Rápidos y furiosos

/ 1 de Julio de 2019

En Chile los tornados son poco frecuentes. Estos fenómenos meteorológicos, espectaculares para quienes los estudian, requieren de condiciones o ingredientes especiales para generarse. Los sistemas frontales y sus nubes cumulonimbos contribuyen en su formación. Los recientes eventos de Los Ángeles, Concepción y Talcahuano abrieron interrogantes, especialmente sobre cómo estudiarlos mejor, para así mitigar sus dañinos efectos o, al menos, enfrentarlos con más preparación.

Por Natalia Messer

Hasta antes del 30 de mayo pasado, los tornados eran fenómenos que no estaban entre las preocupaciones de los chilenos. En un país que sí conoce de catástrofes naturales, estos embudos gigantes de viento y lluvia furiosa, que arrasan con todo a su paso, eran más bien un tema que se asociaba con filmes sobre megadesastres. Con películas que muestran remolinos en acción y a arriesgados cazatormentas con sus jeeps ultra equipados, tratando de obtener un buen registro. Pero que ocurrieran acá, en tres ciudades de la Región del Biobío y con un día de diferencia, era inimaginable.

Sin embargo, mayo de 2019 se despidió con un gran sistema frontal que
incluyó lluvias copiosas y granizadas en Los Ángeles, Concepción y Talcahuano, que trajeron lo que nadie esperaba: sus respectivos tornados.

En la capital de la provincia de Biobío, el tornado dañó casas, vehículos e infraestructura pública.  Los sectores más afectados fueron Villa Francia, Avenida Sor Vicenta, Villa Grecia, Avenida Latorre, junto con los condominios Los Castaños, Santa Ana, El Avellano y Alto San Miguel.

Datos de la Oficina Nacional de Emergencia (Onemi) arrojan que en esa ciudad hubo un total de 18 personas lesionadas, un centenar de viviendas dañadas y dos jardines infantiles con distintos niveles de afectación en su infraestructura.

Asimismo, un catastro del Ministerio de Desarrollo Social, junto con los municipios de Los Ángeles, de Concepción y de Talcahuano, concluyó que 3.770 personas resultaron afectadas, en diferentes grados, por el paso del tornado.

El evento meteorológico, que acaeció en Los Ángeles el jueves 30 de mayo a eso de las seis de la tarde, estuvo antecedido por una tormenta eléctrica con granizos de gran tamaño y fuertes vientos.

Al día siguiente fue el turno de Concepción y Talcahuano. Se estima que los vientos del tornado alcanzaron los 120 kilómetros por hora. El acontecimiento dejó una persona fallecida y destrozos por doquier. Los sectores más afectados fueron Brisa del Sol, Jaime Repullo y Cruz del Sur.

De acuerdo con cifras del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, se reportaron 421 viviendas con diferentes tipos de daños; 162 tienen daño leve, 193 moderados, 64 daños mayores y dos viviendas se declararon no reparables.

Para el término de esa torrencial jornada surgieron varias preguntas, porque, preliminarmente, estos fenómenos meteorológicos parecían algo inédito, aunque los expertos se encargaron de aclarar que estaban muy lejos de serlo. Los tornados no son ni tan nuevos, pero tampoco tan seguidos en nuestra zona. Sí se trata de un fenómeno extraño para el país, pero tiene una explicación razonable.

Algodones tormentosos

Durante varias semanas la prensa se enfrascó en una discusión conceptual, sobre si lo ocurrido había sido un tornado o una tromba marina. La respuesta es categórica para Juan Inzunza, académico del Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción, y Doctor en Ciencias de la Atmósfera: “Lo que tuvimos en Los Ángeles, Concepción y Talcahuano fueron tornados, porque se generaron en tierra. Una tromba marina es una elevación de agua que sale desde la superficie del mar y se extiende hacia la base de una nube, que puede estar a 500 metros o a un kilómetro de alto. Son generadas por cambios en la temperatura, los valores de presión y por los vientos”, dice. Son más frecuentes que los tornados y ocurren siempre en el océano, por lo general, en alta mar, lo que hace que su nivel de daño sea inferior. Los tornados, en cambio, son más destructivos, se generan continuamente en tierra y tienen un mecanismo físico de formación similar al de una tromba.

Juan Inzunza, académico del Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción, y Doctor en Ciencias de la Atmósfera.

“Hay que insistir en eso. Si es en el mar, entonces es tromba. El tornado se desarrolla desde la base de la nube hacia el suelo, como una circulación de vientos muy intensos”, explica el Dr. Inzunza.

Las nubes se clasifican en cumuliformes (cúmulos) y estratiformes (estratos). Las que están detrás del fenómeno de los tornados son las primeras: convectivas o cumulonimbos, que adoptan formas de cúpulas o montañas de algodón. Su contorno es bien definido y pueden alcanzar gran variedad de tamaños y espesores. Se originan en fuertes corrientes de aire ascendente.

