Datos de la Organización Panamericana de la Salud, disponibles desde antes de la pandemia por el Coronavirus, mostraban que una de cada cuatro personas de las Américas experimentaba algún trastorno mental en su vida, siendo los trastornos depresivos la principal causa de discapacidad. Además, las cifras de la región indican que casi 100.000 personas mueren por suicidio anualmente.
En tiempos en que hemos estado conociendo cómo en Chile y en el mundo, la salud mental de las personas y comunidades se ha visto aún más deteriorada producto de la pandemia, es relevante también mirar y atender a otros ámbitos de esta área, como son el bienestar psicológico y social, puesto que resultan clave para la protección o cuidado de la salud mental positiva, también llamada, bienestar mental.
No cabe duda de que el tema del bienestar de las personas forma parte del interés no solo del mundo científico, sino también, del ámbito político, de la salud, del trabajo y de la educación, por nombrar algunos. Durante muchos años, fueron la felicidad y la satisfacción con la vida las manifestaciones del bienestar que más se investigaron y sobre las que más ríos de tinta corrieron en la literatura científica y en los libros de autoayuda, tanto cuando se estudiaron de forma rigurosa, como cuando se les empleó como gancho.
Un concepto más amplio que la felicidad y que fue introducido en el campo de la psicología positiva hace un poco más de 20 años, es el de florecimiento (flourishing, en inglés), que amplía la mirada sobre otras dimensiones del bienestar, como la evaluación del grado de funcionamiento pleno en los ámbitos psicológico y social.
Como parte del índice de bienestar de los chilenos, un estudio recién concluido, realizado por investigadores de la Facultad de Psicología de la Universidad del Desarrollo, en el que se encuestó a 1.198 personas mayores de 18 años, recogió su nivel de florecimiento. Los participantes informaron acerca de su sentido y propósito en la vida, sus relaciones positivas, su grado de compromiso e interés, su sensación acerca de la propia contribución al bienestar de otros, su sentido de competencia, su auto-aceptación, su optimismo y sobre el sentirse respetado, todos ellos componentes de este tipo de bienestar.
Un resultado que no deja de llamar la atención es que, estando todavía en medio de una pandemia y habiendo experimentado todos los cambios laborales, económicos, de restricciones de libertad, de salud y hasta políticos, esta muestra informó un alto grado de florecimiento, ya que sobre el 70 % de los encuestados, reporta los niveles más altos en cada una de las dimensiones de bienestar psicológico y social. Al comparar el nivel de florecimiento reportado por hombres y mujeres, no se observan diferencias, pero si se compara el nivel de bienestar psicológico y social entre las personas de distintos niveles socioeconómicos (NSE), el grupo de personas perteneciente a los segmentos inferiores, D y E, en los que se encuentra cerca del 50 % de la población nacional, informa el nivel más bajo de florecimiento en relación con el de todas las personas de los otros NSE. Este último dato puede ser tomado como uno más de los antecedentes que relevan la importancia de los determinantes sociales de la salud, esto es que, así como hay sólida evidencia respecto de que las personas de menores ingresos, menores niveles educacionales, empleos más informales, peores calidades en vivienda y más limitaciones para acceder a servicios presentan un mayor riesgo a enfermar, también están en peores condiciones o contextos para lograr bienestar en los ámbitos psicológicos y sociales, con los costos que eso trae asociado en su calidad de vida en general.