Hablar de infidelidad es casi sinónimo de apasionados encuentros a flor de piel. Sin embargo, no es necesario llegar al sexo para concretarla. Al menos eso es lo que propone esta corriente que apunta con el dedo a los que dedican más tiempo y atenciones a un tercero que se apodera del lado más sentimental de la pareja.
En el capítulo 342 de Los Simpson, titulado “La señorita cerveza”, se expone una de las más sutiles y devastadoras formas de arruinar el matrimonio o la convivencia en pareja: la infidelidad emocional. Parece ilógico sostener que la traición amorosa puede darse fuera de la cama o, más bien, marginada del sexo. Pero créalo. Este comportamiento tiene de cabeza a psicólogos y a expertos en terapia familiar de todo el orbe, quienes advirtieron que las nuevas formas de relacionarse en los trabajos, a través del teléfono o la internet, combinadas con los vacíos que impone la falta de comunicación en el hogar, sacuden los roles y hacen latir el corazón a otro ritmo.
Pidámosle nuevamente una mano a Los Simpson. En “La señorita cerveza”, Homero celebra que ha terminado de pagar la hipoteca de su casa, pero su clásica falta de tino hace que vuelva a endeudarse para salvar el bar de Moe (uno de sus amigos inseparables). Al enterarse, su esposa Marge se propone tomar cartas en el asunto y decide administrar la cantina, dándole un nuevo estilo y éxito al alicaído negocio del partner de Homero. Del brazo de Moe, comienza a convertirse en una exitosa empresaria. Pasan tanto tiempo juntos que surge entre ambos una relación tan intensa como peligrosa. Cambian actitudes y hasta se visten parecido. Moe incluso deja entreabierta su camisa a lo playboy, ensaya para hablarle y no escatima en llamar a su socia a altas horas de la noche para consultar detalles del negocio, con el sólo pretexto de sentirla al lado. Carl y Lenny (los otros dos amigos de Simpson) se apresuran en advertir a Homero que su esposa y su amigo tienen una aventura emocional. “Aunque no hay intimidad física, tienen una profunda conexión espiritual que amenaza tu matrimonio”, le lanzan a un horrorizado Homero que se desespera ante la posibilidad de que su mujer le sea infiel.
Marge y Homero siguen juntos por ahora gracias a la ofensiva de Simpson, pero en la vida real las soluciones son menos simples y más confusas de visualizar. Natalia Cano, una ejecutiva hasta hace poco felizmente casada y con tres hijos, se enredó sin querer en una de estas extrañas situaciones sentimentales.
La ventana indiscreta
Natalia trabaja en una empresa prestigiosa e hizo una carrera interesante. Sus méritos la hicieron destacar y ocupar cargos en ascenso. Pero a medida que se intensificaban sus obligaciones pasaba más tiempo en la oficina. “Coincidió con una etapa especial con mi pareja. Los dos estábamos empecinados por fortalecer nuestras carreras y pese a que siempre tuvimos mucha admiración mutua, comenzaron a aparecer los peores fantasmas que puedes ver en una relación”.
Y esa situación es la que describe la psicóloga Patricia Sepúlveda, experta en terapias de parejas, como el espacio que lleva a abrir la ventana para dejar entrar a alguien más en el corazón. “Toda infidelidad, de cualquier tipo que se atribuya, lleva consigo una carencia. Si permito que alguien entre allí es porque tengo un espacio que completar a través de esa ventanita que abrí”, asegura.
Efectivamente, Natalia comenzó a desarrollar una especie de vínculo con una persona de su equipo que conocía hace más de tres años. Más que atractivo, él era muy atento, preocupado y le hacía notar su admiración. “Siempre tuve claro que era un amigo. Él con su esposa y familia, y yo con la mía. No se me pasaba por la cabeza tener algo con él, pero comencé a ponerme obsesiva por querer contarle mis cosas”.
Cuenta que se afligía los viernes y en cambio los lunes eran una inyección de adrenalina. “Sentía eso que pasa a los 15 años, cuando uno no sabe muy bien lo que va a suceder con el tipo que te gusta, porque no te atreves a decir nada explícitamente. Pero el corazón latía a mil con las actitudes de ambos. Es evidente que alguien te mira con cariño, con especial atención y no dudas en inventar espacios, incluso, para estar más tiempo con él. Me olvidaba de todo, hasta de mi marido”, contó.
