El personal de las unidades críticas a diario debe trabajar en un ambiente exigente y estresante, redoblando turnos, posponiendo descansos y dando lo mejor de sí mismos, a sabiendas de que sus máximos esfuerzos no siempre lograrán el resultado esperado. También deben sobreponerse a sus propios temores y a un cansancio físico -y, sobre todo, emocional y psicológico- que se ha venido acumulando a lo largo de varios meses. “Es muy difícil lograr adaptarse a una batalla continua”, dice Kraunik.
por Cyntia Font de la Vall P.
La Región está viviendo uno de los escenarios sanitarios más complejos desde que partió la pandemia. Al alza creciente de casos, que nos ha llevado a un acumulado de casi de 54 mil contagios confirmados en Biobío, y a un nuevo peak de 3.205 casos activos (15 de enero), se suma la creciente saturación de las unidades de cuidados intensivos a nivel regional, las que hoy no cuentan con más de 42 camas críticas y 72 ventiladores mecánicos disponibles.
En esta lucha contra el Covid-19, el personal de salud está en la primera línea de la batalla, y es a los funcionarios de las Unidades de Paciente Crítico (UPC) a quienes les ha correspondido mirar de cerca esta enfermedad y vivir su peor cara, debiendo entregarse por completo a su deber de salvar vidas. Esto les ha significado redoblar turnos, minimizar su tiempo de descanso, posponer vacaciones, sobreponerse al miedo de infectarse y al cansancio físico y mental. Incluso, en algunos casos, vivir apartados de sus familias, prescindiendo de su necesaria contención, o dejar de reunirse con sus familiares con mayor riesgo de agravarse ante un eventual contagio.
“Trabajando en UCI uno sabe que va a vivir momentos difíciles, pero creo que ninguno de nosotros imaginó enfrentar lo que hoy estamos viviendo. Es una situación compleja, en la que todo el personal de salud está trabajando unido, porque es la única forma de sobrellevar esto”, dice el médico intensivista David Kraunik, jefe de la Unidad de Paciente Crítico del Hospital Las Higueras, de Talcahuano, una de las UPC de mayor complejidad del país.
“Hemos triplicado nuestra capacidad”
Desde que partió la pandemia, como establecimiento base en la red, el centro hospitalario ha debido hacerse cargo de las atenciones más complejas derivadas del contagio por Covid-19. Para ello, ha tenido que adecuar sus espacios, reconvertir camas y personal clínico e implementar nuevas prestaciones de modo de asegurar la atención del máximo de pacientes.
-En la práctica, ¿cuánto se han ampliado en estos meses las unidades críticas del Hospital Las Higueras?
-“Ha habido un crecimiento exponencial, que ha implicado ocupar instalaciones de otras áreas y transformar camas básicas en camas críticas. En lo concreto, pasamos de 18 a 54 camas UCI, que son las que nos permiten conectar pacientes a ventilación mecánica, una de las prestaciones más requeridas por pacientes que se agravan por infecciones por Covid. Es decir, triplicamos nuestra capacidad. Y, de hecho, en algún momento llegamos a manejar hasta 63 camas con estándar de UCI, aunque no todas con ventilador”.
-Se sabe que, además de equipamiento, se necesita personal altamente capacitado para atender a los pacientes más graves. ¿Se han visto afectados por déficits de funcionarios?
-“Hemos estado muy justos, pero no nos ha faltado personal, gracias a que desde el comienzo de la pandemia el hospital definió las distintas fases de complejización que viviría, las que se irían dando de acuerdo con lo que la población fuera requiriendo. Eso contemplaba asegurar elementos de protección personal para los funcionarios e insumos para los pacientes, conseguir más equipamiento, reconvertir camas, contratar nuevos profesionales y, por supuesto, capacitar personal, reconvirtiendo además para ello a funcionarios de otros servicios”.
