De la mano del Hip Hop, graffiteros y muralistas callejeros se han tomado los muros de avenidas y barrios en el Gran Concepción, siempre a ritmo de rap. Un fenómeno que hace unos años dejó de ser considerado “simple vandalismo” y que hoy se concibe como arte, un arte que se tomó las calles buscando plasmar en ellas un mensaje social, de inclusión e identidad local.
Pero esto no es nada nuevo, ya a mediados del siglo XX era reconocido el trabajo de muralistas nacionales y extranjeros, y el de las “brigadas”, que alcanzaron connotación por sus murales en apoyo a Salvador Allende y de protesta durante el gobierno militar.
Hoy, los muros, llenos de color y nuevos “rayados”, nos hablan, rapean, y es mucho lo que quieren decir.
Por Cyntia Font de la Vall P.
A mediados del siglo pasado, Concepción era reconocido por sus imponentes murales, invaluables íconos de épocas en que la belleza y el simbolismo quedaban plasmados en espacios públicos, principalmente edificios institucionales. Por la capital regional pasaron destacados artistas nacionales y extranjeros, cuya particular visión del mundo, sus ideales sociales y culturales, siempre con un alto estándar estético, quedaron reflejados, para siempre, en piezas que varias generaciones han podido apreciar.
Entre ellos destacó Gregorio de la Fuente, pintor y muralista chileno que en 1944 decoró el interior de la Estación de Ferrocarriles, en la actualidad ocupado por la Intendencia Regional, con el mural Historia de Concepción, hoy declarado Monumento Histórico; Julio Escámez, también pintor y muralista, además de grabador, que inmortalizó su nombre, en 1957, con el mural Historia de la Medicina y de la Farmacología en Chile, para la antigua Farmacia Maluje, declarado hace poco Patrimonio Nacional, y, por supuesto, el azteca Jorge González Camarena, quien en los ‘60 dio vida al mural Presencia de América Latina, que hasta hoy encanta a los visitantes de la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, también declarado Monumento Histórico.
Ejemplos hay muchos, y sirven para demostrar que Concepción es una ciudad de larga tradición muralista.
Con el paso del tiempo, nuevos “rayados” fueron ocupando las murallas de la urbe penquista, con dibujos que representan la idiosincrasia local y los anhelos y aspiraciones de jóvenes artistas que han encontrado en los muros el lienzo ideal para expresarse y llenar de color poblaciones y sectores céntricos que antes eran grises, o estaban tapizados de pancartas partidistas, de mensajes en apoyo de equipos de fútbol y hasta de declaraciones de amor.
Ese trabajo hoy es reconocido y validado “por lo que saben”, incluso muchos han encontrado en esta labor una forma de ganarse la vida, a la vez que entregan sus talentos artísticos en servicio de causas sociales. Se trata del arte en su más pura expresión, uno que prefirió salir a la calle en vez de optar por el espacio de confinamiento que ofrecen galerías de arte y museos, despojándose de connotaciones “elitistas” -como algunos señalan-, para ser apreciado por cientos de transeúntes que, a diario, se encuentran con estas intervenciones urbanas, cada vez más comunes en distintos sectores de la intercomuna.
“Pintaremos hasta el cielo”
Si se pudiera establecer el origen del arte muralista callejero en Chile, diríamos que nace en los ‘60, momento en que se vivía una fuerte lucha electoral. Como una forma de “hacerle el peso” a Eduardo Frei Montalva, quien contaba con grandes recursos para hacer campaña, comienzan a aparecer en los muros de Santiago rayados y murales callejeros -hechos por estudiantes y trabajadores-, que mezclaban el arte con ideas políticas en apoyo a Salvador Allende.
Aquellos fueron los comienzos de las “brigadas”, como la Elmo Catalán, o la icónica Ramona Parra (nombre escogido en homenaje a una joven comunista muerta por las fuerzas policiales), que unió con fines electorales a un grupo de jóvenes bajo el lema “Pintaremos hasta el cielo. Hasta vencer”.
