En una de mis incursiones por los malls me encontré con una amiga a la que no divisaba hacía meses. Cargaba bolsas y bolsas, así es que le comenté en son de broma: ”Veo que has estado vitrineando”. Se rió y contestó radiante: ”Sí, me pillaste con el cuerpo del delito. He andado de shopping y te juro que he encontrado ropa súper fashion, de verdad top. Debieras aprovechar. Hay tiendas que ofrecen vestuario de marca con un cincuenta por ciento off”.
La invité a tomar un café para ponernos al día y conversar. Aceptó encantada. Compartimos un cortado y se nos hizo escaso el tiempo para hablar de nuestras vidas, familias, hijos y amistades en común. De pronto ella me lanza un reproche: “Eres bien ingrata. No respondiste mi solicitud de amistad de Facebook ni el mail que te envié la para invitarte a visitar mi blog. También te pinché a tu celular y no pasó nada. Mira, te cuento, me estoy iniciando junto a una de mis hijas en una tienda online de bijouterie. A ti que te gustan los accesorios, te aseguro gozarás. Son diseños exclusivos de una diseñadora vanguardista, absolutamente cool. Esta niñita diseña en Santiago para socialités, mujeres que marcan tendencia, o sea, más vip no puede ser. ¿Me entendís?” Le digo que sí, que me gustaría muchísimo verlos. Le ofrezco disculpas por no haberle respondido y le cuento que debido a una fuerte gripe no he revisado mis correos, pero que sí lo haré. Nos despedimos felices por los momentos compartidos. Pido otro café y me quedo pensativa. Se me vienen a la mente la cantidad de palabras extranjerizantes que hemos utilizado, como si no pudiéramos bautizar con nuestra maravillosa lengua castellana tantos vocablos que hoy parecieran imprescindibles: iPhone, Smartphone, Twitter y suma y sigue. ¿Por qué en vez de llamarse liquidación se convoca al consumidor con un For Sale? ¿No sería más lógico referirse a una persona superficial como liviana, en vez de light? ¿Acaso los jóvenes no abusan de términos como nerd o freak?. Las empresas solicitan product managers, account managers y a los opinólogos de alto nivel se les llama think thanks. El diccionario de la Real Academia Española contiene aproximadamente trescientas mil palabras. Los lingüistas aseveran que en Chile, una persona medianamente culta debiera usar 500 palabras, un escritor alrededor de dos mil. Cervantes, en Don Quijote, utilizó cerca de nueve mil. Como si hubiera presentido la zozobra del lenguaje, Dante, en La Divina Comedia, clama: ”¡Que renazca la muerta poesía!”. Y siento que debo sumarme a una petición del poeta Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura, que reclama por la salvación del lenguaje que agoniza. Dice Zurita: La palabra padece de cáncer y así se va socavando su significado. Es como si la vacuidad del tiempo en que vivimos quisiera decirnos que la lengua muere porque las palabras ya no son capaces de derrotar la banalidad que nos rodea. Ciertas palabras, con sus sonidos, nos hacen habitar la sacralidad, la belleza intemporal, aquella belleza que Homero encarnó en Helena de Troya y la hizo inmortal. La literatura también parece agonizar, cada vez se lee menos. ¡Que renazca la muerta palabra, pues tiene la soberbia potestad del infinito!