Prof. Andrés Medina Aravena
Dpto. Historia y Geografía UCSC.
Qué duda cabe si afirmamos que la mayoría de la población penquista no sabe la razón por la que una de sus calles se denomina Obispo Salas.
El personaje (porque lo es) que dio nombre a esta arteria de Concepción se llamó José Hipólito Salas y Toro, y dirigió por casi 30 años a la diócesis penquista en el siglo XIX.
Aquilatar la tarea cumplida por este sacerdote requiere, necesariamente, describir el contexto histórico en el cual se desenvolvió su vida y las acciones por él desarrolladas. El siglo XIX fue en occidente y, obviamente, en nuestro país, un período en que los fuertes contenidos de anticatolicismo de la Ilustración adquirieron nuevos ímpetus, buscando borrar de la sociedad la influencia que en las actividades cotidianas y que, en los ámbitos de la cultura, la educación y la política había tenido tradicionalmente la Iglesia.
Frente a la ofensiva liberal laicista, dos sacerdotes salieron en defensa del rol que hasta entonces había jugado el catolicismo en la sociedad y en el Estado chileno: el arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso, y el obispo de Concepción, José Hipólito Salas.
Ahora es materia de nuestro artículo adentrarnos en la personalidad y en las tareas desarrolladas por el pastor de nuestra diócesis, que alcanzó ribetes de impacto no solo nacional, sino que se extendió al exterior, a las sesiones que desarrolló el Concilio Vaticano I, entre los años 1869 y 1870, cuando fue suspendido.
Nació en Colchagua en 1812, y falleció en Concepción en 1883, a una edad avanzada para la época. Sus restos reposan en la cripta de la catedral de la ciudad.
Su formación intelectual se desarrolló inicialmente en una escuela de campo, en el poblado del Olivar, para continuar luego en el convento de San Agustín de la capital, y finalizar en la Real Universidad de San Felipe, donde obtuvo el grado de bachiller en Teología.
Ya ordenado sacerdote, se incorporó a la enseñanza, desempeñándose como profesor en el Seminario de Santiago, en el Instituto Nacional y, finalmente, en la Facultad de Teología de la Universidad de Chile, donde llegó a ser decano. Culminó esta faceta intelectual escribiendo una memoria histórica sobre la institución de la Encomienda en Chile, que es la primera investigación de historia del derecho realizada en el país.
“Levantó una nueva catedral en reemplazo de la destruida por el terremoto de 1835, y edificó para incentivar la religiosidad popular el Santuario de San Sebastián, en Yumbel”.
El obispo mostró rasgos de un hombre decidido y práctico para enfrentar sus tareas en una zona donde su elite, liberal y laica, era abiertamente opositora al gobierno conservador de Manuel Montt, luego de perdida la guerra civil de 1851. Es en esa época en la que Salas llegó -designado por el Papa- como obispo de Concepción.
No solamente no contaba con el concurso de la mayoría de las personalidades masculinas influyentes de la provincia. Se agregaba a ello la desorganización del clero y los rasgos de indisciplina en su interior. Por si fuera poco, en Arauco se generaban actos de violencia con algunas agrupaciones indígenas.
En medio de este ambiente, el obispo Salas mostró una voluntad inquebrantable, alimentada con una sólida fe para hacer frente a los desafíos que debía superar.
Una de sus primeras gestiones fue la reapertura del Seminario de Concepción, para formar nuevos ministros que sirvieran a la evangelización de la población. Organizó luego, alrededor de la doctrina religiosa, a las mujeres de la diócesis, para llevar a cabo innumerables obras de caridad. Levantó una nueva catedral en reemplazo de la destruida por el terremoto de 1835, y edificó para incentivar la religiosidad popular el Santuario de San Sebastián, en Yumbel. En ese mismo sentido son sus visitas pastorales a las diferentes parroquias de su diócesis, estimulando el servicio al pueblo de sus ministros y corrigiendo las desviaciones que podía observar en el ejercicio sacerdotal.
También resultó sobresaliente su intervención durante la Guerra del Pacífico, donde con sus escritos y discursos arengaba a los soldados y marinos chilenos, para alcanzar una victoria que consideraba justa, alentando también a la población para cooperar con recursos para los combatientes.
Finalmente, participó activamente en el Concilio Vaticano I, donde intervino destacando entre los prelados americanos, lo que llevó al Papa a ofrecerle el capelo cardenalicio y su permanencia en la curia romana. Un ofrecimiento que Salas humildemente pidió reconsiderar, para que se le permitiera volver a su diócesis. Un gesto que, sin duda, proviene de una personalidad extraordinaria, que vivió con coraje y coherencia al servicio de su fe.