Jaime Bellolio
Master en Políticas Públicas
Director Observatorio Territorial
Instituto de Políticas Públicas UNAB.
Probablemente el mayor problema a resolver en nuestro país tiene que ver con la convivencia, es decir, con cómo logramos vivir juntos y juntas.
Por cierto, este no es un problema nuevo. Desde la antigüedad -Grecia y Roma-, la cuestión política trataba sobre la polis o la ciudad y, particularmente, respecto de cómo se administra a sí misma una comunidad en torno a dicha ciudad. Es decir (trasladándonos a estos tiempos), cómo nos tratamos, y no solo dentro de nuestro hogar, sino también en los barrios, con los desconocidos, antes de subir al ascensor, al bus o al Biotren.
La capacidad de relacionarnos sin desconfiar de los demás es en esencia una cuestión política, en el mismo sentido al que nos referíamos al hablar de polis. Esa convivencia que se ha ido deteriorando con el tiempo, es la gran pregunta sobre nuestro futuro.
¿Y qué tienen que ver las ciudades en ello? Mucho, puesto que a diferencia de lo que planteara Rousseau respecto de que “las ciudades son el abismo de la especie humana”, la realidad es que la ciudad es una de las invenciones de la humanidad que más ha contribuido a la cooperación, a la calidad y expectativa de vida, a la innovación, a la cultura, a la organización y a la diversidad.
De hecho, varios estudiosos de las ciudades apuntan a lo mismo, entendiendo su creación como una manera evolutiva de las personas para poder subsistir y convivir mejor. Sin embargo, sus beneficios colectivos en salud, cultura, creatividad, competencia, educación y medio ambiente tienen un límite y, muchas veces, este llega antes de percibirlo.
Así, a medida de que las ciudades se expanden, comienzan a surgir con mayor visibilidad otros problemas, como la marginalidad, la creación de nuevos polos urbanos que no acceden a los bienes e infraestructura pública, la desigualdad de acceso a derechos y, finalmente, el vernos enfrentados al dilema de vivir dentro o fuera de la ciudad, entendiendo que el crecimiento involucra una mayor expansión o una mayor densidad.
Este dilema se ha ido modificando en el tiempo, puesto que cada ciudad tiene su propia identidad. Es decir, una mayor densidad no tiene porqué significar torres gigantes de departamentos, así como la mayor expansión no necesariamente debe implicar el alejar a familias vulnerables y de clase media a los suburbios poco equipados de la gran ciudad, los que muchas veces terminan transformándose en espacios donde el Estado es reemplazado por el crimen organizado o el narco.
Concepción ha crecido enormemente, y en este desarrollo ha optado más por la vía de la expansión -Penco, Talcahuano, Coronel, Chiguayante- que por la de la densificación. El problema de ello surge al momento de, por ejemplo, barajar como solución al problema de la congestión y del transporte público en el Gran Concepción el alargue de la ruta del Biotrén. La baja densidad de las mencionadas comunas, entre otras razones, genera que esta medida no pueda estar disponible hasta dentro de varios años. Y, en el intertanto, quienes habitan en Concepción y sus alrededores deben seguir sufriendo una gigantesca congestión, demoras inciertas en los tiempos de traslado, dificultad de acceso a los bienes públicos y un evidente detrimento en su calidad de vida.
El asunto es de tanta importancia que desde la gobernación se impulsó una consulta ciudadana para levantar, desde los propios habitantes del territorio, opiniones que permitan plantear posibles soluciones que logren mitigar en el corto plazo los problemas de transporte de la región, cuyos resultados irían en la línea de impulsar una restricción vehicular.
Pero la mirada de largo plazo debe ir más allá, y encontrar ese punto exacto que consiga preservar la identidad penquista de sus barrios, de su cultura urbana, así como su calidad de vida, a la vez que evitar que las nuevas familias -especialmente las de clase media, los jóvenes estudiantes y aquellos más vulnerables- deban irse a vivir a los extremos de la ciudad para tener un hogar. Y esa es una tarea que solo se consigue con diálogo y buena política.
La clave, entonces, será alcanzar el crecimiento sostenible de la ciudad, logrando reducir los tiempos de traslado y fomentando el uso de transporte público, considerando además que después del Covid muchas personas decidieron adquirir un automóvil para correr menos riesgos y ser más independientes. Esa decisión, sin embargo, es contraproducente en cuanto a mejorar la calidad de vida y la cooperación dentro de la ciudad.
Por todo lo anterior, animo a las distintas autoridades políticas y organizaciones sociales a generar un diálogo amplio para pensar el Gran Concepción del futuro, desde la lógica de la sostenibilidad urbana, la cooperación y la participación, entendiendo esas variables como fundamentales para alcanzar cambios de largo aliento, que nos lleven a convivir juntos y juntas, de la mejor manera, en la misma ciudad.