En Concepción y en sus alrededores es posible hallar casas o vestigios de éstas cuyas historias están envueltas en un halo de terror y misterio. Dicen que están embrujadas, que ahí se ven y escuchan cosas raras, inexplicables. Por cierto no son pocas, y se encuentran no sólo en la capital regional, sino también en Talcahuano, Hualqui y Tomé.
Por Natalia Messer
Las casas con historias misteriosas o vinculadas con lo paranormal pueden asustar a más de alguno. Y aunque hay quienes no creen en estos relatos, la gran mayoría consigue atemorizarse al escuchar sobre fantasmas, demonios y otros asuntos que traspasan el umbral de lo conocido.
Así sucede con viviendas e instituciones que existieron o aún permanecen en Concepción y alrededores, supuestamente embrujadas, que dado lo terrorífico de sus historias siguen estando presentes en la memoria de quienes las conocieron o supieron sobre ellas.
Uno que bien las conoce, pues se ha dedicado a dejar testimonio de ellas, es el escritor chillanejo César Parra. Actualmente radicado en Santiago, donde es conocido como el “cronista de lo paranormal”, asegura que ha documentado los casos de cientos de casas embrujadas en todo Chile.
Siendo niño vivió a pasos del cementerio de Chillán, donde -cuenta- se vivieron muchas noches de terror, pues por esos años, década del ’70, no había luminarias en el sector, lo que generaba una especie de ambiente siniestro.
Desde aquella época es que le interesan los temas paranormales, sobre los cuales ya ha publicado varios libros. Para su última publicación, Fantasmas y casas embrujadas de Chile, recorrió todo el país buscando testigos de sucesos paranormales, “ya sea en casas antiguas, viejos conventos o bibliotecas”, como dice.
Durante este periplo, uno de los sitios que más lo impresionó fue, justamente, la Región del Biobío. “En Concepción me encontré con muchos relatos vinculados a apariciones fantasmales y luces de colores que se avistaban de la nada. (…) Creo que la Región del Biobío es un universo, porque cerca de Concepción también encuentras ciudades maravillosas, como Los Ángeles, Talcahuano o Tomé, donde pasan cosas muy extrañas”, explica César Parra.
La sonrisa de satán
En la avenida Argentina del sector San Vicente, en Talcahuano, una famosísima casona hizo tiritar de miedo a muchos choreros que debían circular en frente de la imponente construcción, que se asemejaba a un castillo, y cuyo origen es de finales del siglo XIX.
Le llamaron Castillo del Diablo, pero, en realidad, era una majestuosa casa de veraneo que mandó a construir un notario oriundo de Santiago con ancestros alemanes. De hecho, serían estas influencias germanas las que también determinarían el tipo de arquitectura de la construcción.
“El castillo se construyó aproximadamente en 1885 y su arquitectura tiene mucha tendencia europea, del estilo bávaro de Alemania… La casona era completa de madera, con revestimiento de latón. Estaba confeccionada con materiales importados de Europa”, explica Rodrigo Núñez Venegas, arquitecto y secretario de la agrupación Talcahuano Patrimonial.
“Estas propiedades del siglo XIX tenían una arquitectura muy ecléctica, influenciada por el neoclasicismo. Por ejemplo, el Castillo del Diablo es más bien una interpretación de la arquitectura bávara. No se pueden encasillar los estilos, porque la gente se adaptó al entorno de acá”, agrega el también arquitecto Luis Darmendrail, encargado del Archivo Histórico de la Universidad del Bío-Bío.
El Castillo del Diablo formaba parte de la quinta Santa Leonor y se encontraba en el entonces balneario de San Vicente, cuando este lugar, dicen, era semejante a lo que actualmente es Zapallar.
“Era un balneario histórico y se complementaba con el circuito de balnearios, como por ejemplo el de Penco…Había grandes casas, parcelas y quintas”, cuenta Luis Darmendrail.
Pero la historia de por qué la Quinta Santa Leonor se transformó en el Castillo del Diablo tiene relación justamente con que al ser esta construcción una casa de veraneo pasaba gran parte del año deshabitada, lo que alentó a que se crearan historias de fantasmas en torno suyo.
“El dueño tenía cuidadores, quienes se encargaban de proteger la propiedad y también de encender las luces de la casa para que no diera esa sensación de abandono. Estas luces eran rojizas y, en la noche, desde lejos, se podían ver las ventanas del castillo iluminadas”, cuenta Rodrigo Núñez.