Este tipo de muralismo se convirtió en un fenómeno cultural que se extendió a todas las tendencias políticas, quienes la utilizaron no sólo con fines propagandísticos, sino también como una forma de expresión colectiva.
En 1970, durante la cuarta campaña presidencial de Salvador Allende, comenzaron a aparecer los primeros murales callejeros, lleno de símbolos como la paloma, la estrella y el puño. Poco a poco, el simple rayado fue dando paso a producciones de gran calidad, que privilegiaban lo estético por sobre lo propagandístico, modelo que creció y se extendió a otras ciudades del país, incluido Concepción, transformándose en un verdadero fenómeno social.
Tras el golpe militar, todos los murales fueron borrados y los brigadistas, perseguidos. Rayar una pared era un acto de rebeldía duramente sancionado, lo que puso fin a una época en que los muros eran un medio de expresión y comunicación para cientos de personas.
Durante los ‘80, cuando el descontento se volvió insostenible, se volvieron a concebir las “paredes” como un medio válido para protestar. Sin embargo, los rayados ahora también se hacían presentes en la locomoción colectiva, los bancos de la plaza y hasta en los baños públicos, donde la pureza de los trazos con pintura fue reemplazado con tiza, plumón y hasta lápices pasta o escripto.
Tras la llegada de los “spray”, los que fueron rápidamente aceptados -a pesar de su alto precio- por sus brillantes colores, su práctico tamaño y la rapidez con que permitían pintar, los graffitis volvieron a colorear las paredes de las ciudades del país.
Artehaga, el candidato ficticio
El concepto graffiti nace al alero del Hip Hop, expresión contra-cultura urbana originada en el Bronx, en EE.UU., allá por los ‘70. Fue una suerte de encuentro entre personas con intereses distintos, pero con un contexto común, quienes desarrollaron un nuevo lenguaje en protesta por las condiciones políticas y sociales que vivían.
Dicen los entendidos que el graffiti, junto al rap, el Dj y el break dance son las ramas del Hip Hop. No se puede concebir una sin la presencia de las otras. Así lo señalan los integrantes de ArteHaga, colectivo muralista nacido en 2008 en Concepción, cuyo trabajo es reconocido en las esferas graffiteras y muralistas por sus numerosos trabajos. Está compuesto por estudiantes y profesionales de distintas áreas, quienes ponen su talento a disposición de la ciudadanía y algunos de los cuales, incluso, han abandonado sus trabajos formales para dedicarse exclusivamente al muralismo.
“En los encuentros que organizamos, como el Mixer, que cada año hacemos en Chiguayante, encuentras todos los elementos. Viene gente que se ofrece para rapear, tocar, poner la música, bailar y pintar”, cuenta Rolando Valenzuela, conocido como Che Tikur en el mundo del graffiti.
El Mixer, evento que reúne a destacados muralistas y graffiteros locales, nacionales y extranjeros, durante dos años consecutivos ha llenado de atractivos colores las calles y edificios de Chiguayante. En su última versión, en enero de este año, los artistas volcaron su talento interviniendo espacios educativos de la comuna, como el Liceo B-37 y las escuelas Balmaceda Saavedra, Bélgica y González Videla, establecimientos que hoy muestran nuevos rostros, llenos de color y belleza.
“Se llama Mixer porque allí se mezcla la pintura, el rap, la música y el baile, se unen las nuevas generaciones con aquellos que llevamos más tiempo en esto, y los artistas locales con otros que vienen de afuera a participar… Realmente es un mix”, señala Pablo Neira, el Kiñe.
ArteHaga es el ejemplo perfecto de cómo el arte muralista puede ir de lo público a lo privado. Si bien son conocidos por su apoyo a movimientos sociales de todo el país, también son cada vez más requeridos por empresas e instituciones para decorar sus fachadas e interiores.
