Para los españoles Marta Sánchez y Juan Albiol es inexplicable que no seamos capaces de decir que “no”, mientras que la representante consular del Perú, María Cristina Luza, admite discriminación hasta con profesionales médicos. Por distintas causas están aquí, no tan contentos como quisieran, en busca de una oportunidad de trabajo. Como autoflagelante describe al penquista, a su vez, el puntarenense y Premio Nacional de Urbanismo Sergio Baeriswyl, quien aboga porque Concepción llegue a ser, alguna vez, como el estado de Bhutan: pura felicidad, mientras que llegado del norte, el Doctor en Literatura, Eduardo Aguayo, asegura que la ciudad “es de lo mejorcito” en Chile, con espesor cultural y oído musical gracias a Nibaldo Mosciatti Moena, el hombre de radio que con música europea -italiana, más bien- se impuso a la cumbia y a las rancheras.
Por Sonnia Mendoza. / Fotografías: Rodrigo Martínez
Marta Sánchez.
Nada que ver con su compatriota, el conquistador Pedro de Valdivia, es esta española de Mallorca avecindada desde septiembre en la ciudad. Y mientras aquél no se cansaba de alabar las bellezas del “Biú Biú” y las riquezas que aquí había encontrado en sus cartas a Carlos V en una visión idílica que sobrecoge al magallánico e historiador Alejandro Mihovilovic, Marta Sánchez Pico, profesora de castellano, inglés y alemán no deja títere con cabeza. Y nos pasa el bisturí sin miramientos.
Razones tiene: dos veces le han robado en las multitiendas; algunos conductores no respetan el paso cebra y en días de lluvia la han mojado entera; alega que los chilenos a todo decimos que sí porque nos cuesta decir que no y, más encima, si la gente tiene acento extranjero ¡paff!: le cobramos el doble, aparte de mal atenderlos. “Aquí, todo está hecho para la gente privilegiada que gana millones”, le suma a su lapidario diagnóstico.
Después de dos fracasos laborales en su tierra natal, Marta vino a Chile en busca de una oportunidad. Terminó trabajando para una fundación que incentiva el deporte -el fútbol, más bien- para 80 niños de Arauco que financia un connacional suyo desde Estados Unidos y que dirige su hermano Guillermo, residente desde hace 12 años en Concepción. No han encontrado eco en la Municipalidad de Arauco para contar con un terreno y construir una cancha con césped artificial. “Aquí no hay cohesión ni unión para conseguir algo, la gente no lucha por ello y espera que todo se lo den”, dice bien decepcionada.
De todo cuanto ha visto y oído, le llama la atención la palabra “tontera”; le parece cómica, dice, y que la gente, de tan amable que es, quiera obtener más información cuando pregunta por una u otra calle; que la vida acá sea tan cara, tengamos sueldos tan bajos y, más encima, nadie reclame o proteste. “La gente es muy conformista; por eso no hay cambios; la gente aguanta lo que sea”, enfatiza.
Luis Navarro
-¿Será porque todavía nos pesan los 17 años de Pinochet?
Pero en España tuvimos a Franco; lo que pasa es que allá había un respeto y principios de qué cosas no se hacen, pero aquí se ha pasado de una dictadura a un todo vale; allá, la gente se dejó avasallar, pero no al extremo de aquí.
-¿No está contenta aquí?
A nivel social cultural es un poco paradito esto. La gente está interesada en la vida familiar y en pololear; no hay interés de la gente soltera por hacer cosas y actividades. Allá hay asociaciones de senderismo, muchas actividades culturales, talleres de todo tipo; lo mismo que en Alemania donde he vivido y en Holanda. Hay vida para la gente soltera; aquí no. Está todo muy estratificado. Si te sales de una casilla, no hay algo adicional. Sólo me queda tener hijos o un pololo.
Marta Sánchez (39), con nombre de cantante, es una de los 12 mil extranjeros viviendo en la Región del Biobío -6 mil en Concepción- sin contar tripulantes de paso y turistas. En la provincia, hoy se desempeñan principalmente en el comercio y en restaurantes. Un número importante son también odontólogos, médicos, arquitectos, ingenieros y docentes en diferentes casas de estudios.
“Es claro que a los profesionales médicos ecuatorianos, peruanos y cubanos se les debe reconocer un importante aporte en la solución de lo que podría llamarse la problemática de la salud; en la odontología ha sido beneficioso para la población, pues han contribuido a bajar los aranceles por concepto de prestación de servicios”, precisa el jefe del departamento de Extranjería y Migración de la gobernación de Concepción, Luis Navarro Rebolledo.
