Son parte de una tradición regional con más de un siglo de historia y, en el 2016, fueron reconocidas como Tesoros Humanos Vivos. La elaboración y venta de sus clásicas tortillas, a las que a veces incorporan mariscos, como choritos, machas y caracoles, ha sido traspasada de generación en generación. Es, también, el sustento económico para sus hogares. Hoy, quienes conforman esta emblemática agrupación siguen presentes y activas en su comunidad. Aseguran que la tradición no debe morir, pese a que las ventas ya no son las mismas.
Reportaje publicado en julio del 2019
Las Palomitas Blancas de Laraquete, en la provincia de Arauco, se han convertido en una tradición única, de la que ya se puede relatar un poco más de un siglo de historia. Sus clásicos y pulcros delantales blancos permiten divisarlas desde lejos; también sus canastas cargadas de tortillas al rescoldo y sus infaltables mariscos que rellenan y humedecen el pan para otorgarle un sabor único e irresistible.
En 2016, la agrupación de las Palomitas Blancas recibió de parte del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes la declaración de Tesoros Humanos Vivos. Un reconocimiento a una costumbre cuyos orígenes se remontan hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX.
El grupo actualmente está conformado por 46 mujeres, todas de diferentes edades, y un hombre. Hasta hoy son parte del paisaje cuando se visita la localidad de Laraquete o bien los 10 puestos de venta instalados al lado oriente, en el bypass de la Ruta 160, que conecta a Concepción con la provincia de Arauco.
Si bien cuentan que el negocio ya no es el mismo de antes, el oficio de “palomas” las enorgullece tanto que, aseguran, no lo van a dejar tan fácilmente. Porque no solo se trata de vender tortillas; hay un simbolismo, una historia de vida detrás de cada una de ellas. Muchas han sacado adelante a sus familias gracias a los ingresos de su venta y, en tiempos de escasez, han sido un verdadero salvavidas para los suyos.
Estación Laraquete
Para descubrir el origen de las Palomitas Blancas hay que remontarse a mediados del siglo XIX, cuando se comienza a explotar el carbón de piedra en Laraquete y sus cercanías. Los inversionistas extranjeros se vieron atraídos por este recurso que era muy apetecido como combustible para las máquinas de vapor.
La industria carbonífera permitió un desarrollo económico en el sur del Biobío, y la explotación del carbón en el Golfo de Arauco generó cuantiosas ganancias y grandes expectativas para su joven población que, por entonces, en Laraquete llegaba a las 2.000 personas aproximadamente.
Con la aparición de un nuevo ferrocarril, en 1890, aumentó el comercio en localidades como Laraquete, Arauco y Curanilahue. Hasta ese momento se trataba de uno de los pocos lugares donde un medio de transporte llegaba tan cerca del mar. Y fue junto al tren, en la estación de Laraquete, que nacieron estas palomitas: mujeres que ataviadas de blanco esperaban el paso del ferrocarril para vender las tortillas que preparaban en las cenizas calientes.
El historiador Juan Carlos Ibacache Soto publicó en 2018 el libro Las Palomitas Blancas de Laraquete. Historia de un tesoro humano vivo de Chile. En su trabajo da cuenta de que el origen de esta agrupación, además de relacionarse con la presencia del tren, tiene que ver con el declive de la industria carbonífera y portuaria de Laraquete.
Con el ferrocarril nuevo, la localidad quedó reducida a una estación intermedia y el carbón proveniente de las minas de Maquehua, un centro poblado minero, ubicado en Arauco, comenzó a ser embarcado más cómodamente por Coronel.
“Las palomitas nacieron como una alternativa de subsistencia cuando el pueblo se dejó de utilizar como embarcadero”, cuenta.
