Ya no son solo flores. Aumentan las sepulturas adornadas con peluches, remolinos, la bebida o el licor que le gustaba al difunto. Lo solemne ha dado paso a lo pomposo, incluso, a lo violento. En el mes que se inicia recordando a quienes han partido, repasamos qué significa el momento funerario y cómo rememoramos a los que se fueron en tiempos marcados por la pandemia, los aforos y la velocidad de los ritos.
Por Carola Venegas V.
No todos van al cementerio como Enrique. Religiosamente, cada domingo después de la misa de la mañana, se despliega entre el camposanto de la ruta 150 y el de la calle Rodolfo Briceño, en Concepción, para visitar a su esposa, a su suegra, a su cuñada, a sus padres, hermana, tíos y abuelos. Es un trayecto largo en recuerdos y en dolores. También en amor. Aplaca su tristeza en la solemnidad de las flores, limpiando el sitio de descanso de sus ancestros y el de la familia de su compañera. “Es que se me ocurre que no está tranquila si no visito a la gente que ella quería. Era su preocupación y quiero que esté contenta”, explica.
No todos expresan el cariño a sus muertos como Enrique. La sobriedad de las flores frescas y la pulcritud de la tumba, poco a poco quedan atrás y dan paso a nuevas manifestaciones que los deudos se encargan de hacer notar en el sitio donde descansan familiares y amigos. Un par de metros más allá de donde Enrique visita a su gente, dos jóvenes se toman selfies, encienden un porro de marihuana y le dejan una lata de cerveza a Kevin, quien murió tempranamente a los 16 años. En su tumba brillan fotos plastificadas, flores artificiales, y el fierro de una bicicleta que seguramente algo tiene que ver con su partida.
Los ritos ya no son los mismos. En una vuelta por los camposantos se ven cada vez más pertenencias u objetos que delatan los gustos o tradiciones del fallecido. La camiseta deportiva, los juguetes, los lentes de sol, los zapatos de fútbol, figuritas y un montón de otros símbolos que dicen “algo” de esa persona que se fue. “Es una especie de negación de la muerte, de sentir que esa persona aún está aquí y que disfruta lo que le están dejando”, explica Sergio González, académico de la Escuela de Psicología de la Usach, doctor en psicología, antropólogo y experto en psicología social y cultural.
Marcar el hito de morir
“Aquí se ve de todo. Gente que se preocupa de venir a ver a sus muertos y otros que los olvidan no más. Otros que pagan porque les dejen flores y porque les limpien las tumbas”. Patricia, que ayuda a su hermano en el oficio de mantención en un cementerio, señala que se ven cosas inusuales. Dice que hay expresiones excesivas, que más de alguna vez le ha tocado escuchar cuetazos o balazos, música extraña para un funeral, hasta gente disfrazada, y a otra que le da lo mismo venir con colores fuertes o alejadas del rito funerario.
“Un cementerio es igual que una ciudad: puedes ver barrios. En ciertos sectores todo es más solemne. En los patios de tierra es muy común la expresión popular, la gente se saca fotos y registra los funerales. Otros dejan en los lugares objetos que identificaban a las personas fallecidas, por ejemplo, cadenitas, una cerveza abierta, peluches, o para las Fiestas Patrias se adorna con volantines o banderas”, explica una funcionaria del cementerio General de Concepción. Este último año divisó en uno de los patios una ramada a escala, donde se veían las mesas, los adornos y hasta las fotos de las personas.
El antropólogo Sergio González comenta que este es un proceso de transformación que se ha venido intensificando en los últimos años, y que se agudizó con la pandemia. “Los diferentes momentos de ritos sociales y culturales, como son los asociados a la muerte, se han convertido en eventos. Podríamos hablar del concepto del ’eventismo’, el que tiene al menos tres características significativas”, especifica el académico. Una de ellas es que tiene un comienzo y un fin muy claro. Comienza con el hito, se desarrolla en un tiempo acotado -que puede ser un par de días en el caso de la muerte- y se cierra el proceso en el momento que culmina con el entierro. Esta lógica de “eventismo”, también ocurre con otros ritos como el casarse, incluso, con el separarse… Es concretar los tiempos y eso significa acotarlos a los eventos.
Un segundo elemento, según continúa Sergio González, es que hemos cambiado nuestra relación con la muerte. Antes, era un proceso más socializado, donde en los ritos funerarios participaba el núcleo familiar, los cercanos, los amigos y también conocidos, compañeros de trabajo, gente del vecindario. Ahora, el acto funerario está circunscrito a una lógica del núcleo y de los lazos con quienes el fallecido tenía una relación más directa y específica.