“Él me daba opiniones muy sensatas desde su perspectiva. Me acomodaba su sinceridad masculina y su presencia me llenaba de alegría siempre. Muchos pensaban que teníamos algo más tórrido, pero nunca pasó nada. Pero, si no pasó, fue porque me di cuenta que la cosa no iba bien y ya estaba formando sentimientos profundos. Nos contábamos todo, teníamos nuestros códigos, salíamos juntos, nos las arreglábamos para trabajar juntos también, me encantaba que fuera tan inteligente y creo que también eso le embobaba de mí”, recuerda con algo de nostalgia, pues esa situación marcó el deterioro definitivo de su matrimonio.
“Supe que a pesar de todo lo bien que me hacía estar con él, iba a causar demasiado daño seguir con esa relación. Corté de una manera definitiva cuando noté otras intenciones en ambos. Yo no estaba interesada en sexo en un comienzo, pero me olió a peligro tras ciertas demostraciones de afecto. Lo quería mucho y empecé a emocionarme demasiado con sus regalitos e incluso con un fin de semana que reservó en un lugar para que disfrutáramos de la naturaleza. Ahí dije no. Basta. Voy en picada a una infidelidad, porque sabía que llegar a intimar vendría por añadidura. Me costó, pero pedí un traslado y dejé de verle. Posterior a eso me separé, por una decisión conjunta con mi marido… Pero cuando le comenté a mi psicólogo lo que había pasado y lo que me generó todo este episodio me lo describió tal cual: “te involucraste en una infidelidad emocional”. “No sé si eso agudizó el fracaso de mi matrimonio, ni siquiera lo sentí como algo malo, pero sí lo afectó”, sentencia la mujer.
Lejos, peor que el sexo
Distintas publicaciones describen la infidelidad emocional como la que vincula afectivamente a personas del sexo opuesto, con quien se prefiere estar por sobre la pareja formal. El psicólogo Giorgio Agostini, en uno de esos escritos, la considera “una especie de infidelidad platónica, en la que se siente que el compromiso de comunicación se da con otra persona y no con su pareja. Aquí no se llega a la cama, es una especie de incomunicación afectivo espiritual”, describe. Pero de todas maneras, puede llegar a ser más grave que la infidelidad sexual.
De hecho, dos investigadoras de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, realizaron un estudio que detectó que a las mujeres les molesta, más que a los hombres, la infidelidad emocional que la sexual. Demostraron que las mujeres pueden incluso aceptar y perdonar que sus parejas caigan en la tentación de tener sexo con otras mujeres producto de una noche de carrete y alcohol, pero con la sola condición de que no haya lazos afectivos de por medio. Que haya sentimientos es la peor traición.
Se basaron en una muestra de 446 personas adultas, que tenían entre 20 y 56 años. Los resultados finales no cambiaron mucho respecto de los que se obtuvieron en otros 60 países, ya que el trabajo de las psicólogas de la UBA formó parte de un estudio internacional que coordina Martín Voracek, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena.
Y no es tan difícil de explicar. Patricia Sepúlveda agrega que “la principal razón por la que ocurren las infidelidades es la distancia emocional, no la insatisfacción sexual. En una relación que lleva cierto tiempo, y en la que comienzan a aparecer otros roles que ejercer, por toda esta vorágine de cosas se inicia un distanciamiento. Te encuentras con tu pareja a las peores horas del día, cansada y sin muchas ganas de compartir. Ahí se propicia el camino para que un tercero entre y de las formas más increíbles. Puede ser una persona que comparte al lado tuyo o quizás alguien que está lejos y te habla por teléfono o te deja un mensaje en internet”.
La psicóloga advierte que al surgir este tipo de relaciones se remarca una vez más la tesis de que el ritmo de la vida moderna nos hace sentir más solos y que, dentro de ella, cualquiera que nos haga sentir conectados, ya sea en la cercanía del trabajo o la computadora, suple nuestras necesidades de afecto, aunque sea proyectada en una fantasía.
