Es la tercera orquesta profesional de Chile, la primera del sur del país y una institución cultural que goza del aprecio de la comunidad a la que pertenece. Alcanzar estos laureles no ha sido fácil. El mecenazgo universitario y las transiciones impulsadas por los directores de turno son cuerdas que afinan la historia de este colectivo de artistas. Y, tal como lo indica el movimiento que titula este reportaje, en la Orquesta los músicos están alegres, pero no tanto.
De bemoles, silencios y aplausos está construida la historia de la Orquesta Sinfónica de Concepción. Así lo sostienen músicos que la fundaron a comienzos de la década del cincuenta como Conjunto de Cámara y lo reafirman los que trabajaron en ella y quienes la componen hoy convertida en la tercera orquesta profesional del país y la primera del sur de Chile, en mérito a su labor de difusión de la música en regiones.
Los espectadores, por su parte, sólo saben de ovaciones y del orgullo que representa para la UdeC -su principal mecenas desde que la hizo suya reconociéndola como tal en el año 1958- la sobrevivencia de la Orquesta en un contexto donde las dificultades de financiamiento son el talón de Aquiles para este tipo de instituciones, como se hace evidente en la crisis que vive la Filarmónica de Chile y el Teatro Municipal de Santiago y que el último mes ha ocupado importantes páginas en medios de prensa nacionales.
Pero de lo que significa ser músico en un país donde la cultura no es un tema prioritario, del rigor del trabajo, de la vocación, y al mismo tiempo tensión que hay tras esos atriles y partituras, son aspectos que comienzan a ser cuestionados a partir de la posición de los músicos santiaguinos de cesar en su trabajo hasta que no mejoren sus condiciones laborales. Y esta comparación con la realidad capitalina no es por capricho, sino una reacción natural ante la pregunta que cae de madura. ¿Cuál es la experiencia de los músicos de la orquesta penquista?.
“a nosotros se nos exige todo. Esta Orquesta hace unas obras de altísimo nivel, artísticamente estamos muy arriba, pero económicamente estamos a la mitad de lo que se paga a los músicos en Santiago, entonces ¡qué quieren para Concepción! A nosotros nos miran como una Orquesta B, pero se nos exige otros niveles de rendimiento que son muy agotadores”, afirma Fernando Poveda, contrabajista.
De la afición a la profesión
Antonio Stuparic, es uno de los primeros miembros del conjunto de Cámara de Concepción, la misma que dio origen al actual cuerpo de músicos. En la fila de las violas, Stuparic hizo carrera en la Orquesta Sinfónica penquista hasta que jubiló, en enero de este año. Su testimonio es elocuente. “Me inicié en el año ’54 y en esa época todos éramos aficionados, hasta que recibimos el alero de la “U” como una orquesta profesional con todo lo que eso significaba”, comenta.
Según los músicos de la época, muchos de los cuales siguen aún hoy en la planta, los mejores tiempos musicales y laborales se vivieron bajo el alero directo de la Universidad de Concepción, ya que desde la creación de la Corporación Cultural del Bío Bío, (ver recuadro) la Universidad siguió siendo el mecenas exclusivo de la Orquesta. De esos buenos tiempos alude el comentario del contrabajista Fernando Poveda. “Cuando la Orquesta era de la Universidad la cosa funcionaba bien, porque había un presupuesto, los músicos teníamos ciertos beneficios: nos daban algunos accesorios para los instrumentos como juegos de cuerdas, zapatillas y cañas para los vientos, etc.. Pero esto se perdió cuando la Orquesta se desvincula de la Universidad… Y algún día esperamos recuperar esa condición, porque si bien es cierto en este momento la Orquesta depende de la Universidad, no somos funcionarios de ella. Y esto no lo entiende nadie: nos paga la Universidad, pero hemos perdido la calidad de funcionario y todos los beneficios que teníamos, principalmente los sociales”, apunta.
El oboísta Rodrigo Espinoza confirma que todas esas garantías se perdieron en la transición del año `89, “cuando se produjo una situación caótica en que la “U” decide desvincularse de la orquesta y nadie nos explicó las razones del cambio”.
Producto de estas modificaciones, los músicos debieron asumir nuevas reglas del juego. Ricardo Olivos, violinista y presidente del Sindicato de Músicos de la Orquesta comenta que “un problema que ha sido característico de la administración actual de la Orquesta, y que para mí representa un mal estilo de administración, es que es muy vertical, muy de cúpula. Nos sentimos muy poco consultados respecto a todo, al traspaso de una Corporación a la otra, al cómo se buscan los caminos, a cómo se procede para buscar las soluciones hacia la definición de qué tipo de Orquesta queremos. A pesar de que hay muchas propuestas que han sido asumidas como positivas y valiosas, de todas maneras se extraña la falta de participación e información para los músicos”, sostiene.
La batuta
Los maestros Víctor Tevah, Teodoro Fuchs, Cho-Hooy, Joachim Harder, José Carlos Santos son importantes nombres de directores titulares que aportaron grandes momentos a la evolución musical de la orquesta.