¿Pero qué tiene que ver el diablo en la historia? No sólo las luces rojas alentaron la imaginación de aquellas personas que conocieron el castillo, sino también hubo alguien que jugó un rol clave para que la figura de satán se hiciera presente en pleno puerto.
Cuentan que uno de los cuidadores del castillo se paraba afuera de la casona casi siempre a medianoche. Este hombre vestía un traje negro y su apariencia era misteriosa. Lo peor y más tenebroso ocurría cuando sonreía. Su sonrisa se iluminaba y parecía que toda su dentadura era metálica. Eso no sólo asustó a muchos, sino que también comenzaron a circular historias que hablaban de que ese personaje era una “entidad satánica”.
La casona con los años adquirió fama de estar embrujada. Circulaba el rumor de que dentro de ella se podían ver fantasmas y que se oían ruidos de pisadas, pese a que no estaba habitada.
“En los ‘90 se juntaba en el castillo la Sociedad de Historia y Cultura de Talcahuano, que era un grupo de intelectuales, entre los que estaba Marmaduque Espinoza y Eugenio Salinas. Ellos contaban que en varias reuniones, especialmente en las noches invernales, escuchaban pasos en el segundo piso. Un día incluso se les cortó la luz y escucharon ruidos. Eso sí que fue terrorífico”, cuenta Rodrigo Núñez.
El castillo fue dejado por su último propietario, Omar Gómez en los ´90. Se desconocen las razones del abandono. Lo que sí se sabe es que a mediados del 2000 comenzó su desmantelación. No dejaron casi nada y, evidentemente, con el tiempo, la estructura colapsó.
Los vecinos dieron un gran salto el 11 de julio de 2007, cuando la estructura completa del famoso Castillo del Diablo se vino abajo. Ya no había nada que hacer. Hoy lo único que queda es el arco de entrada a la propiedad, porque el sitio está vacío y repleto de maleza.
La novia hualquina
En Hualqui también se cuenta, y a estas alturas como una especie de leyenda, sobre una casa que asustó en su tiempo y que sigue generando temor a los que saben de su historia.
La Casa Embrujada o el Castillo de la Novia, como también se le conoce, es una construcción que data del siglo XIX. Dicen que la propiedad es tan vieja como la propia municipalidad de la comuna.
Se encuentra ubicada en las afueras de Hualqui, a un costado del camino que lleva a Quilacoya. Le llamaban el castillo porque en sus costados tenía unas torres en punta.
Los primeros dueños de este “castillo”, según cuentan los hualquinos, eran ricos y poderosos. Tanta fortuna generó sospecha entre los vecinos y, rápidamente, se corrió el rumor de que ésta tenía relación con un pacto diabólico. Cuenta la historia que habría sido el mismo dueño de la casona el que transó dinero con el diablo a cambio de las almas de sus empleados.
El compromiso era que cada año se entregase un alma a cambio de más fortuna. Al principio todo iba de acuerdo con el plan, pero luego el dueño de casa se quedó sin empleados, porque en la localidad se comenzó a hablar de que si se trabajaba con él se corría el riesgo de morir de forma misteriosa. Sin almas que recibir, el diablo no habría hecho visto gorda y solicitó al dueño a su única hija, la que aún permanecía soltera.
Lo que vendría después se desconoce, porque de la noche a la mañana la casa fue abandonada. Ni el dueño ni la hija fueron nuevamente vistos.
Con el tiempo se empezó a decir que durante las frías noches de invierno, en la medianoche, se ve pasear por la casa a la hija soltera de su propietario. Ésta viste completamente de blanco, como si llevara un vestido de novia. También dicen que bajo la casona existe un oscuro subterráneo desde donde se escuchan cada noche extraños ruidos.
Actualmente de la casa queda muy poco. Con el terremoto de 2010 la construcción se desestabilizó y hoy conserva alguno que otro pilar. La enclenque estructura permite todavía imaginar cómo fue realmente en el pasado este castillo. Probablemente una de las casas más lindas de la zona.
En la propiedad colindante a la casa embrujada viven los actuales dueños de todo el terreno, que incluye el castillo: Eduardo Yuseff y su esposa, Rebeca Sepúlveda. Ellos no habitaron la casona embrujada, pero al estar cerca de ésta, y al formar parte de su propiedad, no pueden obviar las historias y mitos que se tejen a su alrededor.
Un extraño episodio se quedará en la memoria de ellos para siempre. Era tarde y el matrimonio venía llegando a su casa. En el camino de tierra que lleva a Quilacoya, y donde está el famoso “castillo”, se apareció de pronto una mujer, ni tan vieja, ni tan joven.
