Lo dijo el Presidente de la República: “ En Chile existen muchas formas de familia y cada una de ellas merece respeto, dignidad y el apoyo del Estado”.
Un colchón para el 65% de los niños que no crece dentro una familia tradicional y se forma en un núcleo diferente. Mamá e hijo; hijos y papá; abuelos y nietos; abuela, mamá e hijo. Con historias disímiles, pero todos iguales para el sistema y para una sociedad donde se validaron y ganaron un lugar.
Ana María Lezcano: Mamá sin vestido de novia
Ana María Lezcano es hija de un matrimonio “bien avenido”. Cincuenta y tres años juntos llevan ya sus padres, Domingo y Elsa, y ella creció con esa misma idea. Sería una profesional exitosa, ingeniero como el padre, se casaría y tendría hijos. Cumplió su sueño, pero a medias. Hoy ocupa un cargo clave en la gestión operativa de una compañía sanitaria -la única mujer en esa función- y es mamá de Fernanda y de Antonio, de 9 y 7 años; pero no tuvo ni vestido de novia ni aniversarios que celebrar como sus padres. Sus hijos son fruto de una relación que a pesar del empeño y de las ganas de ambas partes, no prosperó.
-Mi filosofía es que ante situaciones adversas hay dos alternativas: O se llevan bien o se llevan mal. Y yo me la juego por la primera. No está en mi naturaleza quedarme pegada en el dolor.
Toda separación, dice, es traumática. Pero la de ella fue conversada, consensuada y asumida.
-Sabía que el futuro no iba a ser fácil y me quedé sola y con dos guaguas en esta ciudad. Soy mamá, apoderada, jefa en mi pega y ministra de Economía en mi casa. Recuerdo esas noches en vela con los niños enfermos, con uno en brazos y con la otra pegada a mi pierna. Gracias a Dios son sanos y tras malas noches, tiraban rápidamente para arriba lo que me permitía estar al pie del cañón.
Lo demostró una vez más el 27/F. La ciudad necesitaba agua potable. Con el corazón apretado dejó a sus hijos con los vecinos y se presentó al trabajo a primera hora, sin desatender lo que sucedía en su hogar.
-Que esté presente es fundamental para ellos; cuidarlos, contenerlos, amarlos por sobre todo es mi meta en la vida. Creo de corazón que mi familia es tan normal como cualquier otra. Mis hijos entienden que sus papás no están juntos, pero que se quieren, se respetan y los aman profundamente al igual que sus abuelos y sus tíos. Lo que a ellos y a nosotros nos importa es que crezcan unidos, bien enseñados y con herramientas para enfrentar enteros y felices la vida que les toque vivir.
Javier Martínez: El nieto de Raquel Burgoa
Cuando a Javier Martínez (36) le endosan el calificativo de “criado con abuela” rápidamente contesta: “Es que ustedes no conocen a Raquel Burgoa”. Es que ella, su abuela materna, es la matriarca del clan y quien se hizo cargo de su crianza desde que soltó el primer llanto. Y con sus 95 años, sigue a su lado.
-Hizo las veces de mamá y Carmen, mi madre, de papá y proveedor. El nombre y la historia del verdadero nunca fue tema entre nosotros. Pero tampoco me infundieron rencor o resentimiento hacia él.
Cuidados, amor y mimos, pero al mismo tiempo límites y reglas bien claras le inculcó doña Raquel desde niño. “Derechito”, creció. Ella cursó sólo hasta segundo año de Humanidades, pero era muy culta; le gustaba leer, conversar y estimulaba a su nieto a estar siempre informado para tener opinión sobre diferentes asuntos.
-Es una mujer creyente, piadosa, tierna y trabajadora, pero a la vez estricta y severa. Es nuestro punto de referencia y la que lleva la batuta en la familia. Jugada como pocas, cuando supo que mi madre estaba embarazada, sola y sin apoyo, no caviló un segundo. Dejó su campo, su casa y al resto de sus hijos y nietos en Tomé y partió a acompañarla a La Unión donde ella trabajaba. Luego nos trasladamos a Nueva Imperial y a Temuco, y sólo en 1982 regresamos a la Octava Región, junto a mi abuela, siempre.
Javier no tuvo hermanos pero sí primos por montones y tíos maternos siempre atentos a sus necesidades.
-Estoy consciente que ninguno reemplazó la figura paterna que todo niño debe tener, pero a su manera hicieron un gran aporte. Somos una familia con todas las de la ley, nunca me faltó nada ni me sentí en desventaja; al contrario siempre estuve protegido por esas dos mujeres. Y sé que lo que soy es gracias al esfuerzo de ellas.
Javier es periodista y docente universitario. Tiene dos hijos, Cindy (21) e Ignacio, de 8. Cindy no lleva su sangre, pero la ha criado como suya y sin distinciones. Así se lo enseñaron su mamá y su abuela.
Sary Fideli: Los mejores partners
Sary Fideli se separó de su pareja cuando su hijo, Matías (9) tenía sólo seis meses. El alejamiento fue doloroso y complicado. De su ex, sólo volvió a saber cuatro años después.
