27 años tiene esta emblemática agrupación, que ha trascendido las fronteras nacionales, y que ha demostrado a los curanilahuinos, y a todo Chile, que con esfuerzo y constancia se logran cosas, y que el talento se puede encontrar en cualquier lugar.
Por Cyntia Font de la Vall.
Si alguna vez ha visitado Curanilahue, de seguro habrá visto una gran mano de madera en su acceso norte, que tiene grabada una significativa frase: “Tengo las manos partidas, pero hay pan en mi mesa”. El mensaje -dicen los habitantes de la comuna- los define por completo. Personas de esfuerzo, que trabajan duro para mantenerse, y también para alcanzar sus sueños.
Y como buen curanilahuino, el violinista Jerson Mella Bravo es fiel reflejo de aquella frase, tal como lo demuestra su exitosa trayectoria profesional. Y como agrupación “nacida y criada” en la comuna, esa definición también alcanza a la Orquesta Infantil y Juvenil de Curanilahue, de la que Mella es hoy director.
Los inicios de esta Orquesta se remontan a 1995, cuando Francisco Ruiz, director del liceo Mariano Latorre, de Curanilahue, y el músico y gestor cultural penquista, Américo Giusti, tuvieron la idea de desarrollar en la ciudad un programa de formación musical, que permitiera a los niños y niñas acercarse a la música clásica por medio de la interpretación de un instrumento.
La idea era revolucionaria. Costaba concebir que esa música docta, tan distante para los habitantes de la comuna minera, pudiera pasar a ser parte de la vida cotidiana de sus hijos. Pero la experiencia de Giusti en la materia logró hacerlo posible.
Américo Giusti ha sido un importante impulsor de proyectos orquestales en el país. En Concepción, concretamente, en los ’80 fue el fundador de la Sociedad Bach, bajo cuyo alero nació la primera orquesta juvenil de la región, de la que el músico fue director. Una década después, también sería director de la orquesta juvenil de la conocida Academia Vivaldi.
Ambas agrupaciones fueron semillero de grandes talentos, como Freddy Varela, hoy concertino de la Sinfónica UdeC, y Alejandra Urrutia, la primera mujer en dirigir la Orquesta de Cámara del Teatro Municipal, y que también fue directora en la Orquesta de Curanilahue.
Pero estas entidades además destacaron por su metodología, basada en la calidad, el desarrollo de un método de estudio y el constante perfeccionamiento, elementos que Giusti también implementó en la naciente orquesta.
Gracias a la adjudicación de un Fondart se dio inicio al ambicioso proyecto, destinando esos recursos a la compra de instrumentos y el pago de los profesores.
Poco a poco, la orquesta fue creciendo. Sumando instrumentos e integrantes. Generando semilleros de nuevos talentos y permitiendo a los jóvenes soñar con profesionalizar su pasión. Viajando por Chile e incluso al extranjero mostrando su calidad interpretativa, y acumulando premios y reconocimientos, así como la admiración de quienes los escuchaban.
De esa inspiradora historia, Jerson Mella ha sido testigo y protagonista, pues ha estado vinculado a la agrupación desde sus inicios. Fue alumno de la primera generación, y al egresar de cuarto medio, se convirtió en monitor. Luego, tras titularse, fue su profesor de violín, y desde hace seis años es el director de la orquesta.
Desde su propia historia, repasamos con él algunos pasajes de la trayectoria de la agrupación, que se ha convertido en patrimonio cultural de la región y de todo Chile.
Varitas en el aire
Jerson tenía 11 años cuando escuchó el anuncio radial que convocaba a participar de la Orquesta Infantil de Curanilahue y, como siempre sintió inclinación por la música, decidió audicionar.
Dice que le gustó la idea de tocar un nuevo instrumento, pero -más que nada- pensó que sería entretenido. “Cuando uno es niño, no ve la trascendencia de sus decisiones, no se imagina lo que puede pasar después. Solo espera hacer algo divertido y pasarlo bien”, reflexiona.
