Su historia es tan peculiar como su personalidad. Vecino ilustre de Concepción y Talcahuano, es considerado el médico de los pobres, maratonista destacado, escritor, músico y, sobre todo, un defensor de las causas justas y de los derechos humanos. Sus convicciones lo llevaron a protagonizar importantes hechos durante la dictadura de Pinochet, época en que jamás claudicó en sus principios, aunque tuviera que enfrentarse a “pesos pesados”, como la ministra de Justicia de la época, Mónica Madariaga. Aquellos capítulos personales, muchos de ellos jamás contados, desarchiva en esta edición.
Por Pamela Rivero. /Fotografías: Gino Zavala.
1970. Se iniciaba la temporada de matrículas en la Universidad de Concepción. En la recepción de la rectoría, un joven de contextura menuda, con cara de “gringo”, encorbatado y de maletín en mano, aguardaba para ser recibido por el rector. Llegó su turno, y el estudiante se encontró de frente con la imponente figura de Edgardo Enríquez Frödden.
El padre de Miguel y abuelo de Marco Enríquez abrió una carpeta y comenzó a leer los antecedentes que ella contenía.
-Juan Zuchel Matamala… casado, cuatro hijos ¡Cómo piensa estudiar Medicina usted hombre!, le dijo.
-No sé como lo haré, pero ustedes me aceptaron, le respondió su interlocutor.
-Aquí dice que usted es futbolista, arquero destacado… que jugó en Huachipato. Edgardo Enríquez se quedó meditando unos minutos y luego prosiguió: “Ya sé como podemos ayudarlo joven. Usted va a jugar fútbol por la Universidad de Concepción, y le vamos a dar una beca para que quede exento del pago de la matrícula. Además, le entregaremos 500 hojas de papel roneo para que tome sus apuntes”.
Juan Zuchel respiró aliviado, podía iniciar su etapa de estudiante de Medicina. Un anhelo que persiguió desde pequeño, pero que pospuso hasta los 24 años, porque se casó cuando sólo había terminado de cursar el cuarto de humanidades, hoy equivalente a segundo medio, y tuvo su primer hijo pasados los 18.
A inicios de los setenta, era usual verlo corriendo por los jardínes de la UdeC, siempre en tenida formal, para arrancarse a vender en sus horas libres los artículos electrónicos de la tienda de Germán Hempel, ubicada en la calle Lincoyán. Fue este hombre quien lo alentó a continuar, primero, sus estudios secundarios, diciéndole, “usted Zuchel está para otras cosas. No puede quedarse sólo como vendedor”. Cuando ingresó a la universidad, le ofreció un horario flexible a cambio del cumplimiento de metas de ventas.
“A los 24 años, con cuatro hijos, comencé a estudiar en la nocturna. A las siete de la tarde corría desde mi trabajo para llegar a las clases. Me costó, pero pude hacerlo. La sorpresa fue mayor cuando doy la prueba y quedo en Medicina. Fue un tremendo logro que no había alcanzado jamás otro estudiante egresado de un horario vespertino”, rememora.
Juan Zuchel se emociona al recordar aquella época: “En la universidad sufrí harto, porque en el liceo nocturno me habían entregado conocimientos básicos, a diferencia de mis compañeros, que en su mayoría venía de colegios de excelencia. Salí mal en farmacología, en química. Todos los de mi curso sabían de química orgánica y yo con suerte manejaba la química general”.
El día que se iniciaron las clases recibió su primera nota: un uno. Un profesor de apellido Marín le dijo: “Usted, el de corbata, dígame cuáles son las partes del microscopio”. Juan Zuchel cree que seguramente al profesor le llamó la atención su “pinta”. Él iba a la universidad de camisa y corbata, a diferencia de los demás que vestían de manera informal, porque como paralelamente debía salir a vender, tenía que andar siempre “impecable”.
Un nervioso Zuchel le respondió: “No las sé, profesor”. De fondo se escuchó un largo ¡ohhhh! de sus compañeros. El profesor lo echó de la clase y lo citó a su oficina.
Más tarde se reunieron y Marín lo reprendió: “Cómo no va a conocer algo tan básico como las partes de un microscopio. De qué colegio salió usted: ¿del Alemán, del Charles de Gaulle, del Enrique Molina…?”.