¿Es realmente una infidelidad el no llegar a intimar? La infidelidad, prosigue la psicóloga depende de los códigos que existen. “A mí me ha tocado ver parejas que la infidelidad es desde irse a tomar un café con otra persona, a otras que pueden salir con otros, ir a un happy hour, hasta echar una canita al aire”.
-¿Es decir se permiten abiertamente la infidelidad sexual?
“No, es más bien un asunto tácito. Le llaman algo así como respetar sus espacios. Es un eufemismo de “ojos que no ven corazón que no siente”. Cada uno usa sus espacios personales para lo que su propio criterio le diga”.
El psicólogo Sergio Millán comparte la idea de que en estos tiempos es mucho más fácil ser infiel sobre todo ahora que las mujeres han cambiado su perspectiva de las generaciones anteriores. Millán agrega que “la infidelidad sexual es natural en los seres humanos. Todos estamos hechos para procrear y seguir procreando aunque ya tengamos una familia constituida. Es un impulso que no se detiene, con vías a preservar la especie. Ser fiel es lo que hemos aprendido con la cultura”. Sin embargo, la infidelidad emocional es justamente una transformación de las relaciones culturales que busca mantener activa nuestra necesidad de sentirnos más humanos y completar carencias que no están en lo físico.
Fernando tuvo una experiencia sentimental respaldada por la red. Viajó en el verano a Centroamérica y conoció a una santiaguina. Se hicieron amigos y de los grandes. Él desde Concepción y ella desde la capital. “Es algo que no puedo describir. Cuando la vi me pareció atractiva, pero nada más. Ahora que con el tiempo he llegado a conocerla, me es absolutamente necesaria para todo… Mi esposa no sabe de esto, porque sé que le molestaría rotundamente que converse tanto tiempo con ella. Le hablo a diario, nos conectamos en el chat y nos hemos visto dos veces después de esas vacaciones en Venezuela. No hemos tenido encuentros sexuales, hay algo raro en eso, porque no tengo expectativas más allá ni tampoco quiero presionarla a nada, ni yo quiero afectar a mi familia”, concluye.
Así es el comienzo. Ojo que lo que se siente a nivel de las emociones no excluye que en un próximo momento se dé el paso al adulterio, en el caso de los matrimonios, y a la infidelidad sexual en el caso de las parejas. La atracción emocional se impone hasta un punto en que prácticamente no hay vuelta. “Consultar a tiempo apenas se sospecha de las carencias afectivas dentro de la pareja es vital”, recalca la psicóloga Patricia Sepúlveda.
En distintos foros respecto de este tema en la internet, es impresionante ver lo tajante que son las mujeres. Prefieren que sus parejas les digan que se involucraron con otra por culpa del carrete, antes que recibir la noticia de que otra mujer les ha robado su atención.
De cualquier forma, dedicar más atención y tiempo a alguien distinto a su pareja es catalogado como una estafa que no vale la pena desatar si es que se tiene fe en la familia y la convivencia en pareja, pues la deteriora como el más letal de los engaños.
Repase a los Simpson y deje que el corazón vuelva a latir al ritmo que le corresponde, Marge y Homero pudieron, y cualquiera podría si se decide a tomar el control.
Guagüitas Facebook
Más allá de lo puramente emocional, lo que sucede con la tecnología realmente es increíble. Se abre un capítulo desafiante para la psicología de parejas, comenta Patricia Sepúlveda. “Como el otro no te puede ver o te ve en la medida que tú quieras, transformas las relaciones en algo absolutamente platónico. Con esto de Facebook, ni te imaginas la cantidad de gente que me ha tocado enfrentar, luego que reactivaron sus lazos de amistad, pololeo, noviazgo y que han culminado con algo más concreto de su reencuentro. Ya conozco varias guagüitas Facebook”, dice.
Las herramientas de comunicación como los blogs, el mismo Facebook y los correos electrónicos han propiciado que reaparezcan antiguos vínculos. La mayoría se da sólo en forma virtual, pero generan emociones bastante reales. Al punto que el entusiasmo de unos y los celos del otro han echado por tierra matrimonios, noviazgos y parejas en plena convivencia.