Ya va un año y cuatro meses de pandemia, y nos seguimos sorprendiendo con informaciones que muestran cómo no acatamos las medidas de seguridad más básicas para protegernos del virus. Egoísmo, falta de empatía o una inadecuada comunicación de riesgo se esgrimen como causas de estos incumplimientos. Pero también habría un componente relacionado con la forma en que aprendimos a vivir en sociedad con otros, que hace que mientras más tiempo nos expongamos a restricciones de reunión o movilidad, más estresada estará nuestra naturaleza social y, como consecuencia, se hará más difícil adherir a esas prácticas.
El estudio del comportamiento de las personas en su relación con otras es el trabajo que más tiempo ha abarcado en la trayectoria como investigador de Carlos Rodríguez, director del Centro de Investigación en Complejidad Social (CICS) y docente de la UDD.
Por lo mismo, esta pandemia ha sido para él un tremendo escenario para observar y analizar cómo las personas enfrentan esta crisis, sus problemas, y su forma de solucionarlos. Sostiene que existe conocimiento previo sobre las reacciones conductuales del hombre frente a la amenaza de patógenos, pero que las particularidades de esta situación global han hecho que muchas de ellas no sirvan para encarar esta realidad. Lo que sí no varía entre epidemias es la necesidad de mantener su vinculación con otros que, a veces, incluso se antepone a riesgos para la salud propia o la de nuestros cercanos.
-¿Que las personas no respetaran las normas de confinamiento, aún en situaciones de riesgo de vida, era un comportamiento social “esperado”?
“Había elementos para pensar que la adhesión a las medidas de confinamiento no iba a ser total. Sobre todo, pensando en personas que necesitan salir a trabajar diariamente. Que no tienen opción de teletrabajo u otro sistema remoto, y que, ante esa necesidad, incumplen las restricciones de movilidad. Pero también era esperable que con el conocimiento que tenemos sobre el virus, sobre su gravedad y mortalidad, quienes no tienen esa necesidad imperiosa de estar en la calle, sí cumpliesen con las reglas y restricciones, lo que no ha ocurrido”.
-¿Y por qué no las acatan?
“Somos una sociedad para la cual los vínculos son muy importantes. Necesitamos estar reforzándolos desde la copresencia, desde la reunión, el tacto o el abrazo. Esto es parte constituyente de nuestra naturaleza. Mientras más tiempo vivimos con restricciones de reunión o movilidad, más estresada estará esa ‘naturaleza’ y, como consecuencia, se hace más difícil adherir a esas prácticas. No es que haya disminuido el temor al riesgo. La gente está asustada, pero los aislamientos prolongados van en contra de nuestra naturaleza social, que hace que sea un requerimiento estar con otros y mantener los vínculos, sobre todo los familiares”.
-¿Cómo ha sido históricamente el comportamiento humano en situaciones de pandemia?
“Hay algo que se llama sistema inmunológico conductual, que te dice cómo reaccionan las personas en términos conductuales frente a la amenaza de patógenos. Conocemos actitudes que se han repetido históricamente. Entre ellas están el rechazo hacia el otro que considero distinto a mí, el fortalecimiento de las relaciones intra grupos y, por lo mismo, la acción de rehuir las relaciones que se den con grupos distintos a los propios o conocidos. Así, por ejemplo, pudo haber gente en esta pandemia que le asignó, sin pruebas o argumentos correctos, un mayor nivel de riesgo como ‘contagiadores’ a los migrantes dentro de una población local. Entonces estos grupos comienzan a ser vistos como una fuente de amenaza y las personas prefieren resguardarse en núcleos de confianza, como los familiares. Pero, asimismo, la gente se pone más normativa. Y eso es importante destacarlo, porque nosotros decimos ‘los chilenos no cumplen las normas para prevenir el contagio del coronavirus’. Sin embargo, la mayoría sí lo hace. Solo hay un porcentaje de la población que no demuestra adherencia hacia esas reglas, y por eso es que esos casos, como las fiestas clandestinas, pases falsos o incumplimiento de aforos, son noticia, porque no son situaciones comunes o cotidianas”.
-Según la autoridad, los mayores brotes del virus se dan en reuniones familiares, entonces es contradictorio seguir viéndolas como “seguras”.
“Estas son adaptaciones que han funcionado bien en promedio frente a la amenaza de patógenos, pero no todas estas reacciones son adaptativas al contexto actual. Un ejemplo es ver al núcleo familiar como un entorno seguro sin cuestionamiento alguno. Lo típico que uno escucha es ‘yo me cuido porque solo me junto con gente de mi familia’. Sin embargo, basta que uno de los integrantes de ese grupo se esté viendo con otras personas, para que crezca en forma exponencial el riesgo de exposición. De ahí que la vuelta al círculo cercano como respuesta a una amenaza de patógenos, basada solamente en un principio de confianza, ‘porque es de la familia’, no sirve. Nos entrega una falsa sensación de seguridad. Acá lo único válido es hacer nuestra propia trazabilidad para saber con quiénes tienen contacto nuestros cercanos y solo después de eso atrevernos a hacer visitas o algún tipo de reunión”.
-Si cada un siglo tenemos una pandemia, ¿no deberíamos haber aprendido a adaptar nuestro comportamiento social a estas crisis globales?
