Un concejal, un periodista, un abogado y un arquitecto revelan su alter ego, ese que pocos vislumbran y que, sin embargo, es parte importante de sus vidas porque esconde pasiones o sueños inconclusos que, en algunos casos, son tan importantes como los quehaceres por los que hoy se les conoce.
En este mundo globalizado se “corre” todo el día. La gente vive pendiente de los horarios, celulares, mails y muchos aparatos tecnológicos que lejos de hacer la existencia más fácil aparecen como verdaderos controladores del tiempo, minuto a minuto. Es que la sociedad exitista de hoy nos obliga a ser cada vez mejores en el trabajo y en el hogar, y es ahí cuando se hace patente, en medio de una muy agitada vida cotidiana, la necesidad de un respiro, de un pasatiempo que dé la alternativa de despejarse, relajarse o crear; una auténtica vía de escape.
Eso es lo que han encontrado o desarrollado a lo largo de su vida estos cuatro profesionales que además de tener fructíferas y exitosas ocupaciones, hallaron el tiempo para llevar a cabo algo que les apasiona. Ya sea el canto lírico, el baile, su ocupación como pinchadiscos o su veta roquera, todos disfrutan plenamente ese espacio que les permite una vez a la semana o por pequeños momentos desestresarse y sacar a relucir su lado B.
Michael Cáceres, periodista con el rock en las venas.
Desde niño aprendió a apreciar la música. Ya en prekinder intentaba “copiar” lo que interpretaba una de sus profesoras en el piano. “Llegaba a mi casa y movía los dedos sobre la mesa simulando que tocaba las teclas del piano”, relata Michael Cáceres Tiznado, periodista, empresario y guitarrista de Los Brando.
Pero fue en la adolescencia que sintió el “llamado” del rock, escuchando a The Beatles y The Clash. Un verano se propuso aprender a tocar guitarra, convencido de que quería formar una banda de rock y lo consiguió. “Y de ahí, no paré. Siempre he coleccionado discos y ese año vendí toda mi colección para comprarme una guitarra eléctrica, con la ayuda de mi mamá que puso la otra mitad”, recuerda.
Los dos últimos años de colegio era un asiduo asistente a cuanta tocata se realizaba en Concepción. “Estaba en el programa de Bachillerato Internacional, donde el proyecto final era realizar una monografía, y la hice sobre la música en ‘Conce’. Ahí me fui conectando, conociendo a los integrantes de los grupos e incluso haciendo amigos”.
Fue así que en su primer año de universidad, los Santos Dumont lo llamaron como músico invitado y con ellos se mantuvo hasta 1995, tocando guitarra y bajo, mientras en paralelo estudiaba periodismo -“y me encantaba”-, razón por la cual debió abandonar el grupo que había decidido emigrar a Santiago.
En 1998, esperando a su primera hija y recién titulado, decidió dejar un poco de lado la música y junto a dos socios “centrarse en hacer empresa, que también es una de mis pasiones. Trabajé muchísimo, fueron tiempos de mucho esfuerzo. No habían notebooks, así es que andaba para todos lados con mi CPU y en micro”, ríe.
Recién el 2008, ya más establecido económica y familiarmente, pues estaba casado y con tres hijos, logró retomar la música. “Empecé a preparar un disco propio, haciendo todo… y estaba en eso cuando vino el terremoto y cambiaron todas mis prioridades. Me puse a pensar que cualquier día esto se acaba, y que las pasiones que uno tiene hay que realizarlas hoy”, sostiene.
Una de esas era tener una banda, así es que empezó a buscar a las personas con quienes antes tocaba. Isabella Cichero, que en ese tiempo estaba a cargo de la Sala Dos, partió con el Ciclo de Música Tras Bambalinas, donde cada miércoles se juntaba toda la escena musical penquista. “Ahí fuimos armando Los Brando, una banda con una base de rock sicodélico, con algo de folk y de punk. De hecho, acabamos de lanzar el disco Mistakes, un trabajo súper creativo, muy estimulante, con música súper respetable e innovadora”, dice.
Aunque reconoce que su prioridad es la familia, siente que la música es su manera de vivir la vida, “no puedo vivir sin ella, es una parte importante de mí mismo. Nunca he sentido que soy sólo un periodista, sólo un papá o sólo un músico. Yo era músico antes de ser periodista o empresario. No siento que la música sea un hobbie, pues antes de todos los otros roles que hoy tengo, yo era músico”, puntualiza.
Remberto Valdés, abogado; “Tenor de Tribunales”.