Ya contaba con algunos conocimientos musicales, los que había adquirido en la iglesia protestante en la que participaba. “Allí se cantaba, se tocaban instrumentos, se adoraba a Dios desde la música”, sostiene.
Ya como parte de la orquesta, recuerda que él y sus compañeros escuchaban atentos cada palabra de sus maestros. Américo Giusti era el profesor de violín; Humberto Águila, de viola, y Javier Santa María, de chelo. Ellos eran los docentes principales, pues la agrupación partió enseñando a tocar instrumentos de la familia base de una orquesta sinfónica, las cuerdas. “Al mirar para atrás, recuerdo las clases y pienso que eran un poco chistosas… Cuando el proyecto partió, se gestionó la compra de instrumentos, los que demoraron dos o tres meses en llegar. Entonces, figurábamos los 40 alumnos simulando tocar un violín, usando unos palitos de maqueta como si fueran el arco. Y así estuvimos un par de meses, moviendo las varitas como si tocáramos”, recuerda entre risas, emulando aquel movimiento en el aire.
Por lo mismo, cuando los instrumentos llegaron, los niños estaban muy emocionados. “Lo único que queríamos era poder hacer con el instrumento lo que llevábamos meses haciendo con los palitos. Fue un momento muy bonito. Teníamos una sensación similar a la que se tiene para Navidad, cuando uno espera emocionado que llegue el regalo que pidió”.
Ya con los instrumentos, comenzaron a ensayar. Y su primera presentación fue en la ceremonia realizada para oficializar su entrega. “En una sala, con los apoderados, tocamos una canción con cuerdas al aire. Como ceremonia, fue algo muy simple, pero para nosotros fue un momento trascendental. Tanto, que me acuerdo hasta de lo que llevaba puesto: jeans, zapatillas y un chaleco negro, para verme más formal”, ríe.
Recuerda que también había representantes del municipio de Curanilahue, que hasta hoy brinda a la orquesta recursos para su funcionamiento. “Hay que destacarlos, porque se la jugaron por un proyecto que no sabían si iba a resultar”, dice Mella.
El cambio de mando
La orquesta partió con violines, violas y chelos, y solo uno o dos años después sumaron el contrabajo. Comenzaron a viajar y a tocar en distintas ciudades donde eran invitados a presentarse. “Tiempo después se sumaron las flautas. Luego, los cornos, y más adelante el clarinete. Y a medida que iban llegando más instrumentos, íbamos generando nuevos repertorios, y más invitaciones nos llegaban”.
Era 1999 cuando el entonces candidato a la presidencia, Ricardo Lagos, junto a su esposa Luisa Durán llegaron hasta el liceo Mariano Latorre para escuchar tocar a la orquesta. Quedaron tan sorprendidos por la calidad de su interpretación, que el político prometió invitarlos a la ceremonia de cambio de mando si salía electo.
Y cumplió. El 11 de marzo del 2000, la orquesta tuvo una de sus más significativas presentaciones, siendo parte de la ceremonia de traspaso de mando, oportunidad que se repitió en 2006, cuando asumió como presidenta Michelle Bachelet.
“Cuando Ricardo Lagos vino al liceo, tocamos para él y su señora, que se conmovió mucho al vernos. Yo creo que le emocionó ver que éramos niños, de una ciudad muy lejos de Santiago -donde no había acceso a ver una orquesta profesional, o a escuchar música clásica-, y que tocáramos tan bien”.
Tras el concierto, el matrimonio se acercó a saludarlos. “Me acuerdo más de la señora Luisa. Ella nos preguntó los nombres a todos. Era muy amorosa”.
En cuanto a la presentación para el cambio de mando, dice que no la sintió tan distinta a otras actuaciones, pues ya tenían experiencia tocando frente a distintos públicos. “Lo más emocionante era ver que nos estaban grabando las cámaras de televisión, que en ese tiempo eran enormes, y un poco intimidantes”.