No profesor, le contestó Zuchel, salí de liceo nocturno y le resumió brevemente su situación. “Recuerdo que el profe me dijo, shuta, la embarré, discúlpeme por favor”.
Ese episodio le dio más fuerzas para concretar su sueño. En el día estudiaba y trabajaba, y en las noches casi no dormía para repasar las materias, pues los fines de semana los destinaba para trabajar como titiritero en colegios y escuelas de la ciudad, a cambio de un “módico pago”, pero que era fundamental para complementar el sustento familiar.
La decisión que definió su futuro
Cuatro décadas más tarde, con casi 71 años, siete hijos (cinco de su primer matrimonio y dos del segundo), ocho nietos y un bisnieto, todavía se ve, al ahora doctor Juan Zuchel, corriendo por la Universidad de Concepción, pero ya no para arrancarse a vender sus productos, sino que por gusto, por deporte. Todos los martes y jueves, corre junto a un grupo de internos, a quienes dicta la asignatura de Medicina Legal. Como el maratonista que es (fue el creador de la Maratón del Gran Concepción), esos entrenamientos para él son vitales e incita a sus pupilos a iniciarse en el running.
-¿Lo acompañan por gusto o irán obligados?
“Por gusto pues, aunque dicen que esto es como una cábala, porque el que no corre conmigo sale mal en la próxima rotación”, responde entre risas.
La idea de dedicar varias horas de su tiempo a la actividad deportiva es una costumbre que heredó de su padre, un colono alemán que llegó a Chile a trabajar en los campos sureños, pero que atraído por el boom industrial que a mediados del siglo pasado se vivía en la Región del Biobío, se trasladó a Talcahuano junto a su mujer y sus cinco hijos.
Encontró trabajo como obrero en la Siderúrgica Huachipato y consiguió una casa en uno de los pabellones del campamento de la empresa, en San Vicente. En esas calles polvorientas, Juan Zuchel, con un poco más de 10 años, comenzó a jugar sus primeras pichangas y mostró su habilidad por el fútbol. Tan comentadas eran, que su papá lo llevó a probarse al club de la usina, donde rápidamente fue aceptado. Allí “Juanito”, a pesar de su baja estatura, destacó por su destreza y agilidad en la custodia de los tres palos, cualidad por la que todavía es recordado en el puerto.
“Siempre fui bueno para la pelota. Incluso estuve nominado como el mejor jugador de Chile. Jugué hasta los 50 años. Pero cuando unos curaditos me chocaron, y desperté después de ocho días, por la gravedad de mis lesiones me prohibieron el fútbol. Por eso es que desde ahí en adelante opté por correr”, explica.
De vuelta a los recuerdos de su infancia, dice que creció entre las enseñanzas de una madre artista, que cantaba y pintaba, y las de un padre que trabajaba de sol a sol e inculcaba a sus pequeños la importancia del deporte para llevar una vida sana. A ello, Juan Zuchel sumó la formación de su primer profesor, un normalista que militaba en el PC, quien durante los seis primeros años de su educación primaria no dejó pasar ni un día sin recalcarle que debía ser una buena persona, que tenía que estudiar, ser responsable y solidario con los más desfavorecidos.
Esas enseñanzas definieron su futuro, y lo hicieron tomar “sin chistar”, dice, la decisión de casarse a los 18 años, para a los 20 ya ser un padre responsable de dos pequeños. “La familia ayudaba en lo que podía, pero las cosas no eran como ahora, donde todo se da más fácil, y los padres cuidan a los nietos para que sus hijos continuen sus estudios. Yo tuve que formar mi propio hogar, en un par de piezas que en un comienzo sólo estuvieron amobladas con cajones de manzanas, porque era lo podía pagar con mi escuálido sueldo”.
Fue peoneta, estibador y cartero; luego ayudante de bodega, hasta que logró un empleo como vendedor en Abarrotes Ibáñez y más tarde en el local de artículos eletrónicos de los Hempel.
