Concepción siempre ha sido catalogada como una tierra fértil para los músicos. Ya lo fue para Los Bunkers, Los Tres, Santos Dumont o Emociones Clandestinas. Pero ahora hay una nueva camada, rockeros más cercanos al pop y que están dando que hablar. Ya traspasaron las fronteras regionales y casi todos se escuchan fuerte en Santiago, algunos lograron llegar hasta Perú y planifican cómo conquistar Centroamérica, pero siempre, siempre, vuelven a su Conce natal.
Más que cuna, Concepción parece una orgía del rock. O del pop. Porque en eso se ha convertido la capital del Biobío: en un escenario propicio para bandas con harto sonido acústico y rock suave, pero la característica principal es que al ser una ciudad pequeña, más de uno ha tocado en la bandas de otro, algunos se mezclan entre grupos, y hasta reemplazos hay. Si falta un guitarrista, acude el amigo que toca guitarra en otra banda. De competencia descarnada, aquí, en el río Biobío, no hay.
Y es que a Concepción, el lema de “la cuna del rock”, con bandas como Los Tres, Los Bunkers o Emociones Clandestinas, no le queda grande. Por eso, los incipientes artistas disfrutan partir aquí, a pesar de lo complicado que puede ser si se compara con ciudades como Santiago, donde al haber más público y, por sobre todo, lugares donde tocar, hace más altas las probabilidades de ser escuchado y tener adeptos.
Por lo mismo, la autogestión es la clave en Concepción. Cuando una banda quiere tocar debe preocuparse desde arrendar salas, equipos y traer instrumentos hasta de detalles de cómo imprimir folletos y pegarlos.
Eso sí, en Concepción hay un público mucho más crítico, muchos melómanos. Y eso mismo hace que tocar en escenarios como Casa de Salud, La otra esquina, el Averno o La bodeguita de Nicanor, y recibir buenos comentarios, sea un aliciente perfecto para seguir la carrera.
Todos, sin excepción, están en plataformas como Spotify, iTunes, Sound Cloud o YouTube. Saben que la única forma de ser escuchados masivamente es a través de la web. Vivir de esto vendiendo discos, como en el siglo pasado, ya no va.
Destacamos cuatro de las muchas bandas que se pasean por Concepción. La selección no fue fácil. Ésta es la historia de cuatro paridos en las tierras penquistas, en las promiscuas tierras penquistas.
Julia Smith,
Los psicodélicos reestructurados
La mamá de John Lennon se llamaba Julia, y Mimi Smith, era una tía que lo crió. Por eso se llaman Julia Smith. Todo partió, cuenta Marcelo Díaz, en el Colegio Salesiano, cuando en un taller de batería se enganchó de la música. Y su hermano, Paulo, que también es parte del grupo, aprendió a tocar batería casi al mismo tiempo.
Cuando tenía unos 15 años formaron una banda. Eso sí, Julia Smith partió como un dúo entre Paulo y Sebastián Araya. Usaban mucho la guitarra, hacían rock acústico y crearon la canción Julia Smith. Y como se juntaban en su casa, Marcelo se puso a tocar con ellos. Después entró Rodrigo Montero, que fue el bajista (hoy hace voz y sintetizador), y luego Pablo Romero.
La verdad es que los Julia Smith no querían ser masivos, ni menos famosos. “Al principio era música experimental, jugar con los sonidos sin el propósito de hacer canciones para la gente. Estuvimos como un año encerrados y tocando en la casa para nosotros”, revela hoy.
Pero cuando la banda tomó una formación más estable, con Montero, Romero y los hermanos Pablo y Marcelo, al que suman a Pablo Baño en el bajo, en el 2010, empezaron a salir a tocar.
Ese mismo año los llamaron, de la nada, del festival MMI en Valdivia, que es una muestra de música independiente. “Nos fue bien, a harta gente le gustó lo que hacíamos”, comenta Marcelo.
Claro que desde el primer disco que lanzaron al último EP han variado, han madurado y ya no son tan psicodélicos, ahora tocan para la gente.
“No sé si decir que variamos, pero sí cambiamos. Ya no hacemos canciones de 10 minutos, ahora hacemos canciones de tres minutos. Pero ésa es la única diferencia. No es traicionar al público que nos seguía, porque el sonido de la banda no ha cambiado, y las canciones antiguas que teníamos, las seguimos tocando. Ahora queremos hacer canciones para la gente, que se las aprenda, que las cante, que lo pasen bien. Mantenemos la psicodelia, pero hoy estamos haciendo pop, pero no como un estilo musical, sino que son canciones que le gustan a la gente”, dice Marcelo.