El Dr. Kraunik no oculta su orgullo al señalar que, a pesar de que la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi) a lo largo de 2020 “hizo un gran trabajo” abriendo capacitaciones para quienes quisieran trabajar en UCI o UTI, el Hospital Las Higueras logró generar sus propias instancias de formación, con sistemas de capacitación prácticamente continuos. “Los con más experiencia le enseñamos a los que recién vienen llegando, tratando de compartir las decisiones y el trabajo tanto como sea posible, de modo que esa diferencia de expertiz y conocimientos no sea relevante al momento de tratar al paciente. Pero cuando un paciente se va de la UCI es un éxito de todo el equipo”.
Reconoce que la saturación de las unidades críticas y el prolongado periodo en que los equipos de salud han estado sometidos a esta fuerte carga de trabajo, vuelven un enorme desafío mantener la calidad de la atención. “El aumento de camas críticas evidentemente implica que se necesitan más Tens, kinesiólogos, enfermeros y médicos que los manejen. Sabiendo eso, hemos tratado de sumar el máximo de personal a esta labor, de modo de no afectar la proporción de pacientes por cada profesional ni el buen nivel de atención que entregan. Eso ha implicado que la gente deba redoblar turnos, porque en la Región no hay más profesionales disponibles, o gente de equipos de salud que no esté trabajando. Si alguien sale con licencia o días libres, su jornada de trabajo debe cubrirse entre los miembros de la misma unidad. Entonces, hemos logrado mantener la misma calidad de atención, pero muchas veces a costa de nuestros tiempos de descanso”, dice Kraunik.
A pesar del desgaste que implica esta sobre exigencia, el intensivista enfatiza que se trata de situaciones puntuales y que, al menos en la UPC del Hospital Las Higueras, han tratado de mantener los horarios de trabajo que los distintos estamentos tenían antes de la pandemia. En el caso de los médicos, cuya jornada habitual en esta unidad es de 24 horas, reconoce que algunos han debido más de una vez seguir trabajando más allá de ese tiempo debido a la licencia de algún colega y la falta de otro doctor que cuente con las competencias específicas requeridas para trabajar en unidades críticas. “Antes, lo usual era que el médico hiciera un turno cada 6 o 7 días, y ahora algunos lo hacen cada 2 o 3 pero, en general, tratamos de evitar al máximo la sobrecarga de todos los profesionales, porque sabemos que eso los agota y, a la larga, puede implicar que su calidad de atención no sea la óptima”.
Una piedra más en la mochila
Es sabido que quienes trabajan en el área de salud están expuestos al conocido síndrome de Burnout (o de trabajador quemado), que consiste en un estado de agotamiento físico, mental y emocional, que en el caso del personal sanitario se da por la carga psicológica que implica trabajar cuidando pacientes.
Dentro del aparato sanitario, el riesgo más alto de padecer esta patología la tienen quienes trabajan en unidades críticas, por la carga emocional que conlleva tratar a diario con pacientes graves, verlos sufrir y eventualmente morir, así como acompañar a sus familias.
En julio de 2020, en su encuesta nacional: Prevalencia del síndrome de Burnout en personal sanitario de UCI durante la pandemia por Sars-CoV-2, la Sochimi detectó que más del 60 % de los trabajadores de estas unidades sufría síntomas atribuibles a esa patología. En su segunda encuesta, realizada en diciembre, la cifra se elevaba a 87 %.
-Como jefe de una de las unidades de paciente crítico más grandes del país, ¿qué tan duro es trabajar en cuidados intensivos, sobre todo durante este periodo?
-“Es muy desafiante y agotador. Es difícil explicarle a quien no trabaja en la UCI lo que significa atender a pacientes que están en condición de extrema gravedad, en riesgo vital, y compartir el dolor y la preocupación de familias que están pasando por un momento muy duro por tener que acompañar desde lejos a un ser querido que está mal. El vivir esto a diario implica un desgaste tremendo para todo el equipo, un cansancio que va más allá del agotamiento por pasar muchas horas trabajando. La sobrecarga emocional que el equipo tiene es un problema real, que hemos ido tratando de mitigar por todas las vías posibles, pero es muy difícil lograr adaptarse a una batalla continua”.