Al finalizar la universidad, y ya con cinco hijos, la posibilidad de optar a una beca de especialización, como sus compañeros, escapaba a sus alternativas. Tenía que trabajar luego, sí o sí. Por ello no dudó en aceptar el ofrecimiento del neurólogo y entonces director regional del Servicio Médico Legal, César Reyes, quien le avisó que necesitaban con urgencia a un médico legista, porque habían encontrado restos humanos en una fosa clandestina en Mulchén. Era 1979.
Antes que él, otros colegas suyos habían desestimado la oferta porque se trataba de un grupo de personas reportadas como detenidas, pero que habían sido ajusticiadas por los militares, y nadie se atrevía a meterse en un entuerto que pudiera ponerlos en la mira de los mandamases del “régimen”. Él en cambio aceptó.
“Ni un médico quería hacer esas autopsias porque esa gente había sido asesinada con armas de fuego. Todos tenían orificios de bala en la nuca. Fue una matanza. Mi jefe, el doctor Reyes, fue súper valiente, porque no dudó en consignar en su informe las verdaderas causas de muerte, a riesgo de que su decisión no gustase a las autoridades de la época”.
Eran tiempos donde abundaban las sugerencias de terceros para modificar los resultados de las autopsias o los informes de lesiones de las víctimas de los organismos represivos de la época.
Este emblemático caso marcó el inició de la carrera del doctor Zuchel como médico legista del SML, del que llegó a ser su director regional en los ochenta. Sin proponérselo, este trabajo lo convirtió en un férreo defensor de los Derechos Humanos y en protagonista de importantes capítulos de la historia no contada de la dictadura.
El defensor de los Derechos Humanos
Cuando en noviembre del año pasado, con motivo del aniversario número 251 de Talcahuano, fue condecorado como Hijo Ilustre del puerto, distinción que también le había entregado el municipio de Concepción, en el 2012, un emocionado Juan Zuchel hizo una pausa en sus palabras de agradecimiento, para recordar un hecho doloroso que, aseguró, marcó su vida: la muerte de Sebastián Acevedo, un obrero de 52 años, quien desesperado porque sus hijos habían sido detenidos por la CNI, en 1983, se quemó a lo bonzo frente a la Catedral de Concepción.
“Llegó agonizante al Hospital Regional y a mí me correspondió recibirlo. Al día siguiente, me informaron que había fallecido y que tenía que hacer su autopsia. Puse como causa de muerte inmolación. El entonces juez Guillermo Silva, hoy magistrado de la Corte Suprema, me dijo que esa causa de muerte no se aceptaba y me preguntó que por qué no la había registrado como suicidio. Mi argumento fue que suicidarse significa autoeliminarse por no poder resolver un problema personal, y la inmolación es una autoeliminación para resolver un problema colectivo, como había sucedido con este hombre. Finalmente, él aceptó mi argumento y la muerte de Sebastián Acevedo quedó caratulada como inmolación”.
Lo que Zuchel no sabía era que por el impacto que esta muerte causó en el país, su decisión había sacado ronchas entre las autoridades de la dictadura.
“A los días suena el teléfono del Servicio y me dicen que es la ministra de Justicia Mónica Madariaga. Recuerdo que me preguntó: ‘¿Usted fue el doctor que puso que ese loco que se quemó a lo bonzo en Concepción se había inmolado? Sí ministra, le contesté. Pero por qué lo hizo, me gritó, si era un loco que estuvo en el siquitátrico, incluso tenía un tumor cerebral. Le aseguré que estaba equivocada, que no era loco ni tenía un tumor. Ella insistió: ‘No puede tener esa causa de muerte, debe decir suicidio a lo bonzo y punto’. Ahí le dije no, yo pongo lo que corresponde, inmolación. Esto no puede ser alcancé a escuchar. Estaba muy enojada y me cortó el teléfono”.
Desde ese momento quedó con “tarjeta amarilla”. Seguían sus pasos, más aún cuando se transformó en activista del Movimiento Sebastián Acevedo, y era común verlo participar de las marchas en contra de Pinochet.
