Ramón Griffero: “En Chile no hay una política cultural de fondo”

/ 18 de Agosto de 2008

Tras 25 años de trayectoria teatral, es considerado uno de los dramaturgos y directores más importantes del país. Su innovación en la “dramaturgia del espacio” también le ha valido reconocimientos extranjeros, y en 1999 recibió el Premio Loth en el Festival Internacional de Teatro El Cairo, Egipto, por su contribución al teatro contemporáneo mundial. Por estos días prepara un nuevo proyecto denominado “El bicentenario desde el arte escénico nacional”, que ya tiene fijada tres presentaciones para junio de 2009 en el Teatro Universidad de Concepción. Acá, el fundador del teatro Fin de Siglo nos cuenta sobre sus actuales motivaciones y critica sin sutilezas a la actual clase política y la imposición de una “cultura de mercado” en los medios de comunicación.
Tiene el teatro metido en los poros, y eso se denota desde el inicio de nuestra conversación en su oficina como Director de la Escuela de Teatro de la Universidad Arcis. A ratos, gesticula, matiza y pone los acentos como si estuviera encarnando el monólogo de alguna performance perdida de sus años en El Trolley, el centro de “resistencia cultural” que creó a comienzos de los años 80, en plena dictadura militar. La misma capacidad de oratoria que le sirvió para su frustrada candidatura a alcalde por Santiago para las próximas elecciones municipales, y que por extrañas circunstancias no pudo concretar, a pesar de reunir más de 2.000 firmas a través de su sitio personal y de su movimiento Art politik en Facebook. Acusa a las burocracias estatales por la falta de permiso para cumplir el requisito de la inscripción pública de su candidatura y está seguro que su postulación fue víctima de un boicot.
“La Intendencia sacó un informe jurídico señalando que el encargado del permiso era la Municipalidad. Y la Municipalidad dijo que era la Intendencia. Nadie estaba diciendo que no, pero decían que era el uno y el otro ¿A quién tendría que apelar, al Tribunal Constitucional? Jajaja. El problema era que ya el plazo vencía, entonces fue una maniobra política para sacarme ¿me entiendes?”, acusa con total seguridad.
Pero el presente año también lo ha mantenido muy activo por otras motivaciones. Durante el primer semestre repuso su elogiada obra “Fin del Eclipse” en el teatro La Memoria y en abril, en un afán por divulgar y mostrar las nuevas voces del teatro, publicó su libro “Dramaturgia chilena contemporánea: 7 autores”, que reúne una selección de obras de dramaturgos de la vieja y nueva escuela, escritas durante los últimos cuatro años, como Juan Radrigán, Alexis Moreno, y Luis Barrales. Además, por estos días ensaya y gestiona “El bicentenario desde el arte escénico nacional”, un proyecto de $100 millones aportados por el Fondart basado en extractos de obras clásicas chilenas que reflejan las principales epopeyas bélicas del Siglo XIX, como la Independencia, la Guerra del Pacífico y la Guerra Civil de 1891. El estreno está fijado para el 7 de enero de 2009 y estará inserto en el contexto del Teatro a Mil. Posteriormente se irá a una gira que incluirá tres fechas en el Teatro Universidad de Concepción, presumiblemente para junio de 2009.
-¿En qué etapa van los preparativos para este nuevo proyecto?