La mujer parecía preocupada, así es que Rebeca se acercó a preguntarle qué buscaba. “De pronto, y de la nada, desapareció. Se esfumó y no tenía cómo hacerlo, porque de un lado está la línea del tren y del otro una especie de zanja con matorrales espinosos… Quizás era la novia”, sentencia Eduardo Yuseff.
Más casas, más fantasmas
Probablemente existan más casas con historias similares a las del Castillo del Diablo o la casona de Hualqui. De hecho es posible que no todas las construcciones sean viejas, porque “los fantasmas que se quedan en la tierra pueden estar en cualquier lugar”, dice César Parra.
Y como explica el propio escritor, estas presencias fantasmales viven en su propio limbo. No ascienden a otro plano porque no tienen méritos suficientes para hacerlo o porque, simplemente, no les interesa ascender y se quedan aquí, entre nosotros.
En el sector de Medio Camino, en Talcahuano, aún se avistan propiedades antiguas que generan, a primera vista, un temor inexplicable.
Algunos textos en Internet y relatos de vecinos cuentan de una casa del sector donde se escuchan los llantos de una guagua.
Es difícil saber más de esta historia, porque los vecinos, incrédulos, se niegan a hablar del tema. De todos los consultados, hubo una persona que aseguró que en calle Uno Oriente de Medio Camino, había una casa espaciosa, con muchas habitaciones, vieja y cercana a un taller mecánico, donde ocurrían cosas extrañas.
Tomé también cuenta con su propia casa embrujada o, al menos, eso es lo que se dice. El exinternado del liceo industrial, también llamado por los tomecinos “el Palomar”, es una vieja construcción donde se verían fantasmas y escucharían voces. Probablemente de alguno que otro alumno o profesor que en el pasado vivió allí. Actualmente, la construcción se encuentra en un avanzado deterioro y es habitada por indigentes.
Sin embargo, no sólo en casas suceden episodios extraños. En hospitales, regimientos o en plena carretera se avistan presencias “fantasmagóricas”.
También en Tomé, y al final de un puente, se aparece un carabinero fallecido, dicen. Algunos conductores cuentan que lo han visto, casi siempre de noche, y en días lluviosos. Relatan que cuando le ofrecen llevarlo, el policía se niega y luego desaparece.
Otro caso se da en el Hospital Regional de Concepción, donde la aparición de un misterioso joven, al parecer un estudiante de medicina que habría fallecido prematuramente, tiene inquietos a quienes han logrado avistarlo.
Tenebroso también es el cuento que se gesta en el antiguo puesto de guardia numero 4 del Regimiento Chacabuco, que daba al cerro La Virgen y al Servicio de Psiquiatría Concepción y que habría hecho pasar varias noches de terror a soldados conscriptos. Ahí, cuentan, se escuchaban ruidos extraños y eran pocos los valientes que se atrevían a salir de la garita para averiguar su origen. Lo que ocurrió realmente afuera, en ese paisaje boscoso, nunca se supo.
Patrimonio embrujado
Más allá de fantasmas o el propio satán, a los historiadores, cronistas y arquitectos les preocupa el poco cuidado que hay con el patrimonio, especialmente, con el de finales del siglo XIX.
“El problema de fondo es la conservación de estas construcciones, que para la población tienen una valor especial, simbólico, histórico…un valor que trasciende la arquitectura”, opina Luis Darmendrail.
Hay que lograr que las personas se identifiquen con su ciudad. “Por ejemplo, en Talcahuano tenemos aún edificios emblemáticos que son parte de nuestra idiosincrasia, como el molino Brañas-Mathieu, y que pueden ser turísticamente favorables”, agrega Rodrigo Núñez.
Es cierto que los terremotos azotan a Chile con cierta frecuencia, llevándose en su movimiento todas las construcciones antiguas; pero el motivo del derrumbe del Castillo del Diablo o la casona embrujada de Hualqui no pasó sólo por razones “telúricas”.
“Es una responsabilidad gigantesca, tanto de la autoridad que debe proteger la historia, como también de la ciudadanía. La arquitectura es el testimonio edificado de todos los cambios culturales, económicos, sociales y políticos”, asegura Luis Darmendrail.
La consideración de parte de autoridades y la comunidad en general sobre la arquitectura, pero también sobre la historia y las leyendas que se tejen en torno a estas construcciones, es fundamental para que no acaben en el olvido. Porque si eso ocurre, todo patrimonio, incluso el que puede estar embrujado, desaparecerá.