Profesor Andrés Medina Aravena
Licenciatura en Historia UCSC.
Me resulta grato y reconfortante historiar una institución en la que trabajé durante mis primeros años como profesional, como fue la noble tarea de colaborar en la formación de juventudes marineras.
Se trata de la Escuela de Grumetes Alejandro Navarrete Cisternas -ubicada en la isla Quiriquina-, la cual fue fundada hace más de 150 años, y que hoy representa un pilar trascendental en la trayectoria de una de las instituciones fundamentales de la nación, como es la Armada de Chile.
Recordemos que en las luchas iniciales de la independencia nacional no existía en Chile una tradición marinera. Como consecuencia de ello, era escaso el número de hombres que podía enrolarse en las primeras embarcaciones destinadas a enfrentar a las naves españolas que dominaban el mar. Así, solo unos pocos criollos y algunos extranjeros mercenarios, no siempre de buenos antecedentes, eran quienes conformaban las tripulaciones que en esos lejanos tiempos desafiaron a las naves realistas.
Esta infortunada realidad da luces de porqué, en aquel periodo, a los escasos marineros profesionales -que acompañaron las primeras acciones libradas en las costas de Chile, como Manuel Blanco Encalada- vendría a sumarse un contingente inglés de hombres de mar, encabezados por Lord Alejandro Cochrane. Y serán justamente ellos, a partir de 1818, los encargados de entregar a los incipientes marinos chilenos, las bases doctrinarias y metodologías bélicas marítimas que traían desde su cuna británica, de profunda tradición naval.
Es a partir de ese origen, y de manera lenta -dados los pocos recursos existentes para ello y la resistencia de una elite con poca visión marítima, nacida de una cultura eminentemente hacendista-, que se dieron los primeros pasos con miras a contar con una fuerza naval.
Con numerosos altos y bajos, esta evolución recién vino a madurar cuando en tiempos de la guerra naval contra España, entre 1864 y 1866, la desmejorada realidad de las fuerzas chilenas reveló lo peligroso que resultaba la falta de recursos y tripulaciones navales, que dejaban nuestras costas a merced de cualquier enemigo.
De este modo, en 1868, durante el gobierno de José Joaquín Pérez, nace la Escuela de Grumetes Alejandro Navarrete Cisternas buscando cumplir con una misión fundamental, que ha marcado el pasado y presente de la institución: “Formar personas de valores trascendentes, que estén dispuestas solemnemente a defender a su nación y a la comunidad en la que viven, preparándose de la manera más responsable y profesional en el ámbito marítimo militar”.
A pesar de la gran relevancia de la institución, su trayectoria no fue fácil. Tras su creación oficial, la Escuela transitó por diferentes buques y ciudades, desapareciendo incluso algunos años cuando se convocaba a voluntarios para tripular las pocas naves con que Chile contaba para la defensa de sus costas.
Finalmente, no fue sino hasta 1921, cuando el estado chileno -bajo el gobierno de Arturo Alessandri Palma- tomó posesión de la isla Quiriquina, que la Escuela de Grumetes se instaló en este territorio insular ubicado en la bahía de Concepción. Fue allí que la Armada encontró el ambiente ideal para formar a las futuras tripulaciones que defenderían nuestra soberanía marítima.
En el transcurso del tiempo, dicha preparación profesional ha demostrado estar acorde con la misión institucional de la Armada. Y, a la fecha, miles de hombres y -ahora también mujeres- se han formado para honrar el juramento del cumplimiento del deber, en defensa de la patria y de la comunidad en peligro cuando desastres de toda índole la han amenazado.
Como testimonio de esa entrega personal, que implica rendir la vida si fuese necesario, misión que es parte de la enseñanza que reciben los marinos en su formación como grumetes, hoy la isla Quiriquina es lugar de descanso de los restos de dos hombres formados en esta Escuela. Ambos, ofrendaron su vida para salvar a sus camaradas que se encontraban en riesgo de morir en el naufragio de la escampavía Janequeo, en 1965.
Con el desinteresado sacrificio de sus propias vidas para salvar las de otros, el cabo Leopoldo Odger y el marinero Mario Fuentealba se han convertido en ejemplo de las siguientes generaciones de hombres y mujeres pertenecientes a la Armada de Chile. Asimismo, su heroico sacrificio sigue marcando el rumbo de quienes se forman hoy -y lo harán en el futuro- en la “Vieja escuela de altivos marineros”, como se conoce a la Escuela de Grumetes.