Estas nubes cumulonimbos son causantes de los fuertes sistemas frontales. En raras ocasiones generan tornados, pero cuando lo hacen, el remolino toca el suelo y comienza a desplazarse a gran velocidad -mayores a 65 kilómetros por hora y, en ocasiones, a más de 300- destruyendo casi todo a su paso.

El Doctor en Ciencias del Clima del Departamento de Geofísica de la UdeC, Martín Jacques, explica que “en esta zona, al menos, no hay formación de cumulonimbos tan fantásticas. Lo que se da en esta región son más bien nubes estratiformes, que se extienden de manera uniforme, como si fueran una capa o cama a lo largo del cielo, sin adoptar una forma definida”, dice.

Las nubes estratiformes son nubes amplias y de contornos difusos. Se forman cuando la corriente de aire ascendente es muy débil.

La gestación

Para que haya tornados, como los avistados el 30 y 31 de mayo, se necesita de ingredientes especiales. En Estados Unidos, por ejemplo, donde ocurren con mayor frecuencia estos fenómenos (cerca de 1.100 al año), hay dos factores que casi siempre se relacionan con su gestación.

Primero, está el fenómeno de la convección, es decir, la ascensión de aire cálido a la atmósfera. “Necesitamos de movimientos verticales muy fuertes, que en el caso de Estados Unidos se dan porque allí existe mucho calentamiento y humedad de la superficie”, detalla Martín Jacques.

El otro es una fuerte cizalla o cortante vertical, que es cuando el viento cambia de intensidad o dirección en las distintas capas de la atmósfera. “Si tenemos esa cortante más la convección, eventualmente este eje de rotación se puede volver vertical, y ahí es cuando se genera esta rotación característica de tornado”, apunta el Dr. Jacques.

En Estados Unidos -que agrupa el 50 % de los tornados en todo el mundo- la presencia del desierto de Sonora juega un rol preponderante, pues “genera una zona de aire caliente y seco, que se transporta hacia las planicies o pampas del país, donde se origina la mayoría de los tornados”, dice el Doctor en Meteorología de la Universidad de Oklahoma (EE.UU.), Bradford Barrett.

La temporada de tornados se presenta con alta frecuencia entre mayo y junio (la primavera estadounidense). Estos eventos pueden ser muy feroces y los vientos, a veces, alcanzan grandes velocidades (hasta 300 kilómetros por hora). “Aunque ese caso sería muy extremo, porque solo uno de cada mil a cinco mil tornados alcanza esa intensidad. La gran mayoría son débiles y va en el orden de menos de 100 kilómetros por hora”, cuenta el Dr. Barrett, quien ha investigado varios fenómenos meteorológicos, como tornados, huracanes, ciclones extratropicales, lluvias intensas, granizadas, descargas eléctricas, nevadas, entre otros.

El científico estadounidense agrega que, en general, “todos los tornados del mundo se forman (más o menos) por los mismos procesos”. En el caso de Chile, especialmente en la zona centro-sur, la convección ocurre durante la época otoño-invierno, formando tormentas que traen consigo lluvias intensas.

Pacífico más cálido

Pero ¿cómo se generan tornados en Chile?, ¿De dónde adquiere energía la atmósfera? Esas son preguntas que rondan en la mente de meteorólogos y geofísicos. Juan Inzunza cree que lo más probable es “que la nube obtuvo la energía del océano, donde había una temperatura un poco mayor a la normal”, sostiene.

En el caso de Concepción y Talcahuano, el tornado habría comenzado en la península de Tumbes, desde donde se desplazó por tierra. “En el sector Brisa del Sol se desactivó y volvió a activarse en Concepción. Algunos piensan que fueron dos eventos, pero es probable que fuese solo uno. Todavía se tiene que investigar más”, añade el Dr. Inzunza.

Respecto de este calentamiento del mar -que se detectó en las costas de la Región del Biobío- y a la formación de tornados, no habría una relación directa con el cambio climático, pese a que algunos estudios, como uno de la Universidad de Oxford, en 2017, demostró que el 60 % de los océanos muestra signos del impacto negativo, como la acidificación por gases, el aumento de la temperatura del mar y el deshielo polar.

Los científicos consultados en este reportaje concuerdan en que no puede asociarse –de buenas a primeras– un evento global con lo sucedido en Los Ángeles, Concepción y Talcahuano. “En ningún caso se podría vincular, porque este fenómeno se manifiesta en períodos largos, de décadas y, además, en grandes regiones del planeta”.

La académica de la Universidad de Valparaíso y Doctora en Astrometeorología de la Universidad de la Habana (Cuba), Diana Pozo, añade otro punto relevante a la discusión, y que se enlaza con la falta de estudios en Chile que demuestren la relación entre el cambio climático y los tornados.