-¿Su equipo se ha visto afectado por el “Bournout”?
-“Hay muchos profesionales que tienen síntomas y que han continuado trabajando, pero también hemos recibido numerosas licencias médicas por este síndrome, porque llega un punto en que las personas se ven demasiado afectadas emocional y psicológicamente por lo que están viviendo y, simplemente, ya no están en condiciones de trabajar. Hemos tratado de dar descanso cuando es posible al máximo de nuestra gente pero, claramente, en 2020 descansaron menos de lo que debiesen. En todos los estamentos hay gente que pospuso sus vacaciones, y estamos viendo que no va a ser un verano fácil para nadie”.
-Y para usted, ¿qué ha sido lo más difícil de este periodo?
-“Creo que el aceptar que los pacientes no puedan estar con sus familiares, ni siquiera para despedirse. Eso nos afecta a todos: al enfermo, a su familia y también al equipo. Hemos intentado aliviar ese dolor por todas las vías tecnológicas posibles, llamadas, videoconferencias, pero claramente no reemplazan el contacto directo”.
Dice que también es difícil ver a jóvenes sanos al filo de la vida y la muerte, sometidos a ventilación mecánica porque desarrollaron neumonías por coronavirus. Pero, sobre todo, reconoce que es duro ver el impacto de la pandemia en quienes trabajan en la Unidad de Paciente Crítico. “Esto no es solo una crisis sanitaria, sino también social. Todos tenemos vidas fuera del hospital que se han visto afectadas con limitaciones para movernos, para tener momentos de esparcimiento o de descanso, para ver a nuestras familias o para acompañar a familiares que están pasando por algún problema. Y a eso se suma venir a trabajar a un lugar donde estamos enfrentando un nivel de estrés más alto que el habitual, y que es permanente. Muchos funcionarios se quiebran en algún momento, sobre todo los profesionales más jóvenes, y es entendible. Somos seres humanos, y el ver partir a alguien en estas condiciones es doloroso. Quizás nuestro dolor no es comparable al de la familia, pero igual lo sentimos, porque también formamos parte de ese duelo (…) Es duro ver cómo el personal ha tenido que sobreponerse a todo eso y seguir trabajando, incluso a costa de su propia salud”.
Añade que, además, muchos funcionarios, de todos los estamentos, desde auxiliares hasta médicos, han optado por vivir separados de sus familias para evitar ponerlas en riesgo. “Ese dolor es una piedra más en la mochila que llevan a diario”.
-¿Qué le diría a su equipo?
-“A mi equipo, reconocerlo y agradecerle por su entrega con los pacientes, con el hospital y con el país en general, porque de a ratos esto se hace muy difícil. Sobreponerse a eso y venir a trabajar cada día muestra su compromiso con el deber que, como funcionarios de la salud, tenemos con toda la comunidad. Y les pido que sigamos trabajando unidos, apoyándonos, porque es la única forma en que podemos ayudar a la población a salir adelante”.
“Estamos funcionando al tope”
Del total de pacientes que llegan por Covid-19 al Hospital Las Higueras y deben ser hospitalizados, el profesional detalla que solo un 20 o 25 % termina necesitando ser atendido en cuidados intensivos. De ellos, un 70 % es conectado a un ventilador mecánico, y cerca del 20 % de quienes llegan al hospital por neumonía por coronavirus necesita intubarse.
En cuanto a la tasa de fallecimiento, el Dr. Kraunik informa que está entre el 15 y el 20 % de quienes ingresan a UCI, aunque en aquellos pacientes que son intubados resulta un poco más alta. “Puede no parecer una cifra tan mala, pero la verdad es que con el número de pacientes que estamos manejando, esto implica muchísimos fallecidos (…) y lo triste es que se trata de muertes que, eventualmente, podrían haberse evitado”, se lamenta.
