Javier Ignacio Maruri Vargas
Nutricionista, mención Gestión y Calidad Docente Nutrición y Dietética UNAB Sede Concepción.
Pasar por el patio de comidas de un centro comercial es sinónimo de ver a cientos de personas consumiendo comida chatarra. Desde niños a adultos mayores. Si a eso le añadimos las entregas por delivery, este número aumenta considerablemente.
Todos conocemos los riesgos para la salud que implica el elevado consumo de este tipo de alimentos, pero a ellos ahora se suma uno más: la cirrosis hepática.
Cuando hablamos de cirrosis, generalmente asociamos esta enfermedad al consumo excesivo de alcohol. Y si bien es cierto que esa es una de sus principales causas, no es la única, ya que el hígado graso no alcohólico -en estados avanzados- también puede llevar a cirrosis hepática e, incluso, a cáncer de hígado.
El hígado graso no alcohólico es una enfermedad generada por la acumulación excesiva de lípidos (grasa) en el hígado, generalmente relacionada a algunos factores de riesgo, como la diabetes tipo 2, colesterol y/o triglicéridos elevados, hipertensión arterial y malnutrición por exceso (sobrepeso u obesidad). Esta enfermedad, mantenida en el tiempo, puede evolucionar a cirrosis. Esto, pues el hígado, debido a las lesiones que va sufriendo, va formando cicatrices que dificultan su funcionamiento, llevando a complicaciones como decaimiento, aumento o baja de peso, problemas de coagulación, entre otras.
Así lo estableció hace un par de meses la revista científica Clinical Gastroenterology and Hepatology, que publicó un estudio que indica que las personas cuya ingesta diaria considera al menos un 20% de “comida chatarra” o “comida rápida”, presentan un aumento de grasa a nivel del hígado, incremento que es aún mayor en quienes presentan diabetes u obesidad. Así, el hígado graso no alcohólico se transforma en la principal causa de cirrosis.
¿Por qué esto es tan importante? Porque no podemos desconocer que en los últimos años la ingesta de “comida chatarra” ha aumentado de manera sustancial. Las causas de este incremento son muchas, como el consumo social para compartir, su menor costo o el confinamiento en periodo de pandemia, que acercó la comida rápida a nuestras casas, una costumbre que se ha mantenido en el tiempo. Este incremento, sumado a un estilo de vida cada vez más sedentario, en que se pasan largas horas frente a una pantalla, aumentan la probabilidad de hígado graso no alcohólico.
“El hígado graso no alcohólico es una enfermedad generada por la acumulación excesiva de lípidos (grasa) en el hígado, generalmente relacionada a factores de riesgo, como diabetes tipo 2, colesterol y/o triglicéridos elevados, hipertensión arterial y malnutrición por exceso (sobrepeso u obesidad). Esta enfermedad, mantenida en el tiempo, puede evolucionar a cirrosis”.
Hay que ser claro. Si bien hay ciertos factores de riesgo -como el sobrepeso y la obesidad- que favorecen la aparición de hígado graso, y su posterior evolución a cirrosis, estos no son excluyentes. Es decir que una persona con un estado nutricional considerado normal no está ajeno a estas complicaciones, por lo que la prevención es clave. Y en esto, el nutricionista debe jugar un rol fundamental.
Si bien la cirrosis es una enfermedad no reversible, sí se puede evitar su progresión, idealmente con un tratamiento que considere dieta y ejercicio físico. La dieta mediterránea, en que se consumen grasas principalmente de buena calidad, como el aceite de oliva, los pescados y los frutos secos, incorpora los vegetales y cereales como base de los platos principales, acompañándolos de una base proteica, como legumbres, huevos, carnes blancas o, en menor medida, carnes rojas magras. A ello, debemos agregar el consumo de frutas, además de una ingesta adecuada de agua, y el ejercicio físico. Así, estaremos liberando a nuestro cuerpo de la comida chatarra, en la que prevalecen las grasas saturadas, las frituras, la sal y las bebidas azucaradas.
Con esto, no se busca demonizar a la comida rápida, pero sí invitar a las personas a tomar conciencia de lo que consumen. Tener buenos hábitos alimentarios desde la niñez parece clave. Se estima que un 74% de la población chilena entre 15 y 24 años consume comida rápida al menos una vez a la semana, cifra que disminuye a un 53% en el segmento entre 25 y 34 años. Estas cifras preocupan mucho, sobre todo considerando la aparición de enfermedades crónicas no transmisibles –diabetes mellitus 2, hipertensión arterial, dislipidemia- a edades cada vez más tempranas, siendo factores de riesgo para llegar a una posible cirrosis hepática.
La invitación es a trabajar de manera conjunta entre el personal de la salud y la población, realizando actividades de promoción y prevención, educando desde pequeños, tomando conciencia de que “somos lo que comemos”, y que preocuparnos de mantener hoy una buena salud es una inversión para nuestro mañana.