El río que cruza todo el pueblo es el hábitat de truchas y salmones silvestres. Todos los años llegan miles de turistas en la temporada de pesca recreativa, que parte en septiembre y termina en mayo. Cada rincón del poblado, parte de Cochamó, esconde historias, rica gastronomía y la amabilidad que sólo los puelinos saben dar.
Dicen que cerca de ahí Silvester Stallone y Leonardo di Caprio tienen terrenos. Dicen que los han visto pescando truchas y salmones en el río. Y algunos más osados, hasta aseguran que son “resimpáticos” y que los conocen. Pero la verdad es que todo eso, en la localidad de Río Puelo, en la comuna de Cochamó, Región de Los Lagos, no tiene gran importancia para sus cerca de mil habitantes que pasan los días viviendo de la ganadería y del turismo, sobre todo cuando su población se multiplica en la temporada de pesca recreativa en su río, el que cruza el pueblo y le da sustento y una razón de ser a Puelo. “El paraíso de la pesca en Chile”, como les gusta ser conocidos.
El recorrido parte como cualquiera que se inicia en algunos de los tantos sectores turísticos de esa Región. El comienzo de la Carretera Austral y el arribo a caleta La Arena dan la primera postal. Ahí reciben, desde hace décadas, la “Pola” y sus empanadas. Una camarón queso es la elección, aunque también ofrecen hasta una “cañita” de vino, pero preferimos pasar. Y de ahí, a esperar que la barcaza Isla Mancera, que asegura venir de Valparaíso y prestar servicios temporales en el mar austral, uniendo costas y vidas, llegue y suban uno por uno los buses, autos, una ambulancia, un furgón policial y camiones cargados con alevines.
A pesar de que el trayecto desde caleta La Arena hasta caleta Puelche no dura más de 40 minutos, es una experiencia sin igual. Una vez abordado, la gente que viaja sale de los buses, autos y otros, simplemente, con guaguas en brazo, se quedan en la cubierta conversando, charlando, fumando, como si fueran en un bus cualquiera.
Hay un momento, cuando se junta por la derecha el mar abierto, y por la izquierda el inicio del Estuario de Reloncaví, que la fuerza del viento arrecia y obliga a afirmarse. Y respirar.
Bienvenidos
Cuando la compuerta verde de la barcaza se abre en un atracadero en la zona de Puelche, la gente se apresta a subir a sus medios de transporte, otros simplemente se acercan para bajar a pie. De ahí, tomamos un empinado y rocoso camino hacia Puelo. El panorama aunque es demasiado igual en la ruta (el mar a un costado, el verde imponente en el otro), en ningún caso se hace monótono. Eso sí, de cuando en vez aparecen criaderos de salmones cerca de la costa, con conocidas marcas de pescados. Algunos habitantes del sector los rechazan, contarán después, porque creen que contaminan demasiado, pero ya están ahí y dan trabajo a varios en el pueblo.
Y así, siguiendo el camino, se llega al “centro” de Puelo. Además de la delegación municipal (el municipio está en Cochamó, a una hora), se ve una posta rural, un colegio, una plaza donde juguetean niños y pequeños negocios de barrio, donde en su segundo piso se lee: Residencial. Allí, el turismo se lo toman en serio y prácticamente todo gira en torno a él. Existen unos 50 operadores de las más diversas actividades, siete lodge y un hotel. Además, casi el 90 % se vuelca al turismo durante la temporada de pesca recreativa, de septiembre a mayo. El resto del año, algo de turismo hay, pero la gente se dedica al ganado, un poco de agricultura y no mucho más.
