Observando el escenario sociopolítico nacional e internacional, no cabe la menor duda de que el triunfo de la llamada Teoría del Conflicto es abrumadora respecto de las teorías de la Uniformidad o de la Paz Social. En efecto, hacia donde usted mire, la paz social en general y la sociopolítica en particular cada vez más brillan por su ausencia.
Vivimos épocas de enconos en que la diatriba se hace groseramente común, más popular, penetrando el alma de la ciudadanía y derribando hasta los deslindes hogareños, tan propios y singulares que hasta no hace mucho traducían el último refugio de la mejor humanidad. Acercándonos a la pluma de Gabriel Marcel y de Gabriel Madinier, nuestra propia existencia se encuentra en peligro.
El espacio que ocupa lo internacional no tiene parangón respecto de lo que acontece en los diferentes escenarios nacionales. Empero, unos y otros suman tal heterogeneidad de conflictos que cuando creemos estar acuciosamente abocados a unos, casi mágicamente ya han cambiado al fusionarse con otros espectros conflictivos.
Así, tenemos un conflicto estudiantil de cara a las autoridades del momento que en un sólo instante se amplía y se complejiza a voluntad de sus impulsores. Está claro entonces que el remedio o solución conflictual encuentra en la infinita extensión del problema una primera y gran muralla tantas veces insalvable. La política internacional, cual tablero de ajedrez, nos proporciona -por desgracia- ejemplos y casuística hasta el infinito que, hoy por hoy, hasta podrían desembocar en un conflicto bélico nuclear localizado o, lo que es peor, en una guerra nuclear flexible que destruiría nuestro planeta.
Peligroso, sobradamente peligroso, porque el conflicto late a través de la soberbia, las ambiciones, los egoísmos, las envidias y toda su aborrecible parentela.
De ahí la urgente necesidad de diálogo, que omnicomprensivamente supere el mero esfuerzo platónico y se ancle en nuestras voluntades y corazones. Basta de los peores incentivos en unos y otros parlamentos y organismos internacionales que sólo agudizan antagonismos y contradicciones, usualmente restando y muy pocas veces uniendo y sumando, perdiéndose así la verdadera labor que deberían realizar los políticos de todos los tiempos. No permitamos en estos tiempos ajedrecísticos ningún jaque y mate y, para ello, más que órdenes de partidos y de agrupaciones de partidos, atendamos a las miradas siempre limpias y transparentes de nuestros hijos, nietos y bisnietos.