Su padre fue poseedor de una preciosa voz con un registro de tenor dramático y su madre, quien practicó ballet durante años, era dueña de “un gran espíritu artístico”, que la llevó a organizar múltiples actividades en esa línea. Con estos progenitores, y gracias a la educación recibida en el Colegio San Buenaventura de Chillán, el hoy abogado Remberto Valdés Hueche no tenía cómo escapar de su gusto por la música clásica, a la vez que la genética lo proveyó de reconocidas cualidades vocales. “La música está en mis genes y en mi historia. Crecí escuchando ópera”, dice, agregando que esa pasión por la armonía fue reforzada de una manera admirable en el colegio donde estudió. Allí fue parte del Batallón Infantil Bernardo O´Higgins Riquelme, tradicional banda de guerra instrumental de ese establecimiento.
Fray Ramón Ángel Jara, “un hombre de gran cultura y tremenda calidad humana” era el director en esos años, además de poeta, músico, autor de muchos libros y líder del coro escolar. Y fue con él con quien Remberto Valdés comenzó sus estudios de canto. “También estudié en la Academia de Música Santa Cecilia. Tuve el privilegio de hacer música con el maestro Claudio Arrau al frente, con Ramón Vinay al frente, con Roberto Bravo al frente y eso permitió que me eligieran Premio Municipal de Arte siendo aún muy niño (12)”, recuerda. De ahí se inició una carrera en pos de una beca que -esperaba- cambiaría su vida y le permitiría estudiar ópera fuera de Chile, proyecto que era “mi gran aspiración y que se vio postergada debido a mi edad, pues mis cuerdas vocales aún no habían madurado, lo que me determinó a estudiar Derecho, otro de mis grandes anhelos”.
Cuando ya estaba en tercer año de carrera surgió nuevamente la posibilidad de ir a estudiar a la connotada Juilliard School of Music, en Nueva York, pero, desgraciadamente, su “mecenas” en ese entonces, Claudio Arrau, falleció, sepultando también sus expectativas de ser cantante lírico profesional, “y por eso soy abogado”, ríe.
Sin embargo, ha continuado perfeccionándose. De hecho, hace seis meses retomó esta veta. “Estoy cantando casi todos los días, ensayo con un maestro de la Orquesta Sinfónica, con el cual tomamos el desafío de interpretar dos temas, una canción y un aria de ópera en un acto solemne para el Día del Foro y la Magistratura acá en la Corte de Apelaciones, y queremos grabar una producción con música clásica y popular”.
Además, está patrocinando una ópera escrita por un joven músico, Fabrizio Domínguez Mosciatti, que trata sobre el caso Matute. “Yo me siento muy vinculado a la tragedia que vivió la familia y les tengo mucho cariño a Alex y a su mamá, tal como se lo tuve a su padre”, destaca.
Esta pasión por la música y por el arte en general se lo ha traspasado a sus tres hijas, quienes desde pequeñas han estado insertas en el mundo del arte. “Desde que nacieron me he encargado que tengan en casa una colección de pintura importante. Quería que las paredes les hicieran ‘guiños’, que tuvieran este mundo de cultura alrededor. Nuestras salidas y viajes siempre giran en torno a eso, vamos a exposiciones, a museos, en el auto escuchamos música clásica. De hecho, las tres tienen construcción armónica y buen material vocal”, dice con orgullo.
Patricio Lynch, concejal; Tanguero apasionado.
El concejal de Concepción Patricio Lynch Gaete es un hombre conocido en la arena política. Es oriundo de la provincia de Ñuble; profesor de Química titulado en la Universidad de Chile; Máster en Ciencias de la Universidad de Oregon (USA); diplomado en Teología en la UCSC, y autor de tres libros. Es casado, tiene tres hijos, cuatro nietos y es descendiente de Estanislao Lynch, quien llegó a Chile con José de San Martín hace casi 200 años. Toda, información sabida. Pero lo que pocos conocen es que el concejal conocido por su tarea fiscalizadora tiene un pasatiempo poco común, que lo apasiona y al que prácticamente le dedica cada noche de sábado.
La historia es ésta: hace 7 años, instado por su hermano, decidió ir junto a su esposa, María Sonia Becerra, al local Tango y Más, solamente para ver cómo bailaban quienes allí asistían. El “flechazo” fue instantáneo. “Con los primeros acordes recordé que en mi casa se escuchaba tango, que a mi papá le encantaba; incluso, lo recordé bailando. Me reencontré con esta música que había estado olvidada en mi subconsciente. A mi señora le pasó lo mismo: rememoró que en su casa se cantaban conocidas canciones de este ritmo y, rápidamente, nos encontramos llevados por la música y bailando… y ya no pudimos dejarlo”, dice riendo.
Cuenta que en Concepción aprendieron lo que se conoce como los “ocho pasos” del tango y que luego tuvieron la oportunidad de tomar clases en Buenos Aires, en el famoso Centro Cultural Borges. “En el tango es importante la práctica, pero más que eso, el sentimiento, que se internaliza y te vas moviendo a su ritmo. Más que pasos definidos, son movimientos que, a veces, surgen espontáneamente”, cuenta.
