Magdalena Zapata, trasplantada: “Vivo con un corazón de oro"

/ 17 de Abril de 2009

corazonPasó por la crisis más grande que atraviesa el hombre. Le dieron ocho días de vida, pero la solidaridad de una familia que le donó el órgano de su hijo le entregó una segunda oportunidad que cada  día agradece con más fuerza. Es una de las cinco primeras mujeres que recibieron con éxito la procuración de un corazón y hoy cuenta su testimonio en momentos en que el país entero siente la muerte de Felipe Cruzat.
Magdalena Zapata se mueve por la vida al ritmo de un corazón que no siempre fue suyo. Hace 11 años volvió a nacer luego de un tortuoso camino por dolores, infartos, desesperanzas y un cara a cara con la muerte.
Aunque ser trasplantada significa someterse para siempre a una rutina de cuidados y fármacos e ir mano a mano con el cardiólogo, esta mujer de 68 años piensa que se encuentra en su mejor momento, cree que fue bendecida por Dios y no se cansa de agradecer al joven de quien heredó el órgano.
“Yo atravesé por una de las crisis más grandes que puede pasar un ser humano. Estuve al borde de la muerte y pienso que nada es más difícil que enfrentarla. De verdad creo que toda la tristeza y lo que uno puede pasar en la vida no se compara con ese miedo. Pero siempre hay esperanza y yo soy prueba de eso”, explica con orgullo.

No dejaba vivir

Una y otra licencia médica, molestias, cansancio y la sensación de que no podía respirar fueron los primeros síntomas del mal coronario que afectaba a Magdalena. Le atribuían su estado a problemas de sobrepeso. Siempre tuvo tendencia a engordar y los médicos la obligaban a seguir dietas para mejorar su condición. Pero no se sentía mejor. Hasta que el doctor Jorge Gajardo dio con su mal. No era tan simple.
“Había hecho incluso un paro cardíaco no detectado. Y por poco no morí esa primera vez. Empecé a controlarme, pero mi corazón me fue dejando”, recuerda.
Después de ejercer como profesora, 32 años en Concepción y vivir cómodamente con su marido, se inició un decaimiento en la parte económica familiar. Había que enfrentar una enfermedad cara, que involucraba millones de pesos con la incertidumbre de lograr o no una mejoría.
“Fue una tragedia para mí ¿Sabes lo que significa estar tres años en cama? Uno no vive ni deja vivir. Así que siempre meditaba sobre qué sería lo mejor. Pensé derechamente que convenía mucho más que muriera, aunque mis ganas de vivir siempre eran intensas. Yo amo estar aquí, amo lo que veo hoy, mi familia, mis hijos graduados (tiene tres: un psicólogo, un ingeniero civil y una ingeniera comercial) y mis nietos. Pero uno tiene dudas, se siente sola en ese minuto, porque ve que los demás no pueden hacer cosas para mejorarte y tú le significas una carga”, recalca.