Y ese último cambio fue gracias a Mauricio Basualto, baterista de Los Bunkers, que por estos días ha llegado a instalarse a la zona como productor musical. “Justo se vino a vivir a Concepción y tuvimos la suerte de tocar con Los Bunkers en SurActivo el 2013 y en el Estadio de Chiguayante este año, les teloniamos. Ahora se profesionaliza la banda, vienen canciones que se tocarán en la radio, sale pronto un videoclip y estamos trabajando harto con medios de comunicación”, comenta sobre la nueva etapa.
Lo que tienen en mente para este verano son intensas giras por ciudades como Santiago, Valdivia, Viña del Mar y, por supuesto, Concepción. Pensando en el largo plazo, les gustaría estar en México, pero su meta siempre ha sido llegar a Europa. “Muchos amigos de allá han escuchado nuestras canciones en inglés, y les gustan. Nos dicen que aperremos, que juntemos lucas y que vayamos, y la idea siempre está”.
Charly, el ingeniero
estilo actual
Nació en Arauco, es ingeniero civil industrial, partió tocando batería en un grupo de punk y un día agarró sus maletas, y vía Facebook, agendó tres fechas en bares de Miraflores, en Lima, Perú.
Charly Benavente, de la típica historia de músico, no tiene nada.
La banda por la que tocó por cerca de 10 años en la provincia araucana se llamaba Descendencia, hasta que en 2006 se vino a Concepción a convertirse en un ingeniero. “No sé, vengo de una familia conservadora, que no quería que estudiara música, mi opción eran carreras convencionales”, dice ahora, como justificándose, sentado en la Plaza Perú, y con unas gafas con marco de madera que no se sacará en toda la entrevista. En segundo de Universidad empezó a tocar en pubs, haciendo covers y en karaokes.
Eso sí, la formación de ingeniero no se la sacan ni por mucho que ame y vibre con la música. “Sí, me imagino trabajando como ingeniero algún día, pero ahora es el minuto para darle a la música. La vinculación va en cómo manejo los proyectos, lo veo de forma ingenieril, hay un plan de trabajo, hay metas que cumplir, soy ordenadito para hacer mis proyectos”, dice.
El 2012, Charly quiso darle un giro radical a su vida y se propuso grabar un disco. Como no conocía a nadie, le costó un poco al principio, pero en agosto del año pasado, y luego de crear varias canciones, tocó en El Averno. Allí, en el primer encuentro ante el público, con sus canciones como Arrepentir, Cinema 1, El mundo en manos de terceros, salió a la luz. Pero en esa luz tenue que hay en El Averno, Charly sólo figuraba armado con su “guitarra de palo” y su voz. La recepción fue buena, comenta ahora, y sintió que sólo era el principio.
“Me aleoné, armé tres fechas en Perú, y una gira en Chile”, así, sin más, lo cuenta hoy. Por Facebook contactó a unos 50 bares de Perú entre octubre y noviembre del año pasado, y agendó con tres locales en Miraflores. “Cuando quieres hacer algo, hay un motor que te mueve, no sabes muy bien qué es, pero algo te mueve”, recalca. También estuvo de gira en Puerto Montt, Valdivia, Arauco, Concepción, Chillán y terminó en el Bar Loreto, en Santiago. “Todo fue autogestión, toqué como malo de la cabeza para poder pagarme todo”, dice.
En enero de este año empezó a armar la banda, quería tener más tiempo para componer, y en medio del show, quería tener más libertad para bailar, acercarse al público. Víctor Hernández, Sebastián Gómez y Francisco Lara, son ahora parte de su formación, y le incluyen a su trabajo, según Charly, la dinámica, el power y el poder estar en contacto con la gente.
Hoy identifica su música con el pop, muestra canciones soft, casi todas las de su último trabajo, ligadas a temas emocionales, mientras que en sus videoclips mezcla imágenes sencillas con locaciones típicas de Concepción.
La idea, ahora, es seguir creando, seguir profesionalizando el show, no sabe si este año haya más grabaciones, pero en 10 años se ve lejos de la capital regional, pero todo paso a paso.
Los Insolentes, sin más
Víctor Hernández siempre tuve la inquietud de tocar y en eso, sus “viejos” siempre lo apoyaron. Estudió ingeniería en Sonido, estuvo viviendo en Santiago, tocó con bandas allá. Luego volvió a Concepción, trabajó en un estudio de grabación, fue tecladista de Rocío Peña, y después se puso a tocar con Fe de Erratas.
Por ahí, a mediados de 2012, empezaron a nacer Los Insolentes, cuenta Víctor. “Cuando estábamos en Fe de Erratas, el “Chino” (Cristián Núñez, hoy vocalista del grupo), tenía sus propias canciones que no eran el estilo de la banda, que era un rock clásico. Un día se nos presentó la oportunidad y tocamos en La Crepería del Fondo, nunca habíamos tocado antes, salimos a morir no más, y nos presentamos como Los Insolentes. Tocamos la canción Shangri La. Ya era algo pop, pero bien “rockerito”, dice Hernández.
