Hace algunas semanas, en un salón de belleza, una conocida me espetó: “oye María Angélica, estuve hojeando tu novela en una librería, esa que te publicó Planeta, no tengo idea de cómo se llama, se me olvidó”, dijo.
Sonreí encantada. Me pasa por vanidosa. Pensé que me iba a decir: “la compré” o “qué atractiva la portada” o “me encantaría leerla”. Pero no. Aquí vino el machetazo: “¡por Dios, qué caro el libro! Si vale un horror. Ocho mil pesos”. Le pregunté: ¿eso es caro para ti? Claro, me contestó, me carga leer: “no pagaría tan caro por un libro”.
En vez de lanzarle una miradita glaciar, creo que se me asomó un lagrimón. Sobre todo cuando llenó un cheque por cuarenta mil pesos, sin chistar. Pagó sus visos, mechas color marrón, tintura, corte y uñas perfectas. Se veía espléndida. El prototipo, el ícono de la mujer actual, elegante, vestida de terciopelo gris, con anteojos Gucci y cartera Louis Vouitton. Como para un afiche de mall.
Con razón con mi amigo el poeta Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura, comentamos hace un tiempo en casa de Eduardo Meissner, que estamos viviendo la era de la agonía de las palabras y de los libros, pues la gente que lee y disfruta de la riqueza de la lectura, es cada vez menos. Zurita expresaba con cierta melancólica ironía que “la libertad de su poesía le otorgaba la doble libertad de estar fuera de lo que se llama mercado”. Es decir, no escribe por encargo ni por presión de ninguna editorial, sino para un gran puñado de seguidores en Chile y más aún, en muchos, muchísimos países del mundo.
El sociólogo español José Miguel Marinas escribe que hoy vivimos la era del “consumo, luego existo”. Asevera que uno de los principales elementos de una sociedad de consumo es sentir que participamos de lo que se usa, de lo que está de moda y que se privilegia la fetichización del cuerpo por sobre el placer que brinda la música clásica y los libros.
Zurita es muy lúcido. Coincide plenamente con José Miguel Marinas. Me grabé en la mente una de las frases del poeta. “Cuando escribo me es necesario, hasta donde pueda vislumbrar, tocar todos los acordes del alma humana, sus pasiones, sus miedos, sus dolores más profundos”.
Comentamos en aquella ocasión que quien no ha leído a Cervantes, a Homero, a Tolstoi, a Sábato, a Cortázar, a Wilde o a García Márquez, tiene el alma desierta; y qué decir de Schakespeare, considerado “el autor del milenio” que abordó todas las pasiones del ser humano, desde las más oscuras hasta las más sublimes.
Muy loable es que nuestro país se haya sumado a la campaña pro-lectura. Leer se usa. Leer está “in”. No leer es estar “out” de la riqueza que produce la lectura.
Pongamos de moda la lectura. Regalemos libros para Navidad, en cumpleaños, en bingos. Que broten los libros por doquier, en las cafeterías -en Santiago existen muchas librerías-cafeterías donde es posible paladear un café con una dosis de lectura- sin compromiso alguna por comprarla. Es una idea genial que debiera imitarse. Un cortado o un capuccino y una novela. ¡Qué deliciosa combinación! Ojalá podamos decir algún día en este país, “leo, luego existo”.
TEXTO:María Angélica Blanco