Serán las cabañas Fontinalli, de Ernesto “Tito” Alvarado las que nos recibirán esa noche, a unos 10 minutos de la oficina municipal. Acompañados por una reponedora cazuela de campo (de esas como Dios manda, con vacuno, choclo, zapallo y más), Tito más tarde contará que ha vivido ahí desde siempre y que durante el verano se dedica a llevar turistas al río a pescar, mientras que en el invierno, si hay demanda, sale con afuerinos y tratan de capturar jabalíes armados con un arco de madera y flechas. “Casi nunca lo logran”, confidenciará después. También cuenta que muchos años atrás, cuando la señal de teléfono no llegaba a la zona, tenía que caminar horas para comunicarse vía teléfono satelital y siempre que fuera muy importante. El minuto costaba $500.
Al despertar, con un frío indignante, por la ventana se ve el Yate. El otro gran atractivo de Puelo. Se trata de un volcán con una altura de 2.150 metros, que antes del terremoto de 1960 hizo erupción y dejó sus huellas hasta hoy: rocas volcánicas que sirven de mirador, o sobre las cuales ha florecido un alerce o que simplemente se ocupan como medio de ubicación en Puelo. Pero lo cierto es que el gigante con su cima nevada no nos abandonará como postal de fondo permanente en todo el día e irá cambiando su belleza de acuerdo a cómo le llegue el imponente sol (y casi mágico, por lo escaso que se pone a veces en septiembre, cuentan los lugareños) y que ese día brilla y acalora con fuerza. Claro que el volcán también se ha convertido con el tiempo en un excelente destino de turismo extremo. Escalarlo, aconsejablemente en verano, puede ser una travesía que dura entre tres y siete días, con un guía de por medio.
La primera parada de ese segundo sábado de septiembre, justo cuando se abre la temporada de pesca recreativa y que dura hasta el primer domingo de mayo de 2015, es en Andes Lodge, que partió hace ocho años como hospedaje, pero que luego, rápido y con gran éxito, viró hacia la pesca y las actividades outdoor. 18 habitaciones en una construcción con madera nativa y exquisita arquitectura reciben a turistas venidos de todas partes del mundo, principalmente de Europa y Brasil, quienes maravillados por los parajes del sur de Chile y por los bendecidos ríos que llevan truchas y salmones por doquier, se van con más ganas de volver. Ahí, es Patricia Yasuhuara quien hace las veces de guía turística. Pero más que eso, la historia de esta mujer de llamativos rasgos asiáticos es sorprendente.
Renacer en Puelo
Patricia trabajaba en Panasonic, en Neuquén, era un trabajo rutinario y seguro. Corría 1995 cuando quedó embarazada. Fue entonces cuando le dijeron que padecía de leucemia y que su futuro hijo podía venir con problemas. Las improbabilidades no eran menores: tenía sólo un 10 % de posibilidades, según la ciencia, de que pudiera dar a luz una vida. Tuvo que esperar 20 semanas para que los médicos le dijeran si era viable; en ese momento, el aborto terapéutico era una opción real y que los doctores le daban como alternativa inmediata. Pero ella decidió esperar.
Jorgelina hoy tiene 8 años. Es una hermosa niña, sana, amable y con una sonrisa en todo momento.
Fue ahí, cuando tenía a la pequeña en sus brazos cuando decidió cambiar su vida. Dar un nuevo rumbo y partir. “Es que si Jorgelina nació, es porque había una señal y había que cambiar”, dice hoy, encaramada en la van que recorre Puelo y cuya historia ella sabe como si fuera la propia.
Así llegaron a Puelo. Hoy se siente enamorada del pueblo y no cambiaría por nada esta tranquilidad y la de sus ya dos hijas que tiene.
La anhelada conexión
Cuando Patricia lo cuenta, es como si tres mundos lo contaran. Con un tono argentino pegadísimo, y sus ojos rasgados, habla de la historia, la pública y la oculta, de este pedazo de tierra chilena.
Cuenta, por ejemplo, que antes aquí habitaban mapuche, y que hubo un acaudalado francés que era amo y señor de Puelo. Como nunca tuvo hijos, decidió dejar sus tierras a sus capataces. Y así se dividió el terreno en no más de cuatro familias.