En su opinión, los altos índices de mortalidad vistos en otros países no son por la gravedad de la enfermedad en sí, sino por el colapso de los sistemas de salud, que ven sobrepasadas sus capacidades. Es por eso que le preocupan las cifras dadas a conocer en los informes nacionales de los últimos días. “Desde mediados de diciembre, en el hospital tenemos una situación de ‘cero camas UCI’”, reconoce.
Relata que el Ministerio de Salud definió que los centros hospitalarios deben mantener un 20 % de camas críticas libres en todo momento, para poder seguir recibiendo nuevos pacientes. Para lograrlo, pueden hacer total uso de la red público-privada, trasladando a los enfermos a aquellos centros de salud con más camas disponibles, dentro o fuera de la Región. De hecho, desde el hospital, ya se han trasladado cerca de 50 pacientes UCI hasta Santiago.
“Desde hace más de dos meses que nosotros estamos haciendo traslados preventivos, porque nuestros índices de ocupación se han mantenido por sobre el 80 por ciento desde octubre, llegando en diciembre a superar el 95 por ciento. Y más de una vez hemos alcanzado al total de ocupación (…) La verdad es que nuestra capacidad para crecer o recibir más pacientes es prácticamente nula. Estamos funcionando al tope”, enfatiza.
Aclara que su limitación de crecer no es por un tema de espacio, sino de personal. “El recurso humano con que contamos ya está ocupado a plenitud, incluso con gente redoblando turnos. Así que lo único que podemos hacer en este minuto es ser lo más eficientes posibles para resolver el máximo de casos en el menor tiempo”.
Por ello, hace un llamado a la población a mantener un autocuidado activo, que permita evitar al máximo los contagios masivos y logre revertir la tendencia al alza que desde hace unas semanas se está experimentando en todo el país. De lo contrario, podría hacerse una realidad el temido “dilema de la última cama”, que implicaría la dramática situación de que los equipos médicos tuvieran que elegir a qué paciente tratar y a cuál dejar sin tratamiento.
“Afortunadamente, aún no hemos llegado a eso, porque todavía hay camas en el sistema, pero la red se apoya en camas que están cada vez más lejos. Por lo tanto, hemos debido ir mejorando la logística de los traslados, pues no somos capaces de absorber todo lo que está llegando”.
Añade que la única forma de que el dilema de la última cama no se vuelva una realidad es lograr que la tasa de contagios disminuya y, para ello, recalca, se necesita del esfuerzo de todos. “La población ya no se está cuidando como al comienzo de la pandemia. Muchos le han perdido el miedo al virus y otros dicen que están aburridos de cuidarse, sin entender el riesgo que corren y cómo exponen a los suyos. Es entendible que la gente -por un tema de salud mental- quiera olvidarse de todo esto, descansar y salir de vacaciones, pero lo ideal es que aplacen esa salida hasta que la tasa de contagios sea más baja y los hospitales sean capaces de recibir más pacientes”.
-A lo largo de estos meses, decenas de trabajadores de distintas áreas de la salud han fallecido; entre ellos, al menos 20 médicos. Ustedes están exponiéndose al contagio a diario, doblando turnos, en condiciones estresantes y arriesgando su salud y la de su familia por los demás. ¿Qué sienten al salir a la calle y ver a la gente paseando o vitrineando, y peor aún, sin tomar las medidas preventivas necesarias?
-“Es importante no generalizar. Efectivamente hay mucha gente que no se cuida, y eso es una irresponsabilidad tremenda; pero, al mismo tiempo, hay quienes deben salir de sus casas por necesidad, porque de otra forma no pueden sostener a sus familias. Pero, por la razón que sea, la gente que no toma las precauciones necesarias se está exponiendo a requerir de una atención sanitaria que se está comenzando a hacer cada vez más escasa. Así que al ver a la gente en la calle lo que siento es preocupación, mucha, porque creo que -si el número de contagios sigue aumentando- el dilema de la última cama va a ser una situación real en la que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, mucha gente va a morir”.