Algunas familias de la zona vieron en el mar, en la pesca artesanal, una oportunidad para surgir. “El Golfo de Arauco siempre se caracterizó por su abundancia en recursos naturales (…) La pesca, eso sí, nunca ha sido una economía que se mantenga todos los meses del año, pues hay una época en la que no se puede pescar. Entonces, las palomitas fueron quienes aportaron el sustento fijo para la familia”, añade Juan Carlos Ibacache.
Con el tiempo, los mayores ingresos del pueblo comenzaron a provenir de ellas, que aún no integradas como agrupación formal empezaron a potenciar su negocio, produciendo cada vez más tortillas. “En los años ’30 y ’40 la tortilla se convirtió en un producto estrella”, dice el también profesor de historia del Liceo Politécnico de Carampangue.
No solo tortillas
Pero detrás de las tortillas se esconden otras historias, pues las Palomitas Blancas, o venteras, como se les llamaba en un comienzo, además de hornear este pan de sabor y textura tan característico, fueron la primera agrupación, aparte de los pescadores, que trabajaron en la canalización del agua en Laraquete, es decir, en la instalación de las cañerías y tuberías para contar con una red de abastecimiento de agua potable.
El sector Estación era el lugar más poblado de la localidad. Varias palomitas vivían en este barrio que hasta 1965 no contaba con servicios básicos, como agua canalizada en los hogares. Por ese entonces, la única solución era acarrear baldes para abastecerse de agua.
En 1966 se organizó una campaña para juntar dinero y comprar los materiales para canalizar el agua. Las palomitas estuvieron detrás de esta cruzada; no solo recolectaron dinero, también aportaron con el trabajo físico.
“A ellas se les debe la creación de la primera red de agua potable, habiendo entonces una población de mil personas. Ellas hicieron las zanjas, y colocaron los tubos”, señala Juan Carlos Ibacache.
Más tarde, comenzaron a impulsar otras actividades dentro de su comunidad, como ramadas en Fiestas Patrias, celebraciones en verano, desfiles y otros eventos donde siempre destacaron como agrupación. Su nombre adquirió fuerza y se convirtieron en un emblema laraquetino.
“En ese contexto era bastante difícil que las mujeres asumieran este tipo de roles. El valor de las palomitas no solo radica en la venta de tortillas, sino que significan mucho para su localidad (…) Además, en Laraquete hay una cosa bien matriarcal, un peso importante, un protagonismo de la mujer en las familias que no sé si se da en otros lugares”, asegura Ibacache.
Madrugadoras
Generaciones de mujeres vieron en la venta de tortillas y mariscos una oportunidad para generar ingresos extras y, en algunos casos, sacar adelante a sus familias. Un ejemplo es la historia de Gladys Hernández, actual presidenta de la agrupación Palomitas Blancas de Laraquete.
Su bisabuela, su abuela y su madre fueron palomitas. Ella, por supuesto, siguió con la tradición. A los 15 años comenzó a vender tortillas.
Desde entonces, se levanta a las tres de la madrugada para cocinar cerca de 150 tortillas diarias, que también vende a otras de sus colegas para llegar a eso de las siete de la mañana al control de Carabineros, en la entrada de Laraquete. Allí se dispone a vender sus productos a los automovilistas que transitan por el lugar o sube a los buses que hacen una corta parada en el sector.
Si bien son pocas las horas que duerme, asegura que el esfuerzo ha valido la pena, pues se trata de una oportunidad de trabajo única para las mujeres de Laraquete.
“Somos luchadoras. Hemos sacado adelante a nuestros hijos. Hemos logrado tener un hogar digno. Yo vivía tapada con puro nylon, lo que hoy en día no se ve. Vengo de la extrema pobreza y me siento orgullosa de venir de ahí”, sentencia Gladys.
Para María Agustina Fuentealba la experiencia es similar. Lleva 38 años como Palomita Blanca. Comenzó a los 28, cuando su suegra la hizo incursionar en el negocio. Gracias a este oficio pudo sacar adelante a sus hijos, pues enviudó a temprana edad. “Mi hija chica me ayudaba a raspar las tortillas. Hacíamos entre 80 a 100 diarias. Además de poder educar a mis hijos, aquí formé lazos, porque nosotras pasamos mucho tiempo juntas”, dice.