Tocaron harto tiempo, luego conocieron a Eduardo Salgado, quien se sumó al teclado, y empezaron como trío. Luego integraron a un cuarto, a Felipe Arriagada, el Pipe, grabaron el EP Caballo Negro que se demoraron “un kilo” en sacar, como cuenta Víctor. Empezaron en enero de este año con las grabaciones y tuvieron el disco listo en noviembre. Coordinar el tiempo entre todos no era algo fácil.
Hasta ahora ya han tocado en Santiago, en la SCD, además este verano telonearon a Los Bunkers en la Feria Artesanal del Parque Ecuador, y se proyectan “hasta Júpiter”, dice entre bromas Víctor Hernández. “Queremos hacer canciones buenas, que a la gente le gusten. El estilo del grupo ha variado un poco del rock pop al pop rock”, cuenta.
Y siguiendo la tradición penquista, hoy Víctor Hernández está trabajando con Charly Benavente en su proyecto de solista. Total, en Concepción, las bandas son todas amigas.
Niño Cohete,
los mimados de la escena santiaguina
En Santiago, dicen que las mujeres se vuelven locas por ellos, que no hay hipster que no los haya escuchado. Los Niño Cohete son de esos grupos que mezclan el pop, el rock y los sonidos acústicos a la perfección.
Según cuenta Joaquín Cárcamo, el grupo parte en agosto de 2010, porque al vocalista, Pablo Álvarez, se le ocurrió la idea y contactó a los demás. Claro que “esos demás”, ya han cambiado por lo menos en tres ocasiones. De los iniciales, siguen el guitarrista Matías Pereira, la voz de Pablo y Joaquín en la batería. A ellos hoy se les suman Cristián Dippel, en el teclado, y Camilo Benavente, en el bajo.
Fue en el noveno mes de 2010 cuando ganaron el festival de bandas de la Universidad de Concepción, y gracias a eso grabaron una canción en el estudio Alerce, en Santiago y, otra vez, gracias a esa canción, postularon a un concurso de Peugeot y obtuvieron el segundo lugar con el tema Máquina del Tiempo. Con el dinero se compraron equipos y tomaron vuelo.
En septiembre pasado estuvieron en Perú. Allí llegaron tras postular a un Ventanilla Abierta de los Fondos de Cultura, para financiar los pasajes, e invitados para un festival que se llama Lima. “La recepción fue súper buena, era como tocar en Concepción, la gente se sabía las canciones, iban a vernos, con pancartas, de hecho nos iban a buscar al hotel”, relata Joaquín.
Niño Cohete, que se encuentra promocionando en cuanto festival y pub pueden su EP, Aves de Chile, está “repartido” entre entre Santiago, Pichilemu (Pablo, el vocalista “que es como el más hippie”, dice Joaquín, está allá) y en Concepción, donde él sigue sus estudios de Psicología. Ahora, se juntan a ensayar y tocar en Santiago. “Estamos pasando por un momento en que somos bien aceptados por el público de Santiago”, dice Cárcamo, pero refrenda que esa audiencia no es más exigente musicalmente que la penquista. “Allá hay más público, por lo tanto es más factible que se llene, pero el de Concepción tiene la característica de ser más crítico con la música. Y por eso siempre es rico tocar acá”, comenta.
Claro está que desde el 2010 a la fecha cambios han habido por doquier. Más allá de la formación, el estilo se ha vuelto más pop. Al principio era mucho más folk, de guitarra acústica, con sonidos bien de madera, ahora se allegaron a lo más electrónico y mucho más cerca del pop.
Dos trabajos tienen en su discografía. El primero, un EP (Extended Play) que se llama Niño Cohete, y que grabaron en 2011, con cuatro canciones: Máquina del tiempo, Los alemanes, La fábula y Niño Cohete. Y el 2013 lanzaron el LP (Long Play), Aves de Chile, que tiene 12 canciones. Justamente para ese último se encerraron por dos semanas en una cabaña en el Lago Lanalhue a grabarlo. “Fue bacán, porque el mismo lugar permitió hacer tomas ambientales y eso se refleja en el disco. A veces estás escuchando una canción y aparece el sonido de un pájaro. Eso es real”.
Ahora, están componiendo un disco nuevo. “Recién estamos escuchando música para saber para dónde va. La letra la hace Pablo. Y estamos planeando viajes, Perú, Colombia, Ecuador.
De hecho vendría mucho más por el pop centroamericano, con instrumentos nuevos, en el próximo disco”, revela Joaquín.