Después de siete años regresa a la capital regional con una muestra que describe su bitácora por el sur. Una colección de un viaje que resume muy bien sus 50 años de trayectoria. Una carrera que partió con unos tímidos trazos de acuarela en su natal Tomé, que luego dejó plasmados en jarrones de Fanaloza, y que maduró en los paisajes que pintó al óleo por todo Chile. Radicado en Pucón desde el 2009, su taller en esa zona es su centro de operaciones, desde donde crea e incluso enseña a sus alumnos de manera online. Dice que a sus 71 años ya es tiempo de cesar las itinerancias, para concentrar las energías en su proceso creativo. Por eso expresa que esta exposición es para él la última que realizaría en la capital del Biobío, aunque de ningún modo esto significa que “colgará” los pinceles. “Eso sí que no”, recalca, porque la pintura lo acompañará hasta el último de sus días.
Por Pamela Rivero// Fotografías: José Carlos Manzo.
Cuando comenzó a pintar sus primeras obras, en su casa todavía lo llamaban “Pedrito”. No recuerda el año exacto en que se interesó por el arte, pero sí que en aquella época el presidente de Chile era Jorge Alessandri Rodríguez. Vivía en Tomé, en la casa de sus abuelos maternos, quienes con recelo miraban cómo su nieto se motivaba más por dibujar y colorear todo aquello que veía camino a la escuela, que por los conocimientos que allí le entregaban.
Para suerte del niño, uno de sus profesores de la enseñanza básica, llamado Rodolfo Quinteros, notó que a esa inclinación temprana por la pintura se sumaba un talento innato. Su maestro hizo algunas averiguaciones, y logró contactarlo con un acuarelista que le dio nociones básicas de esta difícil técnica que estuvo presente en su etapa inicial como artista, y que le permitió dar forma a las primeras marinas que tuvieron su rúbrica: Pedro Retamal.
“No es fácil la acuarela. No permite hacer correcciones, como sucede con el óleo. Trabajar con el agua requiere mucha práctica, hay que aprender a tener control del pincel y del espesor de la pintura”, explica. Y logró ese dominio, con horas y horas dedicadas a la pintura, sobre todo en sus tiempos libres, donde comenzaba a las ocho de la mañana y no se detenía hasta muy avanzada la noche. Todo eso bajo la atenta mirada de su abuela, una mujer de origen vasco y de carácter fuerte, a quien le preocupaba que, a su nieto, además de los pinceles y colores, comenzara a atraerlo la vida bohemia. Pero no sucedió, porque los tiempos que vivía el país cuando comenzaba su juventud no permitían esas libertades.
El mar de su natal Tomé, los barcos y los puertos cercanos se transformaron en su inspiración y en los protagonistas de una obra cuyo desarrollo y madurez logró de manera autodidacta. Tuvo que esperar muchos años por una oportunidad para mostrar su arte. Lo logró casi a los 28. Fue en 1978, en la sala del Banco Estado, ubicada en un segundo piso, en O’Higgins con Rengo, en Concepción. De ahí en más, su nombre pasó a ser parte del circuito de artistas visuales de la ciudad. Sus obras comenzaron a despertar el interés de coleccionistas no solo en la capital regional, sino que de todo Chile y también en el extranjero. Pintó y también enseñó a hacerlo por décadas. Incluso tuvo la oportunidad de dictar la asignatura de Medios de expresión a los estudiantes de primer año de arquitectura de la Universidad del Desarrollo, cuando el decano de aquella facultad era el arquitecto y también exintendente del Biobío, Víctor Lobos del Fierro.
Pero en la primera década del 2000, llegó lo que define como una etapa “gris”, que paralizó por algunos años su producción artística. Comenzó a forjarse en él una inquietud por dejar la zona de confort que por años había tenido en Concepción, y junto a su esposa decidió tomar otros rumbos, seguir hacia el sur para buscar nuevos paisajes para su arte. Eso fue en el 2009.
Pocas veces quiso volver a la capital del Biobío. La última vez había sido en el 2015. Pero este 2022 recibió una invitación del comité cultural del Club Concepción, para exponer sus más recientes obras en esta institución. Y la aceptó. Así fue como a fines de octubre inauguró en ese lugar su muestra, llamada Bitácora del sur, que está compuesta por 43 obras, y que estará abierta hasta el 30 de noviembre.
