De lo último en la materia, un joven oficial de Carabineros asesinado por un delincuente común. Antisocial que había logrado obtener ciertos “beneficios” en relación a su condena. Tal ecuación nos pone de frente a la inexistente -para mí- política criminológica en nuestro país; para otros ineficiente política criminal. En todo caso nadie apuesta por ella. Ni éste, ni los anteriores gobiernos han sido capaces de alcanzar un mínimo ético de logros en los índices delictuales y criminales de nuestro país. Además, nos hemos mal acostumbrado a evaluar este tema cualitativo y estimativo o axiológico en cifras, números, en otras palabras “estadísticamente”. ¡Craso error! ¿Podría algún legislador o legislado, autoridad o mero ciudadano determinar cuál es el valor de una sóla vida humana?
Cuando enseño en aulas universitarias mis cursos de Criminología, Ciencias Penales, Sociología Criminal, Psicología Criminal, Psiquiatría Criminal, Sistemas Penitenciarios y otros de similar talante, semestre a semestre desde hace décadas, doy cuenta a nuestra juventud de las dos grandes fórmulas tan desconocidas como mal tratadas por nuestras autoridades. La una -antiquísima en solemnidad- expresada en los conceptos prioritariamente penales: delito, delincuente, pena. La otra -todavía insuficiente y mal llevada por convicción y doctrina- expresada en la triada: crimen, criminal, criminalidad. Ambas deficitarias en sí mismas e inadecuadas para con eventuales esfuerzos en relación con prevención, tratamiento y control criminal. Es que resulta imposible para un país que desconoce las ciencias criminales poder elaborar con un mínimo de seriedad una adecuada Política Criminal integrada y omnipresente al respecto. De lograrlo, los índices actuales ultranegativos en la materia estarían condenados a mejorar.
¡Pero claro! en este largo y angosto país de pitutos y apitutados en que todo deviene en lo político y hasta la elección de un juez de policía local depende de un señor alcalde que poco y nada tiene que ver con la materia. Así las cosas no funcionan y las observamos día a día con preocupación e impotencia profesional. Mientras tanto los hogares chilenos perviven en el dolor y consecuentes atropellos a su dignidad. Dolor tantas veces irreparable. Hasta la propia demagogia de los hechos se encarga de avalar nuestro planteamiento: escuche la radio, vea televisión, lea los diarios y revistas. Carecemos de una política criminal mínimamente adecuada, a tal extremo que por ser indiscutible se ha transformado en un dato.
¿Sabrán nuestras autoridades en la materia, autodenominadas como hombres y mujeres de Estado, en qué consiste un factor criminógeno? De no saberlo equivaldría a un médico que no conoce lo que es un glóbulo rojo, y dejamos para un próximo artículo el tema de la interpretación judicial, particularmente en materia criminal, en que a medianoche se cometen crímenes y delitos violentos y antes del próximo medio día los delincuentes y criminales ya están transitando en libertad.