Y el tango caló hondo en la vida de este matrimonio. Si bien antes ya habían viajado a Argentina, ahora “dentro de lo que se puede”, lo hacen más seguido, siempre tratando de encontrar el tiempo para asistir a algún buen espectáculo o, simplemente, ir a disfrutar de un rato agradable en clubes bonaerenses donde el tango es el protagonista. Ya sea en Los Angelitos, La esquina de Gardel o La ventana, siempre se dan el gusto de bailar una pieza de tango, o “tres al hilo” si deciden ir a La ideal, conocida milonga de esa ciudad, siempre acompañados por la voz de Gardel o los sones de la Orquesta de Juan D’Arienzo.
Casi todos los sábado, Patricio y María Sonia van a bailar al Tango y Más, y disfrutan de este verdadero hobbie que les apasiona. Ella, elegante, vestida a la usanza argentina, y él, “muy ordenado, como corresponde”. Han llevado a sus hijos y hasta sus nietos los han visto bailar. Y es que este matrimonio ama el tango, escucharlo y bailarlo, aunque “no constituye un estilo de vida, ni involucra fanatismo ni nada parecido, es, simplemente, algo que nos gusta hacer”, cuenta Lynch.
“El tango es pasión, es alegría, es melancolía, es poema. Para nosotros, el tango es la vida misma que se expresa con música, con armonía”, remata Lynch.
David Viveros, arquitecto; Wurlitzer humano.
David Viveros Fuentes es arquitecto de profesión y pinchadiscos de vocación. Cuenta que su pasión por los vinilos le viene desde niño. Todo comenzó cuando su hermana mayor volvió de USA trayendo varios discos en ese formato. “Yo era chico, tendría unos cuatro años, y me impresionó ver estos discos tan grandes, con fotos inmensas… eran bien impresionantes. En la casa había dos equipos de música y yo ponía los discos, me encantaba. Era casi mágico poner la aguja encima y notar que empezaban a sonar, que empezaban a salir sonidos … era alucinante”, recuerda.
Hoy tiene 35 años, es arquitecto y tiene su propia empresa, Estudio V+. Desde hace dos años está casado, pero no ha abandonado su gusto por los discos. De hecho, cada miércoles asiste a algún pub para desarrollar su arista artística como pinchadiscos, ambiente en que es conocido como Dj D. “Soy una especie de wurlitzer humano”, bromea, agregando que todo comenzó en sus años de universidad, en que notó que había otras personas interesadas en los discos y comenzó a participar como DJ en unas sesiones llamadas Candolas. “Llegaba mucha gente hasta la Escuela de Arquitectura de la UBB para ver diapositivas o alguna película, pero con música de fondo de algún vinilo”, recuerda. Poco a poco se fue haciendo conocido, comenzó a trabajar con un equipo de personas y a organizar fiestas en locales y pubs. “Cuando salí de la U. hice la última fiesta donde me lancé más como productor, hicimos fiestas grandes para 1.000 ó 2.000 personas, en el Foro, todo gratis, muy respetuoso, al aire libre, siempre con la idea de compartir la música”, dice.
Su pasión lo ha llevado a formar una colección envidiable de más de 400 vinilos “bonitos”, es decir, de colecciones raras, primeras ediciones, además de cientos de otros discos más comunes.
Y siempre con el afán de compartir su gusto por la música en este formato, a principios de este año organizó la primera Feria del Vinilo, en Concepción. “Llevamos 10 expositores para que mostraran sus colecciones y se generaron intercambios, compras y ventas. Las expectativas no eran muchas, pero resultó todo un éxito. Todo el día hubo shows. Fue un evento muy transversal, había niños, jóvenes e incluso adultos mayores”, cuenta. La experiencia resultó tan buena que quieren repetirla el 24 y 25 de noviembre, esta vez en la sala Artistas del Acero. “En esta segunda versión habrá 15 DJ y 8 bandas de Concepción, Santiago, Valdivia y Talca que vendrán a tocar con nosotros. Será una oportunidad para compartir este antiguo-nuevo formato, para informarse y aprender. Y con música en vivo para todos los gustos”.
Pero el amor de David por la música va más allá. “Cuando hicimos la Feria del Vinilo, se nos acercaron varias bandas a colaborar y me di cuenta que había muchos artistas locales súper buenos que no tienen apoyo oficial. Pensé que me encantaría trabajar con ellos, en pro de ellos. De hecho, ya tengo lista la parte legal. El sello se llamará Patagon Records y tendrá como misión apoyar a las bandas o solistas locales, ayudarlos a producir sus discos y difundir su trabajo con eventos. Es un plan ambicioso, pero hay gente interesada en colaborar. Además, esto me tiene muy motivado. La música siempre ha sido mi gran motivación”, asegura.