También recuerda el revuelo que causó la invitación. “Nunca se había dado que una orquesta de niños, más encima de una pequeña comuna en plena cuenca del carbón, fuera parte de un cambio de mando presidencial”.
La emoción de ir a Europa
No tan simbólico, pero sí muy emocionante -dice Jerson-, fue el viaje de la orquesta a Europa. Si bien no era su primer viaje en avión (dos años antes la orquesta había ido a Punta Arenas), sí era la primera vez que salía de Chile. “Estábamos súper emocionados por ir a Europa, pero más porque íbamos a Alemania, la cuna de los grandes compositores”.
Reconoce que los preparativos previos fueron estresantes: sacar pasaporte, permisos notariales y las miles de recomendaciones que les llegaban de todos lados. “Los profesores nos advertían que no fuéramos a perder los pasaportes, y los papás, que nos cuidáramos y que no nos fuéramos a perder. A algunos, los familiares nos dieron dinero, y era raro, porque nunca habíamos andado con tanta plata (ríe). El viaje fue una experiencia de vida, una ocasión única, y también una gran oportunidad, porque en ese tiempo los pasajes en avión eran caros, poca gente viajaba, menos aún fuera del país, y nosotros -siendo chicos- pudimos hacerlo”.
El viaje -al que también fueron Giusti, Águila y Santa María, además de algunos músicos invitados- duró cerca de un mes, tiempo en que recorrieron distintas ciudades de Alemania y de España. “En algunos lugares tocábamos, y en otros teníamos distintas actividades. Para mí, lo más impactante fue visitar la casa de Beethoven. Era increíble estar donde vivió el creador de muchas de las piezas que tocábamos”.
Estudiante, trabajador, papá
La orquesta siguió creciendo y ganando prestigio, y llegó el momento en que la primera generación -de la que formaba parte Jerson- egresó de cuarto medio y debió alejarse del grupo para buscar nuevos rumbos.
Pero la orquesta debía continuar, por lo que se creó un semillero, del que los jóvenes ya egresados fueron monitores. “Tenía 17 cuando empecé a hacer clases. Quizás no tenía las herramientas de la pedagogía, pero sí las ganas de que los chicos aprendieran lo mismo que yo. Lo hice desde el amor por la música, y para entregar lo que a mí me habían dado”, sostiene.
Mientras cursaba cuarto medio, y con todo listo para irse a estudiar a Estados Unidos, Jerson se enteró de que sería papá. “Debía decidir, y elegí quedarme para ver crecer a mi hija, que ahora está por cumplir 21 años. Con su mamá seguimos juntos y tenemos otra hijita, de cinco años. No me arrepiento de la decisión que tomé, pero fue difícil ser papá, estudiar, trabajar… era una responsabilidad muy grande, para uno que todavía era chico”.
Enterado de que Américo Giusti había liderado en la U. de Talca la creación de la carrera de Interpretación Musical, decidió irse a estudiar a esa ciudad.
No fue fácil estar lejos de su familia, de su hija, de la orquesta. Y Giusti le aportó una solución: volver a la agrupación, pero como profesor. “Eso me ayudó a seguir estudiando, pero ahora generando recursos para mi hija y mis gastos. Fue pesado, porque durante cinco años viajé desde Curanilahue a Conce, y luego de Conce a Talca, donde estudiaba de lunes a viernes. El sábado volvía a Curanilahue a hacer clases, y el domingo, comenzaba todo otra vez”.
A pesar de lo agotador de ese periodo, el sistema le permitió estar más cerca de su hija y seguir vinculado a la orquesta.
Segunda generación, tercera, cuarta…
La agrupación curanilahuina había seguido evolucionando, y bajo la batuta de Alejandra Urrutia -quien asumió la dirección al terminar sus estudios en Norteamérica- se constituyó como una orquesta sinfónica, propiamente tal. “Ella empezó a trabajar con una nueva generación, con la que implementó una nueva forma de hacer orquesta, replicando lo que había aprendido en Estados Unidos”.