Corazón de un ángel

Todos los días Magdalena despierta, se toca el pecho y agradece en nombre de su familia y suyo al ángel que le dio su corazón. Sólo sabe que fue un joven deportista chillanejo que falleció trágicamente en un accidente, que fue donante multiorgánico y que salvó la vida de otras personas como ella. Fue un acto de amor extraordinario de la familia, que a pesar del trauma de la pérdida, tuvo la serenidad de reaccionar y respetar la decisión del muchacho que había manifestado sus intenciones de ser donante.
Antes de ese momento, previo a que se decidiera que el órgano fuera a parar en el cuerpo de Magdalena, su miocardiopatía dilatada (afección en la cual el corazón se debilita y se dilata y no puede bombear sangre de manera eficiente y por lo mismo afecta a los pulmones, al hígado y, otros sistemas) había comenzado un camino sin retorno. La habían desahuciado y le quedaban 8 días de vida. Era julio del año 97 y no había más tiempo.
-¿Cómo surge entonces la posibilidad de un trasplante?
“Estaba mal. Lo acepté. Me vi morir e incluso en casa me tenían todo listo para ese momento, mi ropa, mis cosas. Entonces el doctor me habló de que la única posibilidad de sobrevivir era un trasplante. Yo estaba interna en el Hospital del Trabajador y a esa altura de mi enfermedad ya había hecho cuatro infartos. Lo conversamos con mi familia, porque no es una decisión simple. Cuando uno se somete a una operación entonces también está la posibilidad de no regresar. Y me apoyaron, salvo una hermana por ahí que me pedía de rodillas que no lo hiciera. Quedé 30 en la lista nacional de espera de donantes”.
-Pero ya no había mucho tiempo ¿Cómo se trasladó a Santiago?
“Eso también fue un drama. Por mi estado no podía subirme a un avión. Las condiciones eran demasiadas, ya que debía asegurar que viajaría con un tremendo equipamiento y no estaban las condiciones económicas para hacerlo. Mi marido ya había vendido propiedades, terrenos y cuánta cosa por lo que involucraba la enfermedad. Pensamos que llegar a Santiago ya sería imposible, porque por tierra no había cómo. Pero Dios es grande y en eso uno de mis sobrinos nos ofreció un medio terrestre, pero con todas las precauciones para que me fuera y lo hice. Llegamos a la clínica a esperar un corazón”.
-¿Cómo fue el arribo?
“No muy diferente, yo ya estaba empeorando cada minuto. Estaba desahuciada. El médico de hecho se había sentado a mi lado, me tomó la mano y me dijo, ‘Te quedan ocho días’. Pensé en la muerte, aunque siempre tenía unas ganas enormes de vivir. Me hicieron todos los exámenes habidos y por haber, como 40 en total. Estaba en las manos de Dios y en el número 10 de la lista de espera de órganos. Y no pasó nada”.
-Pero se produjo lo que parecía imposible…
“Sí (explica emocionada). Ya estaba en la casa, entregada a mi despedida, cuando de pronto sonó el teléfono y me ordenaron que debía irme de inmediato a la clínica. Que había un donante y que era probable que pudiera ser compatible. Me ilusioné, aunque también me dio algo de susto. Uno no sabe si va a volver de una cirugía así. Mi médico en la Clínica Las Condes, era Jorge Mascaró Carvajal. Él mismo viajó a Chillán para extraer el corazón del donante, que a todo esto también entregó sus córneas y sus riñones”.
-¿Qué pensó en los momentos previos mientras esperaba entrar a pabellón?
“La Clínica Las Condes tiene un sistema muy especial para guiar a la gente que va a vivir una experiencia como ésta. Otro trasplantado te cuenta cómo es enfrentarse a la operación, recibir parte de una persona extraña y las miles de reacciones que adopta la gente en torno a esto. Me sirvió mucho. Me hizo cambiar algunas ideas que entonces tenía de esto. Además, es un momento muy tenso y rápido. Imagina que sólo son 6 horas que puede durar un corazón entre la cirugía del donante hasta el trasplante. Es una espera muy profunda”.
-¿Qué le advirtió entonces?
“Este era un chico de apenas 20 años. Me dijo que pensara si en verdad quería conocer a la familia del donante. Que para él había sido muy significativo, pero a la vez un poco incómodo. El recibió el corazón de otro niño similar a él. Conoció a los padres y familiares del joven fallecido, pero ocurrió que con el tiempo quisieron llegar lejos con él. Celebraban los cumpleaños del joven muerto y el debía estar allí. Hacían una misa y él debía estar. Hasta que un cierto episodio marcó su alejamiento. Una tía del niño fallecido saltó sobre él y lo increpó: ¡Por tu culpa mi sobrino no descansa en paz! Entonces entendí que éste es un acto de profundo amor, que no debe pedir cosas a cambio, que el silencio de no saber dónde está “esa” parte del ser querido es también una prueba de entrega total. Yo no quise conocer a la familia, pero tengo la sensación que ellos sí supieron quién era yo”.
-¿Qué pasó una vez que despertó de la cirugía?
“El concepto que se repite durante toda mi vida. Volví a nacer. Mi vida tiene una segunda parte ahora y cada mañana agradezco al joven que hizo posible este milagro. Aunque soy una persona discapacitada, aunque no puedo volver a trabajar, hay otras cosas que me llenan de orgullo y de satisfacción. Vi a mis hijos titularse, casarse, tener hijos y me muevo para todos lados. Me cuido, eso sí. Pero disfruto la vida intensamente”.
Magdalena, como todas las personas trasplantadas, debe tomar de por vida medicamentos y drogas inmunosupresoras para que su cuerpo no rechace el órgano extraño. A diferencia de los demás, su nuevo corazón no tiene pericardio (membrana que rodea al corazón y que lo afirma), sino que está sujeto a sus costillas, debe asistir a controles periódicos y estrictos y está obligada a cuidar su alimentación y estilo de vida. Prácticamente no tiene restricciones de desplazamiento, sino más bien debe privarse de movimientos fuertes.
“Soy feliz y creo que la esperanza nunca está perdida. Yo le digo a la gente que hoy se siente en crisis. Pero de qué me habla. Yo tuve la peor crisis que puede resistir un ser humano y muchos me ayudaron a vencerla. Vivo el presente, gozo las cosas que en verdad me importan y voy a seguir trabajando para que en Chile haya una cultura de trasplante. Más que una ley se debe procurar estrategias para que desde niños entendamos el valor de la solidaridad y que morir puede ser el principio de muchas vidas”.

La muerte de Felipe Cruzat

Magdalena toma siesta como cada día por recomendación médica. Se entera de la muerte de Felipe Cruzat y lo lamenta tanto, como todos los que siguieron su agonía de 93 días. “Éste es un llamado nacional para recapacitar, para que la gente se dé cuenta que siempre hay alguien que está esperando y que muere con la ilusión de mejorar su calidad de vida. La cifra no es menor, ya que  el 30 por ciento de quienes se encuentran en lista de espera, fallece”.
Magdalena de las Nieves Zapata es trasplantada experimental y una de las cinco primeras mujeres que recibieron con éxito la procuración de un corazón.
Respecto de la idea de llevar el órgano de un donante hombre, señala que no es un tema, que nada en ella cambió y que así como sabe que es un simple músculo que ahora trabaja en ella también tiene la certeza que es “un corazón de oro”.

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