Su origen fue absolutamente anecdótico. “Era época de elecciones y ArteHaga nació, como decía nuestro eslogan ‘En defensa del arte graffiti’; del enojo con los políticos que, cada noche, mandaban gente a tapar nuestros muros con cal y que ponían letras horribles como propaganda. Eso no aportaba al paisaje, sino que ensuciaba la ciudad”, recuerda Rolando.
Andrés Bustos (ABS) agrega: “Nacimos como respuesta a las campañas políticas, por eso el nombre ArteHaga, que podía ser visto como un apellido; de hecho, muchos pensaban que ‘Artehaga’ era otro candidato, y ésa era la idea: generar un candidato ficticio que se levantara contra los demás”.
Jennifer Rojas, encargada del registro audiovisual del Colectivo, cuenta: “A esta idea se fueron sumando otras personas que pensaban como nosotros y compartían nuestros ideales. Fue así como se formó la agrupación”.
Con los años, el nombre de ArteHaga comenzó a tomar fuerza, siendo cada vez más requerido para ir en apoyo de causas sociales con sus lienzos y murales, y siempre respetados por sus pares. “Tenemos murales en calle Paicaví, por donde pasa mucha gente, y están ‘impeques’, nunca los han dañado. Si quieren rayar, rayan en otro lado”, enfatiza Andrés Pino (Syrek).
Pablo Neira añade: “La verdad es que desde el comienzo nuestros espacios eran respetados, no los borraban ni rayaban. Hoy, nos contactan de distintas partes de Chile a través de nuestro Facebook o de nuestra página web (www.artehagacolectivo.com) para invitarnos a apoyarlos, pero la verdad es que no damos abasto para responder a todos los llamados”.
Los integrantes de ArteHaga cuentan sin pudor que ninguno tiene estudios formales de Arte, pues vienen de la “Escuela del graffiti”, y que se iniciaron en el arte callejero en la adolescencia, jugando con el riesgo y la adrenalina, trabajando rápido para luego arrancar, escondiéndose de Carabineros y desarrollando su talento en la absoluta clandestinidad. “Al principio la familia te dice que andas perdiendo el tiempo, que te vas a morir de hambre, te retan por la ropa manchada de pintura… Pero ahora, cuando ven los resultados de ese proceso, les gusta y nos apoyan”, cuenta Andrés Pino. Jennifer agrega: “Creo que esto pasa con todas las artes donde, en general, la familia siente temor por tu futuro, sobre todo en este país donde cuesta vivir del arte”.
Todos coinciden en que el reconocimiento alcanzado se debe a la valorización, cada vez mayor, que la gente da al trabajo muralista. “Lo encuentran lindo, quieren tenerlo en su casa, en su pandereta, en su barrio. Nuestro trabajo es accesible para todos, transversalmente, cualquiera puede apreciarlo. La vitrina de la calle es universal”, dicen.
Dos veces han viajado al extranjero a hacer gala de su talento, invitados por entidades de Argentina y convocados para el Meeting of Favela en Brasil. Para llegar a esos lugares, se “autogestionan”, costeando ellos mismos sus pasajes, una muestra más de su comprometido trabajo.
Destacan que si bien los materiales son caros, “como buenos chilenos, nos batimos con lo que haya: pintura, lápices, tiza… hemos visto a algunos pintar hasta con ladrillo”, cuenta Andrés Bustos.
Su trabajo también sigue una línea valórica. “Nunca pintaríamos una propaganda de ‘marcas’ en una población, sabiendo que los ‘cabros’ no tienen acceso a ellas, sería torturarlos. Tampoco de equipos de fútbol, porque eso llama a la división y lo que queremos es generar unidad”, coinciden. Asimismo, en ArteHaga no hay protagonismos individuales, sino que buscan rescatar el trabajo colectivo. “Eso incluye al niño que va y da un brochazo, y a la señora que nos lleva algo para comer… nuestro trabajo es mérito de todos”.
