Su creatividad traspasó fronteras. En sus 50 años de vida lo hizo casi todo, y de manera extraordinaria: escribió poesía, investigó la música campesina chilena, tejió tapices que expuso en Europa y creó bellas canciones para el eterno recuerdo. Este 2017, Chile celebra el centenario de su nacimiento, una ocasión que se espera saque a relucir todo su genio y talento desbocado.
Por Natalia Messer.
A Violeta Parra Sandoval se le conoce mayoritariamente por su música, pero encasillarla como cantautora sería caer en un error. La artista brilló por ser integral y por tener diversas facetas, algunas de ellas desconocidas, que no dejan de asombrar.
Lo cierto es que además de cantautora, fue poetisa, compiladora, investigadora, educadora, artista visual, costurera y cocinera. La genialidad de la artista nunca se agotó, incluso en sus últimos años de vida, hasta que no pudo más con su pena, y con una escopeta apuntando a su cabeza acabó con todos sus fantasmas.
En la conmemoración de su natalicio, el próximo 4 de octubre, que también se eligió en el país como el Día de la Música y de los músicos chilenos, se quiere explorar a fondo las otras caras de Violeta, más allá de su vida personal, apasionada y tempestuosa, con todos sus matices.
Exploradora rural
Violeta, siendo hija de un profesor de música, Nicanor Parra Parra, y de Clarisa Sandoval Navarrete, se impregnó a temprana edad de las artes.
A los nueve años ya tomaba la guitarra y a los 12 compuso sus primeras canciones populares. Pero esto iría más allá conforme pasaban los años. Tal vez esa inspiración familiar o sus siete hermanos que también se inclinaron por las artes, influenciaron aún más su carrera.
Una carrera que la llevó a convertirse en una especie de inquieta exploradora que rompió esquemas. Siendo muy joven, con una maleta y su grabadora, se internó en las profundidades del mundo rural. Ésa fue una faceta importante de su obra, la de compiladora, investigadora, tal cual una etnógrafa que se aventura a descubrir nuevos mundos.
Para Patricia Chavarría Zemelman, folclorista y también recopiladora, con 50 años de experiencia en música popular del centro sur de Chile, ese mundo que Violeta exploró le entregó otro modo de ver las cosas.
“La cultura campesina es muy distinta a la citadina. Hay otra forma de entender al mundo. Hay una cosmovisión que es mucho más integral, donde las comunidades con el ser humano se conectan hacia la tierra profundamente y hacia lo trascendente”, explica.
Esa cultura campesina viva, donde se bautiza la guitarra y donde las personas no son superiores a la naturaleza ni a otros seres vivos, trastocó el genio creativo de Violeta.Una genialidad que recoge muy bien lo de antaño.
Para el periodista especializado en música popular chilena, Rodrigo Pincheira Albrecht, lo que hace Violeta Parra es tomar una tradición que viene de los cultores populares, de la ignorada cultura oral. “Por ejemplo, está lo que ella hace con la guitarra campesina, con todas las formas diferentes de afinación, ¡que es un mundo!”, señala Pincheira.
Por eso su trabajo de recopilación por el campo chileno rápidamente se volvió reconocido. En la localidad de Portezuelo, cuenta Patricia Chavarría, Dorila Rojas, una cantautora extraordinaria, sólo tenía elogios para el trabajo de Violeta.
“¡Ésa era buena!, ¡ésa era buena!, repetía con tanto respeto y una admiración muy grande”, recuerda Patricia.
La sencillez de la artista se destacaba en el mundo rural. Y quizás eso también la acercó tanto a su gente y costumbres. Una cercanía que se puede sentir, ver y escuchar en casi toda su obra, que es un canto a la vida y al campo. La artista, siendo recopiladora pudo captar lo esencial.
Para Patricia Chavarría existe un gran ejemplo que grafica lo bien que hizo Violeta en su rol de investigadora. La canción Rin del Angelito.
“Capta la esencia más profunda. Ese sentir de un campesino frente a la muerte de un niño. No es para llorar, sino que se sabe que la familia tiene alguien que va a velar por ellos en el cielo”, dice la también investigadora del Archivo de la Corporación Cultural Artistas del Acero.