Y lo propio ha hecho Luis Gorelik desde su titularidad a partir del año 2000 marcando el inicio de otra transición, que no ha estado exenta de polémica.
Según Rodrigo Espinoza, el maestro Gorelik hizo lo que todo director hace cuando llega: tratar de mejorar el nivel de la orquesta. “El periodo Gorelik para mí ha sido de transición, porque hemos hecho muchas óperas, zarzuelas y conciertos de un nivel excepcional, pero también es cierto que en este proceso el maestro, como entrenador de un equipo, decidió cambiar algunos jugadores que a su juicio no estaban al nivel que se exigía y eso, en ocasiones dolió”, comenta.
En esta materia los puntos de vista son subjetivos. Así lo sostiene Antonio Stuparic, cuando dice que “lo que para uno es estar en un nivel, para otros puede no serlo. Por ejemplo, aún no entiendo ni sé por qué se fue Pancho Arroyo, uno de los fundadores de la Orquesta, y así hubo tantos otros que se fueron porque, según se dijo, no estaban en el nivel que se exigía”.
Para Olivos, hablar del nivel artístico de la orquesta puede ser discutible porque “en Concepción no hay músicos calificados fuera de la orquesta, como ocurre en Santiago donde hay otras instituciones que pueden opinar unas de otras. Como estamos limitados a nuestra capacidad de autocrítica, es un desperdicio no crear las instancias donde podamos opinar. Este es un tema bastante presente para el sindicato actual”, sentencia.
“Gorelik es exigente, pero veo que ha rendido un buen fruto”, dice Marcela Ibáñez, fagotista de la orquesta desde el 2004. “Es difícil hacer una tortilla sin quebrar huevos”, comenta antes de confirmar que “me enteré que sí hubo gente que pasó malos momentos y que se tuvo que ir. Gente que estuvo con licencias psiquiátricas, por una suerte de presión por parte del maestro. Pero sumando y restando, la exigencia que él ha tenido ha ayudado a que la Orquesta suba de nivel”, explica.
El maestro Gorelik no elude el tema y señala que “hay que entender que la evolución de la orquesta responde a objetivos institucionales fijados desde la Universidad de Concepción. No son un capricho mío. Obviamente me identifico con estos objetivos puesto que llevan la Orquesta a ocupar un sitial de privilegio entre los organismos sinfónicos a nivel continental y eso se ha ido logrando, paulatinamente”, afirma y reconoce que “obviamente ningún proceso de cambio es fácil para nadie. En un organismo con una estructura tan vertical como es una orquesta sinfónica es complejo. Tuvimos etapas que no fueron sencillas, pero afortunadamente, desde hace un par de años que estamos gozando de los beneficios que este reposicionamiento nos ha dando, como la obtención de premios, la posibilidad de obtener un reconocimiento firme a nivel nacional y lentamente uno internacional, eso es muy grato”, concluye.
Más decidor es el testimonio del violinista Ariel Contreras, para quien la orquesta se ha vuelto una institución muy fría: “se ha perdido el respaldo entre los músicos y se ha perdido mucha de la unión que había antes. La exigencia del director, el programa de conciertos y el estrés con que se viven los ensayos dista mucho del ambiente que antes se respiraba en la orquesta. Hoy los músicos están cada uno por su lado. Hacen su trabajo y se van”, comenta.
Reglas del juego
No sólo el traspaso de la orquesta de una Corporación a otra está pendiente. Y es que la elaboración del nuevo reglamento y estatutos que rijan las condiciones laborales de los músicos es una materia que, a la fecha, no está resuelto.
En este sentido, Marcela Ibáñez comenta que “el asunto del reglamento es lo más delicado en estos momentos, porque es un documento que va a regular nuestra forma de trabajar. Y la verdad es que la forma de trabajar de un músico, y lo podemos ver en la experiencia actual de la Filarmónica, es bien diferente a un trabajo tradicional”, sentencia la fagotista. Y es que según explica, el músico no trabaja 8 horas diarias, como es habitual en la mayoría de los trabajos. El músico puede ensayar como máximo 4 horas. Y lo que venga después no sirve para nada, porque se pierde la concentración, aparecen las equivocaciones, “nada de lo que diga el director te entra, en definitiva, es una pérdida de tiempo”, comenta.
Por su parte, Patricia Iribarren, primer fagot, asegura que “desde que llegué a la orquesta, (año 2000), se suponía que dos integrantes estaban trabajando en la elaboración del reglamento junto al director y nuestros jefes administrativos, pero es un documento que todavía no está vigente. Hay algunas cosas que se cumplen del reglamento antiguo y otras no y cuando pasa eso, la presidencia del sindicato vela por el cumplimiento de las reglas del juego” aclara, indicando además que “ a veces se cae en los beneficios directos que tenemos como músicos, como nuestro horario de trabajo, o los cambios de fila, ya que en el reglamente se establece un porcentaje de conciertos que se deben hacer como solista y un descanso, pero eso, a veces, no se hace”, lamenta.
