Me gustan los directores que se la juegan en lo que hacen, aquellos que, instalados en el mainstream, prefieren salir del camino seguro y vendedor por porfiar en lo suyo. Alexander Payne (Entre copas) es uno de ellos, y Los descendientes (The descendants) es su ejemplo: un drama protagonizado por George Clooney que en su interior esconde a una comedia irónica, y cuya locación es un país y cultura absolutamente desconocido para él. Ese sí es desafío, y vaya si lo logra.
En Los descendientes, Matt King (Clooney) es un acaudalado terrateniente, que tras el accidente en lancha de su esposa se ve obligado a dejar a un lado sus negocios para hacerse cargo de su familia. King no la tendrá fácil: Scottie (Amara Miller), su pequeña hija, apenas lo conoce, y la otra, Alexandra (Shailene Woodley), es una adolescente rebelde con tendencias al alcoholismo que lo culpa y rechaza. Para colmo, le cuenta un terrible secreto: su esposa le era infiel y ella fue testigo del affaire. Ahora, con su ex mujer en coma y un controvertido negocio familiar que resolver, Matt se toma la cabeza, observa el mar y se pregunta cómo diablos saldrá del entuerto.
Basada en la novela homónima de la escritora hawaiana Kaui Hart Hemmings, Los descendientes desde sus inicios da trazos de las características que distinguieron al cine de Payne en otras entregas, como Election (1999), A propósito de Schmidt (2002) y Entre copas (Sideways, 2004): diálogos agudos y precisos, escenas conmovedoras y personajes que se presentan con una naturalidad tal que dejan de serlo. Y, sobre todo, una habilidad asombrosa para presentar los hechos como un auténtico drama que, sin embargo, en la medida que avanzan las escenas, se empieza a cargar de agudas ironías y situaciones algo jocosas, para luego volver al drama sobrecogedor.
Payne nos logra transportar a estos estados oscilantes sin que nos demos cuenta, sin que su película nos provoque ruido, y por eso nos convence: porque su cine es como la vida de cualquiera.
Otro logro es la historia, que para lograr sustancia y verosimilitud se apoya en elementos que le dan sustrato: la vida de Matt King está en crisis, y esto se cruza con un momento crucial en su propio linaje: en medio de su desastre, debe decidir si vende o no las tierras de su familia -una suerte de clan-, compuesta por cientos de hectáreas vírgenes que son la herencia y resultado de la unión (hecha hace un siglo) entre la realeza hawaiana y los misioneros. Matt recorrerá el archipiélago completo en la búsqueda de respuestas, lo que naturalmente desemboca en un viaje de auto-crecimiento personal, espléndidamente aprovechado por la fotografía de Phedon Papamichael.
Mención aparte para la actuación del ya camaleónico Clooney, nominada al Oscar 2012, y que sólo confirma el buen momento artístico por el que atraviesa, tras las buenas críticas que recibió el año pasado con The Ides of March, su interesante incursión como director. Los descendientes, por su parte, también postula también (y merecidamente) al Oscar como Mejor Película.
Nicolás Sánchez