El caso que marcó su salida del SML fue el de un adolescente, de 15 años, llamado Rubén Zavala. “Un día llegué al servicio y pregunté si había trabajo. Me respondieron que sí, que los carabineros habían traído a un niño que había muerto atropellado en Chiguayante. Era octubre de 1983. Lo miré y vi una herida en su espalda. La toqué con el estilete y me di cuenta que tenía algo metálico dentro, y que no presentaba ninguna lesión por atropello. Pensé, estamos cagados, ellos dicen atropello y yo estoy viendo que tiene una bomba lacrimógena metida en la espalda”.
Para resguardarse, mandó a buscar una cámara fotográfica a la tienda de un amigo suyo. “La entramos escondida, limpiamos la herida y fuimos fotografiando paso a paso el procedimiento. Me puse firme y no trancé. La causa de muerte había sido por una bomba lacrimógena. Luego un periodista amigo me dijo que había oído decir a una autoridad de esa época, ‘este Zuchel tanto nos odia que a un pobre niño atropellado le metió una bomba lacrimógena para inculpar a los militares’. Pero esas fotos me salvaron, respaldaron mi afirmación”, rememora.
Hace poco se supo que a Rubén Zavala le dispararon a corta distancia un proyectil que contenía gas lacrimógeno, y que Carabineros intentó encubrir la causa de muerte.
“Aunque tenía razón, en 1984 me exoneraron, me echaron del Servicio Médico Legal, porque parece que los tenía muy cabreados. Incluso tuve que arrancar del país como por tres meses. Estuve en Argentina, en Perú y Colombia, hasta que recibí un fax que me autorizaba regresar. Volví pero sólo me permitieron ejercer la medicina de forma privada, en una consulta”. Cuando llegó la democracia le ofrecieron ser legista en el Servicio Médico Legal, ocupación que conserva hasta hoy.
-¿Sigue atendiendo pacientes gratis?
“Sí, pero se hace difícil, porque yo los puedo atender gratis, pero si no tienen plata para comprar un bono, tampoco tienen para hacerse exámenes. Entonces ahí chocamos, por eso más bien les doy una orientación gratuita. Todo eso angustia mucho, porque hay algunos que deben esperar hasta seis meses, con dolores insoportables, para que, por ejemplo, les traten sus cólicos. En cambio, si pudieran ir a una clínica los operarían al día siguiente”.
-¿Trata de traspasar esa sensibilidad a sus alumnos?
“El otro día me encontré con un señor muy encopetado en el Estadio Español. Me dijo: quiero agradecerle porque por usted mi hijo está trabajando en Médicos por el Mundo. Usted le cambió la visión de la Medicina. Y eso pasa porque yo les insisto a mis internos que nosotros aprendemos a ser médicos en los hospitales, con la gente más pobre, y por eso debemos tener el máximo cariño y cuidado hacia ellos, porque nadie practica en las clínicas privadas”.
-¿Está de acuerdo con que lleguen médicos especialistas cubanos a Chile para trabajar en el servicio público?
“Que lleguen cubanos, del país que quieran, si son especialistas bienvenidos sean. Hay quienes critican que la mayoría de los extranjeros reprueba el Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina, pero eso pasa porque ésta es una prueba súper teórica, en circunstancias de que en Medicina vale más una onza de práctica que una tonelada de teoría”.
A su regreso al país, Zuchel instaló una consulta donde se fue haciendo conocido porque atendía gratis a quienes no podían pagar por sus servicios. Fue así como recibió el apodo de “doctor de los pobres”, pero él prefiere el mote que le dio un periodista, ya fallecido, que trabajaba en el diario El Sur, quien en una de sus crónicas lo bautizó como: “El doctor de Almas”.
-¿Como así?
“Él se refería a que yo era bueno para escuchar los problemas de los demás. Todavía me pasa que recibo gente acá en mi consulta, y mientras la atiendo me cuentan su problemática existencial. Me dicen, por ejemplo, ‘doctor tengo un hijo que no quiere estudiar: qué podría hacer’. O señoras que me dicen que sus amigas en el café hablan de sexo, y del clímax, y que ellas no saben qué es eso porque su esposo tiene eyaculación precoz. Pienso que debo irradiar harta confianza para que me cuenten esas cosas”.