Recita a lo humano
Pero al rol de compiladora, investigadora y exploradora se suma la Violeta poeta. Otra cara desconocida. De eso sabe muy bien la académica de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), Yenny Ariz Castillo. Parte de su doctorado en Literatura Latinoamericana lo hizo en torno a la obra literaria de Violeta Parra.
“Me di cuenta de que había mucho material bibliográfico y luego fui trabajando con análisis de su obra, por ejemplo las décimas, una forma estrófica muy tradicional española, y que logra dar a conocer su canto a lo divino y a lo humano”, cuenta la experta.
Esas décimas, como explica la profesora de español, que la artista escribió en su autobiografía y en una especie de diario de vida que ahora su hija Isabel Parra intenta recuperar, le permitieron conocer a una Violeta que trabaja con una poesía muy intimista, situada históricamente en el Chile que va desde la década del ’20 hasta el de mediados del ’50.
“En su décima ella plantea su forma de ver el mundo, el poder, y de una manera bastante vertical, donde hay opresores y oprimidos. Una visión muy anclada en la religiosidad popular, que cree en la justicia divina, en la fatalidad y que tiene siempre la esperanza de que vendrá algo mejor, de que la vida se transforma”, explica la académica.
María Nieves Alonso conoce también a fondo el rol de la Violeta escritora y poeta. Esta profesora de la Universidad de Concepción, que además ha investigado esas facetas de la artista, forma parte del comité de expertos que fijó el Gobierno de Chile para celebrar el centenario de su nacimiento.
“Mi trabajo pretende ser parte o trabajar por la confirmación de Violeta Parra como una gran exponente de la poesía chilena”, dice María Nieves Alonso.
Lo que más destaca de ella es su enorme competencia lingüística y literaria. “Ella maneja el lenguaje de una manera extraordinariamente hábil y profunda”, dice.
Ese manejo en el lenguaje también lleva a la artista popular a definir lo ambivalente que puede ser el ser humano. Tierno y violento, víctima y verdugo, profundo y superficial. “Ella proyecta ese contraste muchísimo”, asegura María Nieves Alonso.
Otra característica notable es la presencia de la ternura en su trabajo literario, que está muy presente, dice la académica, y es notoriamente exhibido a través del lenguaje, repleto de diminutivos y nombres cariñosos.
Probablemente Gracias a la vida sea una de sus joyas literarias más emblemáticas, y también una de las más conocidas, que se encuentra en 140 versiones y en 20 idiomas.
Colores y sabores
Los sabores, colores y las texturas también cautivaron a esta mujer de cabellera abundante, ojos café oscuro y temperamento fuerte. La cocina, por ejemplo, fue un medio de expresión donde incursionó. Una manifestación artística más, como han expresado críticos de su obra, y que a Violeta le sirvió para dar a conocer el folclor nacional a través de sus sabrosas preparaciones.
Durante su estada en Europa, a comienzos de la década del ’60, cuando se encontraba en pareja con el antropólogo y musicólogo suizo Gilbert Favre, comenzó a experimentar en la cocina.
Habitual era que la artista exhibiera sus dotes culinarios en fondas y exposiciones que realizó en el extranjero y luego en Chile. Al principio eran preparaciones europeas, como el Fondue, una comida típica de Suiza, originaria de los macizos montañosos de Jura y norte de los Alpes, y que Violeta aprendió a cocinar estando en Ginebra.
Luego fueron platos típicos de campo que conectaban desde Europa a la cantautora con sus verdaderas raíces. Se cocinaban empanadas, sopaipillas, asados y otras exquisiteces preparadas por la propia artista.
En Chile, Violeta desarrollaría aún más esta veta de cocinera popular. En su último domicilio, la famosa Carpa de la Reina, cocinó para sus comensales.
En torno a un brasero, que se ubicaba en el centro de la carpa, y siguiendo la tradición mapuche, se exponían sus preparaciones.
“El sábado tuve 150 personas en la carpa. Tenemos comida para el público: asaditos, empanadas fritas, sopaipillas pasadas, caldo, mate, café, mistela y música. ¡Si vendiéramos la fondue sería un éxito!”, contaba Violeta.
Y a la cocina se añadirán las confecciones manuales que creó. No se detuvo nunca. Este período de su vida será también muy prolífico desde un punto de vista artístico. Gracias a la vida aparece por ese momento.
