Hay otro dolor en el pecho provocado por el coronavirus. No poder estar cerca de padres, madres o hermanos que viven en casas o ciudades distintas. Es angustiante sobre todo para los niños que tenían una rutina de visitas. Es una prueba para las familias en diferentes niveles, y genera una situación de angustia adicional en el caso de que uno se enferme. Los Gutiérrez Rojas vivieron el estrés de estar cada uno por su lado. Los padres hospitalizados por Covid y, los hijos, aislados, en cuarentena y temiendo lo peor por la dureza del diagnóstico.
Por Carola Venegas
@CarolaVe
Hace tres meses que Agatha no ve a su hermanita, la hija de su padre que vive en Temuco. A su papá tampoco lo ha podido visitar. Es una adolescente de 15 años. Los cumplió en junio, con una celebración bien distinta a la que imaginó antes de la pandemia.
La felicidad de Agatha es que sí ha visto crecer a Borja, el bebé que tuvieron en enero su mamá, Carla, y su segundo esposo.
Sin embargo, Borja tampoco ha estado cerca de sus otros dos hermanos adolescentes que tiene por parte del papá.
El distanciamiento es complejo. Si bien el confinamiento ha permitido acercar con luces y sombras a la familia nuclear, de la misma manera ha sido un desafío para la mantención de lazos en las familias compuestas, esas que se conforman por los padres más “los hijos tuyos, míos y nuestros”, y que son cada vez mas comunes en Chile.
En nuestro país, casi el 50% por ciento de los matrimonios termina en separación o divorcio.
Las facetas del distanciamiento social son múltiples, y no siempre somos capaces de visualizar sus efectos. La pandemia ha obligado a limitar lo social al teléfono o a herramientas digitales. A internarnos en casa con los que vivimos, pero que no son siempre toda la familia directa y con la que quisiéramos estar.
Sí, las razones para cuidarse son fuertes y entendibles, pero hay que visualizar también que el distanciamiento entre los parientes más cercanos y queridos produce tristeza, ansiedades y que hay que saber manejarla, sobre todo en los niños y adolescentes.
Es crucial reconocer los pensamientos negativos que nos hacen daño. La psicóloga, máster en Neuropsicología y Educación, Catherine Vallejos, explica que “los identificamos cuando estos nos generan emociones como miedo o ansiedad y, también, cuando se tornan repetitivos en nuestra mente. El solo hecho de identificarlos es un gran triunfo para nuestra salud mental, aunque lo ideal es poder compartirlos con alguien de confianza. Las familias o parejas que por estas circunstancias están separadas deben esforzarse por mantener la comunicación y darse espacios (aunque sean virtuales) para expresar sus sentimientos y pesares”.
Minutos a la semana
Paula es profesional de la salud, separada y con tres hijos. Su exesposo es médico, trabaja en urgencias de un recinto asistencial penquista y tiene un pequeñito con su nueva pareja. Dice que los niños han tenido infinita comprensión por la decisión que tomaron de no verse regularmente como lo hacían antes del Covid, pero que es agotador contenerlos porque el ánimo a menudo decae.
“Es un riesgo la pega del papá, así es que optamos por no tener más visitas. Si bien no reclaman y comprenden que es una situación extraordinaria, se les nota el hastío en los cambios de humor. El papá siempre estaba presente, se los llevaba el fin de semana, pero llegamos a un acuerdo. No hacerlo, por ahora”, explica.
El exmarido de Paula va unos minutos en la semana tomando todas las precauciones para evitar contagio. Los niños lo echan de menos, así como también extrañan a la nueva familia que formó. “Sí, me lo dicen. Hace mucho que no ven a su hermanito y lo extrañan muchísimo. Sin embargo, saben que no es una medida arbitraria, sino que tenemos que cuidarnos todos. Es así”, agrega. Paula, que es docente del área de la salud, reflexiona que se han cortado lazos importantes dentro de cada hogar, que es necesario volver a cultivar y reparar en la medida que se pueda, conforme mejore el estado de la pandemia.
“Hay días en que (los niños) están muy irritables, enojados. Son los tres de etapas muy distintas, entonces tengo que hacer diferentes cosas para contenerlos. Mientras el más grande está en la etapa de la necesidad de sus amigos, el del medio necesita tanto a su mamá como a sus pares. El más pequeño, por otra parte, está apegado a mí. Al comienzo de esto buscábamos formas en conjunto para entretenernos, pero al final como que te vas aburriendo y con los días ya no quieres más. El trabajo también ha ido aumentando, los primeros días nos relajamos y pensamos que iban a ser un par de semanas no más, pero esto ya es otra realidad, y se consumen muchas horas para trabajar porque yo, que hago clases, demoró mucho más en hacer la clase, grabar, editar. Cuidar la familia es un tremendo desafío”, comenta.
Distancia duele, pero se acepta
Los padres de Agatha Henning tomaron la misma decisión. No exponerse, no viajar. “Es una situación bien difícil y lo vivo para los dos lados. Por una parte, el papá de Agatha no puede venir a verla y mi esposo tampoco puede tener visitas con sus hijos más grandes.
Lo entiendo. La familia que está en el núcleo se afiata mucho más, pero los que están afuera se van quedando fuera del apego y de lo que significa estar este tiempo raro juntos”, indica Carla Icarte.
Carla cree que sanar las ausencias va a ser desafiante, pues el tiempo perdido no se recupera fácilmente. Y lo lamenta por su niña.
Paula, que es docente del área de la salud, reflexiona que se han cortado lazos importantes dentro de cada hogar, que es necesario volver a cultivar y reparar en la medida que se pueda, conforme mejore el estado de la pandemia.
