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Con 34 años, integra el grupo de ensambles de la Ópera Estatal de Viena, Austria, uno de los escenarios musicales más prestigiosos del mundo. Su carrera musical comenzó hace más de una década. Primero, en el coro del Liceo Enrique Molina Garmendia, en Concepción, mientras cursaba la enseñanza media y, más tarde, en el Teatro Municipal de Santiago, como solista contratado. Con una carrera promisoria, sueña con interpretar más papeles importantes y seguir en este campo que lo apasiona.
Por Natalia Messer
La primera vez que Leonardo Navarro Arriagada escuchó la ópera El Elixir de Amor, de Gaetano Donizetti, en el foro de la Universidad de Concepción, quedó sin palabras. Tenía 17 años, y por esos días solo le interesaba la historia. Incluso esa iba a ser la carrera para su futuro. Pero aquel día, los planes cambiaron drásticamente. Fue justamente la intensidad del canto lo que llamó más su atención y, así, su vida dio un giro impensado.
Nació en 1985, y vivió gran parte de su infancia y adolescencia en Talcahuano, en la Villa San Martín, donde hasta los 19 años vivió con sus padres y dos hermanos. En su casa, no se oía música docta y los compositores clásicos jamás fueron tema de conversación. En la radio siempre se escuchaban cumbias, música andina e, incluso, reggaetón. “Lo que se toca en la mayoría de las casas chilenas”, dice Leonardo.
Por eso quedó tan maravillado al descubrir el canto lírico. Era algo totalmente nuevo. En La Traviata de Verdi, El Barbero de Sevilla, de Rossini, y Madame Butterfly, de Puccini, entre tantas otras obras clásicas, descubrió una especie de mundo mágico, donde cohabitaban diversos personajes que lo cautivaron y que quiso conocer.
Amor “a primer oído”
Actualmente, Leonardo Navarro es el primer tenor chileno contratado por la Ópera Estatal de Viena, en Austria. Es uno de los escenarios musicales más prestigiosos del mundo, con más de 150 años de historia y un repertorio musical que presenta más de 50 óperas al año.
Pero para poner los pies en Viena hubo un largo camino y mucha prueba, ensayo y error. La primera vez que Leonardo cantó fue en el taller lírico del Liceo Enrique Molina Garmendia, donde además cursaba la enseñanza media.
“Cuando escuché cantar a los chicos del taller lírico y el coro del Enrique Molina, me enamoré. Fue amor a primer oído”, recuerda.
Ese momento fue crucial para el joven, que entonces decidió unirse a la agrupación estudiantil.
Sus primeras vocalizaciones le causaron frustración. “No era bueno. Era pésimo”. Tanto así que al comienzo no lo invitaban a participar en los eventos programados por el liceo.
Pero las ganas por cantar no se le quitaban con nada, así es que sacó provecho de cada oportunidad que apareció para aprender y mejorar.
“Empecé a trabajar y a entender mejor la música. Me volví muy melómano. Ese 2003 participé activamente en el taller de una de mis mentoras, Regina Riquelme, quien dirigía este taller y coro lírico. Ella ya se jubiló, pero es una persona con una vocación increíble. Gracias a elle me metí en esto”, recuerda.
Pero cuando se licenció de cuarto medio puso en pausa el canto por un año. Al siguiente, se fue a vivir a Santiago, donde comenzó a estudiar interpretación superior en canto lírico en la Universidad de Chile. La carrera dura aproximadamente ocho años, pero Leonardo no la terminó por temas de trabajo. Su agenda estaba llena de presentaciones musicales y no había mucho tiempo para lo académico. Sin embargo, no se alejó de la música y comenzó a asistir a muchas audiciones.
“Fue una etapa bonita, donde me convencí de que el canto era lo que quería hacer”, confiesa.
Su familia siempre lo apoyó, a pesar de que en un principio veían la música como una carrera difícil que, además, no le generaría grandes ingresos. “Me decían lo típico: te vas a morir de hambre, ¿cachai? Yo era la oveja negra, porque lo que hago no es muy conocido en Chile. ¿Cuántos padres, entre las más de 17 millones de personas que habitan nuestro país, tienen cultura de escuchar una sinfonía?”, se pregunta.