Así, los niños partieron siendo parte de un coro, y luego pasaron a los instrumentos. “Esa orquesta fue muy grande, porque estaba formada por esta nueva camada más el semillero. Siguió desarrollándose, y para la tercera generación ya había logrado incorporar todos los instrumentos que conforman una orquesta sinfónica”.
Tras años de dirigir, Alejandra Urrutia decidió dejar la orquesta para seguir creciendo profesionalmente. Fue entonces, con Jerson ya titulado, y como profesor de la orquesta, que se le pidió “armar algo” con sus alumnos, para una visita de autoridades. “Tenía nociones de dirección, porque había tenido clases con el maestro Francisco Rettig, pero igual fue un gran desafío”.
Relata que, después de la presentación, sus colegas lo felicitaron y, como lo había hecho bien, le pidieron hacerlo un par de veces más. “Tras la partida de Alejandra, se comenzó a buscar a un nuevo director. Llegaron currículums y, en una reunión, un profesor propuso que yo asumiera el cargo. Agradecí a mis colegas la confianza, pero me negué, porque ya estaba trabajando en la Sinfónica de la UdeC, y creía que no me darían los tiempos. Finalmente -viendo que era un tremendo honor el que me ofrecían- acepté”.
Hoy, ya lleva seis años en el cargo, y dice estar satisfecho del nivel de la orquesta, que ya está en su quinta generación. “Estos niños han alcanzado un peak súper importante, a pesar de las complicaciones que impuso la pandemia. En ese periodo tratamos de mantenernos cerca, instándolos a que siguieran tocando en sus casas, haciendo clases online, e incluso por teléfono, pues no todos tenían Internet”, recuerda.
El sueño de ser Fundación
La orquesta partió financiándose con proyectos Fondart, y con el aporte de la municipalidad, pero luego llegaron a apoyarla otras instituciones, como la Fundación Arauco. “Los dineros aportados por el departamento de Educación y la Dideco de la municipalidad permiten financiar las clases, y la Fundación Arauco hace aportes en base a proyectos. Todo lo demás se autogestiona”.
El músico se lamenta de que, a pesar de los numerosos premios y reconocimientos obtenidos, la agrupación mantiene el mismo problema desde sus inicios: la falta de recursos, que más de una vez ha provocado pagarle a los profesores con dos o tres meses de atraso.
Es por eso que han pensado transformarse en Fundación, para recaudar de forma más rápida y directa los recursos. “Eso nos permitiría apoyar a nuestros estudiantes que deciden dedicarse a la música, un proceso que es caro, porque implica irte de tu ciudad y mantenerte en otra, además de tener y mantener un instrumento. Y eso no es barato, pues un violín puede costarte desde dos millones, y un fagot usado, seis”, detalla.
Como Fundación -agrega- podrían vincularse con otras entidades para apoyar a esos talentos, o tener recursos para realizar actividades que motiven a los niños a seguir la carrera musical, como traer a intérpretes extranjeros. “Yo siempre quise dedicarme a esto, pero lo que hizo que me decidiera a hacerlo profesionalmente fue ver maestros de afuera que vivían de la música. En ese sentido, Américo Giusti fue súper generoso, porque se esforzó en traer a otros músicos chilenos y extranjeros para que aprendiéramos también de ellos, y comprobáramos que se podía vivir de esto”.
Hoy, la orquesta sigue creciendo y abriendo sus puertas a todo niño que quiera desarrollar su pasión. Pero no solo entrega fundamentos musicales. También valores, como la responsabilidad, la constancia, la disciplina, conceptos que los niños aprenden y transmiten a su entorno. “Pareciera que toda la ciudad se contagió de la idea de que con esfuerzo se pueden lograr cosas. Que no importa de dónde vengas, o si todo lo que has visto en tu vida son toscas de carbón: si uno le pone ganas a algo, se puede conseguir. La orquesta también demostró que el talento se podía encontrar en cualquier lugar, y que con empeño, la música te puede llevar muy lejos. Por eso, nuestra orquesta es un orgullo para la ciudad y para todo Chile”.