Inteligencia artificial en perspectiva humana

/ 19 de Abril de 2023

Dr. Jorge Maluenda Albornoz
Psicólogo Educacional.

El desarrollo de herramientas basadas en Inteligencia Artificial (IA) ha revolucionado la forma en que interactuamos con la tecnología. Desde asistentes virtuales hasta algoritmos de recomendación, estas herramientas pueden mejorar significativamente nuestra productividad y calidad de vida. Sin embargo, también motivan preocupaciones sobre los efectos de su uso en las personas; sobre todo, porque su desarrollo es mucho más acelerado que nuestra capacidad para estudiarlas.

En general, las herramientas basadas en IA están diseñadas para maximizar la eficiencia, precisión y velocidad de trabajo, ayudándonos a realizar tareas de la forma más costo/efectiva posible. Por tanto, el beneficio más obvio que surge desde acá es la posibilidad de “delegar” tareas rutinarias en este tipo de herramientas. Además, la interacción con ellas puede potenciar la calidad de lo que hacemos, mejorando nuestras ideas y prácticas, tal como ocurre con nuevos softwares diseñados para apoyar a las personas a crear mejores soluciones, alternativas más creativas o productos más prolijos.

Su poder -y sus cada vez más sofisticados mecanismos de aprendizaje permanente- nos tientan a utilizarlas de manera creciente, muchas veces omitiendo un análisis profundo sobre sus potenciales efectos indeseados.

Un primer riesgo es la confianza excesiva en ellas. Cuando las herramientas consiguen su propósito, generan confianza en su uso, más aún cuando se obtienen resultados buenos o aceptables con poco o nada de esfuerzo. Sin embargo, en muchas áreas de análisis complejo, donde intervienen procesos cognitivos y emocionales, delegar la toma de decisiones y resolución de problemas puede llevar a errores importantes, sobre todo, si la persona no asume el rol de curadoría correspondiente.

Vinculado con lo anterior está la reducción de la creatividad. Ya hemos indicado que las herramientas de Inteligencia Artificial están diseñadas para ser precisas y eficientes. Sin embargo, no tienen la capacidad de ser creativas o “pensar fuera de la caja” (a pesar de que se avanza de forma acelerada en dicha dirección). Si se confía demasiado en la IA, las soluciones tenderán a la simplificación, la reducción de posibilidades y a la respuesta aparentemente más correcta.

El más invisible y potente efecto del uso intensivo de la Inteligencia Artificial es el de la dependencia cognitiva y emocional. Alguna luz ya nos entregaba el uso de las herramientas de corrección ortográfica automatizada cuando las nuevas generaciones, cada vez más, limitaban sus capacidades para escribir y expresarse de manera correcta. Esa era la punta del iceberg”.

En otro campo, observamos problemas potenciales vinculados con la privacidad y la seguridad. Estas herramientas a menudo recopilan datos personales de los usuarios y los utilizan para mejorar los algoritmos que usan para “aprender”. Sin embargo, la legislación está en pañales en esta materia y los desarrolladores/dueños de estas herramientas tienen completa libertad para hacer uso de esos datos. Bien conocidos son los escándalos por el uso de información de las redes sociales sobre el comportamiento de compra o la conducta electoral. La información sobre patrones de conducta de las personas mediante la IA es mucho más potente y sensible.

De todos, creo que el más invisible y potente efecto del uso intensivo de la Inteligencia Artificial es el de la dependencia cognitiva y emocional. Alguna luz ya nos entregaba el uso de las herramientas de corrección ortográfica automatizada cuando las nuevas generaciones, cada vez más, limitaban sus capacidades para escribir y expresarse de manera correcta. Peor aún fue el efecto que esto ha tenido sobre la capacidad para pensar. Está bastante demostrado que un mejor lenguaje permite también mejores ideas puesto que configura la ventana hacia el mundo. Esa era la punta del iceberg.

Hoy, con la IA, las habilidades susceptibles de reemplazo son muchísimas más: la capacidad para organizar, seleccionar y procesar información; la capacidad para escoger y tomar decisiones; la capacidad para analizar, valorar y ponderar opciones. Incluso, la capacidad para lidiar y conducir las emociones siempre desde la óptica eficiente y simplificadora propia de la IA.

¿Y qué ocurre cuando dejamos de usar nuestras habilidades? Se atrofian o, al menos, se reducen.

Las tecnologías actuales no solo llegaron para quedarse, sino que, además, se desarrollan de manera exponencial, consiguiendo una muy rápida apropiación por parte de las personas. Cada vez se hace más necesario que las conozcamos, aprendamos a usar y las incorporemos en nuestro trabajo porque sí contribuyen muchísimo y, queramos o no, su desarrollo seguirá progresando a ritmo veloz. Sin embargo, es absolutamente perentorio entenderlas, y aprender cuáles son sus potencialidades para aprovecharlas, así como los riesgos y limitaciones que conlleva su uso para evitar (o manejar mejor) los problemas que parecen ser condición básica de su existencia.

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