Pero para poner los pies en Viena hubo un largo camino y mucha prueba, ensayo y error. La primera vez que Leonardo cantó fue en el taller lírico del Liceo Enrique Molina Garmendia, donde además cursaba la enseñanza media.
La primera audición
Después de haber cursado dos años en la Universidad de Chile, decidió audicionar en grande. Sonaba ambicioso, pero quería intentarlo en el Teatro Municipal de Santiago, porque se sentía preparado. Había estudiado de forma autodidacta respiración, interpretación y las vocalizaciones. “A veces puedes estudiar nueve años y cantar horrible. Hay muchos factores…Hay gente que nunca estudió y hace una carrera mundial”, argumenta.
Las audiciones en el Teatro Municipal de Santiago se realizan anualmente. Ese 2009 estaban buscando roles para la ópera Aída, de Giuseppe Verdi. “Cuando me escuchó la maestra, recuerdo que dijo: “Tienes algo interesante. Aquí hay material que podemos trabajar”.
Con solo 24 años lo seleccionaron como solista y le asignaron el personaje de un mensajero en la obra de Verdi. Ese año también participó en Borís Godunov, una ópera en cuatro actos y un prólogo con música y libreto en ruso de Modest Músorgski.
“No eran personajes principales, pero estaba partiendo. Además, el canto es un proceso. Todos nacen con la habilidad de cantar. Es como si quisieras aprender gimnasia artística. Es mucho entrenamiento, repetición y trabajar la musculatura”, sostiene.
De, hecho, los expertos dicen que las cuerdas vocales son un instrumento de gran potencia que todos los seres humamos poseen y que cuando se ejercitan a través del canto pueden incluso sobrepasar en volumen a una orquesta musical de 50 personas.
La motivación también es vital para alcanzar el éxito y llegar a las grandes ligas, que es donde hoy Leonardo se encuentra. Durante los 10 años de carrera, tuvo períodos con altos y bajos. “En Chile vivir del arte es complicado. He sido bendecido, pero tampoco puedo decir que ha sido fácil”, admite.
Durante los cinco años que estuvo trabajando en el Teatro Municipal, participó en cerca de cinco a seis óperas por año. En ese período viajó como artista invitado a países como Perú y Estados Unidos.
El llamado vienés
La oportunidad en la Ópera Estatal de Viena (Wiener Staatsoper, en alemán) llegó después de haber audicionado un par de veces en Europa. Tenía 30 años. “Había estado en una ópera estudio en Roma, que se llama La Fábrica, pero me fue mal”, cuenta.
Pero los intentos son la clave en esta carrera, así es que perseveró. Un amigo cercano, Alejandro Pizarro, chileno, penquista, barítono y cantante en la Ópera de Viena, le ayudó con un contacto.
“Alejandro fue el primer chileno que ensambló el coro de la Ópera Estatal de Viena. El único y el primero en los 150 años de historia de esta casa”, destaca Leonardo, quien, por su parte, también marcó un hito al ser el primer nacional contratado como solista por esta prestigiosa institución.
Fue justamente Alejandro Pizarro quien animó a Leonardo a que escribiera un correo para audicionar al teatro. Las comunicaciones dieron resultado y el joven músico de pronto se encontró cantando en Viena.
“Me preguntaron si podía quedarme dos semanas más, para que el intendente del teatro me escuchara. No podía, porque debía irme en cuatro días a Chile. No podía aplazar el vuelo tampoco, porque andaba pobre”, recuerda hoy con una carcajada.
Desde Chile, la relación con Viena se mantuvo. En 2016, se enteró de una vacante para el puesto de tenor. No lo dudó. Tomó sus maletas y subió a un avión rumbo a Austria.