“Deberíamos, pero nuestra memoria es corta. Lo que tenemos como experiencia más cercana es la gripe española, y eso fue hace más de un siglo. No tenemos personas que nos cuenten cómo fue esa vivencia, y ese traspaso de conocimiento habría sido muy importante en términos del aprendizaje a nivel cultural que podríamos haber desarrollado. En cambio, esta pandemia sí nos va a dejar mejor preparados para enfrentar situaciones futuras parecidas, como, por ejemplo, contar con un adecuado sistema de información que permita tomar mejores decisiones; la implementación temprana de un sistema de vacunación, el testeo, la trazabilidad, así como el timing de las cuarentenas, cuyas duraciones prolongadas, ya sabemos, no tienen necesariamente un mejor resultado. Eso sí quedará de ahora en adelante implementado como una política pública, por lo tanto, así habrá aprendizaje esta vez”.
Pobres en capital social
-¿Los chilenos hemos sido poco empáticos en esta pandemia?
“No sé si diría que la sociedad chilena ha sido poco empática. Lo que sí afirmaría es que el apego a normas sociales en forma espontánea no es nuestra fortaleza”.
-¿A qué obedece aquello?
“Primero, porque somos un país donde históricamente el orden social se ha logrado a través de la ley y, luego, porque somos más bien pobres en términos de capital social, es decir, no hemos desarrollado la capacidad para enfrentar un objetivo de forma colectiva. Si uno compara históricamente la importancia de obedecer las leyes versus cuánto confiamos en un extraño, nosotros en la primera pregunta ranqueamos muy alto frente a otros países de Latinoamérica. En cambio, en la pregunta sobre confianza, estamos en un nivel más bien cercano al promedio. Nuestra fuente histórica para lograr la cooperación, que es lo que se requiere en esta pandemia, ha sido la ley, y eso no es muy bueno, porque en este momento una norma es incapaz de abarcar este problema. No hay posibilidad de monitorear que se cumplan todas las medidas a lo largo del país, porque eso tiene un costo infinito, entonces, dependemos de la adhesión espontánea a las normas de la autoridad. Esa falta de tejido social hoy nos perjudica”.
-¿Pero no se supone que somos solidarios?
“Así como el capital social tiene que ver con la adhesión a normas de manera espontánea, hay otra forma de capital, que es la ayuda a alguien que la necesita, como la que podemos ver en la Teletón o en campañas tras terremotos o inundaciones. Ese tipo de capital sí lo hemos visto emerger, por ejemplo, con la cantidad de ollas comunes que se han organizado en distintas comunidades durante la pandemia. Pero lo que nos falta es un capital social que nos permita enfrentar esta crisis en forma colectiva, adhiriendo voluntariamente normas y no obligados por un castigo o una fiscalización”.
– ¿Ni siquiera el estallido social, donde se luchó por conceptos como dignidad y justicia, impulsó este espíritu de cooperación?
“Creo que eso hubiese ocurrido de haber pasado más tiempo entre el estallido y la pandemia. Se suponía que el estallido iba a crear una sociedad más empática y menos desigual, pero la llegada del coronavirus dejó trunco este proceso, porque la pandemia generó otro espacio donde nuevamente se expresó esa desigualdad que tenía a la gente tan indignada. Así sucedió en el acceso temprano a un tratamiento, en temas de conectividad en la educación, en la oportunidad del teletrabajo o en los recursos para enfrentar este periodo de crisis económica”.
Un solo discurso
-¿Qué sucedió con la comunicación de riesgo que debían hacer las autoridades? ¿Fue correcta?
“El gobierno demostró capacidad de ejecución, en términos de la rápida implementación de la vacunación, pero el tema de la información ha sido un punto débil. A pesar de que la autoridad está rodeada de buenos expertos, le ha costado generar un mensaje unificado. Eso genera confusión y disminuye las probabilidades de adhesión a las normas que se implementan, porque les quita legitimidad”.
-¿Cómo debería haber sido esa comunicación?
“Creo que para legitimar su discurso y para que sus medidas tuvieran adhesión desde una perspectiva ciudadana, el gobierno debió haber articulado su comunicación con la comunidad científica, de manera de que hubiese un solo discurso, y no diferentes opiniones o lecturas frente a las medidas sanitarias para enfrentar la pandemia, como sucede hoy. Si es que no hay una posición legitimada de la autoridad, con respaldo de la comunidad científica, se corre el riesgo de que la gente vaya a buscar respuestas en otro lugar, y que cualquier persona que hable sin conocimiento, pueda ser recogida como una voz legítima”.
-La historia dice que tras epidemias la sociedad reaccionó mejorando problemas sanitarios, urbanísticos, sociales o de salud ¿Qué va a tener de positivo esta sociedad post coronavirus?
“El teletrabajo por ejemplo. Vamos a tener que empezar a diferenciar cuál es la pérdida del teletrabajo versus el trabajo presencial, y a ver en qué ámbitos esa pérdida es más baja. El escenario ideal sería que aumentara el teletrabajo, aun cuando no haya ninguna razón para hacerlo desde una perspectiva de la pandemia. Eso por poner un ejemplo, ya en términos urbanísticos tiene muchos beneficios porque baja la necesidad de movilidad y eso es una oportunidad para descongestionar las ciudades y disminuir la contaminación. Por otra parte, la capacidad que demostró la comunidad científica para generar vacunas en un tiempo extraordinario generó un modo de hacer las cosas para que la próxima vez, la reacción sea aún más eficiente. Es difícil evaluar resultados buenos o malos en estos casos, donde hubo tanto dolor y sufrimiento, pero sí creo que van a existir efectos positivos permanentes en términos de aprendizaje, sobre lo que significará haber vivido una pandemia”.