Aves multicolores se toman Concepción
Como todo graffitero que se precie de tal, Joel Bustos partió en este oficio a temprana edad, escapando de su casa para ir a rayar ilegalmente los muros de la ciudad. “Decía que iba a casa de un amigo y nos íbamos a pintar… mis papás nunca supieron cuántas paredes rayaba en las noches. Me gustaba la adrenalina de correr riesgos, sentía que era demasiado buen niño y que ésta era mi faceta rebelde”, recuerda. Fue en esos años que nació Ren, apodo que Joel usa para pintar en las calles.
Al salir del colegio, y tras cursar tres años de Derecho, “en los que sólo me dedicaba a estudiar”, se dio cuenta de que no se proyectaba trabajando en una oficina, por lo que decidió cambiarse a Arquitectura. “Ahí, nuevamente cerca del arte, retomé el graffiti. Había otra madurez en mis dibujos y en mí mismo, por lo que comencé a pintar cosas más figurativas. Me fui a vivir a Talcahuano, donde tenía varios amigos que pintaban, con los que llenamos el sector de Huachicoop de graffitis y murales, se veía muy bonito y la gente se volvía cada vez receptiva, le gustaba lo que hacíamos”, dice.
Es fácil reconocer su trabajo en las calles del Gran Concepción. Se trata de figuras de aves y otros animales, de coloridos semblantes, realizados con una técnica de muchos trazos, que recuerda al Impresionismo y que otorga a sus dibujos la ilusión de volumen. “Crecí en San Pedro de la Paz, y con mi papá siempre íbamos al parque, bajábamos al río y allí veíamos y escuchábamos a los pajaritos. Creo que esas imágenes y sonidos quedaron en mi inconsciente, lo que me lleva una y otra vez a dibujarlos. Además, siento que nuestra ciudad se aleja de lo verde; tenemos el río, y lo negamos, construimos de espaldas a él, no se puede llegar a pie hasta su orilla… la naturaleza ha pasado a ser un adorno en la ciudad, por eso, mi idea es generar pasajes ficticios dentro de la urbe”, cuenta.
Si bien sus producciones se acercan al muralismo, Joel no duda en llamarlo graffiti, pues su herramienta base es el spray; a la vez, reconoce que su estilo es fruto de las clases de pintura que alguna vez tomó, de la naturaleza y de lo que observa en libros de arte, revistas de graffiti, y en galerías y museos.
Si bien sigue pintando gratis en las calles, “por una cuestión de tiempo y de necesidad, también hago trabajos pagados (como el mural para la pesquera Horizon, en Talcahuano, o el que adorna la cortina de Redlaser, frente al mall del Centro). Siempre ando con una mochila con 40 latas de spray, y no son baratas. Por eso es paradójico que se asocie el graffiti con vandalismo y delincuencia, porque ellos no van a ahorrar plata para comprar latas. Yo, desde chico, prefería usar el dinero que juntaba, o me daban, para comprar sprays en vez de para carretear. Creo que las personas confunden la cosas, asocian el graffiti a cosas negativas, pero hay muchos valores detrás de esto”.
A su haber se cuentan más de 20 murales, propiamente tal, aunque reconoce haber hecho más de 400 graffitis en sus 29 años de vida. Asimismo, ha viajado a países como Ecuador, Argentina y Perú, donde ha dejado huella de su talento, y el año pasado fue invitado por la UdeC para pintar un gran mural, de 18 por 3 metros, en la Casa del Arte, que estuvo en exhibición durante un mes.
Además, se le entregó el premio Líderes del Sur, de diario El Sur, y fue reconocido como estudiante destacado en el área de las Comunicaciones por la UBB. “También me incluyeron en un capítulo del programa La Bicicleta, de canal 13 Cable. Con esto, siento que rompí con ese dicho de que ‘nadie es profeta en su tierra’, porque mi trabajo ha sido bien recibido y creo que ha tenido un impacto positivo en la ciudad”.