“La pandemia aceleró las dos cosas: lo rápido del evento y el restringir el aforo. En los últimos 20 años, los ritos se han vuelto muy acotados y rápidos, pues de alguna manera negamos la muerte, es una forma de circunscribirla y dejarla digitalizada en una situación específica y después dar vuelta la hoja”, destacó.
Hay un tercer aspecto. González especifica que se ha profundizado en una relación de otro nivel en el plano de los afectos con los muertos. “El rito es acotado, pero la presencia de los muertos que son significativos para las personas ha abierto espacios simbólicos en los cuales para los aniversarios se les recuerda, se les hace una comida e incluso se hace una fiesta. Celebramos el cumpleaños de quien no está, o conmemoramos el día de su muerte. Es profundizar lo simbólico de la afectividad. Hay una lógica de estabilidad y de intensificar la relación con quienes ya no están”, sentencia el antropólogo.
Efecto Covid
Que la muerte signifique más y duela menos. Eso es lo que señalan en el Cementerio General de Concepción, donde han venido creando espacios y condiciones para que las familias se encuentren tranquilas en un momento tan límite y doloroso.
“Existen fechas conmemorativas en las que el Cementerio permite el acceso peatonal para que familias celebren Navidad o Año Nuevo, dentro del horario de las 23 horas hasta las dos de la mañana, con sus seres queridos que han partido”, explica la directora (S) del Cementerio General de Concepción, Carolina Neira. Sentencia que antes lo usual era que después del funeral y con los años, las visitas a las sepulturas fueran disminuyendo y que las familias prefirieran asistir en fechas importantes. “Pero luego de la pandemia, cuando por disposición reglamentaria no podían realizarse funerales con mayor acompañamiento, fue muy difícil para muchas familias y generó que las visitas y la preocupación por las sepulturas comenzara nuevamente a aumentar”, destaca.
Coincide con esa apreciación el historiador Carlos León, quien asegura que por mucho tiempo se vio la muerte como un momento del que había que alejarse, de dejar la tumba botada. “Hoy se percibe un cambio a raíz de lo que generó el Covid. Como hubo tanto tiempo funerales bastante sobrios, en los que no había tiempo para despedirse del difunto, ahora la gente sí quiere despedirse. El otro día pasé por un sector donde había una familia que se quedó a tomar unas cervezas, a comer con el difunto. Eso me parece bastante nuevo, positivo y se están dando expresiones culturales similares a México y a Colombia”
De la sobriedad a los narcofunerales
La actitud de la muerte ha cambiado mucho en la contemporaneidad, pero lo interesante es que todavía conviven diferentes formas de honrar a los difuntos y darles sepulturas. “Por ejemplo, podría decir que aún existe una forma católica, tradicional, con misa, acompañando a la familia, personas que hasta el día de hoy se visten de luto, incluso, hasta un buen tiempo después de que fallece el ser querido”, sentencia el historiador Carlos León. Sugiere que ya casi no se ven expresiones tan pomposas, como las carrozas, usar el crespón, el velo negro o ese tipo de cosas que provenían del siglo 19.
“Lo que sí se ve mucho es la demostración de pertenencia a grupos sociales. Por ejemplo, si la persona pertenecía a un conjunto folclórico, o de Bomberos, que hacían el funeral de noche con sus uniformes y con los carros bomba. También hay unos funerales cristianos que son acompañados por coros con el repertorio más tradicional y mucha música. Existen, de la misma manera, funerales reservados y sobrios, como los del crematorio, donde hay menos símbolos, menos discursos”, puntualiza.
Y no se puede dejar de hablar de los funerales de las barras bravas o los narcofunerales, que han desarrollado su forma de expresar el fervor hacia el difunto de una manera demasiado llamativa. “En el caso de los narcofunerales se combina con símbolos violentos. El cementerio tiene que verse enfrentado a pedir ayuda. Por eso la presencia de Carabineros, para generar contención y evitar que se genere miedo en la comunidad que está cercana al recinto”.
Trabajadores dicen que a veces se sienten cuetazos que emulan disparos. Es una forma de despedir y a la vez demostrar que duele, que las cosas no se quedarán así no más, que hay fuerza y poder de fuego.
La muerte es parte de la vida de toda cultura. Esto último es transversal, y cada cual debe buscar la forma de aceptarla y sobrellevarla. Darle un significado, recordar y avanzar es tarea ardua. Duele más en fechas importantes, pero pone a prueba la capacidad de valorar lo que nos dejaron esos que amamos y ya partieron.