“Es una recopilación de mis viajes desde el Biobío hasta la Patagonia, desde el mar hasta la cordillera”, dice. Es un poco el resumen de una vida de esfuerzo, talento y dedicación; de su trabajo y reinvención en pandemia, y también, comenta con un poco de tristeza, probablemente su última muestra en Concepción. Algunos problemas de salud le impedirían hacer muchos viajes, dice, sin entrar en muchos detalles. Aunque recalca, nada de esto significa que esté pensando en “colgar los pinceles”.
Su paso por Fanaloza-Penco
Cuando comenzó la dictadura militar en Chile, Pedro Retamal recién había empezado a madurar su obra y a descubrir que el camino del artista no era fácil, más en la etapa que vivía el país en esos años.
La pintura era su pasión, pero necesitaba un trabajo adicional para ganarse la vida. Lo encontró a pocos kilómetros de Tomé, en Penco. Fue Fanaloza el lugar que le permitió seguir desarrollando -aunque de otra manera- su arte, y obtener una remuneración mensual y segura.
Era un empleo de mediodía, por lo que le quedaba el resto de la jornada para dedicarlo a sus cuadros. Su trabajo en la fábrica de loza consistía en pintar paisajes sobre jarrones y platos ornamentales. Durante 12 años estuvo empleado en esa empresa. Cuenta que esas faenas le acarrearon algunos problemas respiratorios, por los materiales que se utilizaban para ornamentar las piezas.
En esa época también tuvo ofrecimientos de amigos para residir en el extranjero. Ellos creían que traspasando las fronteras chilenas podía potenciar su carrera. Lo invitaron a vivir a Alemania y también a Estados Unidos, pero le tuvo “miedo” al manejo del idioma, y dejó pasar aquellas oportunidades. Cree que todo se debe al profundo amor que tiene por su país que, a sus 71 años, ha recorrido y plasmado en sus telas, de norte a sur y de este a oeste.
Pedro muralista
Después de su primera muestra, en 1978, vino una segunda exposición en la sala del acuarelista Alfredo Lavanchy. Incluso, tiempo más tarde fue invitado a exponer al ministerio de Obras Públicas, en Santiago, con lo que logró tener una cobertura de los principales medios impresos de la época. En esos años incluso sus obras fueron parte de una exposición en Inglaterra, gracias a una invitación de la embajada. Comenzaba a paso firme a forjar su carrera.
Aquella fase también marcó su transición desde la acuarela al óleo, “porque este último me permitió conseguir las texturas, atmósferas y sobre todo la luz que mis paisajes necesitaban reflejar”, sentencia.
Desde pequeño se fascinó con Claude Monet, el padre del Impresionismo, y las variaciones de color y los efectos luminosos que este supo imprimir en sus obras, especialmente las maravillas de la naturaleza. Por eso, Pedro Retamal también decidió que su inspiración estaría “afuera”: en los puertos de la provincia de Concepción, en el campo, en los amaneceres en la cordillera y en el verdor de sus ríos. Aunque las marinas siguieron siendo sus predilectas. También empezó a explorar los grandes formatos. Pinturas que van desde el metro y medio hasta los dos metros que hasta hoy le permiten expresar de mejor manera la perspectiva y la luz.
Sin embargo, también incursionó en otros movimientos artísticos, como el muralismo. Su mural más importante, recuerda, lo hizo en 1986, y está en el interior de la iglesia Nuestra Señora de Lourdes de Reumén, en la región de Los Ríos, inmueble que desde 2018 es considerado Monumento Histórico.
Aunque se considera un autodidacta, cuando tuvo la posibilidad de aprender de los “grandes”, no dudó en hacerlo. Así se convirtió en alumno en los talleres de dibujo y grabado que realizaba Nemesio Antúnez. “Las enseñanzas del maestro fueron muy importantes, porque son la base de la pintura, pero me quedé con el óleo, y hoy más que todo ‘desdibujo’. En mi obra el que manda es el pincel, pues es el que pone la nota y los tonos”, dice.
El arte es para todos
A medida que avanzaba su carrera y sus oportunidades de exponer, ya casi llegando a los ’90, coleccionistas locales comenzaron a cotizarlo. “Estoy muy agradecido de ese apoyo. El interés que mis cuadros despertaron en quienes aman el arte me ha permitido vivir una vida sin apuros, tener una casa, criar a mis hijos y dedicarme a lo que amo”, dice.