Sus producciones, innegablemente hermosas, a simple vista no parecieran esconder ningún mensaje más allá de su belleza. Sin embargo, poseen cierta connotación en su concepción que no se nota a simple vista. “Si alguien se detiene a mirarlos, puede que llegue al real significado de mi trabajo, o quizás no. Igual me gusta que la gente vea lo bonito y que lo interprete como quiera. Siento que estamos inmersos en una sociedad que se ha ido acostumbrando a lo feo. En las calles, muchos ocupan una estética grotesca para decir que las cosas están mal, y eso sólo empeora el panorama. Hay que pensar que todos están expuestos al arte callejero, incluso los niños. A mí me gusta pintar cosas bellas, creo que la gente lo necesita, porque la televisión te manda puras cosas negativas, y eso hay que revertirlo con belleza”.
Si bien reconoce que cuando comenzó a estudiar Arquitectura “fue para dejar tranquilo a mi papá, que tenía altas expectativas respecto de mí porque siempre fui buen alumno, y me fue bien en la PSU, a poco andar me di cuenta de que la Arquitectura y el graffiti no eran cosas tan ajenas. Hoy me gusta y sé que hay muchas formas de ejercer esta carrera. Al titularme quiero tratar de vivir del graffiti, y complementar esa labor con mi profesión, porque, a la larga, lo único que espero es superarme a mí mismo y ser feliz, y esa felicidad, para mí, viene del graffiti”.
“Los muros están rapeando”
Joel es parte del equipo organizador de Concegraff, el mayor encuentro graffitero de Chile, fuera de Santiago, creación del diseñador industrial y gestor cultural penquista, Francisco Moreno, Fakir en el mundo del graffiti.
El evento, que nació hace 10 años con la idea de generar un remezón en la escena graffitera local, tuvo en su primera versión a sólo 30 artistas convocados y duró un día. Este año, tras una década de realización ininterrumpida, Concegraff reunió a más de 130 exponentes, nacionales y extranjeros, del arte callejero y, durante una semana, la intercomuna del Gran Concepción se llenó de colores y música rap.
Al alero de este evento, y usando el mismo nombre, nace una agrupación de hip hoperos, “todos buenos amigos, profesionales o terminando sus carreras, casi todas afines a las artes y la construcción de espacios, que pintan en la ciudad con un enfoque más bien social, pero muy profesional”. Así define al Concegraff parte del equipo presente en la entrevista. Se trata de Víctor Inostroza, publicista encargado de la difusión de la agrupación y del evento, quien es también músico (solista de Hip Hop) y que ya está preparando su segundo disco, y Bernardo Cire, licenciado en Arquitectura que oficia como coordinador de espacios públicos para Concegraff.
Moreno, quien también trabaja en el Departamento de Jóvenes de la municipalidad de Concepción, cuenta que el evento “ha madurado, al igual que el equipo organizador, creciendo de una manera que jamás pensamos. El Concegraff estaba dentro del proyecto Regreso al guetto, con el que queríamos retornar a la mística hip hopera, pero con una propuesta de organización más profesional e integral, imprimiéndole una inyección de energía al movimiento Hip Hop. Partimos pensando sólo en convocar graffiteros -los que trabajan con sprays-, pero nos dimos cuenta que llegaban quienes trabajaban con esténcil, pinceles, mosaico y, así, pasó a ser un encuentro de graffomuralismo”.
En el marco del Concegraff, además de talleres, charlas, workshops y un gran concierto final, se embellecen, en promedio, tres muros grandes en avenidas de la intercomuna, y varios “micro muros”, dentro de poblaciones, previa conversación con los vecinos a quienes se les explica lo que se quiere hacer y la calidad de los artistas que participarán. También se les cuenta del Concegraff y de su relación con el movimiento Hip Hop. “Los vecinos valoran que trabajemos para darle una nueva cara a su barrio, recuperando espacios perdidos o dándoles color. Así se hizo, por ejemplo, en la población Gabriela Mistral, a un costado del Cementerio General, donde logramos generar no sólo un impacto positivo en el barrio, sino también una gran cercanía con los vecinos”, detalla Bernardo.
