Hacia 1850, el 67 % de la harina chilena que se exportaba a California durante la Fiebre del Oro salía desde el puerto de Tomé. Esa cifra evidencia la importancia que esa actividad productiva tuvo en aquella ciudad. Sin embargo, poco se conoce de esa historia ni tampoco quedan vestigios de los colosales molinos del litoral tomecino que revivieron la economía regional tras las guerras de la Independencia y del terremoto de 1835.
Casi a mediados del siglo XIX, una industria movida primero por la fuerza del agua y luego, por la del vapor, se estableció estratégicamente en Penco, Lirquén y Tomé para transformar en harina la producción triguera que se cultivaba desde Maule hasta Concepción.
Sus inicios no tienen una data clara. Sí se sabe que los primeros molinos de harina mecanizados se instalaron en sectores costeros aledaños a Concepción a partir de 1840, siempre cercanos a cauces para hacer uso de esa agua en sus procesos.
En el estudio Expansión Económica en una Sociedad Tradicional: Chile Central en el Siglo XIX, el historiador Arnold Bauer explica que los molinos nacionales de aquella época llegaron a ser tecnológicamente tan buenos como los mejores del mundo. Señala que usaban equipos adquiridos en Europa o Estados Unidos, que las empresas traían técnicos extranjeros para instalar la nueva maquinaria y que muchos se quedaron en el país para supervisar las operaciones de molienda.
Esa realidad que describía Bauer se repetía fielmente en la provincia de Concepción, pues si bien los primeros molinos fueron hidráulicos, rápidamente, sus dueños incorporaron la tecnología que aportaba la máquina de vapor que les permitió agilizar el proceso.
Pero lo más importante es que esta industria fue la que permitió reactivar la economía regional que había quedado muy debilitada luego de las guerras de la Independencia y del terremoto de 1835, pues activó el poder comprador para los productores de cereales, especialmente de trigo; potenció el desarrollo del comercio y también el de otros servicios asociados al ciclo de la elaboración de la harina.
A pesar de su relevancia, el aporte de la molinería del trigo, como señala el historiador Leonardo Mazzei de Grazia en su Historia Económica Regional de Concepción 1800-1920, ha pasado “casi desapercibido” para quienes se han ocupado de recopilar el desarrollo industrial del país. Un olvido no menor si se considera la importancia internacional que llegaron a tener estos molinos, especialmente los tomecinos, que se convirtieron en importantes abastecedores de harina para California durante la Fiebre del Oro.
Algunos (empresarios molineros) se avecindaron en Chile tras participar en las batallas por la Independencia. Otros, llegaron atraídos por la ubicación estratégica que les brindaba la bahía de Concepción, especialmente la caleta Tomé -que en 1858 fue declarada Puerto Mayor-, que contaba con caminos que, aunque precarios, permitirían el tránsito de carretas tiradas por bueyes desde y hacia los valles del Itata, de Ñuble y la provincia del Maule.
El mismo Mazzei reseña en su libro que entre 1846 y 1855, desde el puerto de Tomé “salió” el 67 % de las exportaciones de harina chilena hacia California, “superando con mucho a los puertos de Constitución y de Valparaíso”.
Máquinas colosales y trenes aéreos
Los gestores de la industria molinera fueron mayoritariamente extranjeros. Algunos se avecindaron en Chile tras participar en las batallas por la Independencia. Otros, llegaron atraídos por la ubicación estratégica que les brindaba la bahía de Concepción, especialmente la caleta Tomé -que en 1858 fue declarada Puerto Mayor-, que contaba con caminos que, aunque precarios, permitirían el tránsito de carretas tiradas por bueyes desde y hacia los valles del Itata, de Ñuble y la provincia del Maule. Esa ventaja, que no tenía otro puerto cercano, como Talcahuano o Constitución, convirtió a Tomé en receptora de la producción agrícola que se generaba en esos valles.
Olof Liljevalch, los hermanos Guillermo Gibson Délano y Pablo Hinckley Délano, Tomás K. Sanders, Tomas Walford y Moisés W. Hawes fueron algunos de los extranjeros precursores de esta industria. Se les unieron los nacionales, José Francisco Urrejola, José Ignacio Palma y hasta el mismo Matías Cousiño, quien también llegó a ser un connotado molinero.
Uno de los primeros molinos establecidos en Tomé (1842, aproximadamente) fue el Collén, originalmente de propiedad de Pablo H. Délano. Habría sido pionero en Chile al incorporar el sistema de molienda por cilindros (que reemplazó a las piedras usadas en ese proceso).
Pablo Délano junto a su hermano, Guillermo (ambos norteamericanos) y a su cuñado de nacionalidad sueca, Olof Liljevalch, se asociaron para explotar otros molinos en Penco y Tomé. Y aunque esa empresa conjunta no duró muchos años, sus apellidos continuaron repitiéndose en la propiedad de otros molinos que surgieron en la provincia entre 1842 y 1860.
Pero el nombre de Guillermo G. Délano será uno de los más relevantes para la industria. En 1843 junto al galés Tomas K. Sanders, fundó en Tomé el molino Caracol, cuya producción harinera era enviada casi íntegramente al extranjero. Cinco años más tarde de ese acontecimiento, se desataba la Fiebre del Oro en California, que abrió una tremenda oportunidad para la economía regional por la necesidad de alimentos e insumos que demandaba la población desde las “tierras doradas” del oeste norteamericano.
En 1849, ya desligado de la propiedad del Caracol, Délano echó andar, en un terreno vecino, el molino Bellavista. Ese negocio sirvió de base para la industria textil que con el mismo nombre surgió décadas más tarde (1865) en Tomé.
Juan Carlos Santa Cruz, sociólogo y miembro de la agrupación Patrimonio Industrial Biobío, explica que a Guillermo Délano se le ocurrió la idea de fabricar sacos de harina para el molino Bellavista, y que para ello montó una pequeña fábrica textil, la misma que después vendió a un inmigrante alemán, y éste a su vez a Carlos Werner,“quien la transformó en la gran industria que conocimos como Fábrica de Paños Bellavista Tomé”, señaló.
El molino Bellavista también destacó por su imponente estructura. Fue descrito como una maquinaria “colosal”, toda importada desde Estados Unidos. Aunque no fue el único. No se puede dejar en el olvido al ferrocarril aéreo del molino California de Tomé (fundado por Urrejola y Hawes) que a través de rieles aéreos trasladaba el trigo y la harina desde sus instalaciones hasta las bodegas ubicadas frente un muelle de su propiedad.
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