Con 44 años de servicio y experiencia, Navarro apunta a algunas de las causas que originan la inmigración que comenzó con el asentamiento de españoles y, formalmente, desde que se formó la República. Describe motivaciones de orden económico, social y cultural; político y bélico, y el comportamiento aventurero del ser humano. “Aparte de que se sienten acogidos, Chile parece ser un imán para ese tipo de inmigrantes. Desiertos, cordillera, acantilados, ríos, mar y muchos otros parajes son un atractivo innegable para los extranjeros”, dice. Y resalta, en cuanto a la edad, que el grupo se concentra entre los 18 y 40 años. En el último tiempo, tras el 27/F, explica que un número importante de técnicos, principalmente europeos, ha venido a colaborar en distintas empresas, ya sea en la puesta en marcha de nueva maquinaria, como asimismo en la reconstrucción de la industria o reparaciones de las mismas.
Todos ellos, asegura, tienen resguardados sus derechos pues el Estado, a través de la Superintendencia de AFP, firmó un convenio que se traduce en la obligación de las AFP para recibir las cotizaciones, aunque el trabajador esté sin visa o no tenga asignado número de RUN. Lo propio ocurre en educación. El ministerio del ramo le asegura a todo menor inmigrante el ingreso a la educación básica y una visa para que se identifique; y en salud, a la mujer en estado de gravidez el control de su embarazo y atención médica.
Sergio Baeriswyl.
Aprendamos de Bhutan
De Magallanes vino a estudiar historia en la UdeC y se quedó para siempre Alejandro Mihovilovic Gratz (65), para quien Concepción es una ciudad de inmigrantes, hecha a escala humana y tan verde, verde que lo sobrecoge. “Todo está acá dentro; es universitaria, de grandes pensadores y de esfuerzo. Todavía nos mezclamos con el tipo de la contru y con el de más arriba, en la plaza se puede conversar con el alcalde o con el intendente, hasta lo atienden en la calle a uno y eso no se ve en ningún lado. Esa ciudad es la que a mí me emociona”, declara, aunque entiende, claro, que como en cualquier otra, se pasen pellejerías. Pero -enfatiza- que es una ciudad hermosa; “lo que pasa es que no nos damos cuenta que vivimos en una maravilla y que podemos hacerla cada día mejor”.
Sentimientos similares son los que han experimentado, también, el profesor de español y Doctor en Literatura, Eduardo Aguayo Rodríguez (36), un antofagastino que a los 19 años abrió aquí el cerrojo de la sobreprotección paterna, y Sergio Baeriswyl Rada, reciente Premio Nacional de Urbanismo, director del departamento de Planificación y Diseño Urbano, en la Facultad de Arquitectura, Construcción y Diseño de la UBB, distinción que él aprecia para la ciudad, para la Región y para su universidad.
Los proyectos de la Plataforma Logística, el eje Bicentenario -Ribera Norte, Barrio Cívico-, la recuperación del borde costero, el plan de reconstrucción pos 27/F que le correspondió liderar, y el Observatorio Metropolitano que ha tenido protagonismo en la calidad de vida urbana, siente que “pesaron” en la nominación que por primera vez recae en regiones.
Baeriswyl (53, casado, papá de Ignacio y Vicente) es puntarenense. Estaba en Alemania, con el Doctorado en Urbanismo en la mano y trabajando, cuando se le antojó regresar a Chile. Entre todas las opciones, eligió Concepción para hacerse cargo del Plano Regulador de Concepción y reencontrarse con sus amigos penquistas -los Dechem García- que también habían hecho su doctorado en Europa. De la ciudad no piensa moverse. “Lo que hace crecer raíces más profundas en uno es el vínculo y la relación con las personas”, dice, y coincide en que no sólo Concepción es una ciudad de inmigrantes -connacionales o extranjeros- sino que el fenómeno ha empezado a ser una constante de muchas otras. Es que la sociedad se está moviendo mucho y cada vez somos más nómades -agrega- en cuanto a oportunidades y opciones de vida. Sin duda, manifiesta, que llama la atención en las conversaciones que siempre surja un “no soy de aquí”.
Llegó el 94, cuando Guillermo Aste era el jefe comunal; siguió con Ariel Ulloa y se fue en 2005, cuando Jacqueline van Rysselberghe era la alcaldesa.
-¿Y cada uno de ellos, qué le dejaron a la ciudad?
