Desde hace cinco años, estudiantes y profesionales “gringos” y chilenos se dan cita en La Araucanía para atender a la población menuda. Impactado por el caso de Letizia, de 14 años, a quien hubo que ponerle una prótesis, Rodrigo Haristoy revela los estrechos lazos que se generan con la comunidad y entre los propios alumnos del programa “Friendship and Oral Health”. Concluida la experiencia, “las lágrimas corren por todos los lados”, cuenta. En la red de atención pública, Chile tiene apenas un odontólogo por cada 5 mil a 7 mil personas y necesita focalizar los esfuerzos en prevención y en educación, pero también en buenos diagnósticos.
Por Sonnia Mendoza. Fotos gentileza de Paulina Barrales.
Tocado por la pobreza, por las bocas desdentadas de preadolescentes y de adultos mayores que gozaron como niños su primera prótesis, por la belleza de parajes aún vírgenes y por cómo alumnos “gringos” y chilenos vencen la barrera del idioma, termina cada experiencia de salud en el sur del país este joven odontólogo que aprendió de su padre, el gineco-obstetra Jorge Haristoy Chávez, la satisfacción de servir profesionalmente a otros en los sitios más recónditos del país.
La edad de Cristo tiene Rodrigo Haristoy Ortiz, quien por quinto año consecutivo se instaló en Curarrehue junto a su esposa Carolina Rojas Henríquez (33), odontóloga como él y una cincuentena de colegas y alumnos de las universidades del Desarrollo, de Harvard, Columbia, Connecticut y Stony Brook para continuar con el programa de colaboración e intercambio internacional “Friendship and Oral Health” de la Facultad de odontología de la UDD que se le ocurrió implementar mientras hacía su beca de especialización en Estados Unidos. Y este año, hasta embarcó a Emilia, su hija de un año y medio. La niña fue una más en esta comuna de La Araucanía de poco más de 6 mil habitantes, en su mayoría mapuche y “la mascota del grupo”.
Se emociona este dentista cuando habla de “la Letizia”, una pequeña de 14 años de Dalcahue, en Chiloé, a quien instalaron una prótesis. Estuvieron allí en enero para dar forma a un proyecto piloto de salud bucal, similar al que realizan en Curarrehue. La “niña símbolo”, como la llama, que no tenía ni un solo diente volvió a reír y su alegría arrancó lágrimas a su madre y a los profesionales que la atendieron: “Es lo más impactante que hemos visto en estos cinco años de trabajo”, cuenta.
Y se emociona también por el cariño de los niños en riesgo social del Hogar de Menores San Martín, de Curarrehue, a quienes decidieron intervenir como a sus tías, para formarlas como monitoras en la técnica del cepillado correcto a fin de mejorar la higiene bucal de los pequeños.
“Están tan necesitados de cariño que nos impactó. Nos abrazaban y muchos se quedaron llorando, incluso cuando nos fuimos. Es muy fuerte. Ahí uno se da cuenta que hay que salir de la burbuja, de la boca, e intervenir mucho más desde un punto de vista humano”, dice.
No es el único impactado. La docente Paola Bezama describe sus sensaciones del segundo día del operativo mientras se hallaban en el Internado de Curarrehue atendiendo a cinco “pacientitos” de entre 3 y 12 años; ha reconocido a tres de años anteriores y “ninguno ha llorado” –dice-mientras una pareja binacional los revisa. “Miro la sala y creo que sólo yo veo los zapatos rotos de los niños en atención. Los alumnos están tan ensimismados en el trabajo que parecen no notar la diferencia de la triada que componen: un estudiante de USA, un estudiante de la UDD y un niño de Kurarewe, como pienso que realmente se llama este lugar”. Y mientras los niños están en las mesas de atención, hecha con cuatro mesas o pupitres, y todos ellos han cambiado comodidades por trabajo, Paola asegura que no es caridad lo que hacen allí sino que un compromiso con los más vulnerables; un ideal que enaltece el amor por el trabajo bien hecho, un desafío de que es posible lo imposible, convencidos de que “nos iremos con el estanque lleno de gozo y llevándonos más de lo que trajimos”.