Una visita que recibió el año pasado lo terminó por convencer de esta cualidad. “Llegó a mi consulta un hombre de apellido Gutiérrez. Me dijo, doctor Zuchel, sé que usted defiende los derechos humanos. Yo necesito contarle algo muy importante”. Y comenzó su relato. Él había participado del fusilamiento de cuatro dirigentes del carbón en la dictadura, ocurrido en octubre de 1973: el alcalde de Lota, Danilo González; el profesor Wladimir Araneda, el obrero de la compañía carbonífera de Lota, Bernabé Cabrera, e Isidoro Carrillo, líder minero del carbón, quienes fueron acusados de ser los cerebros en la Región del Biobío para la ejecución del Plan Z. “Se desahogó, me contó detalles terribles del fusilamiento. Yo tomé apuntes de todo, y con ese material pienso escribir un libro -que sería el número 12 de su autoría- porque esos hechos no se pueden olvidar. Tiene que quedar un registro de ellos en la historia de nuestro país”.
-¿Cómo lo ha hecho todos estos años para convivir con la muerte, y con las experiencias dolorosas que le toca ver en el Servicio Médico Legal?
“La doctora Carmen Quijada me preguntó una vez: ‘Juan, cómo tú puedes escribir poemas tan lindos, cómo compatibilizas esto con tu trabajo con los muertos’. Yo creo que en eso me he puesto cada vez más marxista, porque pienso que después de muertos somos sólo cosas. De qué sirve vestir bien, tener joyas, digo yo, si cuando recibo los muertos para hacerles una autopsia tienen que desprenderse de todo eso. Yo les recalco a mis alumnos que los orientales dicen que el alma se va después de dos días muerta la persona, mientras que los occidentales decimos que el alma se va en el último suspiro. Les digo por favor mírenlo de esta última forma, para que no se embarren la siquis”.
-Hoy “sus pacientes” en el SML ya no son víctimas de violaciones a los Derechos Humanos, ahora el tema es la delincuencia, abusos …
“Por supuesto, las causas de muerte te van mostrando cómo cambia la sociedad. Hoy hay mucha violencia, los homicidios y los suicidios han aumentado de forma increíble. Tenemos dos homicidios semanales en el Gran Concepción y unos 15 suicidios al mes”.
Actualmente también es común ver a Juan Zuchel en su rol de perito forense en los juicios orales. Uno de los pocos momentos donde asegura que se concentra totalmente, “y se me entiende clarito lo que digo”, porque habla tan rápido, que sólo unos pocos logran comprenderlo “de pé a pa” sin interrumpirlo con un ¿qué? O un, “me repite por favor”.
“Hay semanas en que tengo juicio todos los días. Como soy el que tiene más años como médico legista, trato de quedarme con la mayor cantidad de homicidios, porque a veces los fiscales o los defensores intentan rebatir nuestros informes enrostrando la escasa experiencia de algunos de mis colegas”.
Comentada fue la vez en que un fiscal de Los Ángeles, que no lo conocía, quiso usar este recurso para invalidar su testimonio en un caso bastante complicado. Sin imaginar la réplica que vendría, lo emplazó: “¿Cómo puede afirmar esto? ¿Dígame cuántos años lleva como legista?”. Recibió una respuesta al más puro estilo Juan Zuchel: “Como 30, más de la edad que se nota tiene usted”.
De joven el doctor Zuchel militó en la JJ.CC; luego entró al PC pero abandonó el partido hace 15 años. También fue candidato a diputado por el Distrito 43 en las parlamentarias del ‘93, por el pacto Alternativa Democrática de Izquierda. Obtuvo algo más de 16 mil votos.
-Usted dijo alguna vez que le gustaría participar en una especie de consejo para asesorar a las autoridades. ¿A qué se refería?
“Más que eso, quiero hacer un pasquín reclamando cosas que nadie me las toma en cuenta. A uno lo eligen vecino ilustre pero hasta ahí llega todo, porque no le preguntan qué puede ofrecer a la comunidad. Los alcaldes cuando tienen problemas, como esos hombres que están durmiendo en la Plaza de la Independencia, deberían recurrir a los vecinos destacados que estén vigentes para recibir nuestras opiniones. Yo tengo buenas ideas, pero nadie me las pregunta”.