Concepción fue originalmente un asentamiento estratégico militar de avanzada hacia la frontera del nuevo reino de Chile con la tierra mapuche. Más tarde, su re-fundación y traslado desde Penco hacia su emplazamiento actual en el Valle de la Mocha situaron a la nueva Plaza de Armas en el centro de una cuadrícula de damero español. A una cuadra de distancia se ubicó la cárcel. Durante el periodo de Independencia y de desorden social, era el lugar desde donde desfilaban los sentenciados en dirección al Cerro Amarillo para ser fusilados.
Una historia que prácticamente desapareció con el desarrollo de una ciudadanía civil, impregnada de inmigraciones principalmente de españoles, franceses y árabes con voluntad de asentarse, consolidando así culturalmente nuestra ciudad, donde el intercambio comercial surgió como prioridad. Es así como el primer mercado formal se ubicó en un comienzo en las precarias instalaciones militares, a una cuadra de la plaza, desarrollando luego una infraestructura más adecuada a sus actividades. Décadas después se potenciaría gracias a su proximidad con ferrocarriles, calle Comercio y Avenida de los Coches por donde accedían los productos agrícolas desde el interior de la Región.
Sin embargo, como protagonista de un drama literario y tras algunos amagos de incendio, el terremoto del 1939 destruyó por completo la edificación original junto a gran parte de nuestra ciudad.
Como el ave fénix, Concepción se levantó nuevamente y en 1940 se logró la reconstrucción del Mercado Central, gracias a la participación de la Corporación de Reconstrucción y Auxilio a través del proyecto elaborado por los arquitectos Tibor Weiner y Ricardo Müller. Disponía de una nave central de 3.600 m2.
El nuevo edificio de hormigón armado y de 50 metros de luz entre apoyos, con una losa nervada como cubierta curva y techumbre originalmente de cobre, se presentó como una proeza estructural marcando tendencia a nivel nacional e internacional. Acogió en su interior una espacialidad digna de mercados de emblemáticas ciudades comerciales y hoy turísticas tales como Budapest, París, Madrid o Buenos Aires. Estas cuentan con mercados a la manera de grandes plazas cubiertas que acogen la identidad de su pueblo, a través de la diversidad de carnes y pescados, frutas y verduras, especies, flores y artesanías típicas.
Muchos de estos mercados son emblemáticos también por su gastronomía típica, se han transformado en lugares idóneos para el paseo familiar, espacios de encuentro de sabores y aromas, y recorridos a diario por peatones. Son símbolos del desarrollo, cultura y patrimonio vivo de la ciudad, concitan alto interés turístico y están abiertos por lo general las 24 horas.
Pareciera una paradoja que aquel original lugar de dolor y encierro, emblema de la reconstrucción de nuestra identidad, aparezca hoy como un moribundo. Como penquistas estamos perplejos, inmóviles hace más de 20 años, a la deriva, incrédulos frente a la crónica de una muerte anunciada. Nuevamente en el tapete público, gracias a gestiones municipales, surge la idea de que logremos esta vez resucitarlo. Concepción se lo merece.
Soledad Garay Pita
Directora de Arquitectura
Universidad San Sebastián