Mil 600 niños de distintas edades han atendido en esta comuna sureña desde 2008. Y con el apoyo de municipalidades u otras instituciones esperan implementar sus próximos operativos en la pre cordillera de Ñuble, Biobío o en la provincia de Arauco, en la región del Biobío. “Necesitamos apoyo del gobierno o entidades locales, como la que tuvimos del Club de Leones de Dalcahue, por ejemplo. La organización y apoyo logístico que significa el alojamiento, comidas y transporte de 50 personas no es menor. Esto no es llegar y partir; son tres meses de trabajo previo, de reuniones, viajes, de solicitar internados y apoyo municipal o de otras identidades”, cuenta a su vez Rodrigo Haristoy, tras admitir que Chile debe diseñar nuevos programas públicos de atención en salud bucal. “La estrategia está muy centrada en el tratamiento del diente, en la enfermedad. Hay que focalizar los esfuerzos en prevención y en educación, pero también en un buen diagnóstico. Eso es muy importante”, precisa.
-¿Por qué estos niños no reciben atención dental? ¿Acaso no están inscritos en el sistema?
El Ministerio de Salud diseñó una estrategia que se basa en maximizar recursos en beneficio del impacto. Para ese efecto, priorizan la atención odontológica a los niños de 6 y 12 años; a la primagesta (mujer que espera al primer hijo) y al adulto mayor de 60 años. Todo lo que pase entremedio es “urgencia”, por eso, hoy día los esfuerzos deben apuntar a mejorar el diagnóstico y el seguimiento post tratamiento. En Estados Unidos, yo enfoqué mi Magister in Dental Science en la salud pública chilena y estoy generando una línea de trabajo entre la UDD, Servicio de Salud y Seremi de Salud para apoyar nuevas líneas de acción en este tema.
-La salud bucal se ha concentrado en las urbes: ¿por qué no van los profesionales a lugares más apartados? ¿Es un tema de mercado, de comodidad? ¿Qué pasa con eso?
No es fácil explicarlo. La red de atención pública no da abasto en su número de profesionales ya que existe alrededor de un dentista por cada 5 mil a 7 mil personas. No es lo mejor ni lo óptimo, pero tampoco se puede tener 4 ó 5 dentistas porque los recursos son pocos y se enfocan a otras áreas del bienestar de la comuna. Muchos de nosotros, además, queremos estar cerca de nuestras familias, queremos tener la comodidad de los servicios que ofrecen las grandes urbes. En Concepción hay muchos dentistas y no quieren salir porque pierden la conexión con lo que llaman “la civilización”, pero es un tema de elección; un dentista elige estar más cerca de la urbe que de lo rural. O si lo eligen, lo hacen de paso, pero no para instalarse. Pueden estar dos o tres años y después ir a especializarse a las grandes ciudades y quedarse allá por un tema profesional o de la familia. Sin embargo, la tendencia futura será buscar alternativas laborales fuera de las grandes urbes para ejercer la profesión.
-¿Se ha perdido la vocación de servicio entre los profesionales jóvenes hoy?
No puedo decir eso, porque la veo entre mis alumnos y profesionales que están participando. Muchos de ellos destinan mucho tiempo de sus vacaciones para participar de estos proyectos sociales. No se pierde la vocación, pero al momento de elegir uno prefiere la ciudad, estar con su familia, cerca de una buena clínica, del comercio, de un colegio o universidad porque uno piensa también en sus hijos. Yo no diría que entre los odontólogos se ha perdido la vocación. La UDD tiene un gran compromiso con el tema de la Responsabilidad Social y sus alumnos así lo demuestran.
-¿Ustedes son los únicos que están yendo a la ruralidad?
No, sólo algunas instituciones hacen estos trabajos sociales odontológicos de verano y /o invierno. Este es único porque está enmarcado en la colaboración e intercambio internacional. No creo que en otra parte del mundo se haga. Esta experiencia ha sido presentada en congresos de Alemania y Colombia. Genera expectativas por el intercambio y colaboración de universidades de distintos países, por cómo atraviesan esa barrera lingüística, idiomática y cultural. En cinco días, uno se da cuenta que este es un trabajo de equipo que va más allá del idioma y que reúne a 42 profesionales, docentes y alumnos de tres casas de estudio.
-Volviendo al tema central: ¿cuál ha sido el resultado de la intervención de ustedes en la población que han atendido? ¿El Estado necesita preocuparse más de la salud bucal de estos niños?