Víctor destaca la participación en el evento de grandes graffiteros, de fama mundial, como el porteño Inti Castro, quien hoy vive en Francia y que está en el top de línea del muralismo. En su trayectoria destaca el haber pintado un edificio de 47 metros de alto en pleno París, y ser convocado a participar en festivales de graffiti en todo el mundo. “Él ha venido tres veces a pintar con nosotros”, cuentan orgullosos los integrantes de Concegraff.
Si bien marcan claramente la diferencia entre graffiti y mural -“el primero es un grito, es decir: ‘Aquí estamos’, mientras que el segundo es una historia”, señala Bernardo-, hoy el Concegraff no hace distinciones, y en los días que dura “ves al muralista y al graffitero trabajando juntos, porque no queremos excluir a nadie, pues la idea es generar hermandad”, acota Víctor.
Si bien este encuentro siempre ha sido exitoso, los jóvenes comentan que la falta de recursos dificulta su organización. “Hemos logrado ayuda de municipalidades, Artistas del Acero siempre nos apoya, hemos conseguido Fondarts, hay amigos que también colaboran de una u otra manera, pero la verdad es que se hace complicado. Aquí, básicamente, funcionamos por autogestión”, señalan.
Cuentan que, si bien en el Concegraff prima el graffiti, allí se pueden encontrar los cuatro elementos del Hip Hop. “La rama más conocida es el rap, que llama más la atención porque tiene más contenido, tiene más para decir y escuchar. Pero, hoy, los muros también están rapeando. Desde 2006 se ve que los graffiteros ya no pintan cosas superficiales, o que sólo entendemos quienes manejamos los códigos, sino que están contando historias, están hablando de identidad de origen y fomentando la diversidad. En Chile, y en Concepción específicamente, el movimiento Hip Hop ha encontrado su verdadera identidad, con temáticas que abordan la contingencia de acá”, dice Moreno, quien en 2013 recibió el premio Ceres al mejor artista urbano de la Región.
Los jóvenes cuentan, entre risas y miradas cómplices, que el año pasado fueron invitados a pintar en la Pinacoteca de la UdeC. “Sentimos que era ganarle la mano a la academia, porque tras 10 o 15 años pintando en la calle logramos llegar a exponer en sus salas. Imagínate, el Hip Hop, un movimiento marginal, pasó a tomar posesión durante un mes de dos galerías de la Pinacoteca (El otro mural era de Ren)”, sentencia Francisco.
Bernardo añade: “Es un fenómeno doblemente interesante porque, por un lado, el graffiti, que vive en la calle, llega a la galería y, por otro, al estar en la galería, deja de ser estrictamente graffiti”.
Víctor agrega: “Hicimos ocupación del espacio y tomamos contacto con quienes van a ver obras a las galerías de arte, y que muchas veces no ponen atención a lo que se hace en la calle. Siento que rompimos con algunos prejuicios y que fue una experiencia enriquecedora”.
Cuentan que, a partir de este año, además del Concegraff, planean hacer mini encuentros aprovechando la quinta rama del Hip Hop, el conocimiento, con conversatorios sobre graffiti. “Es que el movimiento ha tomado fuerza en el último tiempo, cada vez más gente quiere habitar sus espacios con murales, llenarlos de color. La gente reconoce nuestro trabajo, como la producción de la Vega El Esfuerzo, los de la remodelación Simons, en Talcahuano, o los del sector Lorenzo Arenas”, señala Bernardo.
Víctor comenta: “A veces nos rayan, aunque hay un código entre graffiteros, de no rayarnos los muros. Pero si uno pinta un graffiti y, luego, otro pinta encima y es algo mejor, está bien, se respeta porque es un aporte a la ciudad”.
Todos coinciden en que llegarán a viejos siendo parte activa del movimiento Hip Hop. “Desde niños esta contra cultura ha sido parte de nuestra vida, así es que, simplemente, no nos imaginamos lejos de esto”, sentencian.
(Este artículo fue publicado en agosto del 2016.)