La concepción de una vida gratificante, en la que el ser humano se valore, se dignifique y se premie dándose gustos, es muy antigua. Si nos remontamos a la época de Epicuro, narcisista, ególatra y hedonista, y leemos la obra De Rerum Natura, de uno de sus discípulos, que establece que los hombres deben vivir en pos del placer y evadir las congojas, advertimos que la mayoría de los grandes pensadores plantearon que el ser humano, de una u otra forma, debía aspirar a ser feliz, a sabiendas de que la felicidad como estado permanente no existe.
Sigmund Freud, gran estudioso de la psiquis humana, de sus alteraciones y dolorosas perturbaciones, también preconizó que el placer es un gran generador de vitalidad y un paliativo del dolor existencial.
Basándose en algunos de esos paradigmas, Martin Seligman ha revolucionado el mundo de la neurociencia consagrándose como el padre de la Psicología Positiva. Su premisa básica es “prevenir es mejor que curar”. ¿Por qué las personas sólo acuden al psicólogo cuando presentan cuadros de depresión aguda? ¿Por qué no bloquearlos e impedir que aparezcan?
La valoración personal, la gratificación hacia uno mismo y los demás, la liberación de las culpas y el otorgarle un sentido a la vida constituyen el pilar fundamental de sus teorías.
Antes de leer sus textos, yo era muy culposa. Si me sorprendían con alguna bolsa de tienda de marca, tendía a justificarme, aunque el dinero provenía de mi propio sueldo.
¿Por qué los hombres no dan explicaciones? Llegan con un nuevo notebook o un iPhone de última generación y los exhiben orgullosos. Envidiable. Tienen cero culpa.
Pero gracias a Seligman, cambié. Aprendí a darme el crédito que toda mujer debiera otorgarse.
Tenemos la capacidad de cumplir la más amplia variedad de roles al mismo tiempo. Nos preocupamos de nuestra pareja, educamos a nuestros hijos en la cultura del amor y los valores y, como profesionales, manejamos la casa desde la oficina.
Las mujeres no caminamos. Volamos, y siempre cumplimos.
Cuando cayó en mis manos un ejemplar de La auténtica felicidad, di un giro de 180 grados. En él, Seligman postula que se puede diseñar la felicidad y nos invita a pensar en positivo, a visualizar nuestro futuro y el de quienes amamos con optimismo, a aprobarnos y a darnos permiso para gozar pequeños placeres sin remordimientos.
Hoy, si una vitrina me guiña un ojo y descubro el rouge que buscaba hacía tiempo, no lo dudo ni un segundo. Me lo regalo.
Amarse y aceptarse cuesta. Pero es algo que debe ejercitarse.