Y es que para las fagotistas, la ausencia del reglamento no es un detalle. “Importa en el sentido de que es muy agotador para nosotros. Físicamente no estamos en condiciones de hacer todos los programas. Y el hecho de ser solista es porque, en mi caso, estudio en Santiago con músicos de la Filarmónica para poder mantenerme en mi cargo y ya para nosotros es difícil, aún más con las actuales exigencias”, indica Irribarren.
A su vez, la fagotista Ibáñez señala que “lamentablemente los músicos pecamos de ser bastante dejados en este tipo de cosas. Como que nos molestas las temas administrativos, que rayen en lo legal, y eso es un error en verdad, porque de repente te vienen los zarpazos y te quedas plop”, enfatiza.
Prestigio, desempeño y remuneración
Marcela Ibáñez llegó a Concepción luego de trabajar en la orquesta de Cámara de la USACH, en Santiago. Reconoce que un detalle que le llamó especialmente la atención respecto a la comunidad penquista es la positiva valoración hacia los músicos. “las personas apenas se enteraban de que era músico de inmediato comentan: eres músico y más encima te pagan, ¡que rico!, pero nadie sabe cómo es por dentro este trabajo: un trabajo estresante, súper agotador, porque es un trabajo físico, (la posición de cualquier instrumento no es natural), agota intelectualmente y más encima trabajas bajo presión, no sólo ante el público durante un concierto, sino que en todos los ensayos estás tocando para el director y tus compañeros, es decir, estás tomando examen todos los días. Por eso insisto, la gente dice qué bonito lo que haces y cómo me gustaría decirles, !ven a hacerlo tú!”.
Similares apreciaciones aporta Fernando Poveda. Según el contrabajista, “a nosotros se nos exige todo. Esta Orquesta hace unas obras de altísimo nivel, artísticamente estamos muy arriba, pero económicamente estamos a la mitad de lo que se paga a los músicos en Santiago, entonces ¡qué quieren para Concepción! A nosotros nos miran como una Orquesta B, pero se nos exige otros niveles de rendimiento que son muy agotadores”, afirma.
Para Ricardo Olivos hay un problema mayor y que está detrás del hecho de que como músicos no tengan mejores condiciones para desempañar su trabajo y se relaciona directamente con el financiamiento.
“Hay una planta de músicos muy bien calificada, muy motivada, pero debiéramos ser más, tener mejores instrumentos, mejores condiciones de trabajo, una sala de ensayo con camarines y una serie de otras condiciones que hoy no se dan. En esto se notan las falencias culturales y que obedecen a una visión de la cultura que aparentemente prima sin contrapeso: cultura que no puede existir si no se autofinancia”, sostiene el líder sindical para quien la frase “trabajamos por amor al arte” es lejos un cliché para los músicos de la Orquesta, porque “sabemos que los conciertos van a ser buenos independientemente al drama que estemos viviendo. Los disfrutamos, vivimos a concho la experiencia del concierto como tal. Los ensayos son como el pan de cada día. A veces se viven mejor, otras veces con mayores tensiones, pero el producto final que conoce el público es uno que entregamos con entusiasmo el 99.9% de las veces”.
Corporación de papel
Desde la década del ’90 a la fecha, la Orquesta Sinfónica penquista ha sido mantenida exclusivamente por la Universidad del Campanil, sin apoyo estatal, municipal, o de la empresa privada, a diferencia de la Orquesta Sinfónica de Chile y Filarmónica de Santiago que dependen del Estado y del municipio capitalino, respectivamente.
Fue a fines del gobierno militar, cuando las autoridades universitarias deciden intentar acercar recursos a la institución musical. Alberto Larraín, actual Vicerrector Económico de la Universidad de Concepción, explica que la entidad fomentó la creación de la Corporación Cultural del Bío Bío en el año ´89 e intentó que en ella participaran diferentes fuerzas vivas de la ciudad y tomaran la administración, la obtención de recursos y el manejo de la Orquesta, “pero eso no resultó, así es que al año siguiente la Universidad volvió a tomar la Orquesta y a pagar los sueldos”.
Según explica la autoridad académica, hablar de la Corporación Cultural del Bío Bío “es un tecnicismo, porque efectivamente existe, pero no tiene vida propia, no tiene recursos más que los que entrega la Universidad de Concepción y, por lo tanto, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción la hemos estado manteniendo durante todos estos años y efectivamente forma parte de lo que hoy es la Corporación Cultural de la Universidad de Concepción, creada por la Universidad hace un par de años. Ahora, tienen que producirse algunos trámites que son cuestiones administrativas de índole laboral, de contratos de trabajo, pero es un tema de trámites, porque para todos los efectos es la Universidad la que ha financiado todos estos años a la Orquesta”.
En tanto, que no haya resultado la Corporación Cultural del Bío Bío, “no sólo da cuenta de la falta de apoyo de la empresa privada, sino también de los organismos públicos: aquí estaba la municipalidad y un montón de organismos que nunca estuvieron dispuestos a apoyar. Y la verdad es que esto fue un muy buen intento, pero no resultó. En cambio, nos alegra el respaldo que estos últimos años hemos encontrado en la empresa privada que ha apoyado realizaciones de conciertos durante las últimas temporadas”, enfatiza Larraín.