-Bueno, ya diseñé una recolección de toda esta dramaturgia del teatro clásico chileno que lamentablemente no es conocida y que es parte de nuestra memoria y orgullo escénico. Entre 1810 y 1910 se escribieron más de 400 obras de teatro y hay de todo, hay teatro romántico, teatro en verso. Y el registro, también desde el arte, de lo que sucede en la época: cuando escriben de la Guerra del Pacífico lo viven, no es un invento; cuando hablan de Bernardo O’Higgins, y conocen a Bernardo O’Higgins. Son contemporáneos, entonces tienen una visión histórica, hay balmacedistas, antibalmacedistas. Obviamente, los doscientos años de Chile siempre se consideran como 200 años de batallas, y se olvidan que son 200 años de arte, y sobre todo 200 años de pensadores que son los que construyen el pensamiento de un país.
-Si el teatro es, en gran parte, un reflejo de los pueblos donde se genera ¿Qué semejanzas ve entre la idiosincrasia de aquellas generaciones chilenas decimonónicas y las de hoy de inicios del siglo XXI?
-Mira, yo creo que lo que queda constante en esta obra es que siempre se está soñando y pensando un país, y ese país nunca se cumple (ríe). Los cuestionamientos a la democracia, a la clase política, a cómo nos estructuramos, a nuestra identidad, a cómo se construye el país; al mismo tiempo, obviamente hay mayores grados de nacionalismo en algunas obras. También hay una obra que se llama “República de Jauja”, que confronta el país que está en la jauja, que en esa época era el salitre y ahora es el cobre, y que todas estas promesas y futuros de país no existen. Chile es un país político donde la sociedad de la igualdad, socialismo y comunismo parten muy temprano en la historia, desde 1907 con la matanza en Santa María de Iquique. Hay una frase de un dramaturgo muy buena de 1820, en que dice: “Oh, Chile valiente, nos hemos liberado del tirano español, pero ahora estamos sumidos bajo el tirano burgués”. O sea, es 1820 y ya se está diciendo eso. De cierta manera, uno podría ver un país -más allá de las historias románticas, de amor y todo eso- que está constantemente soñándose, y que el mismo sueño de la República de la Independencia tampoco todavía lo cumplen… la igualdad, fraternidad y todo lo demás, la idea republicana ¡todavía están en espera!
-“Fin del Eclipse” tuvo hasta hace poco una segunda temporada en las tablas ¿Su puesta en escena podría ser una síntesis de todo el trabajo que usted viene realizando en relación a la dramaturgia del espacio?
-Obviamente que uno va adquiriendo un oficio escénico que va aplicando ahí, y también hay una mirada política sobre la expresión escénica. Yo empiezo a hacer teatro en Chile porque hay una dictadura, no por hacer teatro, sino por el teatro como un lugar de resistencia, al decir “hay otra realidad en mi país, en mi entorno, que quiero mostrar”. Y así sucesivamente. Siempre en las obras quiero expresar otros deseos del hombre que no se manifiestan, que yo sé que existen. En “El fin del eclipse”, la idea es que todo lo que construimos es una ficción, y lo que viene es una ficción que destruye la ficción anterior que es la realidad, ¿me entiendes? La realidad en el sentido de que está el comunismo en la Unión Soviética y cae, esa ficción desaparece y después se pone otra (…) Pero esa ficción también la construye el arte. La democracia la inventan primero los artistas del Renacimiento, y después pasa a la realidad. Hay gente que dice que el arte es solamente algo etéreo, y no; porque cuando uno nombra algo lo hace existir en la realidad, y el arte es saber, y el saber se transmite luego a la realidad, entonces no es algo que esté separado del progreso del hombre.

