…el rasgo que más identifica al verdadero liderazgo femenino es la capacidad colaborativa. Trabajar coordinadamente, y generar redes y entramados de auxilio y ayuda son una receta infalible a la hora de liderar…”.
Mi padre, que enfrentó un periodo de cesantía y trabajó en las minas de carbón en Cerro Alto durante los ‘80, un día nos llevó a mis hermanas y a mí a su lugar de trabajo.
Debo haber tenido seis o siete años como máximo, y de esa experiencia guardo como recuerdo una foto mía sentada sobre un montículo de carbón y, en mi mente, la imagen de un demonio rojo que en su boca tenía cigarrillos que los mineros le daban como ofrenda.
“Las mujeres no entran en la mina”, nos dijeron al llegar, así es que nos conformamos con solo asomarnos a la boca de la tierra, alargando nuestros pequeños cuellos para sentir el aire espeso y caliente que emanaba de aquel túnel.
La imagen diabólica creada en nuestra imaginación nos espantó pero, en aquel entonces, no nos impresionó que nos dejaran fuera.
De eso han pasado 35 años, y estoy segura de que hoy cualquier niña de siete años en la misma situación alzaría la voz para argumentar que las mujeres “no damos mala suerte”, y haría lo imposible por ver qué hay más allá de la puerta irregular de esa mina.
Gracias a mi cargo en el Teatro Biobío he tenido el privilegio de compartir ideas y trabajo con tres directoras, además de la Directora Ejecutiva, y con un equipo de fantásticas mujeres colaboradoras. Sin embargo, en Chile solo el 10 % de los directorios de empresas públicas están compuestos por mujeres. Esto, según la quinta versión del estudio Impulsa, equivale a que de los 728 directores de las 100 empresas más relevantes del país, solo 76 son mujeres.
Pero no quiero hablar de las dificultades que impiden nuestro ascenso, sino visibilizar nuestras fortalezas. Y quizás la mejor forma de hacerlo sea mencionar cómo, durante este periodo de pandemia, han brillado líderes mundiales como Angela Merkel y Jacinda Ardern, cuyos planes innovadores y humanizados han permitido controlar el Covid-19 en sus respectivos países.
Y es que la visión de las mujeres pone a las personas por sobre su rol y, además, proteger es parte de nuestra naturaleza. Es por eso que ellas privilegiaron la salud de las personas, conjugándola equilibradamente con los intereses económicos de sus territorios.
Pero, más allá de eso, el rasgo que más identifica al verdadero liderazgo femenino es la capacidad colaborativa. Trabajar coordinadamente, y generar redes y entramados de auxilio y ayuda son una receta infalible a la hora de liderar, tanto como lo son compartir labores y experiencias, y socializar los problemas hasta dar con la mejor solución.
Nuestra amplia locuacidad, tantas veces llevada a broma por los hombres, es eco de nuestra capacidad de diálogo, de nuestra necesidad de hablar y de escuchar, logrando que aparezca la reciprocidad, la transparencia y la simetría en las relaciones humanas.
Esa habilidad además genera, desde un punto de vista comunicativo, múltiples oportunidades de horizontalidad transformadora y, por tanto, de cambio, de innovación y de éxito.
Sabemos que de nosotras se esperan liderazgos cercanos y colaborativos, y también intuimos que seremos criticadas si sonreímos poco, o si somos frontales, francas o demasiado directas.
Pero hoy ya no queremos quedarnos solo en la entrada de la mina, siendo espectadoras de la aventura de otros. Nosotras -y la sociedad toda- necesita de nuestra participación, de nuestra energía generosa, de nuestra disposición para decir la verdad, para avanzar, y para enfrentar con libertad y confianza aquellos cometidos que implican valentía, un enfoque claro y altos estándares éticos.
¿Ir a la aventura? ¡Siempre! Ya no le tememos al diablo rojo de la entrada, a la profundidad de la mina, ni a los desafíos profesionales de los que antes nos restábamos.
Hoy, estamos ciertas de que nuestra intuición y nuestro intelecto iluminarán esas oscuridades, y afrontaremos con éxito todas las aventuras en que decidamos embarcarnos.