La anorgasmia que sufre la protagonista y el dolor que esconde como familia de tarjeta postal es la trama que desenreda en “Los Amantes del Tíbet”, novela llena de erotismo y de una narración que engancha hasta la última página.
“Los Amantes del Tíbet” es el último libro de Angélica Blanco. La periodista y escritora penquista vuelve a escribir desde la trinchera femenina, pero ahora a través de una mujer anorgásmica que busca su sanación y la posibilidad de renacer a una vida sin culpas. Es la historia de Sofía Risopatrón -profesional y madre de una familia acomodada- que vive atormentada por el dolor de parecer una mujer perfecta, aunque en realidad tiene una profunda carencia de afecto. Descubre que su anorgasmia es producto de un trauma que no puede recordar, pero que está decidida a superar para reconciliarse con su sensualidad.
El desenlace avanza con emocionantes, inesperados y profundos matices de carácter social y filosófico en diálogos cortos y bien estructurados. Además, con precisas citas del budismo, Blanco apela al sentido del desapego y en su oposición retrata en esta obra una parte de la sociedad que ama el exitismo. Es una crítica al mundo de las apariencias y un guiño al deseo que yace en la mujer madura.
Rebelde al dolor
“Los Amantes del Tíbet” es la cuarta novela de Angélica Blanco, pero la primera que explora los caminos del erotismo con una profusión que sorprende.
La duda de si ésta es una obra autorreferente es la primera respuesta que ella da vehemente. “Quizás partió un poco autorreferente, en el sentido de que como a Sofía a mí no se me nota cuando el alma me duele. Escondo el dolor porque mi padre siempre me dijo que un Blanco es estoico, pero ésta es una novela que nace de mi interés por resaltar la figura femenina. Me siento identificada con las mujeres que luchan por su espacio y especialmente aquéllas que luchan por esa sanación, por una especie de rebeldía también. Hay una rebeldía en Trinidad (“Una Burguesa Rebelde”, su primera novela) y en Sofía por ser mujeres completas, íntegras”.
-En tus novelas anteriores exploraste la sensualidad como una anécdota en las historias, pero en ésta el erotismo es parte de la trama. ¿Es una estrategia para seducir al lector y a las editoriales?
Creo que es una novela muy erótica. Incluso leí el Kamasutra, porque uno de los protagonistas es hindú de madre tibetana. Lo hice no por usar el erotismo como un anzuelo comercial, sino como el contrapunto que necesitaba la gelidez de Sofía. Ese cuerpo que no quiere ser tocado, ni leído, ni explorado, ni gozado. Esa gelidez hacia toda la armonía del cuerpo humano y la sensualidad que la tiene absolutamente reprimida tenía que tener una salida. Por otro lado, me resulta muy cómodo hablar desde el Eros, aunque nunca lo había trabajado ni gozado tanto como en esta novela. La verdad es que creo que no hay nada más hermoso y bello que tocar, acariciar el cuerpo amado.
-¿Creíste en algún momento que con la temática de la historia podrías romper la imagen que el público tiene de ti?
Este libro para mi fue un tremendo terremoto interior porque me vi reflejada en hartas cosas que no me gustaban. Esto de esconderme tras fachadas perfectas, ocultar el dolor, no sentir de verdad el desapego. Estoy identificada no como una Sofía anorgásmica, pero sí una represente de la mujer que le gusta verse bien, pero que en el fondo tiene un tremendo dolor. Soy una mujer muy sensible que escondo mi dolor.
-¿Cuál es tu dolor?
Sufro cuando uno de mis hijos sufre. Quisiera tener una varita mágica para arreglarles la vida, pero sé que eso es estúpido. Tengo que dejar que ellos vuelen con sus propias alas. Hay una frase que dice, ‘no empujes el río que ya fluye por sí solo como la vida. El hombre verdaderamente sabio deja o acepta que las cosas sucedan’. Pero siempre estoy quebrando la mano a la vida.
-Si eres rebelde como tus protagonistas supongo que también buscas tu sanación, ¿por eso elegiste la filosofía tibetana para el contexto de esta novela?