El alcalde Aste impulsó el Plan Regulador, una herramienta fundamental; él tomó la decisión y llegué con la misión de hacer eso. Con Ariel Ulloa se creó el directorio urbano (mecanismos de participación) y con JVR se hicieron muchas obras. El proceso de recuperación del centro con la creación de los estacionamientos subterráneos y el eje Bicentenario son proyectos que se ejecutaron durante su mandato. Cada uno tuvo su propio sello. Me parece que la ciudad es así; tiene esa diversidad y esa complejidad.
-¿Cómo describiría al penquista?
-De personalidad fuerte; de opiniones claras y las expresa. Es un poquito autoflagelante, le cuesta encontrar cosas buenas; no ve lo bueno. Ven su entorno en forma exageradamente crítica, lo que de repente llama la atención; las cosas buenas las dicen solamente en el seno de la intimidad de la familia, de los amigos. Hay poca gente que defiende su ciudad con cariño, con aprecio y que lo declare. Por uno que haga eso, hay diez que dicen lo contrario, aunque afuera, en el exterior, la defienden a morir; da la sensación que el penquista no quiere reconocer la autoestima que le es propia.
-¿Por qué se produce, cree usted?
Porque comunica mucho, dice lo que piensa y es valiente para decir las cosas tal como son. Convive esa virtud de una fuerte autocrítica -al extremo- con esta cosa muy buena que es la comunicación, el ser expresivo, extrovertido, valiente y comunicativo. Me parece que son cosas muy buenas. Las aprecio mucho. Es una comunidad inquieta, que piensa, reflexiona, discute, pero siempre está este pequeño riesgo de ser autocrítico con lo que se pasa a la autoflagelación, que destruye la autoestima.
Eduardo Aguayo.
-¿Qué aconseja?
Concepción necesita recuperar su autoestima con buenos proyectos, con cosas que le devuelvan el alma al cuerpo. Es un desafío que hoy día tienen las políticas públicas. Tenemos un río maravilloso, pero no es tan fácil mostrarlo porque no está integrada toda la ciudad. Tenemos cerros, lagunas, un campus de la UdeC precioso, partes muy bonitas, pero conviven también con el contraste de muchos otros problemas y a veces vemos un solo lado de la realidad y no la ciudad como un todo. Soy optimista en que todos esos valores, en un par de años más, van a pasar a ser atributos de la convivencia urbana y se van a disfrutar mucho más intensamente.
Estamos en un proceso; cuando llegué el 94, la ciudad no tenía ningún acceso al Bío Bío. Hoy existe una Costanera, el proyecto Ribera Norte, Padre Hurtado; no existían Los Carrera, Paicaví ni la autopista J. García. Era un Concepción completamente distinto. Veinte años para una ciudad es nada. Imagino que los próximos 10 ó 15 años son promisorios para Concepción con los cambios que van a haber. Ese optimismo es el que hay que transmitirle a la gente. Vamos a tener un parque, un teatro regional, un sector saneado respecto de su pobreza, nuevas avenidas, boulevares, plazas. Eso va a hacer que la vida del penquista sea mucho más feliz. Creo en eso y estoy comprometido desde mi pequeña esfera en aportar para que ocurra.
-Si tuviera todo el poder, ¿qué le cambiaría a la ciudad?
Yo pondría énfasis en mejorar la calidad de vida de las personas. O en su versión más frívola, que las personas efectivamente sean más felices en su ciudad. Admiro el estado de Bhutan (su nombre oficial es Reino de Bután, es un país sin salida al mar, montañoso y de tamaño reducido, situado al sur de Asia, entre India y China), que hace 30 años decidió buscar la felicidad de las personas. Se supone que hoy son las personas más felices del mundo. Me conmueve esa idea, porque nuestra concepción de felicidad en Occidente está muy asociada al crecimiento económico, al tener más y resulta que las personas al tener más son más infelices. Uno termina siendo esclavo de sus cosas. En la ciudad no debería pasar eso; debería ser más acogedora, tener mejores plazas y espacios públicos, que la gente sea más amable, que existan zonas donde pasen menos vehículos, buen transporte público, que las personas más segregadas de la comuna puedan tener acceso a los servicios en sus barrios. Si uno repite eso y lo pone como objetivo primero y único en las políticas públicas, las cosas serían un poco distintas. Por eso con el Observatorio estamos afanados en poner ese tema como objetivo principal.
-¿Es posible conseguirlo?