“Lo echo muho de menos. Antes lo veía semana por medio y ahora solo el fin de semana, online en videojuegos. Para mí, mi papá es entretención, es compañía, es relajo. Es desconexión de lo que debo hacer. Me siento tranquila con él. Me divierto. Juego. Creo que eso es súper importante, porque me saca de la rutina y las cosas que tengo que hacer en la semana. Nos llamamos algunos días, también nos enviamos mensajes… Cuando me dijeron que no iba a viajar más me dio pena, pero es entendible. Mi hermanita es pequeña y no hay que exponerla, es difícil, pero es por el bien de ella. Yo creo que después vamos a recuperar el tiempo, lo extraño, pero no lo siento ausente”, recalca Agatha.
Ahí es donde hay que estar alerta, enfatiza la psicóloga Catherine Vallejos. Es crucial que ese “desapego” no se produzca y, para ello, se debe fortalecer el vínculo afectivo a pesar del distanciamiento. “Es importante hacer lo posible por mantener la comunicación, favorecer las conversaciones fluidas, de intercambio de experiencias. Que el adulto pregunte por el día que ha tenido el niño o niña, evitando preguntas donde conteste sí o no, sino más bien, dándole una invitación a conversar y a compartir experiencias”.
Señala que también es fundamental escucharlos, darles espacio para que compartan lo que les pasa. Si eso es difícil desde el lenguaje hablado, entonces generar actividades de expresión como el juego simbólico, el arte y el canto.
Cuando están más irritables también hay que apoyar y comprender. “No negar sus sentimientos, sino aceptarlos y contenerlos. Entender que nosotros tenemos la capacidad de autorregularnos, pero los niños no siempre. Es normal que al ser pequeños tengan expresiones emocionales desreguladas, donde la pena se expresa como rabia, donde la alegría puede ser euforia. Ayudarlos a reconocer su emoción. Algo que ayuda es reflejarles su emoción, diciéndoles, por ejemplo: parece que tienes pena, ¿es eso? o te ves enojado (a), ¿por qué estás enojado (a)?”, aconseja la especialista.
Indica que los adultos también deben mostrar sus sentimientos: no temer a decirles “te extraño”, “te echo de menos”, “te amo”. Eso para el niño resulta una situación coherente y recíproca. Lo importante es que el adulto sí muestre autorregulación.
Una buena forma de empatizar con sus sentimientos y enseñar a superar estas situaciones es contando historias o vivencias parecidas que vivieron en la niñez, y de cómo lo superaron. Fortalecer el optimismo: preguntando “¿qué fue lo mejor de tu día?”, “¿qué fue lo mejor de tu semana?”, “¿qué es lo que más aprendiste”, aumentando las expresiones positivas (“qué bien”, “qué genial”, “qué bueno”).
El padre o madre que está lejos no debe olvidar nunca que sigue siendo padre o madre y ejercer su rol lo mejor que pueda desde la distancia. Así como puede que se mantenga la relación de pareja a pesar de la distancia física, del mismo modo la pareja de padres también debe permanecer unida.
Doble Covid y separación
La separación familiar de los Gutiérrez Rojas fue de un modo distinto. Los separó el Covid. Ambos padres hospitalizados en la Clínica Biobío, Fernando, con un diagnóstico severo, e Inés, con un cuadro menos complejo. Él 20 días crítico, 13 entubado. Ella, 11 días en aislamiento total.
Abril y mayo fueron meses complicadísimos para ellos. Primero cayó Fernando, quien se desempeña en una embarcación de la pesca industrial y estuvo 20 días crítico. “Creo que debo haberme contagiado en los bancos. Fui a un cajero automático y al mesón de servicio. No en mi empresa. De hecho, hicieron regresar al barco para tomar el test a la tripulación y no había contagios. Recuerdo poco de todo esto, solo algo al llegar a la clínica y después me indujeron el coma… Después desperté y los profesionales de la salud se portaron un siete. Eso fue fundamental para recuperarme, porque es increíble lo que uno echa de menos a su familia. Es clave para la recuperación. Me emocioné con la primera videollamada que hicimos, luego que desperté”.
Inés dice que el aislamiento fue duro, pero lo peor era no poder hacer nada por su esposo. “Le daban mal pronóstico, parecía que no se iba a recuperar. Uno está más débil emocionalmente y piensa lo peor. La soledad, nuestros hijos en casa. Este es un virus un poco cínico, parece que uno tiene un resfrío, pero en general es bien asesino. Al regresar, nosotros tampoco podíamos estar cerca de nuestros hijos, ni juntos en el dormitorio, porque debimos estar con cuarentena preventiva, fue un estrés y un sufrimiento que duró casi todo abril y mayo”.
La evolución de Fernando fue inesperada, salió perfectamente del cuadro sin órganos comprometidos. Está en su tercera licencia y con cuidados extremos, pues nada asegura inmunidad.
“Si decidimos hablar es porque creemos que es prioritario crear conciencia, son pocos los mayores que contagiándose puedan mantenerse sin hospitalización. Los jóvenes deben entender que lo más doloroso es verse solos, aislados, no poder mostrar los afectos con un abrazo, un beso y compartiendo un mismo lugar. Gracias a que nuestra red funcionó bien, nuestros hijos pudieron mantenerse, porque tampoco se les autorizaba salir de casa a abastecerse. La familia, los amigos, el trabajo, todos hicieron algo por nosotros, y lo agradecemos. Pero no siempre va a ser así. La angustia de pensar la soledad es horrible”, coincidieron Inés y Fernando.