Cuando le tocó presentarse estaba muy nervioso. La situación se parecía más a un sueño que a la realidad. Por el solo hecho de pisar dicho escenario, ya se daba por pagado. “Cantar ahí era algo que nunca imaginé. Además, antes de mi audición había otro solista de un nivel muy alto. Cuando lo escuché cantar quedé un poco desmotivado”, recuerda.
Hasta ahora, ya ha recibido ofrecimientos desde otros rincones del mundo para interpretar roles importantes. Las ofertas son atractivas, reconoce, pero dice que los permisos son más complicados. “Hay que pedir con tiempo, sobre todo considerando que esta es una casa musical que hace muchas óperas en el año”.
Pero su voz inundó cada rincón del teatro con dos arias, una en francés y la otra en ruso. El staff a cargo de la selección en la Ópera Estatal de Viena quedó encantado. El puesto ya era suyo.
“Me preguntó la misma persona que me había escuchado antes si me podía quedar y esta vez dije que sí. Luego me explicaron las condiciones del contrato y me preguntaron si podía comenzar a trabajar la semana siguiente con ellos. Estaba impactado”, cuenta.
Mil óperas
En Viena debutó el 7 de enero de 2017. Su primer papel fue casi un rol protagónico: Tijon, el marido de Katia Kabanová, una ópera en tres actos con música de Leoš Janáček y libreto en checo de Vincenc Cervinka.
“Uno llega a un teatro donde abundan las estrellas y artistas consagrados. El nivel es muy alto. Entonces hay que trabajar duro. Empecé a estudiar las mil óperas, porque la casa presenta anualmente 54 piezas. También hay que estudiar la fonética de los idiomas, porque cantamos en alemán, checo, ruso”, dice.
De hecho, le tomó cerca de dos meses aprender el inglés para poder comunicarse con sus compañeros de trabajo, pues en un comienzo solo manejaba el español. En el teatro los idiomas predominantes son el inglés y el italiano. “Como es un escenario muy cosmopolita, donde hay rusos y rumanos, no se habla mucho alemán”, agrega.
Hoy acostumbra a recibir con dos meses de anticipación una pauta de estudio. En el documento le detallan la ópera y el rol asignado o el que debe cubrir, en caso de que uno de los cantantes no pueda interpretarlos. El teatro, asimismo, cuenta con sus propios entrenadores, quienes se encargan de preparar a cada uno de los artistas que integran la institución en temas como interpretación, fonética y vocalización.
“Es un trabajo estable que te permite vivir bien. Comparado con Chile hay mucha diferencia, porque solo algunas profesiones pueden darse lujos como por ejemplo viajar a otros países”, critica Leonardo.
Más cantos y grandes roles
Siempre dicen que el futuro es incierto, sobre todo en la carrera artística, aunque algo de certeza tiene: volver a Chile es improbable. La vida en Viena es tranquila y lo más importante es que hace tres años que está cumpliendo el sueño de poder cantar en un gran escenario.
Su esposa, la pianista penquista, Sabrina Pérez, le acompaña en esta aventura, junto a su pequeña hija Leonora, de dos años. “Aperramos juntos. Ella estudia con una pianista del teatro y se prepara para hacer acompañamiento de cantantes”, detalla.
Hasta ahora, ya ha recibido ofrecimientos desde otros rincones del mundo para interpretar roles importantes. Las ofertas son atractivas, reconoce, pero dice que los permisos son más complicados. “Hay que pedir con tiempo, sobre todo considerando que esta es una casa musical que hace muchas óperas en el año”.
La Opera Estatal de Viena, considerado un espectáculo de la alta cultura, también se ha transformado con el pasar de los años en un atractivo turístico, que ofrece incluso visitas guiadas por el hall de entrada, el escenario y el auditorio, cuya capacidad es de 2.800 espectadores.
Por eso, los proyectos de Leonardo Navarro incluyen seguir trabajando en las obras musicales del teatro y empezar a hacer roles cada vez más importantes.
Este 2020 cumple 100 apariciones en la Ópera Estatal de Viena. “Voy a tener harto training en la música y canto, pero hay que seguir perfeccionándose para ser buen músico”, asegura. Esa también parece ser la fórmula de su éxito.