Voy a partir del año Uno: los primeros dos o tres años se practicaban muchas extracciones de dientes y muelas (exodoncias) que no servían; son piezas temporales. Hoy día, con mucho orgullo puedo decir que -después de cinco años de intervención- hemos tenido un impacto en la salud bucal de estos niños. La sala especial que habilitamos para este tipo de procedimientos la utilizamos muy poco a diferencia de años anteriores en que teníamos a tres o cuatro niños en atención simultánea para sacar tres o cuatro dientes a cada uno. Hoy, la verdad tenemos dos o tres pacientes al día. Es un gran, gran avance, pero falta mucho: La salud pública ha mejorado mucho en relación a lo que había. Desde mediados de los 90, el Estado está haciendo grandes esfuerzos en esta área, pero hay que mejorar las estrategias de evaluación entre las edades que se atienden los niños. La estrategia está muy centrada en lo que es tratamiento, en tratar el diente, la enfermedad y no en su seguimiento o control.
“Hay que dejar de lado la vergüenza”
Uno de los “peros” del proyecto piloto que Haristoy y su esposa, Carolina Rojas Henríquez, directora de carrera de Odontología en la UDD, tuvieron en mente para echar a andar este plan de salud bucal fue el idioma, pero ha sido, cuenta Haristoy, una de las gracias de trabajar en equipo. Así, durante cinco días y turnándose, un alumno es el dentista y su compañero el asistente.
“El chileno tiene un nivel de inglés medio y el americano habla muy pocas palabras en español; pero esa barrera del idioma se vence soltando la vergüenza por pronunciar mal las palabras. Y la verdad es que el grado de amistad y de trabajo que se logra es increíble, a tal punto que cuando llega el momento de despedirse, las lágrimas corren por todos lados. Ocurrió el primer año y así ha sido en los cuatro años siguientes”, dice.
A este profesional egresado de la U. de Concepción y a su esposa, de la U. de Talca, se les ocurrió replicar en su país la experiencia que vieron en Estados Unidos mientras hacían sus becas en 2007. Muchas universidades iban a trabajar a zonas remotas de Honduras, Paraguay y Bolivia, entre otras, que necesitaban atención odontológica. Lo hacían por su cuenta, añade, pero no había una consistencia en el tiempo, una sustentabilidad en los proyectos ni un contacto cultural con la gente. Iban, sacaban dientes durante cinco días y volvían; a él, en cambio, se le ocurrió “empujar un proyecto diferente” y único a nivel mundial donde trabajaran alumnos de universidades americanas y chilenas, en este caso de la UDD, como han estado haciendo en La Araucanía y, por primera vez este año, en Dalcahue, Chiloé.
La elección de estos lugares no fue al azar pues ambas localidades tienen un alto porcentaje de población rural y mapuche; geográficamente están casi aisladas, pero sus parajes son inigualables, riqueza natural que aprovechan de mostrar a los integrantes del equipo, tanto extranjeros como nacionales. “Muchos de ellos vienen a vacacionar a Pucón, pero no saben que a 30 minutos hay lugares de mucha necesidad, pero muy hermosos. Tras la jornada de ocho horas, hacemos caminatas, trekking, vamos a los lagos y finalizamos las actividades de una semana con un asado al palo”, dice.
Líderes de terreno
El operativo es apoyado por la UDD – “aquí se viaja con materiales, se trae todo y nada se pide a las comunas”- y como director de planificación estratégica de la Facultad, a Rodrigo Haristoy le corresponde gestionar este tipo de proyectos por un tema de “internacionalización: A nuestros alumnos les estamos dando un nexo, un contacto para que el día de mañana tengan un lazo; la verdad es que se crea uno tan grande entre los participantes que el día de mañana pueden ir a visitar una universidad o postular a un programa”. Algunos alumnos modelos, cumplen el rol de líderes pues la idea del proyecto no es impactar sólo en la comunidad, sino que también en los alumnos, en su formación como dentistas y en su responsabilidad como profesionales.
“Lo importante es que en este tipo de trabajo haya un liderazgo claro que permita el desarrollo de nuevas figuras. No es de extrañarse que algunos de ellos, como dentista general de zona, organice a futuro otras actividades a partir de esta experiencia”, dice, como la que él conoció de su decano Luis Vicentela, siendo aún estudiante de la Universidad de Concepción, y quien despertara en él esta vocación de servicio.