Sólo 32 personas habitan en este caserío nortino distante a 90 kilómetros del centro urbano más cercano. Sin medios de comunicación y con difíciles vías de acceso, Macaya, que pertenece a la comuna de Pozo Almonte, es una especie de realidad paralela, con árboles en medio del desierto, una escuela que tiene un sólo alumno, todas sus casas en tonos rosa y un fervor religioso que traspasa generaciones.
En Macaya no hay desconocidos. Sus 32 habitantes están casi todos vinculados por relaciones de parentesco o por lazos de amistad que han ido construyendo con el tiempo. Su población -de ascendencia aymara- está compuesta mayoritariamente por adultos y adultos mayores. Las familias jóvenes prefieren migrar hacia los centros urbanos más cercanos en busca de oportunidades laborales y de mayores expectativas para sus hijos. Por eso en sus calles pedregosas y emplazadas entre desniveles, prácticamente no se ven niños y sólo impera en ellas esa clásica brisa del Altiplano.
En la precordillera, a 1.920 m.sn.m, este poblado perteneciente a la comuna de Pozo Almonte, tiene una antigüedad cercana a los 500 años. Hasta él llegaron los españoles que exploraban la zona en busca de oro. Lo usaron como campamento atraídos por su agua y le dieron una condición de oasis. De hecho dentro del pueblo están las Termas de Macaya, que sólo tienen capacidad para 10 personas y a las que se accede por una escalera de piedra, material que predomina en toda la arquitectura y en la precaria infraestructura vial que existe en el caserío.
El 98% de las casas de los macayinos está construida de piedra canteada rosada, cuya explotación es una de las principales fuentes de ingreso para sus pobladores, quienes también se dedican a la agricultura, fruticultura y crianza de ganado, pero básicamente para su subsistencia.
Hoy sus habitantes quieren organizarse para potenciar el turismo como nuevo eje de su desarrollo. Más aún luego que un proyecto de RSE de Entel y la Compañía Minera Cerro Colorado les dotara de conexión de internet vía microondas que además les permitirá contar por primera vez con un teléfono en el pueblo.
En esta nueva tecnología la gente de Macaya tiene puestas sus esperanzas como único medio para atraer visitantes y así dinamizar sus actividades, pero también para evitar que más familias sigan emigrando y por qué no, dicen ellos, para que el progreso del pueblo traiga de vuelta a los amigos y familiares que un día partieron en busca de un mejor nivel de vida.
El 25 de julio y los primeros días de febrero Macaya está de fiesta. En esas fechas se desarrollan las dos fiestas patronales más importantes para los macayinos: la celebración de San Santiago (un santo que le da nombre a la iglesia y a la escuela del pueblo) y la veneración de la Virgen de La Candelaria. Durante estas fiestas el pueblo cambia. Todos adornan sus casas y decoran con flores las calles porque saben que serán visitados por muchos de sus ex vecinos y también por los habitantes de comunidades aledañas. El punto de encuentro de aquellas conmemoraciones está en el Templo de San Santiago de Macaya que fue restaurado hace pocos meses, luego que el terremoto de junio de 2005 destruyera una de sus dos torres y agrietara sus muros de adobe.
Cuando suena la campana de la escuela básica San Santiago de Macaya, el único estudiante que va quedando en el pueblo se reúne con su profesor para comenzar las clases. Es Miguel Ángel Copaira de 10 años. Él cursa quinto año y el día de la ceremonia de lanzamiento del proyecto “Conectando sueños del Norte Grande” desarrollado por Entel y la Minera Cerro Colorado fue el encargado de inaugurar las conexiones de internet desde el computador que quedó instalado en su escuela.