus cañones a corta distancia, lo que provocó la muerte de decenas de marinos chilenos”.
Tres veces debió repetir la nave peruana esta maniobra antes de que la Esmeralda finalmente se hundiera, a las 12.10 del 21 de mayo, con su bandera al tope.
Sin embargo, la “revancha” chilena llegó el 8 de octubre del mismo año, en pleno Combate de Angamos, frente a las costas de Mejillones, cuando el Huáscar es finalmente acorralado por los acorazados chilenos Cochrane y Blanco. “Casi al inicio de esta batalla, el buque peruano recibió un cañonazo que atravesó su blindaje, y le voló la torre de mando, con Grau adentro. Se cuenta que de él sólo quedó el pie izquierdo y un pedazo de mandíbula incrustado en los restos de la mampara de la torre. La bala de cañón, de casi 150 kilos, disparada a dos kilómetros de distancia por el Cochrane, debe haber adquirido una potencia gigantesca, porque simplemente lo destrozó”, detalla el historiador.
La batalla siguió entre el Huáscar y los buques chilenos, los que lo “hieren” en reiteradas ocasiones con granadas y cañonazos. Finalmente, con un joven teniente al mando, tras la muerte de los oficiales de mayor grado, la nave peruana estaba totalmente averiada, con múltiples focos de incendio, y con la mayor parte de su tripulación muerta o herida. Fue entonces que los oficiales peruanos toman la decisión de hundirla.
Las válvulas son abiertas y la sala de máquinas comenzó a inundarse. Sin embargo, los marinos chilenos, que lograron abordar el Huáscar para pedir su rendición, tomaron el control y lo impidieron.
Santuario de las Glorias Navales
Luego de algunas reparaciones en Mejillones, el Huáscar fue llevado para una mantención mayor a Valparaíso, donde la ciudadanía lo recibe con vítores.
Ya como parte de la flota chilena, participa en escaramuzas menores y bloqueos navales, como en la campaña de Tacna y Arica, donde es el encargado de cerrar el puerto ariqueño. “Allí, uno de los cañones peruanos, emplazados en el morro de Arica, le dispara, dándole a la misma torre de mando que recién había sido reparada. Esta vez, mató al comandante chileno Manuel Thompson”, cuenta el docente de la UCSC.
Nuevamente el buque es llevado a reparaciones a Valparaíso, desde donde es enviado en 1896 a Talcahuano a inaugurar los servicios del Dique Seco n°1, junto al Cochrane.
“Poco después es devuelto a Valparaíso, pero apenas llega al puerto, explota una de las cañerías de sus calderas, provocando graves daños en su motor y matando a 12 marineros. Fue su jubilación definitiva, oficializada a principios del siglo XX”.
De ahí en adelante fue ocupado como buque cuartel, esto es una especie de nave madre para las dotaciones de la flotilla de submarinos que recién había adquirido la Armada de Chile.
Recién en la década del ‘30 se piensa en transformarlo en santuario de las Glorias Navales: “Un museo flotante para homenajear y enaltecer el heroísmo de quienes habían muerto en batallas marítimas. Sin embargo, es sólo en los ‘50 que se le realiza un reacondicionamiento mayor, buscando que aparezca como lo que fue: un buque de guerra. Es cuando adquiere los colores que tiene hasta hoy (negro, amarillo y blanco)”, cuenta Medina.
Veinte años más tarde, el Huáscar volvió a entrar a reparaciones de su casco y estructura, pues los daños causados por el paso del tiempo exigían ser subsanados a la brevedad, si se quería mantener a flote esta reliquia naval. Las labores estuvieron a cargo de Asmar Talcahuano, cuyo personal lo ingresó a uno de sus diques secos para refaccionarlo completamente. Del mismo modo, toda su maquinaria fue reconstituida para que pudiera ser observada por sus visitantes, restaurándose también la torre de Coles (torreta giratoria) y sus cañones.
Desde esa fecha, el buque sigue un estricto programa de mantención que asegura su conservación, de modo que pueda continuar siendo no sólo una reliquia histórica, sino que también, un santuario de las Glorias Navales de Chile y Perú.
Hasta hoy, el acorazado se mantiene anclado en la bahía de Concepción, frente a la Base Naval de Talcahuano, donde es permanentemente visitado por cientos de turistas nacionales y extranjeros, quienes pueden recorrer su cubierta, su sala de máquinas y camarotes. De hecho, es un panorama tan atractivo que se ha convertido en uno de los museos más visitados de la Región del Biobío. Quizás la permanente visita también se deba al cariño que se ha ganado de los chilenos y a que, tras tantos años de enarbolar la bandera chilena, el Huáscar, uno de los museos flotantes más antiguos del mundo, ya no es percibido como un simple trofeo de guerra, sino como un hito patrimonial de nuestro propio territorio.