Yo espero que en los próximos 20 años eso sea mucho más intenso todavía: que la gente esté más vinculada con sus autoridades, que las autoridades sepan que se deben a sus vecinos, que la calidad de vida que está empezando a ser como uno de los principales objetivos de las políticas públicas lo sea y no estas otras cosas que pueden ser “caprichos” de las autoridades y que uno no sabe si, al final, le van a servir o no para mayor felicidad o para vivir mejor.
Espesor cultural
El transporte público cambiaría y mejoraría el profesor Eduardo Aguayo, quien se vino de Antofagasta a la UdeC a estudiar español y aquí se quedó. Lo atrapó el espesor cultural de la ciudad y la emocionalidad. Lejos de la protección excesiva de la familia paterna, Concepción le daba la oportunidad de empezar de cero y ser libre.
“En Concepción encontré un grupo humano que me aceptaba y donde yo me podía reconocer. En Antofagasta no existe. Es un grupo que lee, conversa y piensa sintiéndose penquista de alguna manera; respondiéndose a una tradición. Sentí que había un grupo humano al que podía integrarme, cosa que yo no encontré en Antofa, una ciudad completamente distinta. Encontré pareja, amigos, encontré trabajo, aunque me costó, encontré lectura, música. En Antofa yo estudié en el Conservatorio; siempre tuve una formación muy amplia, estudié varios instrumentos y Concepción es una ciudad muy musical. Está llena de música por todos lados. Hay gente que escucha y toca mucha música”.
Y habla de la teoría de que el oído de los penquistas lo afinó Nibaldo Mosciatti Moena con música europea e italiana en la radio Bío Bío, a diferencia del norte donde se escucha metal y cumbias. “Acá hay otro sonido; es cosa de ver el centro, siempre hay gente tocando, más que en Santiago y en Antofagasta”, dice.
El también profesor en Periodismo de la UCSC se acuerda bien de su primer día de clases, cuando, junto a su padre, que estudió Medicina en la misma UdeC, se dirigía a la Universidad y se subieron a un taxibús de la línea Rengo-Lientur; le preguntaron al chofer ¿pasa por la U?; cuando se iban acercando, una persona que iba atrás se levantó para indicarles su destino. En Antofagasta, dice divertido, habrían esperado que siguiera de largo y lo habrían cogoteado. “Son muy duros los antofagastinos”, refiere.
Aquí, en cambio, nunca le ha pasado nada. Ni siquiera cuando, a poco de llegar del norte, como Testigo de Jehová recorría el borde del río Bío Bío, el campamento La Pera y otros, donde coexistían cerdos y gente viviendo en casas de cartón. Nunca encontró, dice, un gesto de odio, de desprecio, ni de amenazas, lo que le sigue pareciendo fantástico. “Prediqué en las calles ‘brígidas’ de Concepción; vi pobreza y tristeza, pero nunca violencia”.
El transporte público -“me gustaría que fuese una ciudad realmente moderna en lo público”- y la poca disponibilidad de viviendas enmendaría de Concepción, la ciudad que, agrega, concentra servicios, pero no población. Y si de él dependiera, hace tiempo que habría puesto un tren que conectara Lota y Penco por la costa, y Concepción con Talcahuano. “La gente que no está en mi posición, sufre”, dice.
Para él, Concepción es la ciudad más equilibrada de Chile: es pequeña, con buen clima, servicios médicos y educativos adecuados, altamente competitiva -por lo menos en su área, dice, donde “o sí o sí uno tiene que optar a todas las formas de ascenso profesional y eso la ciudad lo soporta y lo promueve para desarrollarse profesionalmente. Lamentablemente perdimos la guerra con Santiago en 1851; si hubiésemos logrado federalizarnos y Concepción hubiese partido aquí y terminado en Valdivia, seríamos la Suiza de América”.
Pasaporte al cielo
Bulliciosa y desenvuelta es Ana Cristina Luza Placencia (76), esta chilena hija de Jesús Enrique, su padre peruano con el que creció en Tomé y entre inmigrantes. Extranjero que llegaba, su papá lo llevaba a la mesa de su casa grande y con horno de barro donde se asaban chanchitos y pavos, y se cocía pan amasado y empanadas. Y esta representante consular del Perú, que recibe a sus visitas en su enorme cocina de Talcahuano, siguió los pasos del padre.