“No hay libertad de expresión sin difusión”

-¿Cómo asumen las nuevas generaciones -aquellas que prácticamente han pasado toda la vida con internet- el tema de la identidad y la cultura de este país? Me imagino que a su escuela deben llegar bastantes jóvenes identificados con las tribus urbanas tipo pokemones, emos o góticos, muy asociados a la globalización…
-Dos cosas: una es la imagen interna y la otra es la externa. Aquí puede llegar un pokemón, pero no porque yo ande con jeans y poleras, pienso como Bush… jajaja (ríe copiosamente) ¿me entiendes? Por eso pienso que el anticuerpo principal es nuestro pensamiento y nuestra cultura. Da lo mismo de qué tribu urbana sean, pero si tienen algún interés por el teatro chileno, si quieren construir imaginarios o lo que sea, no hay correlación necesaria. Una es una moda externa y otra cosa es que el pokemón tenga que hacer una obra de teatro sobre la soledad. Y esa soledad que va a hablar es la que vive acá en su población. La globalización no llega hasta la emoción. Si tiene que hablar de su familia, o de lo que lo angustia, o de lo que lo hace feliz, aparece lo interno. Entonces, que esté vestido de hippie pintando un cuadro sobre la alegría, no tiene nada que ver, no va a aparecer la alegría de Miami. Eso lo hace la cultura de mercado. Hoy tenemos una diferencia, y eso a la gente la confunde. Hay un arte que es el arte del mercado, el arte comercial global, que aparece en los estelares, y hay un arte paralelo, que se construye, que es el que generan los creadores de un país, y que no tiene fines de lucro, tiene fines de sobrevivencia.
-También hay muchos creadores que son muy crípticos, cuyo trabajo resulta muy difícil de ser difundido por medios masivos…
-(…) Si seguimos solamente valorizando la cultura de mercado, la cultura externa, la cultura globalizada, vamos a desligar a las nuevas generaciones de un sentimiento. Cuando los del rating te dicen “es que a la gente sólo le gusta esto”, mi respuesta es “obvio”: yo solamente  puedo pedir lo que conozco. No puedo amar lo que no conozco. Nadie va a pedir que le representen una obra de teatro de Manuel Rodríguez del siglo XIX si nadie sabe que existe. Por lo tanto, el rol de un Estado es transmitir el patrimonio para que lo que conozcas, lo puedas amar u odiar, da lo mismo (…) En Chile hoy hay un problema de que no hay libertad de expresión sin difusión. No se saca nada con que un escritor de Concepción se gane el Fondart para escribir una novela, si nadie sabe que la novela existe. Aunque sea excelente. Esa difusión un creador solo no la puede hacer.
-Desde otra perspectiva, muchos temen una utilización ideológica cuando el Estado se involucra demasiado en el tema cultural…
-Sí, pero en Chile no hay una política cultural real de fondo. Para que lo sepas, el Consejo Nacional del Arte y la Cultura en Chile recibe 60 millones de dólares al año, que es menos que lo recibe la morgue, menos que lo que recibe cualquier institución estatal en Chile. Estamos hablando de “un ministerio que recibe 60 millones de dólares al año, lo que gasta el Transantiago en dos días” (sic).
-Pero se han intentado vías de difusión: está el proyecto Sismo que hace itinerancia de artistas hacia localidades recónditas, se ha motivado la autogestión mediante fondos -incluso existe el 2% del FNDR aplicable a proyectos culturales- y se ofrecen cursos de gestión cultural…
-Sí, pero con esos fondos es imposible hacer una política cultural, lo otro es hacer solamente un saludo a la bandera ¿dónde están los teatros regionales? Si tú quieres descentralizar la cultura en Chile ¿dónde está el Teatro Nacional de Concepción, de Valdivia o de Puerto Montt? Tú te vas a morir, yo me voy a morir, el teatro tiene que ser para siempre. No es para el momento de tu gestión. Esa es una visión súper momentánea (…) Por eso está el concepto de teatro nacional en todas partes. El único teatro nacional en Chile es el Municipal, que sigue en manos de Andrés Rodríguez, que fue un señor nombrado por la dictadura, que lleva más de veinte años, que le hacía la gala a Pinochet y que recibe siete millones de pesos, más plata que todo el resto de los chilenos en diez años. Y ahí vemos que no hay política cultural. Eso se elimina muy fácil, con tal que el señor Ravinet lo hubiera cambiado, o que el Consejo de la Cultura hubiera decidido no entregarles plata a cambio de concursos públicos.
-¿Qué más se necesitaría para lograr una real descentralización cultural en regiones?
-Para desarrollar el teatro en regiones, o la música, la danza, tienes que hacer lo que hacen todos los países del mundo, para qué te hablo de Europa: en Alemania hay 180 teatros nacionales. Los teatros no son edificios, son centros de creación. El teatro de  Temuco -que ya existe el edificio- tiene que tener plata para hacer producciones con elenco estable, y ahí tu vas a tener solamente profesionalización del teatro y del arte en regiones… si no, nunca.

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