Pedro Retamal cuenta que hoy, siete de sus cuadros están en la Pinacoteca de la UdeC; otros ocho en el Club de Concepción y muchos de ellos en hogares penquistas. De gente de todas las clases sociales, “porque mi idea es que el arte se debe compartir con todos y he entregado estímulos y facilidades para ello”. También hay algunas obras suyas en el Museo Nacional de la Plata, en Argentina, y en hogares de coleccionistas privados en España, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Brasil, Alemania, Canadá y, por supuesto, Chile.
Fiel a esta idea de compartir sus creaciones y el proceso para materializarlas, durante su permanencia en Concepción realizará una exhibición sobre cómo pintar naturaleza, programada para este 26 de noviembre en los jardines de la Cafetería Le Petit, ubicada en Cochrane, número 248, en Concepción. Allí, los asistentes tendrán la oportunidad de pintar guiados por el maestro. Todo finalizará con una conversación informal relacionada con el arte y la pintura. Los detalles de esta actividad se encuentran en el Instagram de @lepetitcafeteriaconcepcion
Un renacer
Ya consolidado y con la llegada del nuevo siglo, para Pedro Retamal vino lo que recuerda como una etapa de estancamiento. “Me sentía desmotivado, veía que mi obra estaba pareja, plana y gris. Quizás era el reflejo de mi estado anímico en ese momento”, rememora. Cuatro años estuvo sin crear. Y vino el cambio, no solo de ciudad sino también de temáticas. “A Concepción lo llevo en el alma y en el corazón, porque aquí partí y pasé gran parte de mi carrera”, recalca. Pero necesitaba cambiar, así es que dejó la capital de la región del Biobío, y miró hacia el sur, hacia Pucón, adonde llegó en el 2009.
Allí abrió una galería de arte, SurColor, junto a otras artistas, como Marcia Clark y Alejandra Cigarroa, que está ubicada frente a la plaza de la ciudad. “Fue como un renacer. La naturaleza del sur me devolvió la inspiración. Incluso estoy convencido de que esta ha sido mi etapa más prolífica”, asegura. Desde las ventanas de su taller, ubicado en el Camino Internacional, ve cada día una fuente de motivación para llevar a la tela. ”Me dedico a recorrer la zona cercana a Pucón y también el resto del sur de Chile. Fotografío o dibujo aquello que más me llama la atención para después perpetuarlo a través del óleo. Casi podría pintar de memoria lo bello que he visto en esos viajes”.
Y como su vida ha tenido ires y venires, y varios altos y bajos, la explosión de creatividad que le estaba entregando Pucón y sus alrededores se vio parcialmente interrumpida por el confinamiento que trajo consigo la pandemia y por una pleuresía que lo mantuvo en cama durante tres meses. En esa época decidió que necesitaba ver el vaso medio lleno, y esa etapa de reposo la transformó en un momento de aprendizaje. Ayudado por sus hijos, se introdujo en el mundo de las redes sociales que tan ajenas le habían sido hasta ese momento. Así, convirtió su Instagram (@pedro.retamal.pintor) en su galería virtual y en un canal de comunicaciones que le ha facilitado no solo la venta de sus cuadros, sino que también, los contactos con pares del extranjero.
Ya recuperado, inició su segunda empresa en pandemia: clases de pintura online que llegaron a congregar a 120 alumnos. “Uno de mis hijos que estaba con teletrabajo me ayudaba con la cámara. Yo explicaba pincelada por pincelada para que ellos lograran aprender la técnica. Fue muy entretenido y enriquecedor, pues pintábamos juntos, nos uníamos, nos motivábamos y disfrutábamos, aunque fuese virtualmente, por el amor a este arte en un momento tan oscuro para la humanidad entera”. Hace dos meses que concluyó con las clases para dedicarse a tiempo completo a preparar la muestra con la que volvería a Concepción.
Insiste en que considera a esta muestra como una despedida de Concepción, pues se trata de una empresa que consume tiempo y energía. “Algo que ya no me sobra como antes”, explica medio entre risas. En todo caso, cuando mira hacia atrás, y piensa en esos primeros trazos que dio sobre un papel en Tomé, solo ve felicidad y una pasión infinita que se ha manifestado en la creación de cinco mil obras durante toda su carrera.
Hace poco su médico le indicó que por algunos problemas en su columna, no podía pintar más de dos horas diarias. Ríe, y dice que es obediente, “pero solo a veces”, porque su taller en Pucón lo atrae, y la decisión de pintar lo consume. No puede vivir sin crear, y en eso insistirá, sostiene, hasta el último de sus días, tal como lo hiciera Monet, su “ídolo” y referente.