-Desde el comienzo asumí que tenía que “aperrar” sola, sin drama y estar bien para criar a mi hijo. A mi lado, tengo una familia maravillosa, nos cuida y está pendiente de nosotros. Sí, tuve más trabajo para convencer a mis papás de que yo podía; a ellos les daba pena la situación del Mati, eso de ser ‘solito’, me decían. No les fue fácil entender que lo que estaba construyendo sí era una familia y que mi hijo crecería siendo un niño cariñoso y respetuoso como cualquier hijo de familia tradicional.
Me lo confirmaron hace poco en su colegio. Su profesora sólo tuvo halagos para él. Eso me tranquilizó, soy una mujer segura en la vida, pero la duda de si lo estoy haciendo bien como mamá siempre está.
Papá fue una palabra que, como todo niño, tempranamente Matías incorporó a su vocabulario, pero se la atribuía a cualquier figura masculina cercana a él.
-Eso me rompía el alma, comenzó a decirle papá a mi hermano Ítalo, y decidí que sin importar nuestra historia, mi hijo tenía que reencontrarse con su padre. Lo eduqué sin resentimientos y jamás le hablé mal de él. Sólo le dije que estaba lejos por su trabajo. Creo que todo eso ayudó para que su relación hoy fluya de manera normal.
El concepto “pena” no se lo permite para ninguno de los dos.
-Al contrario, mi hijo es un niño afortunado que recibe amor desde todos lados, y él también lo expresa así. Me encanta cuando le dice a su amigos ´vengan a jugar a mi casa porque mi mamá es buena onda’. Hemos desarrollado una relación de confianza y complicidad absoluta. Vivo la mejor etapa de mi vida, soy terriblemente feliz con mi hijo y, sin duda, él es lo mejor que me ha pasado. Mi plan de vida es criar a un niño feliz para que sea un hombre de bien.
Gabriela Gallardo: La misma vara de crianza
A sus 72 años, Gabriela Gallardo conoce a los principales personajes de los animé japoneses, a diario escucha la música de la cantante canadiense Avril Lavigne y entiende perfectamente la jerga y toda la cultura gótica. Poca gracia les encuentra, pero son los gustos de su nieta Carolina (19), que vive junto a ella desde los siete años.
-Con ella he aprendido mucho. Claramente los niños de ahora no son como los de antes, hay que ser más flexibles, aunque no por eso aflojar en la disciplina. Soy estricta y de esa manera crié a mi hija (la mamá de Carolina) y a mi hijo. Para avanzar la gente debe tener meta claras y un patrón de conducta. Ese discurso tampoco lo cambié con mi nieta.
Gabriela tiene la firme convicción de que el mejor lugar para un niño es junto a sus padres. Carolina fue un caso puntual; hubo decisiones que no fueron fáciles de tomar, pero finalmente todos optaron por el bien de la niña.
-Ella ve regularmente a sus padres y sabe que decidirá con quién vivir. Es algo que siempre ha estado claro. Todos hemos tenido que ceder en esto, pero el resultado – verla a ella grande, buena, inteligente, en la universidad- nos hace olvidar las penas que pudimos haber pasado. Sus papás están separados, para ninguno de los dos fue fácil aceptar que la niña se quedaría con sus abuelos. Y para nosotros tampoco asumir una responsabilidad tan grande y volver a criar después de viejos.
Por empeño no se quedaron. Todos aportaron y formaron a una niña con carácter, respetuosa y responsable, como define Gabriela a su nieta.
– Siempre me pregunto si tomamos la mejor decisión. Mi nieta es generosa y nos responde que no tenemos que sentirnos culpables: ‘Soy feliz y eso es lo que tiene que importarle a usted’ me responde.
Andrés Vidal: Papá 24/7
Cuando a los 17 años sus amigos le proponían un carrete, Andrés Vidal Lavín miraba para el lado y prefería “pasar”. Vivía con sus padres y con ellos su polola y su hija de meses, Consuelo. En la mañana iba al colegio y en la tarde cambiaba pañales y preparaba mamaderas.
-Aprendí a ser papá haciendo. Entendí que si había asumido ese rol era sin quejarme. Contaba con el tremendo apoyo de mi familia, de mi mamá que me guiaba en esto de la crianza, pero si no se podía salir no se podía nomás. Este apego permitió que con el tiempo conociera todas sus mañas, sabía cuándo lloraba porque tenía hambre o porque le dolía algo.
Dos años después nació su segunda hija, Gabriela. Estaba en la universidad y la relación con su polola pasaba por un mal momento. No vivían juntos, pero Consuelo estaba gran parte del tiempo con Andrés y su familia. Y a los tres años, de mutuo acuerdo con la madre de las niñas, su segunda hija también fue a vivir con ellos definitivamente.
-No era justo para ellas vivir separadas estuviesen con quien estuviesen. Recuerdo que al comienzo colapsé, después aprendí a hacer peinados y a preparar colaciones al mismo tiempo en las mañanas, a coordinar las comidas, los horarios de las niñas y mis tiempos para estudiar. En ocasiones sus salidas del jardín coincidían con mis clases, así es que me tenían que acompañar a la universidad. Jamás sacrifiqué nada. Yo opté por mis hijas y nunca les he faltado. Soy papá 24 horas todos los días de la semana.
Andrés tiene 30 años y se tituló de periodista. Las niñas hoy tienen 13 y 10, y siguen viviendo en la casa de los Vidal- Lavín.
-Mi familia incluye a mis papas y a mis hijas. Los cinco formamos un núcleo para muchos diferente, pero para nosotros es algo potente e imposible de separar.