La pandemia por Covid-19 ha resultado ser el mayor desafío sociosanitario de este siglo, generando a la fecha más de 187 millones de contagiados (10 veces la población de Chile) y más de 4 millones de fallecidos (4 veces los habitantes del Gran Concepción), mientras que nuestro país registra más de 1.5 millones de infectados.
Cada persona contagiada que se hospitaliza requiere un equipo de al menos 8 profesionales realizando intervenciones de salud. Así que multiplique el millón y medio de contagiados por los 8 profesionales que requerirán si son internados, y tendrá 12 millones de atenciones de salud, las que puede multiplicar por 15, que es el número promedio de días que suelen estar hospitalizados.
Si contrastamos esa inmensa cifra con el total de profesionales y técnicos sanitarios existentes en Chile (menos de 450 mil), es fácil advertir la enorme sobrecarga laboral que desde hace más de un año vive la llamada “primera línea”.
Súmele a eso las atenciones que requiere la población general, que ha visto afectada su salud mental producto de la pandemia y las restricciones de interacción social que ha generado, que son bastantes. De hecho, estudios recientes revelan que entre un 60 y 80% de la población presenta problemáticas relacionadas con el sueño; entre un 20 y un 30%, aumento del consumo de ansiolíticos, y casi un 50%, incremento del uso de sustancias adictivas (especialmente alcohol).
Esta sobrecarga de trabajo -por atender a pacientes contagiados, así como a aquellos afectados indirectamente por el virus, como familiares del paciente o quienes han visto afectada su salud mental- ha provocado un perjuicio real, grave y dramáticamente progresivo de la salud física y mental del personal sanitario.
No solo conviven con el miedo al contagio por su trabajo, sino también con una afectación por carga y dinámica laboral, debido a los constantes cambios de turnos, de ambientes y equipos de trabajo, así como de protocolos de intervención; restricciones de días de descanso o vacaciones, y el permanente uso de elementos de protección personal. También deben acostumbrarse a problemas de interacción social en el ámbito personal, como limitaciones en el contacto presencial con la familia o modificación de actividades de autocuidado.
Este daño en su salud se expresa en sintomatología específica: cuadros de ansiedad, síntomas depresivos, trastornos por estrés agudo o por estrés postraumático, insomnio, irritabilidad, y manifestaciones de agotamiento o cansancio emocional. Este desgaste profesional, llamado síndrome de Burnout, se traduce en un alto cansancio emocional y baja realización personal.
Pero esta afectación individual también puede implicar consecuencias para el equipo de salud, como un aumento en el riesgo de contagio o, incluso, una merma en la calidad de atención del paciente que, por su complejidad, requiere de intervenciones grupales dinámicas, armoniosas y eficientes.
Durante julio de 2020, la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva realizó la segunda encuesta nacional de prevalencia de síndrome de Burnout, que consideró transversalmente a profesionales y técnicos de servicios de urgencia, unidades de cuidado intensivo y de cuidados agudos. Los resultados arrojaron, por ejemplo, que un 54% no recibió capacitación previa para tratar a pacientes de mayor complejidad por Covid-19.
Pero en cuanto a la salud mental de la “primera línea” el resultado fue dramático: un 73% de los trabajadores presenta síndrome de Burnout, un 78% reconoce estar preocupado por su salud mental, un 23% ha requerido atención en este ámbito, un 26% está recibiendo tratamiento médico farmacológico, un 35% presenta síntomas de trastorno por estrés postraumático, y un 13% ha presentado licencias médicas por esta causa.
En resumen, 3 de cada 4 trabajadores de la salud presenta agotamiento emocional por la sobrecarga de trabajo generada por la pandemia, casi 6 de cada 10 ha debido alejarse de su familia, y más de un tercio siente angustia y piensa constantemente en el drama humano con que convive a diario.
Esto es triste, y muy grave, y nos debe hacer reflexionar como sociedad sobre la importancia de prevenir el contagio, de modo de evitar seguir sobrecargando, agotando y enfermando a las personas encargadas de brindarnos salud.
Es asimismo un llamado de atención para abordar esta segunda pandemia, la de salud mental, que -tal como ha afectado a la población en general- ha dañado profundamente a nuestro personal de salud, quienes lo han entregado todo (su salud física y mental) para ayudarnos. Incluso, muchos han fallecido por no dejar a ningún compatriota sin la atención que necesitan.
Darles un respiro está en nuestras manos, y no implica grandes sacrificios, solo cuidarse. No salga de casa innecesariamente, no arriegue a sus seres queridos, use mascarilla, lávese las manos, vacúnese. Sea solidario con quienes arriesgan tanto por usted y, si tiene la oportunidad, bríndeles una palabra de reconocimiento, aliento y gratitud, porque la merecen.