Además, los avances han tardado en llegar a Puelo. Lo que no necesariamente es malo. Hace unos 10 años la única forma de llegar desde Puerto Montt era tomando una barcaza que partía en Puelche. Todavía está la pequeña rampla abandonada donde arribaba la barcaza a diario, cuando el tiempo lo permitía, cargada con víveres, incluso arriba se puede ver un pequeño farol que guiaba los transbordadores.
Pero hace una década, cuando el gobierno construyó el puente Puelo, al pueblo le cambió la cara. Ahora podían comunicarse directamente con Cochamó, y así con Puerto Varas y Puerto Montt sin necesidad de un barco. En todo caso, hacer tanto el antiguo recorrido, como el por tierra, son panoramas imperdibles.
Desde Puelo también se puede llegar a Argentina, aunque la ruta no es de las mejores. Cruzando el puente, se arriba al lago Tagua-Tagua, un espejo de agua cristalina y rodeado de árboles nativos. Ahí, una barcaza une los dos extremos: El Canelo con el Puerto Maldonado. Una vez llegando al otro lado, en un trayecto que no tarda más de 20 minutos, hay que seguir en auto hasta Primer Corral y Segundo Corral; de ahí, a Llanada Grande, pero hasta cierto punto, porque luego la conexión se hace inviable y hay que seguir a pie o en bicicleta. El año pasado, el Cuerpo Militar del Trabajo siguió construyendo camino y se espera que durante este período la tan ansiada conexión con el país vecino se concrete. Con eso, dicen los puelinos, las cosas seguirían cambiando para bien y el turismo se potenciaría.
El alcalde de Cochamó (la comuna donde se emplaza Puelo), Carlos Soto, comenta que con esa obra -que de los 44 kilómetros, lleva 15 kilómetros avanzados- se lograría romper la estacionalidad. “Aquí llega mucha gente en verano, pero básicamente por las condiciones del tiempo en Chile. Si pudiesen llegar los turistas argentinos por el paso, las cosas cambiarían”, comenta.
El panorama final, y al que el Servicio Nacional de Turismo (Sernatur) quiere dar especial énfasis este año con sendas campañas de difusión, es un recorrido por el río Puelo con instructores que irán explicando la milenaria técnica de la pesca con mosca. En una cajita llena de coloridos anzuelos, van apareciendo las ninfas, moscas y streamers. La idea, siempre es “engañar” al pez para que piense que es un bicho o un pequeño pez que flota y así caiga en la trampa.
Por la mañana, Jorge Aguirre, más conocido por todo el mundo como “Mono” Aguirre, daría unas lecciones de pesca. Ahí, explicaría que la caña debe tomarse con el codo apoyado en la cadera y que siempre hay que seguir el anzuelo al momento de lanzarlo. Con un llamativo “vos tomás así y clap, adelante, clap atrás”, y con un tono trasandino muy notorio, explica la técnica más básica de lanzar la línea al río y empezar a pescar.
Pero es el turismo sostenible el que se ha tomado la mentalidad de los puelinos y lo repiten hasta el cansancio. Por ejemplo, iniciaron una campaña para devolver siempre el pez al agua. Nada de quedarse con él. Los habitantes del pueblo saben que un pescado cocinado vale infinítamente menos de lo que puede producir en el río como producto turístico. “No matemos la gallina de los huevos de oro”, afirmaría más tarde el “Mono” Aguirre, acompañado de unas empanadas y choripanes, adelantándose a Fiestas Patrias.
Además, los puelinos practican una especie de turismo comunitario. No tienen problemas en recomendar otras cabañas o dar rápidamente números de teléfonos de especialistas en un tipo de pesca o en alguna de las tantas actividades que se puede desarrollar: cabalgata, trekking, paseo por el estero.
Aunque ese día no hubo mucha suerte y ningún pez quiso morder el anzuelo, la clave está en la paciencia, en esperar, en conocer la técnica y hasta en el conectarse con el ambiente. Y de eso, en Puelo, saben de sobra.