Leí al Dalai Lama y me impresionó el planteamiento del desapego. Me tocó muy fuerte, porque soy una madre desmesurada en sus afectos, me cuesta mucho desapegarme de mi imagen y también de las autoexigencia. Esa lectura despertó una búsqueda muy grande por la sencillez, por la descomplicación. También leí El Legado del Tibet, de Robert Cooper, después el Zen de los Maestros (Stephen Hodge), también el Libro tibetano de la vida y de la muerte (Sogyal Rimpoché) que es maravilloso. Todo me permitió saber que los budistas y los tibetanos esperan la muerte con una tranquilidad tan plácida. La verdad es que sorprendió darme cuenta del apego a la vida. Si estamos de paso. Si lo único cierto es que nos vamos a morir.
Conquista editorial
Técnicamente son varios los aspectos que hacen de esta novela una obra que marca una nueva etapa en la carrera literaria de Angélica Blanco. Además del erotismo, aparece el marido como un segundo narrador quien describe, desde su perspectiva, el otro lado de la historia que comparte con la protagonista. Es un elemento que habla de una pluma que se atreve a ir más allá. “Sin ser pedante noto que mi novela está bien escrita y que logró enganchar con el lector. Mucha gente me ha llamado y me ha dicho que no pudieron soltar el libro, que la novela las atrapó. Produce mucha identificación”.
-¿Qué tal la experiencia de escribir desde la psiquis de un hombre?
Es la primera vez que lo hago y la verdad es que costó mucho. Para hacerlo leí muchos libros y el que más me gustó fue el de Clemencia Sarquis que se llama “Por qué los hombres son infieles”. Me permitió no sólo averiguar la respuesta, también me ayudó a crear un personaje narcisista en Juan Carlos Risopatrón, un hombre que se quiere sólo a él y no le importa nada más que su éxito personal. Es un personaje que corresponde a esta época de triunfalismo. Es la idolatría del ego absoluto y al logro de metas asfixiantes en una sociedad tremendamente cruel y él es una persona que tiene un cierto nivel de crueldad con planteamientos muy rígidos también.
-Tienes cuatro libros y sólo dos publicados con editorial, ¿Crees que esta novela te posiciona de una manera distinta en la industria?
Siento que estoy subiendo un peldaño muy importante, porque llegar a una editorial no es fácil, sobre todo para un autor de regiones. Hay casos contados como el de Hernán Rivera Letelier que es de Antofagasta, pero si pienso qué mujer escritora en Chile que sea de regiones logra publicar en una editorial de Santiago, la verdad es que son pocas. Siento orgullo de haberlo logrado, pero al mismo tiempo mucha rabia porque de alguna manera la gente, los medios de comunicación, no te consideran.
-Hablas de centralismo literario, ¿ves alguna forma de combatirlo?
La bandera la tiene el propio escritor, porque nadie te va a ayudar a romperlo. Es un núcleo demasiado grande. Además hay demasiado egoísmo entre los escritores y demasiado celo de que alguien te vaya a oscurecer, a tapar el camino. No hay solidaridad. Yo escribo desde mi trinchera absolutamente sola. Además, una cosa es llegar a las editoriales y otra muy distinta es tu presencia en las librerías. Mi libro fue aplastado por un alud y ese alud se llamó Isabel Allende. Claro, porque cuando publiqué “Una Burguesa Rebelde” coincidió con la salida de “Inés del Alma Mía” y éste con “Una Isla Bajo el Mar”. Y este alud lo vi nítidamente. No tengo nada en contra de ella, pero cuando fui a dejar mis libros a una librería en Concepción llegó el libro de Isabel Allende y me sepultó.
Suspenso
Tal como sus personajes, Angélica Blanco se rebela y lucha por su espacio en las editoriales. Adelanta que tiene escritos 17 capítulos de su próxima novela en la que por primera vez incursiona en el género de suspenso. “Me cambio de género porque no me quiero encasillar como escritora y estoy segura que será un tremendo experimento”.
En suspenso estará también el futuro editorial de esta próxima obra porque aún no tiene compromiso editorial. Blanco sólo firmó con el sello Momentum para “Los Amantes del Tíbet”, pero asegura que, siempre tiene platita guardada debajo del colchón para poder publicar por su propia cuenta. “No sé si sea por un afán de figurar o no, pero todo lo que escribo quiero que sea publicado. Quiero compartirlo con la gente porque me gusta la retroalimentación, aunque sea mala. No es que esté buscando aprobación, sino reconocimiento. El único juez es el lector”.