La procesión realizada en la isla de Cahuach cada 30 de agosto, marca el fin de una semana donde la particular religiosidad del pueblo chilote queda en evidencia. Una fiesta con más de 2 siglos enraizada en una devoción que muestra la mezcla de la riqueza étnica y cultural de comunidades unidas por la fe.
El gran cura misionero de Chiloé, Mariano Puga, toma el acordeón y relata a los numerosos fieles que le rodean una parte del origen de esta tradición chilota que hoy cumple 229 años. “Fue Hilario Martínez, un misionero español, quien resolvió las disputas internas de cinco islas, poniendo a sus cinco caudillos frente a esta imagen de Jesús Nazareno, recordándoles cómo Cristo los amaba y cómo desde ahora en adelante recordarían esta paz”.
Unos metros más allá, el más importante y reconocido investigador cultural de Chiloé, Renato Cárdenas, reflexiona junto a un grupo de conocidos de Tenaún y Calen sobre la fiesta, que en esta fría y amenazante tarde de invierno ha reunido a fieles y variopintos vendedores de artefactos en esta explanada de Cahuach, la isla de la devoción. “Esta celebración siempre ha sido así, va mucho más allá de una expresión religiosa… todo este asunto del marketing y la venta de objetos es algo muy antiguo”.
Es que nadie ha querido perderse hoy la fiesta de Jesús Nazareno. En el día de la procesión, casi al final de las 10 jornadas dedicadas en su honor, Cahuach ha vuelto a recibir barcazas y lanchas atestadas de personas venidas desde Castro, Dalcahue, Achao, Apiao, Tac, Alao y Tenaún, entre otros lugares. “Incluso desde Puerto Montt llegaron dos de los cruceros Skorpios, pues su dueño trae gratis a los peregrinos año tras año”, comenta un vendedor de Cd´s que intenta explicarnos una parte de la fiesta.
Más arriba, uno de los flamantes y esbeltos helicópteros Dauphin de la Armada, sobrevuela el enjambre de embarcaciones que no paran de llegar a la costa de esta isla ubicada a más de 4 horas de navegación de Castro.
“La verdadera fiesta se vive en invierno”, dice con orgullo una mujer, mientras prende unas velas al interior de la iglesia. “La del verano, que se celebra desde 1978 en enero, es sólo para los turistas”. Por eso quizás en este día gris, que apenas aguanta el temporal que se avecina, los devotos parecen seguir concentrados en su rutina. El acordeón que no para, las velas siempre encendidas, los gritos del obispo y sus sacerdotes por altoparlantes, los vendedores, marinos y carabineros haciendo vista gorda a la venta pirata que hoy importa menos que nunca.
Ha sido otra semana más donde la fe ha juntado a las comunidades chilotas. Una tradición que vio ganar, por quinto año consecutivo a los regatistas de Cahuach por sobre los de Apiao en la tradicional “Prueba”, que se celebra cada 23 de agosto. Demostración de fe donde los ritos católicos, las novenas, las eucaristías, los fiscales, las banderas y los cantos recuerdan, por todos lados, los orígenes mestizos de la religiosidad chilota.
Cahuach ha vuelto a la vida otra vez. Sonidos, colores y paisajes que han sobrevivido el paso de los siglos, hasta convertirse en uno de los más auténticos vestigios de una cultura chilota que, a pesar de los cambios económicos y sociales, se niega a morir.