Luego aparecieron las máscaras de papel maché, las esculturas, las figuras de alambre, la costura y las arpilleras.
“Tenemos una Violeta que se convirtió en artista visual en los campos, siendo una niña. Su hermana Hilda dice que todo lo que creó Violeta en Europa lo vio trabajar en Chillán: desde las figuritas de alambre hasta el bordado de arpillera”, agrega Yenny Ariz.
Las arpilleras, que eran trozos de tela burdos, generalmente yute o bien cortinas o sábanas, cuando no tenía materiales, causaron una revolución.
“Es un trabajo que surge desde la precariedad. Es una manera típica en los campos chilenos, incluso es un método de trabajo. Violeta descubre esta línea y borda frenéticamente, pero supera lo que hace una arpillerista tradicional”, dice Yenny Ariz.
Esa superación recibe su premio el 8 de abril de 1964, cuando la artista logra inaugurar la exposición “Tapices de Violeta Parra”, en el museo de Artes Decorativas, ubicado en el pabellón Marsan del Palacio del Louvre, Francia.
“Esto me parece un sueño. Jamás pensé que mis tapicerías, arpilleras, esculturas y pinturas iban a gozar de tal lugar para presentarse en París”, dijo Violeta al diario El Mercurio en esa ocasión.
Una educadora
Después de que regresó de Europa, en 1965, con puros triunfos artísticos a cuestas, otro sueño le surgió. Esta vez vinculado con la educación.
Quería quedarse en Chile, y tenía un proyecto grande: crear una Universidad Nacional del Folclor. Así, y con el apoyo del entonces alcalde de la comuna de La Reina, Fernando Castillo Velasco, logró instalar un centro cultural de arte popular dentro de una carpa de circo, como en las que solía cantar siendo jovencita.
La carpa de La Reina, ubicada en calle La Cañada 7200, se convirtió en un proyecto que quería traer la cultura campesina a la ciudad.
“En la carpa se exhibían las arpilleras y los óleos. También se cocinaba. Todo el lugar era una especie de performance del campo chileno”, cuenta Yenny Ariz.
Asimismo, Violeta quería educar a los jóvenes en las artes del campo chileno. Un arte integral que plasmó muy bien en este proyecto, donde esperaba recuperar todo el tiempo que pasó en el campo. Por esos años la carpa se convirtió en su hogar, el último que habitó hasta su muerte.
“Ella siempre estará buscando todo el tiempo el paraíso perdido, porque su vida está en otro lugar, en un sitio que no es el propio. Violeta representa el desarraigo”, sostiene el periodista Rodrigo Pincheira.
Crítica social
El andar de Violeta fue fructífero. Su obra saca a relucir todas sus ansias, que no fueron pocas.
“Es una obra que se agiganta, crece y resulta novedosa para el público. Violeta le puso alas a la guitarra”, califica Rodrigo Pincheira.
Esas alas quisieron dejar un mensaje. La artista nunca eludió la crítica social. En eso era firme y clara. Las convicciones no se abandonan y permanentemente hizo cuestionamientos en su obra musical, literaria y pictórica.
“Siempre ha estado hablándonos de lenguaje, literatura, música, política, diciéndonos que a la Luisa todavía le falta dinero para los pañales del niño. Es totalmente vigente”, asegura la investigadora María Nieves Alonso.
¡En buena hora apareció la Violeta Parra!, dice con emoción Rodrigo Pincheira, quien además valora la presencia de la artista, sobre todo en una época donde la cultura hegemónica y dominante imperó.
“Lo que hizo fue mostrar algo desconocido. Ésa es la maravilla. Nos mostró un país que tenía la poesía popular, juglaresca. Las grandes preguntas del ser humano se las hizo Violeta Parra”, señala el periodista.
Por eso este 2017 será significativo. Se celebran 100 años de una de las artistas más completas que Chile ha tenido. Para eso ya se preparan las actividades. Desde ponencias académicas hasta masivos conciertos. La Fundación Museo Violeta Parra, y a través de su hija, Isabel Parra, también se encuentra trabajando para revelar un poco más a esta especie de mujer orquesta, creadora sin límites, genia indomable y quizá como la llamó su hermano, Nicanor Parra, “la madre de la patria”.