“Dios existe en todas partes, pero atiende en Santiago”. Esta frase que se escucha con cierta recurrencia en tono de ironía refleja, claramente, el modelo híper centralizado de desarrollo administrativo que en Chile hemos implementado. No obstante, múltiples han sido también las instituciones e iniciativas que han buscado dar la pelea por una descentralización que sea real, potente y efectiva, que permita a los territorios desarrollarse de manera armónica y con el componente de realidad productiva, social y a escala humana que se requiere. Pero hasta ahora, muchas palabras y escaso avance, discursos, obviamente, que provienen desde el propio centralismo.
La Ley de rentas regionales es una iniciativa que apunta precisamente a dar señales reales de entregar poder de decisión a las propias regiones, a través de que las empresas entreguen sus impuestos a los territorios donde ejecuten sus procesos productivos, a diferencia de lo que sucede hoy, donde se tributa en la dirección comercial de dichas unidades y que, usted, ya sospechará, se encuentran en la región Metropolitana.
“Una Ley de rentas regionales acompañada de la capacidad real de decisión local, sin duda, va en la dirección correcta. Pero cuidado, pues no se trata solo de aumentar recursos sectoriales, además se debe cautelar que municipios y comunidades locales tengan una relación de ecuanimidad con autonomía frente a las autoridades y poderes regionales…”.
Chile es el reflejo de una sociedad centralista, donde las grandes urbes además acaparan recursos y esfuerzos, mientras los pequeños miran esperando a ver qué sobra. Y esa realidad no solo sucede a nivel país, sino también regional y provincialmente. Porque convengamos, en Biobío, por ejemplo, Concepción sería la capital del reino y las demás comunas, el resto de la comarca. Entonces, el cambio que necesitamos es muy profundo, no es algo cosmético, que implica tener voluntad de ceder poder, y eso sí que es dificil, pero la única forma de avanzar es desconcentrando desde lo más complejo a lo menos, generando un músculo que se hace más fuerte en la medida que nos acercamos a las situaciones locales.
En esta discusión, las voces de regiones deben ser alzadas y escuchadas. Una Ley de rentas regionales acompañada de la capacidad real de decisión local, sin duda, va en la dirección correcta. Pero cuidado, pues no se trata solo de aumentar recursos sectoriales, además se debe cautelar que municipios y comunidades locales tengan una relación de ecuanimidad con autonomía frente a las autoridades y poderes regionales, además de administrar esos nuevos recursos de forma más eficaz y eficiente que antes. En caso contrario, mejor nos vamos todos a Santiago.