“Como son un fenómeno de pequeña escala y poco frecuente, difíciles de monitorear y de representar en los modelos meteorológicos, los registros históricos no son confiables y hay mucha incertidumbre en las proyecciones. Esto no significa que no haya relación entre la incidencia de tornados y el cambio climático. Solo que no se conoce cuál es esta relación”, detalla.

“Solo falta Godzilla”

En Chile, un catastro histórico reporta más de 50 tornados desde 1633 a la fecha. La mayoría de estos sucesos corresponde a la región centro sur del país. El evento de Carelmapu (Región de Los Lagos), en 1633, marca un inicio.

El jesuita español Alonso de Ovalle, en su crónica “Histórica relación del Reyno de Chile”, así lo describe: “Un huracanado remolino en la madrugada del 14 de mayo de 1633, el cual desmanteló la entrada del fuerte español San Antonio de la Ribera en Carelmapu (Los Lagos), botando un muro de la empalizada y todas las casas de los ochenta soldados…”.

Martín Jacques, Doctor en Ciencias del Clima del Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción.

En Concepción, el tornado del 27 de mayo de 1934 comenzó desde la boca del río Bío Bío y se internó por el Cementerio, el Mercado y la Plaza de la Independencia, derribando árboles, pérgolas y bancas. El fenómeno meteorológico –que dejó 27 fallecidos, dos desaparecidos y 599 heridos de diversa consideración– fue calificado F3 en la escala de Fujita-Pearson.

En 1971, los científicos Tetsuya Fujita y Allen Pearson, de la Universidad de Chicago, elaboraron una escala para medir y clasificar la intensidad de un tornado. La medida va de 0 a 6, donde 0 es el nacimiento de un tornado, con ventiscas de 120 kilómetros por hora. En el nivel 6, los vientos producidos serían de más de 400 kilómetros por hora, algo que hasta ahora no ha ocurrido en ningún rincón del planeta. Tampoco en Chile.

Si bien las condiciones geográficas y climáticas vuelven a nuestro país un lugar susceptible para ciertos desastres naturales, hasta el momento estaríamos a salvo de tornados escala 5 o 6.

“Tenemos erupciones volcánicas, los sismos, ni hablar de las inundaciones, aluviones, incendios, derretimiento de los glaciares. Solo falta que se nos venga Godzilla”, opina el Dr. Inzunza.

Más recursos, menos equívocos

Después de la tormenta siempre sale el sol. También surgen las reflexiones, como qué tan informados estamos en temas meteorológicos y qué tan preparada está la ciencia para alertar y/o estudiar tornados. Durante la visita del Presidente Sebastián Piñera a la Región del Biobío se anunció el despliegue de radares meteorológicos para anticipar estos fenómenos atmosféricos.

“Esto abrió el debate sobre que los tornados son parte de las posibilidades de eventos meteorológicos en el sur del país, que es una amenaza natural y que no estamos preparados desde la ciencia para entender estos fenómenos, ya que no contamos con las observaciones y el monitoreo necesario. Además, como es algo extraño, nadie se ha dedicado a estudiarlo. Hay mucho por explorar”, opina Martín Jacques.

Los radares meteorológicos –a través de los rayos láser– permiten detectar y monitorear el comportamiento de las nubes de tormenta o convectivas. “Son instrumentos muy útiles para mejorar la predicción del tiempo. Con ellos puede monitorearse y mejorar el pronóstico de la precipitación, la ocurrencia de tormentas eléctricas y si se cuenta con personal calificado, el pronóstico a más corto plazo de la posible ocurrencia de tornados”, dice la Dra. Diana Pozo.

Los científicos recalcan que estos fenómenos son inusuales. Se tienen tornados como el visto en la Región del Biobío cada 10 años. Pero no hay que confiarse. La naturaleza es impredecible. Por eso, la ciencia tiene que prepararse y equiparse mejor. También la población debe estar más alerta de estos fenómenos y, por tanto, entender que, si se construye con material ligero en zona de tormentas, probablemente la techumbre saldrá volando.

“Un tornado produce daño no sólo por los vientos. La presión atmosférica baja mucho en su centro. Entonces, cuando pasa por una vivienda, produce el daño en el exterior, pero en el interior, como hay presión más alta que la del tornado, la casa explota desde adentro hacia afuera y eso produce la quebrazón de vidrios. Es como reventar un globo”, comenta Juan Inzunza.

Para el científico, hay que ampliar el conocimiento meteorológico, porque los equívocos abundan en estos temas. Probablemente, el errado término “tropiconce” resonó bastante después de los tornados. Este tiempo errático y cambiante, tan característico de Concepción, ahora con remolinos de viento azotando por la ciudad es “veleidoso”, pero bastante lejos de ser calificado como “tropical”, enfatiza.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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