Cuenta que cuando fue condecorada, le dijo al embajador: “Cuando yo estaba en el cielo, mi papá siempre ayudó a los inmigrantes y ahora que él está en el cielo, yo sigo su legado”, en alusión al buen pasar de la familia mientras el padre estuvo sano y al frente del negocio de abarrotes que, entre otras cosas a granel, comercializaba lenguas de cordero traídas desde Magallanes. Era en los 40 y 50, cuando Tomé era grito y plata con sus tres industrias textiles, una vinícola, una fábrica de lienza, un muelle fiscal y otro privado -Hinrichsen y Cía- donde se embarcaba y desembarcaba de un cuanto hay.
Ana Cristina Luza.
Mamá Porota le dicen los peruanos, ecuatorianos y colombianos a quienes les soluciona sus problemas por igual. “Estoy arreglando mi pasaporte al cielo”, dice, divertida, de esta tarea, mientras admite que entre la gente de la zona hay un trato discriminatorio no sólo contra las nanas peruanas -de quienes abusan con sus horarios de trabajo y remuneraciones- sino que también con profesionales, médicos incluso, que han tenido que irse a Santiago o regresar a sus países.
Y refiere el caso de un matrimonio colombiano; él ginécologo y urólogo, y ella, traumatóloga. Trabajaban en la selva y ganaban bien, pero los hijos estaban creciendo y buscaron un país donde pudieran seguir estudiando. Llegaron a Concepción y les encantó: no tenían que recorrer largos trechos para movilizarse; había buenas universidades, clínicas, hospitales y trabajo. Pero “a él le pagaban cuando querían; de Tomé o Lirquén lo enviaban al Servicio de Salud de Talcahuano y viceversa. Víctor nunca quiso reclamar en Extranjería para que no le tomaran mala. Con otro médico colombiano fue lo mismo, pero se fue a Santiago y allá están súper bien como part time en el departamento de Aeronáutica”.
María Cristina prosigue: “Ellos no se quejan, pero yo sé que hay discriminación con los médicos y con las nanas, con los extranjeros en general. Soy mamá de ecuatorianos, peruanos, colombianos y mexicanos. Yo hablo del conjunto y hay discriminación”.
-Para el fallo de La Haya, ¿dónde estaba su corazón? ¿En Chile o en Perú?
No tengo límites; yo defiendo tanto a uno como a otro. Lo importante es que ya el caballito de batalla de los políticos se fue; qué bueno, porque ahora vamos a vivir en paz.
“Vivimos de la caridad”
De Burriana, Castellón, en la zona de Valencia, en España, vino Juan Albiol Talaya (39, casado y papá de los mellizos de 9 años Miguel y Saray), que no lo ha pasado nada de bien en Barrio Norte, donde reside este misionero desde 2007.
“El Señor provee de distintas maneras y la experiencia de estar aquí es la mejor de mi vida, pese a que, humanamente, no es lo que yo hubiese elegido. Uno es feliz haciendo la voluntad de Dios, esté donde esté”, dice este europeo de clase media que en su tierra vivía bien, sin apuros. Llegar a Concepción, a un sector de gente sencilla “fue entrar en otro mundo. He podido ver cómo viven con muy poco; a mí me daría vergüenza pagar a un empleado lo que aquí se da por sueldo mínimo. Sin embargo hay mucha gente que con mucho sacrificio saca a su familia adelante”.
Juan Albiol Talaya.
Aparte de que acá no ha encontrado trabajo -“nosotros vivimos de la caridad”-, se queja por las distancias que le toca recorrer a pie entre Barrio Norte y el centro y que le consumen una hora y media de su tiempo, en circunstancias que en su pueblo, en un trayecto similar, apenas se demoraba 20 minutos.
“Concepción no es una ciudad tan grande, pero las distancias son muy largas” y la explicación está en que los penquistas gustan de vivir en casas y no en departamentos, razón por la que la superficie habitada es mayor como núcleo urbano.
Tampoco le gustan “nada, nada, nada” los perros vagos que considera muy peligrosos, un problema en Barrio Norte del que todo el mundo se lava las manos, nadie tiene culpa de nada y nadie puede hacer nada, amén de que le cuesta, según admite, entender la idiosincrasia del chileno.
Y sobre el punto, a una le parece estar escuchando de nuevo a Marta Sánchez -aunque ellos no se conocen entre sí- cuando reclama: “El chileno es incapaz de decir que no, pero tampoco dice que sí y a lo mejor ahí está la razón de por qué todavía no tengo un trabajo. Uno preferiría una respuesta clara, pero el chileno es muy reservado, le cuesta abrirse. Me he dado cuenta -he tenido ocasión de estar en Santiago y en la Quinta y Novena regiones- que la gente tiene una mentalidad distinta. El penquista, en cambio, es muy cerrado, muy suyo”.