Pasan de largo
Si bien las tortillas siguen siendo populares en la provincia de Arauco, y casi para todo aquel que hace una parada en Laraquete, su producción ha ido a la baja. Antes, en plena época de apogeo, las Palomitas Blancas se agolpaban en la estación del tren y sus productos eran muy demandados, pues el flujo de personas en el lugar era mayor.
Hoy, la realidad es diferente. Si antes cada una preparaba cerca de 200 tortillas diarias, hoy elaboran la mitad. A veces, “hasta nos quedamos con tortillas y no queda más opción que regalarlas entre los familiares”, dice Ermita Díaz, palomita hace 11 años.
Así como en la década de los ’80 tuvieron que dejar la estación del tren, que cerró y dejó de transportar pasajeros hacia el sur y el norte, aseguran que con la habilitación del bypass Laraquete de la Ruta 160, sus ventas se han perjudicado notoriamente.
“Ahora no paran o no pasan muchos buses por Laraquete. Algunos siguen de largo y, a veces, no nos dejan subir porque van apurados (…) Antiguamente yo entraba y salía libremente por mi pueblo. Ahora tengo que pagar para hacerlo. No nos dejaron alternativa”, sostiene Gladys Hernández.
La época de gloria, cuando Laraquete era un atractivo turístico gracias al tren, y donde faltaban manos para vender tortillas, forma parte del pasado local. Hoy, las palomitas deben insistir mucho para vender sus tortillas, también correr y estar a cada momento alertas para que no se les escapen los buses.
Tampoco los puestos de servicio, que se encuentran a la altura del bypass, parecen ser la solución. “Allí también los buses pasan de largo”, agrega la presidenta.
Y si bien la denominación de Patrimonios Humanos Vivos, en 2016, permitió el reconocimiento formal de esta tradición, para la agrupación Palomitas Blancas el apoyo no ha sido suficiente.
“No pasa de ser un simple nombramiento, donde nos entregaron un premio en La Moneda. Hoy, por ejemplo, queremos agrandar nuestra sede, que también presta un servicio a la comunidad, y no hay respuesta. No les interesa nuestra trayectoria”, asegura la presidenta Hernández.
Orgullo centenario
Son más de 100 años de una tradición precolombina que junta la tierra con el mar. “Las tortillas si bien tienen origen hispano, se arraigaron tempranamente en la cultura mapuche, donde se cocinaba mucho con las cenizas. Entonces, les fue fácil asimilar la harina. Esto es algo propio de América, especialmente de Argentina, Bolivia y Chile, que tienen este tipo de pan”, explica Juan Carlos Ibacache.
En la actualidad, dos Palomitas Blancas siguen la tradición de salir a “marisquear” a la usanza lafkenche. “Antes era común que recolectaran sus mariscos. Hacían la pega completa. Incluso algunas iban a buscar leña. Era un trabajo valorable. Fusión campo y caleta, y que hasta hoy se sigue practicando”, detalla el historiador.
Para que la tradición no se pierda, porque son varias generaciones de hijas, nietas, abuelas y bisabuelas, la meta más próxima es contar con un restaurante propio, donde se ofrezcan, además de las clásicas tortillas, otras preparaciones marinas. “Esto es dedicación, amor y entrega hacia lo que tú haces. No es llegar y mojar la harina para hacer la tortilla. Tienes que sentir en el alma lo que haces”, dice Gladys Hernández.
Ese orgullo y emoción que ellas manifiestan ya se inmortalizó en 2017, con una escultura de madera, en la plazoleta Graciela Gómez, de Laraquete. Una obra del fallecido artista mapuche Ildefonso Quilempan que rinde tributo a las pioneras de la tradición.